62. El uno para la otra

Sebastian

La última semana Isabella había experimentado la calma en toda la extensión de la palabra. Finalmente sabía lo que era sentirse desprovista de cualquier miedo y dolor.

Una noche, cobijados en una de las hamacas de la terraza y bajo las estrellas de un cielo Austriaco, habló conmigo.

Me dijo que las pesadillas habían cedido en casi su totalidad, que yo veía el cuerpo de Sandro desprenderse de su propia mano y que tampoco sentía la necesidad de recurrir a los fármacos para conciliar el sueño. También me dijo que le alegraba respirar aquella clase de normalidad en la que ninguno de nuestros enemigos tenía acceso a nuestras vidas.

La trivialidad era una buena terapia y a mí me gustaba estar a su lado para percibir de cerca su proceso.

Me conto que a veces, cuando se miraba al espejo y me cazaba observando su cuerpo desnudo a través del reflejo, una parte de ella se avergonzaba. Todavía no estaba lista para volver a entregarse.

Me gustó su sinceridad, por eso fui incapaz de tocar
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