4. Reencuentro inesperado

El vestido que llevaba puesto no le gustaba en lo más mínimo, denotaba que era muy delgada, y sí, que aunque tenía unas ligeras curvas poco le faltaba para ser una tabla con piernas. Además, ese día en especial se sentía pésimo, la resaca no ayudaba en lo absoluto, dudaba verse como una rosa fresca y llena de rocío; simplemente tenía apariencia de la pesadilla andante de cualquier persona.

Elissa tenía un particular gusto, cuando estaba tan deprimida solía beber mientras leía El Castillo Ambulante para volver a romperse por dentro. En ese libro encontraba emociones disparejas, y precisamente por eso es que se lo leía, para echarle más leña al fuego. En otras ocasiones podía leer Sing me to sleep, El dador de recuerdos, Anillo del hechicero, pero en aquél fin de semana deseó algo más ligero.

Esa mañana se había encontrado con sus amigas para arreglarse juntas: Melinda ya estaba en México, al igual que Erica, Irina y Narin. Habían platicado, reído y pasado momentos agradables. Pero Elissa siguió estando tan tensa y preocupada como al inicio.

El día anterior que fue a visitar a su madre al hospital, le dijeron que necesitaba pagar la semana de su estancia, los medicamentos, la cama, el tiempo, los honorarios... Pero ella ya no tenía ni un centavo más. En su cuenta de banco a duras penas quedaba para sobrevivir ese mes, no para la exorbitante cuenta del hospital.

Estaba arruinada.

Y para colmo de males, su madre estaba mayormente sedada porque tenía dolores de cabeza terribles, prefería estar dormida que tomar pastillas, por el miedo a volverse resistente a ellas o acabar dependiente. No tenía ni una idea de cómo iba a lograr mantenerla en ese lugar, desempleada y sin más ayuda. Pensó que quizás sería una buena idea sacar un préstamo en el banco, si es que por un milagro de la virgencita se lo otorgaban.

Ya era el día del bautizo, y estaban de camino al lugar, en una limusina con las chicas y el bebé de Erica, que ya tenía casi tres meses de nacido. Nació un 9 de abril, completamente sano y fuerte, todos lo adoraban.

Ya estaban casi entrados en julio, época de vacaciones en México y aún así no le veía nada de divertido a ese mes. Tan solo sería el bautizo y de ahí volvería a su vida cotidiana, en donde no podía permitirse siquiera una ida a la playa. Los momentos para disfrutar se acababan, y debía poner los pies sobre la tierra para dedicarse en cuerpo y alma a buscar empleo. Esperaba que el chico que le mencionó Erica pudiera ser la oportunidad que buscaba, y quizás si le daba trabajo le pedía un pequeño adelanto para cubrir lo del hospital.

—Elissa, has estado muy callada. ¿Segura que no sucede nada, linda? —preguntó Melinda, en sus ojos se notaba la preocupación.

Elissa asintió, con la mejor sonrisa que se pudo permitir.

—¡Claro! Yo solo… pensaba en mis hermanas, ya sabes, se fueron de casa —mintió.

Melinda y Erica fruncieron el ceño.

—Sí, qué raro. Pensábamos que harían un hoyo ahí mismo hasta que pudieran heredar la casa —dijo Erica, con una mueca de disgusto. Todas ellas sabían cómo era la relación con sus hermanas, y también las detestaban aunque no se lo dijeran directamente.

Así pues, eludió el verdadero problema y siguieron hablando de temas al azar para no tocar tema sensibles que ella prefería no hablar. Charlaron de cosas como el aniversario de Irina y Edward que pronto cumplían tres años de casados, y el nuevo novio de Narin, que no aprobaba su madre selectiva madre.

Se alegró del cambio de tema, porque de lo contrario, se habría roto en pedacitos frente a ellas, y ya no tenía ni las fuerzas ni las ganas para recogerlos.

Llegaron al salón, y se bajaron de la limusina. Inmediatamente Alistaír se acercó para recibir a Erica con un beso lleno de cariño, tomo a Zarek en brazos y saludo a todas. Luego entraron al lugar, que estaba finamente decorado en tonos blancos y azul cielo. El salón era para diversos eventos, en el fondo había una pequeña capilla cubierta por un pequeño techo de construcción blanco, incluso tenía piso de azulejo beige, lo demás era en medio jardín con sillas ordenadas. A los costados estaba también cubierto con columnas y techos, de modo que el jardín era el único lugar abierto, lo demás estaba bien protegido. Dentro había fuentes de chocolates, barra de comida, un gran pastel, mesas para comer el banquete, sillones y una pequeña pista de baile.

Estuvo segura que Erica lo había elegido, era su estilo: un todo en uno, multifuncional. Vió que en el lugar ya estaba toda la familia de Alistaír y Erica, se sorprendió al ver que la madre de Erica y Alistaír se daban un abrazo emocionado, como si se estuvieran reencontrando, al igual que la abuela Sadie y la abuela de Alistaír, Eunice.

