Capítulo 4. |Un funeral|

La hacienda “El patrón”

Emiliano tomó con cuidado el dedo de Alicia, lo revisó bien para evitar que se infectara la herida, estaba demasiado concentrado que no notó que ella lo estaba observando detenidamente, la nariz, sus pómulos, esa barba bien perfilada y el ceño arrugado en señal de concentración. "¿Y es casado? ¿Es soltero? ¿Es gay? ¿Es...? ¿Es un ángel que su madre le había enviado para cuidarla? Alicia suspiró sin querer atrayendo la atención de Emiliano, sus miradas se encontraron, él notó el rubor en sus mejillas.

— ¿Está todo bien? ¿Te duele?—negó rápidamente retirando la mano de la suya y sintió el ardor de la herida, abrió su boca para soltar unas cuantas malas palabras, pero se contuvo al ver Emiliano expectante por lo que saldría de su boca grosera, la cerró y presionó sus labios con fuerza para no soltar nada. Emiliano sonrió discretamente.

—Anda, dilo, no hay nadie en la cocina—y Alicia no dudó.

— ¡Maldita sea, eso arde como el mismo infierno! ¿Qué me puso? ¿Ácido? ¿Se está vengando porque he roto el juego de cerámica? ¡Solo escupa cuanto es y juro por mi santa madre que está en el cielo y en la santa gloria de nuestro padre que haré todo lo posible para pagarlo!—Alicia finalmente se sintió desahogada, se sopló el dedo para calmar el ardor.

— ¿Ya? ¿Es todo?—preguntó Emiliano conteniendo la risa.

— ¿Querías más para llevar? ¡Nombre! Ya con eso es más que suficiente, además, ¿Qué va a pensar de mí? —los ojos de Emiliano se quedaron fijos en ella, Alicia pasó saliva con dificultad y solo hizo un movimiento de barbilla para girarse y dejarlo solo en la cocina. —Gracias, señor. —y luego desapareció, dejando a Emiliano con la mano en el aire y observando su huida.

— ¿Qué le hiciste a la muchacha? —Preguntó Sebastian entrando a la cocina, —Se ha ido corriendo, —una sonrisa apareció en sus labios, Emiliano recogió el botiquín de los primeros auxilios, Sebastian se recargó en una encimera y se cruzó de brazos observando detenidamente cada movimiento. —Se nota que eres todo un hombre de negocios. —soltó de repente al ver que Emiliano no decía nada. — ¿Y a qué te dedicas? por cómo te viste todo finolis, se ve que tienes mucho dinero... —Emiliano miró a su hermano.

—Soy inversor y empresario en varios negocios. —contestó en un tono neutral, su hermano se quedó callado por un momento, realmente él no sabía que significaba, Emiliano le explicó. —Tengo un par de negocios de tiendas de ropa, restaurantes, mueblerías, bienes raíces y a veces socio capitalista de empresas extranjeras, además de eso, invierto mi dinero en algún proyecto y obtengo de ello ganancias triplicadas a corto como a largo plazo. —Sebastian alzó sus cejas con sorpresa.

— ¡Ah! —Asintió al comprender a lo que se refería—Lo de inversor y empresario eso quiere decir que Leonardo también lo es, ¿No? Compró el bar de la entrada al pueblo y de ahí obtiene su ganancia si no se lo chupa en más alcohol.  —Emiliano asintió. — ¿Y en que inviertes? —se notó la curiosidad por saber en qué hacía dinero su hermano.

—En su mayoría en grandes empresas con otros inversionistas, a veces en nuevos proyectos de personas que ya he invertido en ellos anteriormente y que sé qué riesgo es el que correré.

—Dame un ejemplo. —Sebastian pidió.

—Este fin de semana que pasó, invertí diez millones dólares en un proyecto en Toronto, es un negocio de bienes raíces que a largo plazo me lo triplicará, si es que no más.

—Vaya, si te hubiera escuchado nuestro apa, se hubiera quedado con la bocota abierta de ver que hizo una buena inversión de educación en ti. —Emiliano frunció su ceño, pero sabía que había un toque de sarcasmo en él. —Pero se fue sin saber de dónde sacabas tanto billete verde, es una lástima...

