Capítulo 2 parte II

El lugar está repleto de un aroma a putrefacción, alcohol, sexo y tabaco. Nada más y nada menos que aquella cantina de mala muerte donde se reúnen todos los grupos de mercenarios, y alguna que otra prostituta que busca a su mejor cliente. El piso está manchado de sangre y orina, incluso se podría apostar que había un par de dientes sueltos por ahí en el suelo. Todo el lugar tiene un tono grisáceo, las paredes están llenas de póster de algunas bandas de rock o metal, también una pizarra con algunas apuestas de pool que se desarrollaban cada día. Las mesas y los bancos eran de madera vieja, a excepción de la barra de tragos; la cual siempre está muy limpia y de un material resistente. 

En la mesa del fondo se encuentra Mendax disfrutando la acción que una pelirroja le brindaba con su boca. Frente a ella sólo él con los pantalones abiertos y su pene por fuera. La pelirroja porta un antifaz negro que tapa la mitad de la cara, los pechos los lleva al descubierto sin pena alguna y un pequeño short de mezclilla. 

Mendax la tomó del cabello para acelerar aquella magia que le regalaba en cada succión fuerte y profunda. La gente pasaba por enfrente de ellos y nadie parecía sorprendido, de hecho, era algo común en este lugar. 

Al otro lado del bar, se encuentra Mortem meneando su vaso de vidrio el cual tiene hielo y un poco de tequila al natural. Su mirada estaba fija en Mendax. Una parte de él se sentía asqueado al ver a la semejante puta que tenía entre sus piernas. Y por otra parte, pensaba en Vita.

Siempre su mente circulaba en ella y sólo en ella.

Mendax ya desde hace unos meses había rondado a Vita a tal punto de mezclarse en su círculo de amigos, con el propósito de saciar sus fetiches más raros y bizarros que pudiera imaginar. Pero por supuesto, también busca cómo hacerle la vida imposible a Mortem. 

¿Por que?

Bueno, quizá la envidia de que Mortem siempre obtenía lo que quería o de que era el mejor mercenario del club. En pocas palabras, la estupidez de que Mendax vive bajo las sombras de Mortem. Así que por primera vez, en su asquerosa vida quería quitarle algo a Mortem, algo que le doliera tanto que lo marcara de por vida. Lo estaba logrando, pero Mortem siempre será más astuto. 

—Es que no soporto verle la cara de engendro y altanero —exclama Callidus, con desagrado y asco—. ¿Hasta cuándo dejarás que porte esa fachada?

—Es divertido verlo ilusionado. Es tan obvio que da lástima. 

Llega Dea a su lado mientras bebe una cerveza 

—Necesito ver hasta dónde sigue con este juego. Logró incorporarse cómo un miembro más entre los amigos de Vita —prosigue, Mortem—. Quiero darle justo en el ego pendejo que tiene.

—¿Y si lastima a Vita? —inquiere Callidus, con preocupación—. No creo poder aguantar más si la lastima. 

—No va a lastimarla, no cuando sienta que alguien está tocando lo que es de él —hace énfasis en la última parte.

—¿Bajo qué sobrenombre está? Mejor dicho, ¿qué nombre le dijo a Vita? —cuestiona Dea, dando el último sorbo a la cerveza.

—Por el momento, no he escuchado que le hable. Pero hay cinco en concreto que ella nombra en cada llamada: Scott, Freddy, Eddy, Bomer y Derek.

—¿Ya pudieron comunicarse con… ? —pregunta Callidus, al momento de sacar el celular—. No he recibido respuestas de ella.

—Anoche quise llamarle mostrando el plan, pero no recibí nada —contesta, Mortem.

De un momento a otro todo se tornó en silencio. La mirada de Dea se centró en Sicarius y Mens, quienes más que parte del clan parecían los guardaespaldas de aquel chico de cabello blanco. 

La mandíbula perfecta de Mortem se tensó al recordar a Amare, nadie más la conocía salvo ellos tres. No era parte del clan, pero sí un gran apoyo para ellos. La forma en la que Mendax le había arrebatado algo que él quería, lo calentaba desde la medula. Callidus está que saca fuego por los ojos al ver a Mendax. Mortem soltó su vaso de repente en la barra. Dea casi truena la botella del coraje. Ninguno había culpado a nadie, pero dentro de su pecho sentían que el clan de Mendax era parte de esto e iban a averiguarlo en un instante.