Aún viendo todo el panorama de felicidad, no le llegó completamente al alma, estaba empezando a marchitarse y ahogarse en problemas. Suspiró con frustración, y volvió a poner en su cara una sonrisa falsa, era un día bonito, era el día de Erica y no se iba a arruinar.

Saludo a los demás y cuando todos los invitados estuvieron, se dió inicio al bautizo. Como era la madrina, estaba cerca de ellos. No podía creerse la ironía de aquello, si algo les pasaba a Erica y Alistaír, Elissa tenía la responsabilidad legal de Zarek. Agradeció la confianza de los dos, pero aún así, no pudo hacer más que rezar para que solamente tuviera que ser una especie de tía toda su vida, no estaba lista para ser madre, aunque amaba a Zarek, cualquier bebé estaría mejor sin ella.

Cuando comenzaba a relajarse un poco, escuchó una voz que le puso los sentidos en alerta máxima, puesto que había soñado con esa misma voz durante la noche. Abrió los ojos sorprendida y se quedó paralizada en su sitio; mientras el sacerdote pedía que los padrinos sostuvieran al niño para su bañito con el agua bendita.

—He llegado tarde, lo siento, me aseguraba de que en la cocina estuviera todo en orden —se excuso la voz, pero Elissa no quiso voltear, estaba clavado en su sitio... Ella ya conocía esa voz y tenía miedo de enfrentarla.

Se acercó a la pequeña fuente, y sostuvo a Zarek, tratando de ocultar su rostro del hombre. Pero no le sirvió de nada, había bastante luz en el lugar y estaba segura que su característico cabello rubio destacaba muchísimo en contraste con el vestido negro.

—¿Caperucita? —preguntó él en voz baja, sorprendido. Escucho una silenciosa tos por parte del sacerdote, como advirtiéndoles que no hablasen.

Elissa se puso totalmente colorada hasta la raíz del pelo, todo fue tan obvio, seguro la gente estaría cuchicheando a su alrededor por el tema. Era imposible tener tan mala suerte, ya su vida no podía ser más miserable de lo que era.

«Tragáme tierra y escúpeme en mi casa», rogó muy asustada a quien sea que la estuviera escuchando en el cielo.

Forzó una sonrisa tensa, lo miro a los ojos con una clara intención marcada en ellos: cállate.

Hicieron lo que les correspondía hacer como padrinos, y se colocaron a un lado, ella mirando sus pies como si fueran la cosa más interesante del mundo y él con la vista fija en la capilla.

Finalizo el bautizo y cuando estaban todos alejándose a las barras de comida adentro, ella esperó pacientemente a que se fueran todos, murmurando que iría en un segundo. No pudo ignorar las sonrisas de complicidad que le daban sus amigas.

Cuando se quedaron solos, volteó lentamente, cara a cara con su Lobito de una noche.

—Hola —saludó educadamente

De día era increíblemente apuesto, incluso en una situación bochornosa como esa no pudo evitar apreciar su misteriosa belleza. Parecía salido de una revista, era el típico hombre por el que mujeres enfiladas suspirarían al verlo pasar y fingirían desmayarse.

«Porque no pudo ser feo», se quejó mentalmente.

—Así que estás aquí, ¿Cuál es tu nombre? —inquirió él, ladeando la cabeza.

Elissa dudó unos segundos, pero supo que no tenía remedio.

—Me llamo El… Elissa. Soy Elissa Sandoval —respondió finalmente, casi revelando su nombre real.

Él sonrió ligeramente, era una sonrisa linda. Se le hacía un hoyuelo que hacia sus facciones más definidas. No supo cómo reaccionar, más que mirarlo embobada.

—Un placer, Elissa. Yo soy Oliver Spyrou.

Ella cerró los ojos, incapaz de creerse lo m*****a que era su suerte. ¿Por qué todo le salía mal?

Oliver. El que le iba a dar trabajo. El que la podía sacar del pozo sin fondo en el que estaba… bueno, ya podía ella irlo tachando: empezar una relación laboral luego de acostarse juntos no parecía precisamente la mejor de las situaciones.

—Así que eres el amigo de Alistaír, ¿Verdad? —preguntó, alzando una ceja—. Y ahora eres el padrino de Zarek.

Oliver asintió, encogiéndose de hombros.

—No te preocupes, Elissa. No hagamos esto más tenso, puedes actuar normal a mi alrededor —susurró, luego se acercó aún más—. Te aseguro que no tengo intención de que pase otra vez, solamente quiero conocerte. Actuemos como si está fuera la primera vez en que nos conocemos, y pasemos a mi oferta de trabajo. ¿Quieres?

Aquello la dejó tan sorprendida que no respondió inmediatamente. ¿Olvidarlo? ¿Que no suceda otra vez? ¡Pues faltaba más!

