Capítulo 6. |Una cerveza y...|

Hacienda “El patrón”

Emiliano estaba absorto en sus propios pensamientos mientras tenía la mirada fija en el jardín que daba a espalda de su habitación. Tenía muchos sentimientos encontrados. Jamás se imaginó regresar a la hacienda donde creció y huyó para a enterrar a su propio padre. Cerró sus ojos y pensó detenidamente lo que haría para poder irse de nuevo a Manhattan y seguir con su vida. Al abrirlos, se le vino la imagen de su madre, estaría completamente sola, -presionó sus labios- cuando pensó que estarían sus hermanos, imaginó que solo le acarrearían problemas, y aunque doña María tenía carácter, también eran sus hijos y no tardaría en ablandarse. 

— ¿Qué es lo que haré para cuidarla? —se preguntó en voz alta, no podía simplemente arrancarla de su hogar para llevarla a Estados Unidos, además, a ella no le gustaba viajar hacia allá. Creía que lo mejor estaba en México así como su sazón en la comida y no desabrida como lo que le tocó probar en uno de los viajes hace años atrás. Tocaron a la puerta interrumpiendo sus pensamientos. —Adelante. —anunció, la puerta se abrió y apareció Alicia. Había pasado un día desde la advertencia de no estar a solas con Ryan o el personal de su seguridad. Aunque ya tarde había aceptado que era ridículo lo que había pasado, ya no tenía caso siquiera tocar el tema. 

—Vengo a traerle el desayuno, —Alicia entró con una mesa plegable y lo acomodó en la mesa que estaba disponible, dobló las patas de la mesa con la comida y lo dejó acomodado. Se giró para irse pero Emiliano la llamó. 

—Espera. —Ella se giró y bajó la mirada, —Gracias. —ella levantó sus ojos hacia a él algo sorprendida por el tono de voz. 

—De nada, ¿Necesita algo más, señor? —Emiliano negó. 

—Por cierto, acerca lo de ayer…—Alicia de inmediato levantó las manos de su mandil y las movió en negación. 

—No, no, no, le pido disculpas por mis palabras. —de inmediato bajó la mirada. 

—No tienes por qué disculparte, y levanta la cabeza, por favor. Es algo incómodo. —ella atendió su pedido y se enderezó para mirarlo. —Creo que estaba siendo demasiado tosco, te pido disculpas por hablarte de esa manera. 

—Disculpas aceptadas, señor. —Alicia pareció sincera al aceptarlas, mientras que Emiliano pensó que se estaba burlando de manera secreta.

 

— ¿Lo dices de verdad o solo para callarme la boca por qué soy tu jefe? —Alicia abrió sus ojos un poco al escuchar aquella pregunta. 

—Las estoy aceptando de verdad. ¿Por qué haría eso de callarle la boca? —Alicia no midió sus palabras al hacer la pregunta, Emiliano estuvo a punto de sonreír al escucharla, su gesto de confusión era divertido de ver en ella. 

—Solo preguntaba. —se repuso Emiliano y miró el desayuno. —Vaya, se ha acordado mi madre lo que solía desayunar. —Alicia hizo un gesto de retirarse, pero Emiliano la detuvo con un gesto de la mano. —Espera, —tomó un sorbo al jugo de naranja y luego miró en su dirección. Arrugó su ceño sorprendido, miró el vaso y notó la pulpa. — ¿Es natural? —Alicia pensó que era raro el señor Emiliano, ¿Cómo preguntaría si era natural? 

—La mayoría de la comida es natural, señor. —Emiliano seguía sorprendido, estaba demasiado delicioso, tomó otro sorbo y el sabor explotó de nuevo en su paladar. —Tuve que cortar naranjas en el huerto, lavarlas, cortarlas y exprimirlas yo misma. —él pareció más sorprendido. Ya se le había olvidado lo que era vivir de lo bueno en el campo. 

— ¿Dónde está el hijo consentido de doña María?…—la puerta se terminó por abrir por completo interrumpiendo esa pequeña conversación con la chica del servicio doméstico. Alicia al ver a Sebastian, se retiró de inmediato bajando la mirada, algo que notó de inmediato Emiliano. Sebastian miró a su hermano. 

— ¿Qué onda? ¿Jugamos caballito? —este se estaba burlando de su hermano. 

