Capítulo 3. |"Bromas" entre hermanos|

Hacienda «El patrón»

Doña María llevó a su hijo al despacho para estar más cómodos y aparte de que no estuvieran escuchando su conversación, se dio cuenta de que el empleado de su hijo era demasiado discreto, miró hacia Ryan que desde su lugar solo vio la punta de un zapato negro. — ¡Oye tú! —Miró a su hijo— ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Rayan? —Emiliano casi se le escapó una sonrisa, pero se mantuvo serio.

—Ryan. —dijo Emiliano, y Ryan apareció.

— ¿Sí, señor? —dijo este bastante tenso.

—Te presento a mi madre, ella es María Guadalupe Ansa de Rodríguez. —Ryan saludó educadamente a doña María.

—Mis condolencias, señora de Rodríguez. —doña María le agradeció.

—Deja llamo a esta muchacha. —Hizo una pausa para gritar— ¡Lichaaaa! —una joven mujer entró un momento después, tenía el cabello castaño recogido en una trenza que estaba a punto de desbaratarse, llevaba un uniforme tipo jumper azul marino de manga corta y le llegaba un centímetro arriba de sus rodillas, en la cintura tenía un mandil blanco con bolsas, pareció agitada al llegar. — ¿Por qué andas toda así como si hubieses corrido un maratón? Por eso te dije que anduvieras cerca en esta parte de la hacienda porque te iba a necesitar.

—Lo siento, señora. —Hizo una pausa— ¿Necesita algo? —preguntó educadamente, doña María asintió.

—Lleva a “Rayan” el asistente de mi hijo, —entonces Alice miró a la persona a lado de su jefa, era un hombre muy distinto a sus otros dos jefes, “¿De dónde ha salido este?” Se preguntó, entonces recordó lo que don Emilio le dijo una vez “Tengo tres hijos, dos están aquí y otro en el otro lado, algún día vendrá y lo conocerás” —Llévalo a la cocina, dale algo de comer, a nosotros tráenos café, —doña María miró a Emiliano—¿Sigues tomando café? —él asintió. —Y crema descremada, por favor.

—Sí, señora. —Alicia desapareció con el empleado de su también “jefe”. Emiliano miró a su madre.

— ¿Desde cuándo contratas servicio tan joven? —preguntó curioso.

—Oh, es una historia complicada. Resulta que tu padre conoció a su madre hace años en el mercado, ellas tenían un puesto humilde de frutas y licuados. —Emilio arqueó una ceja. —No, pienses mal, tu padre le tomó cariño, era muy amable, sabes que tu padre se quedó con ganas de tener una niña… —dijo doña María nostálgica. —La madre murió en un accidente por culpa de tu hermano Leonardo, no la vio cruzar, cuando ella corría de alguien, —Emiliano se tensó, —Y cuando llegaron al hospital, ya había fallecido. Tu padre sabía de Licha, así le dicen, después la invitó a trabajar y vivir aquí en la hacienda y se cercioró de que no le faltara nada por el resto de su vida. 

— ¿Y qué pasó con Leo? —preguntó Emiliano.

—Ese hijo de su…—suspiró con pesar—Tu padre tuvo que arreglar mucho papeleo, obtener el perdón y estuvo cinco años en arresto domiciliado.

— ¿Y eso es todo? Atropelló y mató a una mujer.

—Por lo que se investigó, realmente fue un accidente, hijo. —Emiliano estaba furioso, se merecía Leonardo un castigo real, no solo quedarse en las comodidades de la hacienda como si nada. Le había arrebatado su madre a la joven. Eso con nada se regresa, pero esperando de su familia, los negocios turbios y el querer mantener el apellido por lo alto harían cualquier cosa por seguir siendo gente importante, “No debería de extrañarte, Emiliano” pensó, iba a decir algo más cuando entraron los dos hermanos.

