9. Sucumbir al deseo

Bella

Sebastian y yo nos despedimos en el garaje de la casa y no solo él le costó dejarme, sino que diez minutos atrapados en la boca del otro no fue suficiente, no cuando su despedida advertía algo realmente turbio.

Algo más grande que él y yo.

Algo más grande que lo que habíamos construido.

—No quiero que te vayas —le había dicho aún pegada a sus labios.

Manos entrelazadas.

Él percibió la presencia de mis miedos y llevó nuestras manos a la altura de su corazón. Latiendo tan despacio que incluso me costó sentirlo.

—Tengo que hacerlo —murmuró bajito—. Regresaré tan pronto como pueda y entonces te llenaré de besos hasta que digas basta.

—Yo nunca tengo suficiente de tus besos.

Lentamente, deslicé mis manos por su tórax, subí hacia sus hombros y descendí a través de la curva de sus brazos sabiendo que ese gesto le enloquecería.

—Se lo que estás haciendo —contuvo el aliento un tanto desesperado.

Sonreí descarada.

— ¿Y lo estoy consiguiendo? —sonreí descarada.

— ¡Joder Isabella Ferragni,
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