—Dea, ve a casa de Vita y resguarda el perímetro. Si ves a Mendax manda la alerta. Mortem y yo iremos a buscar al refugio para ver que datos tenemos sobre lo sucedido  —ordena Callidus.

Entre ellos no había un líder cómo tal. Aunque todos señalan a Mortem cómo el jefe. ellos nunca lo sintieron así. Habla el primero que tenga ideas más frías y viables, en este caso Callidus. La diferencia de él, es que no deja que las emociones lo venzan, primero actuaba y luego se deja ahogar por sus sentimientos. Mientras que Dea y Mortem, son los seres más atrabancados que se pueden conocer. No había sentimiento que no los cegara por completo y eso los deja en un estado vulnerable, pero a la vez apagan su sentido común y asesinan a cuantas personas se le crucen por la mirada. Por eso, en este caso, Callidus era el que ponía las reglas del juego. 

Dea salió a paso apresurado hacia su moto. Los hombres del bar no dejaron de silbar y gritar obscenidades cuando la vieron salir, pero sus miradas pronto recayeron en Mortem quien iba detrás de ella. Por un momento todos querían que la tierra los tragara y los escupiera en alguna parte donde Mortem no estuviera. 

Cómo habíamos dicho, él era el mejor mercenario del lugar y esas acciones provocaron que se ganara el respeto de todos ahí. Por lo tanto, el hecho de silbarle o gritarle a Dea era un una sentencia de muerte hecha y derecha, Mortem siempre defendería a su mejor amiga. Sin embargo, Dea sólo opto por ponerse su gorro negro y subió su cubrebocas que tenía el sello de su banda favorita. Para así arrancar la moto con tal furia que las llantas desprenden polvo del pavimento hasta que salió rápido.

Mortem se colocó su chamarra de cuero seguido de su pasamontañas en forma de calavera, escondió sus ojos cafés detrás de unas gafas oscuras y estaba a punto de dar un paso cuando escuchó los gritos obscenos de un señor.

—¡Dios, muchacho!¡Pero que puta! —exclama aquel señor, en completo estado de ebriedad—. ¿Dónde la has conseguido, hijo? Lleva un culo que dan ganas de enterrar mi polla en él.

Mortem sólo lo miró, lo analizó de arriba abajo hasta que se dio cuenta de que ese hombre no era de por ahí. Tenía su ropa mugrosa, parecía un pordiosero. 

Las cosas giraron completamente cuando unos hombres se acercaron en estado de preocupación. Nadie le dirigía la palabra a Mortem y menos de esa manera.

—De seguro es todo una chica ruda, pero en la cama se ha de mover cómo la perra que es —seguía aquel señor—. Se parece a mi hija. Siempre he tenido ese fetiche, pero la muy santurrona no quiere complacer a su padre y…

Los ojos del señor se abrieron por completo, sus palabras se le quedaron en la garganta, su piel morena cambió a una pálida, incluso la borrachera se le bajó. Los hombres que venían por él se quedaron frenados totalmente, mientras que sus miradas demostraron asombro. 

Mortem soporta todo, menos que hablen mal de la rubia, Dea. Ella era todo lo que una Diosa puede tener. Tenían que hincarse antes de mirarla a los ojos. 

¿Les dije que tenían complejo de superhéroes? 

Bueno, también de dioses. 

Unos dioses muy peculiares que en sus manos está el poder de juzgar a la gente. 

Y fue mientras Callidus salía del bar que escuchó la detonación de una pistola. Mortem ha descargado el cartucho sobre la cabeza de aquel hombre. Hombre que ahora tiene la cabeza destrozada. El cerebro estaba en el suelo mientras que la sangre se esparcía por toda la acera. Los hombres que estaban detrás tenían la ropa llena de gotas de sangre de todo lo que salpico. Mortem sin estar satisfecho se acercó hasta una roca y la estampo en la cara del hombre, ahora difunto. El cráneo terminó partido en dos, con los ojos de afuera y la lengua también. Nadie decía nada, nadie se acercaba. Callidus miro todo el desastre y embozo su mejor sonrisa mientras que su panza rugía.

Comida gratis… Diablos, que asco se llenó de tierra. Será en otros momentos. 

(…)

La mirada de Alexia está en el espejo. Pasa lentamente sus manos por su cuerpo acariciando cada cicatriz que adorna su piel, se admira para ser sensatos. 

