Capítulo 3

― ¿Casarnos, señor Pemberton? ―le digo sorprendida― ¿no cree que esto es muy exagerado?

―Exagerado, pero resuelve tu problema y el mío, de paso―dice con una sonrisa, lo cual me tiene consternada―y no va a ser por amor, que es mejor para ambos.

— ¿Mi problema? —le digo, aunque no sé cómo esto va a resolver que Neil me siga buscando.

—Cásate conmigo y te ayudaré a legalizar tu situación—indica y pone los ojos en blanco y ahora lo miro sacando una caja de su mesilla de noche.

—Pero ¿qué hace? —le digo anonadada—no pretenderá que...—le digo, pero me interrumpe.

―Ya tenía esto para hacer mejor el papel, y ahora lo podremos usar en serio―añade y me muestra dos alianzas y quedo pasmada, así que aprovecha el momento, para tratar de medirme un anillo de compromiso, pero lo detengo.

—No, señor Pemberton, no haga eso—le digo y retiro mi mano de la suya—y ahora me retiro, porque no he terminado mi trabajo, y ya voy muy retrasada―añado y trato de irme, pero él se coloca delante de mí y casi me choco con su cuerpo, que emana un calor que me atrae hasta él, quien ahora me mira y respira profundo.

―Tan solo escúchame, ¿quieres, Valery? ―añade y yo lo miro con las cejas arqueadas y él se muerde el labio inferior y me corta la respiración.

―Tengo mucho trabajo por delante y estoy muy retrasada―le digo y él se separa de mí, pero, antes de que salga, me toma por la mano y yo lo vuelvo a mirar.

―Te espero mañana a las ocho de la mañana en la corte de la ciudad, para que lo hagamos todo oficialmente―me pide y yo lo miro extrañada―trae una identificación y yo llevaré a un abogado, quien arreglará tus documentos, para que tu situación sea legal―añade, pero yo sigo perpleja, porque esto puede ser una trampa.

―No me casaré con un hombre que conozco hace cinco minutos―le digo y me suelto de su agarre.

―No digas nada aún―me dice con una ceja levantada―solo ve y has tu trabajo y luego, medítalo con la almohada―indica y esto me hace tragar en seco, pero me abre la puerta, así que salgo y lo miro de reojo.

Esto es muy tentador, pero tengo que pensar en mi seguridad.

Y es cuando pienso en mí y en Maggie y lo bueno que fuera que estuviéramos legales y optar por un mejor trabajo, libre de las humillaciones de gente como Amelie.

―Muchas gracias por su ofrecimiento y… hasta pronto, señor Pemberton―le digo y le devuelvo su cheque, pero no lo acepta, así que lo guardo.

"Luego lo romperé", me digo y me dirijo hasta el pasillo y a mi carrito, el cual se encuentra intacto.

Entonces, voy al elevador, porque ya he terminado con mi trabajo por aquí, pero quedo de piedra, en cuanto el ascensor se detiene en el piso donde está la oficina de las mucamas.

―Ha sido un placer volver a verlo, señor McCain―le dice Amelie y yo me escondo detrás de mi carrito, para que no me vea.

―Dele mi dirección y mis datos y dígale que es importante que conversemos―le pide Neil a mi jefa y yo quedo más que extrañada, porque no se me olvida la razón por la cual no puedo volver a mi país natal y por qué he tenido que autoexiliarme, aceptando humillaciones de todo el mundo, por ser una indocumentada.

―Le aseguro que eso haré en cuanto la vea―le canturrea, como si se le estuviera ofreciendo a mi hermanastro, lo cual me preocupa mucho.

Definitivamente que no puedo regresar a la oficina de las mucamas, porque de seguro que Amelie le informará a Neil que estoy aquí, así que dejo mi carrito en el pasillo y me voy a toda prisa del hotel, para que Neil no me encuentre.

~~~

Un rato más tarde, me encuentro en un parque, lejos del hotel y del apartamento que comparto con Maggie, temblando como una hoja en pleno invierno, pensando si me encontraré a Neil en casa, si es que Amelie le entregó mi dirección.

Entonces, escucho mi teléfono y me doy cuenta de que se trata de Maggie, así que lo contesto de inmediato.

“Hola”, digo y la respuesta no se hace esperar.

“Oh, que bueno que te encuentro”, me dice contenta, “¿pudiste recoger mi cheque en la oficina de mucamas?", me recuerda y trago en seco, "necesito el dinero, porque la niña está mal otra vez", me solicita y yo doy un suspiro, “te hice cena para compensarte por el favor", añade y ahora sí que me siento mal, escondiéndome como una niña temerosa, cuando mi amiga está resolviendo como puede sus problemas de adulta.

“¿No ha ido nadie a preguntar por mí?”, le digo toda preocupada, a pesar de que sé lo importante que es para ella que su hija esté bien.

“No, nadie ha venido”, me contesta y ahora me siento mejor, “te hice costillas de cerdo y puré de papas”, agrega y ahora mi estómago ruge.

“Iré en un rato, que debo resolver un problema, primero”, le miento y cuelgo, porque debo solucionar el tema de su cheque, ya que no pude ir a la oficina a recogerlo, lo cual me deja muy mal, porque su hija ha recaído enferma.

Entonces, recuerdo lo que tengo en mi bolsillo, el cheque en blanco que me entregó el señor Pemberton, que ahora resulta tentador, considerando la crisis que tiene mi amiga ahora mismo.

Pero esto me va a comprometer a aceptar su propuesta.

No importa, porque la salud de la pequeña Eliana está en juego, así que le pongo mi nombre y mi identificación falsa al cheque, la que uso para poder cobrar mi salario.

También le coloco la cifra que suele ganar Maggie con cada pago, porque no tomaré más, por si me arrepiento a lo último y debo pagar esto que ahora necesita mi compañera de habitación.

Entonces, me encamino a la casa de cambio en donde suelo hacer efectivo mi cheque, en donde no me preguntan mucho, solamente le ponen más atención al porcentaje que cobran por el servicio, que a veces suele ser excesivo, pero es mejor cobrar una parte, que no cobrar nada.

El hombre de la casa de cambio mira la identificación y mi rostro, luego abre la caja registradora y me da el dinero, así que me voy corriendo al apartamento, para entregarle el dinero a Maggie y que pueda comprar las medicinas de la pequeña Eliana.

Un dinero que me compromete a poner en peligro mi vida, si es que este señor no es lo que dice ser y resulta que es un tratante de blancas. Así que llego a casa y le entrego el dinero a Maggie, quien me ha preparado un plato con comida y se va de inmediato hasta la farmacia, a buscar alivio al sufrimiento de su bebé.

Y ahora, mi suerte está echada.

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