Capítulo 3

Mientras Luz se encargaba de hacer entrar en confianza la chica y de ayudarla a quitarse su destruida ropa y la suciedad, me quedé en mi habitación leyendo, aunque luego de unos quince minutos de lectura comenzaba a darme algo de sueño, la cama estaba bastante cómoda y suave, incuso mis párpados empezaban a cerrarse por sí solos, cada vez con más pesadez; no me había percatado en absoluto de la hora, pero cuando la señora Luz tocó mi puerta y avisó que la cena estaba lista, miré por la ventana y me di cuenta que ya era completamente de noche desde hacía bastante rato. El tiempo había volado mientras dormía, no tuvo piedad.

Parezco ya un viejo —pensé.

De inmediato le informé que la chica debía cenar con nosotros dos, y su respuesta fue estabas bambino cuando lo pensé. Típico hablar así las madres, ¿no? Bueno, insisto en el hecho de que siempre he visto a esa señora como mi madre cuando la mía faltó en mi vida.

Dejé mi libro a un lado riéndome de las palabras que había dicho aquella anciana y bajé los pies de la cama, me coloqué de nuevo los zapatos al tiempo que Luz se perdía fuera de mi habitación. Salí de allí a los pocos segundos, caminé hacia mi comedor privado y entré, ese era el lugar donde solía cenar con Fiorella de forma romántica según mi perspectiva, a veces cenaba allí con Luz o solo, pero esa noche y de allí en adelante sería diferente gracias a la compañía de esa señorita hasta el día en que ella dejase este hogar para estar con los suyos. De inmediato pude ver a la chica, su mirar denotaba pureza y serenidad, tal vez esa siesta fue más reparadora de lo que imaginaba y eso me alegró bastante, no obstante, al verme, ella bajó la mirada dejando ver los mismos nervios y ansiedad que al momento de rescatarla de las manos de los Napoli. Me acerqué a la mesa tomando asiento sin decir palabra alguna, los platillos aún estaban cubiertos en las bandejas de plata. Iba a protestar, pues imaginaba que la chica moría de hambre, pero antes de siquiera abrir la boca, Luz atajó mis palabras como si supiese lo que estaba por decir. A veces esa señora me daba miedo. ¿Acaso ella tenía poderes psíquicos o algo similar?

— Le di a la niña un bocadillo cuando llegó esta tarde, así que esperamos por usted sin estar desesperadas por probar la cena.

Me miró con su ceja levantada y yo en un santiamén cerré mi bocota exponiendo quizá mi rostro perplejo por su comentario anticipado. Pude ver que la chica dejó escapar una pequeña e inaudible risilla al tiempo que las mujeres encargadas de la cena revelaban el delicioso manjar de esa noche. Pasta en salsa de tomate con albóndigas, mi cosa más favorita en este mundo cuando se trata de comida, adoro la pasta, y claro, no podía faltar mi botella de vino, también una bandeja con ensalada de brócoli y coliflor que claramente no iba ni a mirar, pero no porque no me gustase, sino que la ensalada no combina con la pasta. No, nunca y jamás. Aunque seguro lo hicieron por la chica, a quien se le notaba la falta de nutrientes en su delgado cuerpo.

No lo pensé demasiado y les deseé a ambas un buen y gran apetito, empecé a comer sin pudor, era un intento bastante absurdo y a su vez demasiado patético por intentar que la chica se sintiese a gusto estando yo cerca y que, según yo, parecía haber funcionado, pues ella comenzó a cenar luego de que di el primer bocado, luego Luz nos siguió. Fue gratificante para mí ver a esa chica más abierta ante nosotros, o bueno, al menos con quien ahora era su nana. No podría negarlo jamás, esa señora tiene un alma tan pura y noble que me resulta increíble que trabajara para Lombardo, quizá su misión era cuidar de mí, aunque ahora había una nueva chica en su lista, cosa que, de algún modo, me alegraba el alma por completo, era como una buena acción luego de tanta m****a que hacía con mi vida.

— De verdad todo está muy delicioso, estoy agradecida por la hospitalidad que me han brindado hoy… la ropa, la comida, el agua… todo. Gracias —mencionó la joven mirando a Luz, yo parecía ser un cero a la izquierda.

— No solo esa gratitud es para mí, mi niña.

— Lo sé —en ese instante la chica me miró, pero desvió sus pupilas apenas al hacer contacto visual conmigo, trató de sonreír pero, aunque haya sido algo forzado por un instante me dejó helado—, gracias, señor Coppola, gracias por salvarme de esos hombres, pensé que iba a morir hoy, llegué a creer que era la única salida para dejar de sufrir.

— No es nada —le dije con una ridícula sonrisa temblorosa—, no podía pasar por alto a una doncella en apuros. No dejaría que le lastimaran más.