— ¿Quién dice que no lo sabía? Él estaba al tanto de todo. —Emiliano respondió, algo que causó sorpresa en su hermano.

— ¿Pues a qué hora o qué? Si desde que te fuiste de chamaco a los “Yuneites” no has visto a nuestro apa.

—A lo que veo no sabían que hablamos a diario, aparte  él viajaba a Manhattan una vez al mes, —Sebastian arqueó una ceja.

— ¿Ese viaje tan importante de negocios según que decía? —Emiliano quería decirle un par de cosas como el hecho que su padre mentía sobre ese hecho, pero se contuvo.  

—Sí, ese negocio, yo aprovechaba para alcanzarlo donde estuviese para verlo.

— ¿Y por qué nunca supimos eso? —Sebastian ya estaba empezando a molestarse. — ¿Acaso nos ocultaba algo? —Emiliano arrugó su ceño.

— ¿Por qué me lo preguntas a mí? No lo sé.  —se cruzó de brazos, estos resaltaron debajo de su camisa de vestir en color negro, su hermano pensó: “Este tipo se la lleva en el gimnasio” —Bueno, tengo que ir con nuestra “ama” —dijo Emiliano esquivando al salir a su hermano quien se había quedado pensativo.

Alicia había escuchado casi toda la conversación cuando intentó regresar por más café, a medio camino al despacho se había olvidado, y al regresar, lo había escuchado. Podría jurar que nadie quería al jefe recién llegado, pensó un momento. Al entrar a la cocina sin que Emiliano la viera, se encontró con Sebastian, pensando que se había marchado por la otra puerta al no escuchar ruido.

—Vaya, vaya, ¿Qué es lo que hacías con mi hermano en la cocina que saliste corriendo hace ratito? —ella se aclaró la garganta.

—He tirado el café, me he cortado con la cerámica y me ayudó.

—Que se me hace que andas de volada con tu nuevo patrón, ¿Ya viste que ese si tiene dinero verdad? —Alicia se ofendió.

—No ando de volada, señor Rodríguez. —replicó conteniéndose.

—Anda, ponte a trabajar o le voy a decir a tu patrona que andas de volada con Emiliano. — Alicia no dijo nada, no podía ponerse al tú por tú menos con él quien desde que entró a la hacienda a trabajar, la incomodaba, -pero no como el joven Emiliano- retiró ese pensamiento y buscó otro juego de cerámica para armar la charola de café.

❖❖❖

La iglesia del pueblo se había llenado, incluso las personas que no alcanzaban a entrar, se quedaron afuera escuchando con una bocina la misa, la mayoría de la gente que habitaba ese lugar, querían mucho a don Emilio o Emiliano, como le llamaban en su mayoría, o entre los empleados: el patrón.  Se escucharon los sollozos de la gente, muchos tenían su pequeña vela encendida y levantaron plegarias para el difunto. En el interior de la iglesia de la primera fila, estaba doña María, a su lado sosteniendo su mano, Emiliano, del otro lado de ella, los dos hijos, quienes al parecer estaban aburridos en la misa. Al terminar, camino al panteón privado de la hacienda, Sebastian, Leonardo, Emiliano y el hombre que era mano derecha del difunto, don Oscar, cargaban el féretro en sus hombros, la gente venía detrás de ellos cantando las canciones favoritas del patrón, unos que otros murmuraban acerca del hijo menor que había regresado, varias personas lo recordaban de pequeño, de adolescente y la última vez que se marchó para no regresar en años, ahora, estaba al lado de su madre acompañándola en su dolor. Alicia caminó a lado de las cuatro principales señoras y empleadas de la hacienda, quienes se encargaban de que todo funcionara en ese lugar, que nunca estuviese sucio así como el que nunca faltara comida en la mesa. Alicia era la más joven entre ellas, una de ellas, doña Elena, entrelazó su brazo con el de ella para caminar juntas.