—Ha venido el amigo de apa. El abogaducho. Ha dejado dicho que la lectura del testamento es en una semana, el próximo lunes a las nueve de la mañana. —Emiliano se tensó, no podría estar una semana aquí, bajo el mismo techo que sus dos hermanos.

—No me interesa nada de la herencia—le informó Emiliano a su madre, ella arrugó su ceño.

—Tendrás tu parte, así como tus dos hermanos. —contestó doña María, pero Emiliano negó.

—Estoy bien así. —replicó Emiliano.

—Igual si te deja algo nuestro padre, tendrás que hacerte una prueba de ADN antes de siquiera tomarlo.  —Emiliano miró a su madre, quién palideció con solo escuchar la petición de ambos hermanos.

—Esto tiene que ser una m*****a broma. —él gruñó entre dientes mirando hacia sus dos hermanos.

—Tienes que hacerte la prueba Emiliano, solo para confirmar que por tus venas corre la sangre de los Rodríguez. —replicó Sebastian.

—Entonces si yo me la hago, se la hacen ustedes dos, como dicen: “Todos coludos, o todos rabones”

—Ah no, tú llegaste a lo último y no sabemos si…—Emiliano se levantó de un movimiento amenazador, que hasta su madre pudo alcanzar su muñeca para detenerlo.

—No te atrevas a faltarle el respeto a nuestra madre. —Leonardo alzó las manos en el aire en señal de rendirse. Emiliano apenas podía controlar la ira y el enojo que se arremolinó con intensidad en su interior.

—Tranquilo, hijo. —dijo su madre, ella miró a sus dos hijos. —Si tanto les preocupa si llevan la sangre, deberían también preocuparse ustedes dos. Si salen con que no llevan la sangre de los Rodríguez, serán desterrados sin un maldito centavo de esta familia. —Sebastian y Leonardo se tensaron por la amenaza de su madre.

—Era broma, madre. —dijo de inmediato Leonardo. —Ya sabes cómo le gusta hacer fastidiar a Emiliano.

—Pues no me gusta este tipo de “bromitas” —replicó doña María bastante furiosa.

—Ya, ya, una broma de mal gusto. —murmuró Sebastian.

—Iré a ver a Ryan. —anunció Emiliano viendo a su madre, —¿Qué habitación tomaré?

—La tuya, al otro lado de la hacienda, también hay un par de habitaciones libres para que instales a tu personal que ha llegado contigo. 

—Gracias, madre. —agradeció, luego miró hacia sus dos hermanos, pero no dijo nada, solo esquivó a los dos, lo que menos quería era tener que seguir intercambiando palabras con ellos. 

Emiliano salió del despacho de su padre azotando la puerta con fuerza, cuando giró para avanzar por el pasillo, chocó con una mujer, la bandeja de plata cayó en el suelo haciéndose añicos las tazas, la tetera y derramando el café.

— ¿Qué no se fija por…?—ella detuvo sus palabras cuando vio quien era, todos vestidos de negro -por el luto-, los seguía confundiendo a los patrones con el equipo de seguridad. —Lo siento, lo siento, —se dejó caer de inmediato de rodillas para empezar a rejuntar torpemente.

—Deja ahí, te vas a cortar con la cerámica. —Emiliano sonó irritado sentándose sobre sus talones para ayudarle.

—Yo puedo con esto, señor Rodríguez. —pero Alicia se distrajo al sentir la cercanía de él, el aroma que desprendió era abrumante, el calor de su cuerpo lo pudo sentir de manera breve cuando un pinchazo sintió y gimió de dolor llevándose el dedo índice a su boca para chupar la sangre.

— ¡Te estoy diciendo que te vas a cortar! ¿Qué nadie escucha en esta casa?—ella se quedó congelada en su lugar, sus ojos se abrieron de par en par sorprendida por cómo se había exaltado con preocupación por algo insignificante si solo era una chica más del servicio…

… O el juego de cerámica era caro, pensó ella.

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