—Claro, tampoco fue para tanto, no significó nada —aceptó finalmente, con una mirada distante.

Oliver puso los ojos en blanco.

—De acuerdo, entendí. Solo quiero que podamos hablar de mi oferta sin pensar en la noche en que no hablábamos precisamente —alzó las manos—. Me dijeron que buscabas un trabajo serio.

Elissa apretó sus manos en su estómago, infundiéndose valor.

—Sí, es cierto. Sucede que me he quedado desempleada en medio de una situación familiar muy complicada, pero mi trabajo es impecable. Me gradué con buenas notas, mi tesis fue excepcional y aprendí muy buen sobre mi licenciatura, que es relaciones internacionales. Aprendí inglés a la perfección —comenzó a relatar—. Por lo que te puedo asegurar que me tomo muy a pecho el trabajo; aunque no he trabajado en eso, sino que era editora en una prestigiosa editorial. Pero si que hice algunas pasantías y, te puedo asegurar que a pesar de ser de medio tiempo, aprendí muchísimo. Mis prácticas profesionales me permitieron demostrar de lo que soy capaz, y yo misma lo sé. Si me das una oportunidad, no voy a decepcionarte.

Oliver la escuchó en silencio, y paso de ser aquél Don Juan a un hombre de negocios.

—¿Sabes hablar inglés, escribirlo, traducirlo…?

—Sí.

—¿Sabes manejar problemas con clientes reacios…?

—Sí.

—¿Sabes usar un vocabulario extenso para la comprensión del cliente?

—Sí.

Y le hizo un montón de preguntas más, algunas más complicadas que otras, pero terminó por pensarlo unos segundos, y asentir, parecía satisfecho.

—Bueno, bella Elissa, estás contratada —dijo por fin.

Elissa hizo algo muy loco, producto de la emoción: lo abrazo, saltando.

—¡Gracias, gracias! Señor Spyrou yo... —decía emocionada, pero se alejo rápido al darse cuenta de sus acciones—. Oh, yo… lo siento, lo siento, sé que no debería…

Pero Oliver hizo algo aún más loco: la tomo por su cuello y la besó. Sus suaves labios contra los de ella fue una experiencia increíble, ambos se besaban lentamente, disfrutando del intercambio. Las manos de Elissa volaron a sus hombros, agarrándose fuerte de la chaqueta del traje que él llevaba. A su vez, Oliver le mordió el labio inferior.

Gimió sin poderse contener.

—Es un bautizo… y seré tu secretaria... —empezó a negarse.

Pero él sonrió contra sus labios, y la miró fijamente con un deseo innegable en sus ojos grises.

—Elissa, somos adultos. Y creo que somos lo suficientemente maduros para separar lo personal con lo laboral, ¿Cierto?

Ella asintió, un poco confundida.

—Entonces deja de darle vueltas al asunto. Serás mi secretaria, y si de vez en cuando queremos hacer cosas… diferentes, vamos a tomarlo con madurez. ¿No crees? —las manos de él le recorrieron la espalda desnuda—. Ahora hablemos del trabajo.

Se sentaron en las sillas del lugar, y él le contó en qué consistía el trabajo, la empresa, y el negocio tan importante que tenía que cerrar. Aparentemente, Spyrou inc era una empresa de inversiones muy exitosa, que solamente invertía en lo mejor, en lo más prometedor. Y en ese momento querían obtener acciones en una aplicación bastante reconocida, pero el presidente (con las mayores acciones) era inglés, y aunque Oliver sabía hablar inglés, era muy diferente el de Estados Unidos e Inglaterra. Y Elissa afortunadamente sabía ambos, además del español, que es el idioma que hablaba en ese momento con Oliver y que más dominaban ambos. Otro motivo por el que recurría su ayuda, es que siempre llevar una mujer ayudaba mucho para aligerar el ambiente.

—Tu encanto personal puede ayudar, y eres un plus: hablas el idioma y entiendes de negocios. Eres perfecta.

Elissa sintió que por dentro algo caliente se derramaba. Jamás le habían dicho algo así.

—¿Tendré que ir a Grecia contigo? —preguntó Elissa, preocupada.

Él asintió.

—Escucha. Estoy dispuesto a darte un adelanto, resuelve los asuntos que tengas, y en un par de días nos vamos. Firmamos contrato, te instalas en Grecia, y arrancamos con el proceso. ¿Qué dices? —Oliver se veía de verdad emocionado.

Y Elissa considero que en su vida jamás volvería a tener aquella oportunidad, que era ese el momento en que se cumplía el milagro que tanto pedía: un trabajo, desempeñar su carrera y vivir algo nuevo.

Terminó asintiendo, preguntándose si podría sobrevivir a aquello con ese guapísimo hombre.

Con lo malísima que era su suerte, apostó a que no.

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