Luz nos miraba con un vistazo cómplice, pero arrugué de inmediato el ceño, ella era una niña, seguro tendría ¿qué iba a saber yo? ¿dieciocho? Muy posiblemente era una niña de quince, y yo un viejo con más de treinta años, además, Fiorella estaba en mi vida, no la amaba realmente, pero era algo similar a eso llamado amor. Agarré mi copa, bebí un poco, y…

¡Fiorella!

Abrí mis ojos de par en par, casi me atragantaba con el vino, tosí y me limpié de inmediato con el pañuelo, sentí que me salió vino hasta por la nariz, qué vergüenza. Ambas me miraron con preocupación, pero luego, Luz frunció el entrecejo. A ella no le gustaba para nada que estuviese con Fiorella siempre me decía a solas que ella no era una buena mujer para mí. Y claro, por una parte eso era muy cierto y tenía sentido lo que decía, pero ¿quién más estaría conmigo? Un mafioso que solía ser despiadado en ocasiones cuando le hacían hervir la sangre. Además, me gustaba esa mujer más que cualquiera, podría no estar enamorado, pero le tenía mucho cariño a esa mujer además de solo resultarme bastante atractiva.

— Terminemos de comer, la señorita… —esperé, pues aún no conocía el nombre de mi invitada especial.

— Laura —respondió casi a regañadientes, como si no desease hablar conmigo, volví a sonreírle por mera educación, comenzaba a sentirme incómodo ya que ella parecía estar completamente fastidiada, o asustada de mí, no lo sabía.

— La señorita Laura aún debe estar agotada, querrá dormir, merece el descanso del resto de la noche en la comodidad de su nueva habitación.

El silencio reinó por unos segundos que me resultaron eternos, Luz observaba a la chica mientras bebía su taza de té, pero la joven solo arrugaba una servilleta entre sus piernas y apretaba sus labios con firmeza. Esa actitud me hacía pensar que la chica se demoraría en entrar en confianza, y eso se lo debo en su totalidad a los Napoli, benditos Napoli no me dejan en paz ni con su líder ya a tres metros bajo tierra.

— Vamos, pequeña, aquí estás a salvo, ya te dije —mencionó Luz con un rostro ligeramente angustiado.

— Lo siento, es que yo…

— No hay que forzarla, señora Luz —le interrumpí, no deseaba obligarla a algo que ella no deseaba—. Es mejor que ella se adapte poco a poco, después de todo, sufrió por no sé cuánto tiempo con esos enfermos. Démosle tiempo a la señorita para que entre en confianza.

Ella asintió, pero sin mirarme a la cara, la servilleta no daba para otro apretón más, pero ella seguía arrugando aquello como si de ello dependiese su vida. Debía admitir que ella me daba pena, la situación que vivió no era para nada agradable.

— Él… es un mafioso también —eso me dolió, pero era cierto, innegable.

— Laura, él no te hará daño, corazón.

— Luz, no la obligue, ella de a poco se irá adaptando. Por esta noche, debo decirles a ambas buenas noches, me esperan... desde hace rato.

Luz resopló, yo casi dejaba escapar una carcajada, sin embargo, el respeto que sentía por esa señora, hizo que me mordiera la lengua para evitar meter la pata con ella y me diera con la bandeja que tenía al frente, así que solo levanté la mirada hacia la puerta donde pude notar a Vittorio parado afuera, en el pasillo, esperando por mí. Dejé la mesa y les deseé a ambas, de nuevo, una buena noche, me acerqué a Luz dejando un pequeño beso en sus grisáceos cabellos y un cariñoso abrazo.

Laura seguía ignorándome, o tratando de hacerlo, debía de suponer o hacerme una idea de que eso sería para un rato largo si no llegábamos a un gusto en común o a un acuerdo. Ella me vería como un sucio mafioso sin importar que fui yo quien la había salvado de esas escorias, aunque dada las circunstancias, poco debía fijarme en ella si deseaba que se calmase un poco mientras estuviese yo cerca de ella. Fijé la mirada una vez más en Laura, quien volvió a bajar el rostro hacia sus piernas dando un respingo bastante evidente. Era pánico, no le daba miedo, le daba pánico.

— En realidad… me gustaría leer un libro —murmuró muy por lo bajo cuando me di la vuelta.

— Oh, ¿le gusta leer? —volví a mirarle, esta vez de costado, ella asintió.

— Le dije a la señorita Laura que usted tiene una biblioteca muy grande, sus ojos casi le brillaron de emoción.