— ¿Qué ya hablaste con el niño Emiliano? —preguntó doña Elena con una risita traviesa. Alicia pensó que los chismes volaban rápido en ese lugar, que a pesar de tener varios años trabajando en la hacienda, no se acostumbraba a estar en boca de los empleados.

—Sí, choqué con el señor al salir del despacho, tiré la bandeja y quebré la cerámica…—doña Elena la interrumpió.

—Bah, eso no me interesa, el niño Emiliano cada fecha importante le repone algo, así que este cumpleaños no dudes que envíe un juego de café mejor que el que quebraste. Cuéntame, ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —Alicia notó mucho interés, cuando iba a preguntarle, el padre comenzó a dar unas palabras antes de que bajaran el féretro al hueco que estaba esperando por él. El mariachi tocó un par de canciones, mientras el féretro bajaba lentamente, doña María lloraba abrazada a Emiliano, Sebastian y Leonardo, llevaban en sus manos botellas de tequila y cantaban con el mariachi “Las golondrinas” se les veía mal, lloraban y gritaban la letra de la canción. Emiliano no podía llorar, la escena lo conmovió pero no entendió por qué no podía llorar si tenía dolor en el interior.

Cuando terminó todo, el personal del lugar se encargó de cuidar de que nadie se quedara en el panteón privado, doña María iba desconsolada hacia la casona, mientras que Emiliano caminaba detrás de ella sin retirarle la mirada, ya que juraba que en cualquier momento ella podría desmayarse. Al llegar a la casona, Emiliano llevó a su madre hasta la habitación que compartió con su padre, al entrar, el olor a don Emiliano se impregnó en él. El dolor golpeó tan fuerte que él se quedó inmóvil a unos pasos de la entrada, doña María lo miró extrañada.

— ¿Qué pasa hijo? —preguntó acercándose a él, pero entonces es que doña María se dio cuenta de lo que pasaba, su pequeño hijo no había llorado en misa y ni en el entierro, aun no entendía que su padre realmente se había ido. Acercó sus dos manos al rostro de su hijo cuando le hizo ella una seña de que se acercara. —Puedes llorar cuando tú sientas que puedes, no te te obligues a llorar cuando aún no estás listo.

—Lo siento, ma. —susurró Emiliano. —Aun no creo que se haya ido, ahorita que estoy aquí, siento que entrará en cualquier momento y me regañará por no defenderme de mis hermanos cuando intentan hacerme sentir mal. —la mirada de su madre se cristalizó por sus palabras.

—Pero él sabía que un día crecerías y te defenderías del mundo, —hizo un movimiento de cabeza—Incluyendo a tus dos hermanos.

—Puedo oler su perfume, —el labio inferior de Emiliano tembló, —Ya no me llamará por las mañanas para decirme que mató una vaca, o un borrego. Qué le sigue doliendo la m*****a rodilla, que por más que me dijera que esperaba que regresara…—entonces las lágrimas de él comenzaron a deslizarse por las mejillas que empezaron a enrojecer. —Tenía esperanza que un día lo hiciera, ya qué quería mostrarme el caballo que me compró para mis treinta años. —cerró los ojos y cayó de rodillas frente a su madre, bajó la cabeza y comenzó a llorar con más fuerza recordando todo lo que hablaban por teléfono, por videollamada, por mensaje, cuando él viajaba a Manhattan cada fin de mes solo para ir a verlo a él y pasar tres días juntos. Sabía Emiliano que su padre lo amaba, a su manera, pero lo amaba. Las últimas palabras que cruzaron fueron la noche anterior a su muerte, le dijo su padre que estaba orgulloso de él, que esperaba mostrarle la nueva extensión de tierras que había comprado, que se imaginaba una cabaña a lado del río y que un día pescarían juntos. Emiliano al recordarlo, lloró con más fuerza mientras su madre, daba pequeños toques con su palma en su espalda en muestra de consolación.

—Llora, hijo, llora…—y eso hizo, lloró como un pequeño niño, detrás de aquella máscara de frialdad ahora de adulto, su padre aún podía ver al niño al que amó con todo su corazón, Emiliano era para él, lo único bueno que pudo dejar en este mundo lleno de maldad.

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