Capítulo 7. |Consecuencias|

La hacienda «El patrón»

Doña María estaba sentada en el banco de madera rústico que formaba parte del comedor de la cocina, solía sentarse a platicar con sus cocineras o ayudar en la preparación de la comida cuando tenía buen humor. Siempre decía que si cocinabas de malas, la comida se amargaba, si era lo contrario, era deliciosa.

En este momento, estaba emputada. Sabía que Sebastian y Leonardo, tramaban algo en contra de Emiliano, siempre habían estado celosos de él, recordó las golpizas que recibía su hijo menor y el motivo por el cual se había marchado. Pero… ¿Qué familia era perfecta? Ninguna. Cuando intentó abogar y defender a Emiliano, su esposo la había detenido y prohibido involucrarse, decía que tenía que armarse de valor el mismo para poder defenderse, y no estar siempre en las faldas de doña María. Y ahora que no estaba su esposo, tomaría cartas en el asunto desde ya. No le importaba que Emiliano tuviese treinta y tres años, que por su físico podría el mismo romperle la cara a sus dos hijos mayores, ella necesitaba que ellos supiesen que no iba a tolerar sea lo que sean que estuvieran planeando contra él ahora que había pisado la hacienda después de quince años desde que se marchó. 

—Patrona, —una de las cocineras interrumpió sus pensamientos y miró en su dirección.

— ¿Qué pasa? —preguntó doña María.

—El joven Emiliano ha vomitado toda la cama y parte de la alfombra, ¿Va a dejar que siga así sin una cura para esa cruda que carga o le haré el caldo “levanta muertos”? —doña María pensó lo que haría.

—Déjalo, veamos qué es lo que hace este chamaco. —la cocinera asintió y retomó lo que estaba haciendo antes que doña María la mandara a cerciorarse que no se ahogara con su propio vómito.

— ¿Y-Y dónde está tu hijo favorito, madre? —dijo Sebastian tambaleándose mientras entró a la cocina para luego arrastrar una silla y sentarse. Doña María se levantó y dio un golpe con su mano abierta sobre la mesa de madera haciendo que su hijo diera un sobre salto en su lugar.

—Detendrás sea lo que sea que estés tramando con Leo, Sebas. Ha muerto tu padre, pero yo sigo viva y las reglas en la familia siguen siendo las mismas. Yo soy quien no tolerará que retomen lo que hace años hacían los dos contra él. ¿Está claro? —Sebas afirmó lentamente, estaba mareado, había vomitado hace rato sobre los rosales de su madre.

—Bien, —dijo doña María, miró a la cocinera y le hizo una seña. —Prepara mejor el caldo, no tarda en llegar Leo, y después Emiliano, quiero que deje de apestar a alcohol y a borracho mi casa. —la cocinera asintió a toda prisa y se puso en ello.

Alicia llegó a la lavandería asqueada por el olor a vómito de la cama de Emiliano, le había quitado las botas, la camisa, el pantalón, dejándolo solo en bóxer. Solo Dios sabe todo lo el esfuerzo para mover tremendo cuerpo y retirar la sábana de vómito. La chica de la lavandería tomó lo que Alicia le entregó e hizo esa cara de asco también.

—Vaya, vaya, el joven Emiliano como que tuvo buena peda. —dijo lanzando la sábana al interior de la lavadora industrial.

—Al parecer. —le entregó la ropa personal de Emiliano también. —Todo está salpicado, —le anunció Alicia a Flor.

—Vaya, —olió la camisa de vestir que Emiliano tenía esa mañana al desayunar antes de que Sebastian llegara. —Qué delicioso huele, ¿Crees que sea de ese famoso? —Alicia arrugó su ceño.

— ¿Cuál? —preguntó con ignorancia a lo que se refería.

—El Calven Clun. —Alicia movió sus hombros y aceptó la camisa que Flor le extendió para que también oliera. El aroma era delicioso, olía mucho a él. —Alicia tomó aire disimuladamente para grabarse ese olor.

—Bien, tengo que irme, tengo que terminar. —Flor asintió llevándose toda la ropa a otra lavadora para empezarla a lavar.

Después de un rato, Alicia había dejado lista la cama aun con Emiliano recostado encima, le consiguió un bote y lo puso a lado de la cama, un vaso de agua con una aspirina doble y una toalla limpia y doblada sobre la mesa de noche.

— ¿Qué es lo que haces en mi habitación? —la voz ronca de Emiliano sobresaltó a Alicia murmurando un par de maldiciones para sí misma.

—Estoy terminando de limpiar el desorden de su vómito, joven Emiliano. —sus miradas se cruzaron y ella notó algo extraño en él, sus pupilas estaban dilatadas, estaba sudando de nuevo. Ella suspiró cansada y se acercó para humedecer la tolla doblada para limpiarle, cuando estiró su mano hacia él, Emiliano atrapó su muñeca, Alicia abrió sus ojos asustada. —Solo voy a limpiarlo, ha tenido un poco de calentura desde que empezó a vomitar. —Emiliano poco a poco comenzó a aflojar el agarre de su mano hasta soltarla por completo. Cuando sintió fresco algunas partes de su cuerpo, levantó adolorido su mirada, no tenía ropa, más que su ropa interior, pero tenía un dolor de cabeza infernal que el pudor lo dejó pasar.

—Quiero agua, por favor. —Alicia se levantó y rodeó la cama para tomar el vaso de agua y la jarra que estaban en la otra mesa de noche, le sirvió y se lo entregó. Desde su lugar, no pudo evitar no ver su cuerpo, hasta pasó saliva con dificultad al ver unos cuadros en su “panza” como ella pensó, eran los cuerpos que veía a veces en revistas de famosos. —Gracias, —anunció Emiliano sin percatarse de la curiosidad de Alicia a lado de la cama. —Quiero estar solo. Cierra la puerta al salir pero con seguro.

—No puedo hacer eso, joven. Se ha vomitado a sí mismo en dos ocasiones. —él alzó sus cejas con sorpresa. —Además, puede ahogarse con su propio vómito, y no queremos otro funeral en la hacienda.

—Bien, cierra la puerta al salir. —luego Emiliano hundió la cara contra la almohada, el olor a lavanda de inmediato lo relajó y lo llevó de nuevo a un sueño… Bastante extraño con la chica doméstica.

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