A pesar de no recordar lo que era su vida antes del accidente, admira la mujer que es en esos momentos. Fuerte y valiente, inteligente y suspicaz. Pero todo aquello era corrompido cuando Alfredo se encarga de tocar su cuerpo, algo se quiebra y lo olvida en pequeños fragmentos. 

Hace algún tiempo le habían dicho que la alteración de sus sentimientos causaba una amnesia temporal, con tal de no sobrellevar algún tipo de emoción que la desequilibrara. 

Alexia piensa que eso le pasa. 

Tiene 23 años, aún es joven, aún lo tiene todo por delante. Ya habían pasado 3 años de su accidente. Hace 2 años había reanudado sus estudios. Lo está teniendo todo sin recordar nada. 

Dio un último suspiro frente al espejo para después caminar al closet buscando algo de ropa. Su mano pasaba prenda por prenda. Su hombro lo tenía recargado en la puerta, sus piernas flaquearon haciéndola caer de rodillas, pasó su mano por su cabello rompiendo en llanto. Está llena de dolor mental, físico, emocional, dolor tan puro que le hacía no poder respirar bien.

Es impresionante el cerebro del ser humano. Cuando no conoces una sensación tu cerebro imita las reacciones de las demás personas para hacer una simulación. Trata de convencer al portador que así debe de sentirse. 

Dejó caer su trasero al suelo sin bajar las manos de su cabeza. Un dolor comienza a centrarse en su nuca y recorría toda su columna vertebral. Solamente había leído ese archivo una vez y ya lo tenía tan perfectamente grabado en su cabeza. Tiene tantas dudas en su cabeza, pero apuesta que nada de esto era una mentira. Tomo sus piernas entre sus brazos y repetía constantemente: 

INSTITUTO PSIQUIÁTRICO “LUCINDA”

Fecha de registro: 11 de febrero de 1998.

Nombre: Alexia Jacques Evans.

Sexo: Mujer.

Edad: 12 años.

Estatura: 1.20 mts aprox. 

Por medio de la autorización de sus tutores: la paciente Alexia, aún menor de edad hasta la fecha de este registro. Ha sido sometida a múltiples diagnósticos e informes personales. Lo cual nos han llevado a la conclusión de afirmar que Alexia Jacques Evans padece de una enfermedad neurológica llamada Alexitimia, enlistando nuestras afirmaciones:

Las personas que tienen alexitimia pueden describirse a sí mismas con dificultades para expresar las emociones que se consideran socialmente apropiadas como felicidad en una ocasión alegre. Otras personas pueden tener además problemas para identificar sus emociones, se comprende que en su totalidad la persona suele tener este padecimiento por herencia genética, ya que la paciente no presenta ninguna afección cerebral por insulina, autismo o traumas, según estipula el Manual de Diagnóstico y Estadística de Trastornos Mentales (DSM—5).

Una persona con alexitimia podría experimentar personalmente lo siguiente:

Ira.

Confusión.

Dificultad para “leer expresiones”.

Incomodidad.

Vacío.

Ritmo cardíaco acelerado.

Falta de afecto.

Pánico.

Este archivo vendrá acompañado del avance psicológico que tenga la paciente y de algunos otros expedientes médicos que se recauden con el paso del tiempo.

Nombre y Firma del responsable:

Jacob Jacques Lauren.

Director del Instituto Psiquiátrico “Lucinda”

Las paredes blancas ya la tenían aturdida, pero era imposible salir de ahí. Además, los juguetes que decoraban todo el lugar, le hacían menos desesperante la espera de su padre en ese cuarto. Las pequeñas manos de Alexia sostenían fuertemente el crayón con el que estaba dibujando, movía sus pies con mucha energía al compás de la canción que tarareaba.

—¿Jamás te cansas de dibujar? —Un par de tacones resonaron por la pequeña habitación—. Nunca he visto que esa cabecita esté quieta un rato.

—Sólo… dibujó lo que sale de mi cabeza —Alexia contesta con mucha cortesía, característica de ella—. Me ayuda a recordar, me gusta recordar —sonríe con una paleta en la boca.

—¿Te puedo hacer unas preguntas, Alexia? —toma asiento a un lado de ella.

—Si, Perla —asiente con la cabeza, sin dejar de ver a su psiquiatra.