— ¿Quieres decir “Ir a montar”? —Preguntó Emiliano al dejar el jugo de naranja en la mesa de nuevo.

 

—Sí, eso, eso, —miró Sebastian la habitación. —Vaya, es más grande este lugar que el mío. —se quejó. 

—Yo ni me había fijado. —comentó Emiliano tomando asiento en la mesa para comer, el olor a huevos fritos, tocino y los frijoles puercos que solía hacer su madre en leña, le abrió el apetito, bien sabía doña María que su hijo no bajaría a desayunar con sus hermanos. 

— ¿Por qué no desayunaste con nosotros? —preguntó Sebastian tirando de la silla y provocando que Emiliano se encogiera de hombros con el ruido que hizo, luego se dejó caer. —No me salgas que con eso que vienes de los “Yuneites Staits” nunca comes en el comedor. —Emiliano arrugó su ceño. 

—Me he levantado tarde, por eso no alcancé a desayunar con ustedes. —le dijo Emiliano abriendo la charola donde venían las tortillas de maíz recién hechas a leña, se le hizo agua a la boca, su madre mandaba con su padre en sus visitas de fin de mes, unos cuantos kilos, así como carne –del propio ganado de la hacienda “el patrón”- chorizo, queso y dulces típicos del pueblo. Emiliano tenía su propio almacén con los productos que enviaban, y todo se comía. 

— ¿Entonces? El Leo nos espera al terminar de montar en el bar, quiere que lo conozcas. —Emiliano asintió sin mirarlo, apenas se había percatado del hambre que tenía. —Sale y vale, te espero cuando termines de tragarte todo eso, —se levantó y salió riendo en burla de su hermano. Pero eso a Emiliano ni le afectó, había aprendido bastante bien a ocultar sus molestias, pero cuando llegaba el límite, respondía. Lo cual era raro que alguien en ese momento de su vida lo fastidiara, pero ahora que está en la hacienda, pensó que regresaría como mínimo con los nudillos destrozados ya que sus hermanos estaban constantemente desde que llegó, provocándolo. 

Al terminar de desayunar, dar órdenes a Ryan y a su equipo de seguridad, Emiliano estaba caminando hacia los establos. Quería ver su caballo, aquel regalo que le hizo su padre cuando cumplió los treinta años, sabía que una foto no le haría justicia a “Rod” como le había puesto. Uno de los empleados ya tenía a “Rod” ensillado, y listo para cabalgar. 

—Patroncito, —saludó el señor emocionado de verlo. — ¿Se acuerda de mí? Soy el ayudante del capataz, nos conocimos cuando cumplió sus quince años. —Emiliano lo recordaba, casi a todos. 

—Claro, Vicente. —lo saludó, y el señor le sonrió al ver que estaba maravillado con el caballo que tenía frente a él, era negro, alto y fornido, con el cabello liso. Parecía un caballo de los que salían en las revistas famosas. — ¿Qué tal se ha portado, “Rod”? —preguntó Emiliano acercándose poco a poco, como le había enseñado su padre desde muy pequeño, extendió su mano cerca de su cabeza para que lo olfateara. 

—Bastante bien, a veces se pone bronco, pero es por qué quiere pasear. —Vicente sonrió. 

—Entonces vamos a dar un paseo. —el caballo respondió bastante bien para la sorpresa de Emiliano, caminó con él hacia el picadero, (Un lugar al aire libre que usan para preparar y ejercitar un caballo) “Rod” era buen caballo, pero su dueño se había atrasado en llegar tres años, así que tenía que tener paciencia. Momentos después, Emiliano estaba cabalgando, algo que hace años no hacía, reía para sí mismo al ver que “Rod” le entendía, bien dijo su padre que lo estaría esperando para cabalgarlo. — ¡Ah! ¡Vamos, vamos! —dijo Emiliano divirtiéndose, al igual que el caballo que parecía hacerle falta el salir. 

—Anda, pues, —dijo Sebastian entrando al picadero en su caballo. —Sal, vayamos al monte a jugar un par de carreras y luego al bar, que me muero por una buena chela bien “muerta”. —anunció su hermano. Al llegar a las afueras del pueblo, Sebastian le señaló de donde a donde tenían que empezar y donde terminar. —Estás a tiempo de echarte pa ´atrás. —Sebastian le dijo a Emiliano. 

