56. Eran cazadores... y yo su presa

Bella

Sofía no se equivocó cuando me dijo que contemplaría el suicidio luego de esta noche. Sabía muy bien lo que decía, y yo como una tonta no advertí el terrible trasfondo de aquellas palabras.

Una docena de hombros.

Todos ellos enmascarados.

Alcohol. Euforia y unas terribles ganas de saciar sus ambiciones más carnales.

Retrocedí un paso.

Mi corazón había dejado de latir para reanudar su marcha de una forma casi esquizofrénica. Nunca lo había sentido tan fuerte. Desquiciado.

Presentía el pánico.

Y lo hacía hasta en el último rincón de mi piel.

Y es que si quiera se comparaba con todas aquellas veces en las que Sandro Vitale y yo compartíamos un espacio a solas. No, esto era más feroz, más alarmante.

No presté tanta atención a los comentarios que compartían entre si los hombres de aquella como a todos y a cada uno de los puntos por el que podría encontrar una vía de escape.

No la conseguí.

Cada puerta y ventana estaba siendo custodiaba por dos hombres a cada lado.

¡Dios mío…!

¡Aquel
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