— Me parece entonces que mañana le daré un paseo por la biblioteca, podrá tomar el libro que desee leer. Y luego otro y otro…

Cerró sus puños mientras hacía un gesto de entera emoción. Fue bastante tierno, por un momento, del cual no sé cuánto tiempo pasó, observé a Laura en detalle. Su cabello castaño se veía sedoso, mucho más brillante y fresco. Su piel pálida me hizo recordar a aquel cuento clásico de esa chica con piel parecida a la nieve; los golpes, rasguños y moretones ya no lucían tan espantosos, y aquel vestido que no sé de dónde lo habría sacado Luz, sin duda lucía muy bien en su delgado cuerpo. Realmente una chica muy hermosa y delicada, elegante.

Aparté la mirada. Me dio vergüenza.

Aclaré mi garganta y me di media vuelta, Vittorio me miraba y señalaba su reloj con disimulo, ya entendía lo que quería decir, Fiorella me iba a castigar, aunque… de algún modo, eso sonaba divertido.

Luz se encontraba muy enojada, pero no podía hacer nada al respecto, todos sabían que dos noches a la semana me escapaba con ella. Ya luego me quedaría en casa más noches, tal vez era momento de empezar a invitar a Fiorella a quedarse ya que ahora tendría que cuidar más mi territorio. Me quedaría por esa chica hasta asegurarme que nada malo le sucedería por estar a mi lado, o mejor dicho, por tenerla en la casa de la gran familia Lombardo.

Me sentía un poco extraño por dejar el lugar esa noche en particular, quizá era la inquietud por esa niña, pero mis hombres estarían allí y tenían órdenes claras, demasiado claras y estrictas como para descuidarse y esperar un castigo el día siguiente, debía relajarme, disfrutar mi noche.

Las observé por un segundo más, luego retomé mi camino hacia Vittorio y emprender el rumbo al estacionamiento. Debía despreocuparme y la noche sería bastante divertida junto a Fiorella, algo para relajarme luego de tanto estrés por los negocios y el altercado de ese día con los Napoli, de nuevo.

Fiorella me pateó en las pelotas por llegar tarde por ella, cuarenta y cinco minutos tarde para ser exactos, pero el resto de la noche fue maravillosa y no entraré en detalles de ello, incluso tuve ganas de decirle sobre mi plan de tener un hijo con ella, sin embargo, sabía que no era el momento correcto para comentar tal cosa. La asustaría, no querría verme nunca más.

A las siete de la mañana, Vittorio me esperaba ya en la planta baja del hotel, llevamos a Fiorella a su casa y de allí nos fuimos a las vastas tierras de los Lombardo. Luz y Laura esperaban ya en el comedor privado, sentadas una frente a la otra. Esa mañana, la chica cargaba un vestido distinto al de la noche anterior, me preguntaba de dónde la señora Luz sacaba las prendas, nunca antes las había visto, pero se veía muy tierna esa niña con ese vestido color rosa crema, resaltaba el castaño de su cabello.

Nos saludamos, ella se veía tan distinta al día anterior que pensé que su estadía sería mucho más amena, quizá la compañía de Luz le daba ese ambiente de paz que ella necesitaba, su expresión aún denotaba temor, pero su sonrisa ladina me indicaba que ya no le resultaba un mafioso tan desagradable o sucio, era un pequeño alivio si lo pensaba un poco. Desayunamos y nos quedamos un rato conversando sobre temas fuera de lo ordinario, como las plantas de los jardines, la estructura del edificio, los diversos colores del lugar. Me dio la impresión de que era una chica que le gustaba el arte y la naturaleza, que le gustaba aprender todo tipo de cosas que le generasen algún tipo de curiosidad. Eso me daba ideas para romper un poco el hielo con ella, sin embargo, en ocasiones había que sacarle las palabras con cuchara, ella abría la boca después de que Luz hiciera algún comentario, pero muy poco se dirigía o me respondía directamente a mí. Aunque algo era algo.

Luego de comer, me levanté de mi asiento, sentía que era momento de despejarme un poco, otra vez y quizá debí haber mandado a buscar a Fiorella, pero en lugar de eso, me despedí de ambas y emprendí mi rumbo hacia la biblioteca, olvidando por completo lo que había dicho la noche anterior, aunque era muy probable que Laura no querría ir conmigo a la biblioteca si Luz no estaba allí, siendo las mañanas, las horas más ocupadas de la señora durante el día, pues debía coordinar la cocina para las siguientes comidas y supervisar el resto del personal. Sí, ella no era solo una nana ordinaria. Era mucho más que eso, era casi como el mayordomo de la casa.

Dejé la puerta entreabierta al llegar a mi gran zona de confort para que quien me buscase, diera rápido conmigo. Ya en otras ocasiones me había encerrado allí y me habían perdido el rastro por horas. Además, comenzaba a dolerme la cabeza, quizá escuchar un poco de Beethoven mientras leía me ayudaría con ello. Apenas era el inicio de la mañana, tenía la seguridad de que todo mejoraría con el tiempo.

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