—Mucho “bla, bla” Anda, que hace calor. —replicó Emiliano, momentos después, se escuchó el ruido de un chiflido que era la señal para salir, cabalgaron y de regreso, entre risas, estuvieron empate ambos, ya todos acalorados, dejaron los caballos de regreso en el establo y de ahí se fueron en el Jeep de Sebastian. 

El bar a la entrada del pueblo se llamaba, “La sabrosa” Emiliano pensó que era un nombre bastante…”Llamativo” cualquiera que no conocería a sus hermanos pensaría que es un table dance. Y al entrar, se quedó callado. 

—Es un…table dance. —Emiliano murmuró entre dientes para sí mismo. —No me sorprende. —pero era más el calor que traía y la sed, ignoró a la chica pasada de peso abrazada al tubo de acero, parecía que estaba ebria y los dos hombres que estaban en la orilla de donde ella estaba arriba, le aventaban monedas y balbuceaban algo que no entendió cuando Emiliano siguió a Sebastian. 

— ¡Mira a quién he traído! —le gritó a su hermano Leo que estaba haciendo un pequeño inventario de bebidas, cuando los vio, sí que se sorprendió. 

—Vaya, vaya, ya bajó el príncipe de su torre. —se burló Leonardo, algo que dejó pasar Emiliano al sentarse en el banquillo. — ¿Qué tal el lugar? ¿Tienen de estos allá en los Yuneites? —preguntó su hermano. Emiliano miró de manera fugaz y asintió a Leo. 

—Ves, ya en unos años nos vamos a parecer como los de allá, vendrán los gringos a ver a mis sabrosonas. —Sebastian y Leonardo soltaron las carcajadas, hasta que les agarró la tos, Emiliano solo rodó sus ojos discretamente, ya quería irse. 

—Vemos que tal la cerveza—dijo Emiliano sediento. Sebastian sentado al lado, le palmeó la espalda bruscamente haciendo que Emiliano se hiciera hacia al frente contra la barra. 

— ¡La cerveza es la mejor del pueblo! —dijo Leonardo sirviendo en dos tarros grandes de cristal, la cerveza oscura. Le ofrecieron uno y Leo se sirvió otro. 

—Brindemos por qué el hijo “pridilencto” —dijo Sebastian, Emiliano negó. 

—Es predilecto. —Lo corrigió, —pero, no lo soy. —remarcó con irritación. 

— ¡Tu levanta el tarro y brinda! —le dijo Leonardo, lo hicieron y dieron un largo trago, Emiliano se le hizo deliciosa, casi lo termina por completo, sus dos hermanos abrieron sus ojos cuando vieron su garganta moverse al pasar la cerveza. 

— ¿Qué andas crudencio? —preguntó Leonardo sorprendido al ver el tarro vacío ahora. Emiliano tomó aire y luego lo soltó, ahora se sentía bien. —Con cuidado, eso se sube. 

—Otra cosa quisiera que se le subiera—y rompieron en risas los tres, Emiliano entendiendo el comentario de doble sentido que le hizo Leo del otro lado de la barra. Otro tarro, un tercer, cuarto, quinto y llegaron al doceavo tarro de cerveza, los hermanos y Emiliano estaban sentados frente al tubo que nadie bailaba, eran las dos de la tarde y ya estaban ebrios, pero el más consciente era Emiliano de los tres. Había mucha cerveza en su sistema, pero finalmente estaba relajado como nunca. Sus pensamientos que lo atormentaban estaban callados, su mente en blanco hasta que sus hermanos comenzaron a llorar entre ellos y abrazados. 

—N-No manches Leo, ¿Qué le pusiste a la cerveza? Quiero…—Sebastian vomitó sobre sí mismo y Leonardo reía, hasta que le dio el aroma y vómito también. Emiliano no supo cómo se había levantado tan rápido para que no lo salpicaran, pero como consecuencia casi caía sobre su trasero por el mareo, se llevó la mano a su boca y trató de respirar. La puerta se abrió y apareció doña María gritando groserías por todo lo alto, amenazas y más groserías, hasta que Emiliano vio a Alicia y ella negó al ver el estado en el que estaban. 

—Aquí está el joven, patrona. —avisó Alicia a doña María, Emiliano empezó a reír pero con su mano intentó callar su risa, su madre se puso frente a él y negó también. 

—Es hora de ir a casa, chamaco.

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