—Bien, preciosa. Ya sabes que me encanta hablar contigo. —Besa su cabeza—. Empecemos, ¿cómo te llamas?

—Alexia Jacques Evans —responde conforme sigue dibujando.

—¿Cuántos años tienes? —Comienza a escribir en la pequeña libreta.

—Tengo siete años —dice algo dudosa, pero afirmando. 

—¿Cuáles son los nombres de tus padres? —Perla centra su mirada en el dibujo.

—Mi mamá es Hera Evans y mi papá es Jacob Jacques —deja el crayón y toma otro.

—¿Sabes que haces en esta sala, pequeña? —Toma la orilla del dibujo para poder verlo.

—Estoy esperando a papá, aun no sale de trabajar —le pasa el dibujo.

—Alexia… —titubea.

(…)

Sus pies colgaban en el barandal de los escalones, los movía con cierta confusión al escuchar la plática que tenían sus padres en ese momento. Su madre lloraba a mares mientras era abrazada por su padre. Hera negaba con la cabeza de una manera demente, sus brazos sostenían una pequeña manta color amarillo, lo abrazaba con tanta fuerza casi incrustando sus uñas, se mecía de arriba abajo. Jacob sólo estaba ahí sosteniéndome cómo si se fuera a desmoronar, tenía lágrimas secas en sus mejillas y los labios levemente húmedos de tanto morderlo de la impotencia.

—¿Por qué lo hizo? —susurraba Hera—. ¿Por qué, Jacob?¿Por qué?

—No es consciente de ello. Lo hace por supervivencia, Hera —explica su padre.

—He creado a un monstruo. No siente, no recuerda, no… —Se aferra más al bulto—. Es tan pequeña, pero está tan j…

—No —le interrumpe—. Ella no distingue lo bueno y lo malo. Pero es nuestra hija, sea cómo sea es nuestra hija.

Alexia no entendía nada en lo absoluto, no comprendía dentro de su cabeza que era lo que estaba haciendo mal. Ella sólo quería ayudar a sus padres, quería ser una buena niña, una buena hija. Sólo copiaba las acciones que hacía su mamá. No había hecho nada mal y juraba que no era su intención hacer daño.

Su pequeño hermanito estaba llorando. 

Mamá le había dicho que lo bañaría para que se relajara y poder darle de comer. Alexia nunca veía cómo mamá hacía esas cosas, pero el llanto del niño ya la estaba aturdiendo, le dolían los tímpanos. Así que hizo lo más lógico que salió de su cabeza.

Alexia abrió la tina de baño con suficiente agua caliente, salía humo. Esa era una buena señal. Fue hasta la cocina y tomó una zanahoria, era lo que ella comía cuando le daban arranques de hambre. Todo listo para ayudar a mamá y se sintiera orgullosa de ella.

Lo último que recuerda, fueron gritos de dolor, el drenaje absorbiendo todo el agua caliente y la zanahoria partida a la mitad con indicios de baba. De ahí en más, todo era absolutamente negro. Sentía duda solamente. Hizo lo que mamá haría. ¿En qué fallo?

(…)

—Alexia… —titubea con sorpresa ante el dibujo—. ¿Quiénes son ellos?

—Ella se llama Dea, Diosa —señala a la rubia—. El de cabello azul es Callidus, inteligente. Mortem, me gusta su cabello negro, es cómo el vengador fantasma. Muerte. Y este de aquí, aun no le pongo cabello… pero se llama Mendax, es muy mentiroso, me cae mal.

—¿Es una historieta? —interroga Perla, con una sonrisa.

—Me gustan las historias de superhéroes. Mendax es el malo —contesta la pequeña, con mucho entusiasmo.

—¿Cómo se llama? —Le regresa el dibujo.

—Se llamará Sr. M —dice orgullosa—. Así nadie sabrá si es Mortem o Mendax el malo de la historia.

—Pero acabas de decir que es Mendax —contesta confundida.

—Es que él es mentiroso… cómo yo —arruga el dibujo.

Tomó entre sus manos los archivos. Rompía uno por uno, los hacía trozos pequeños. Sus manos tienen leves cortadas a causa del papel. Sigue arrodillada sobre el piso, desconcertada, asfixiada, enfadada. Lo tenía todo en ese mismo instante. 

Pero… ¿Remordimiento?¿Tristeza?¿Melancolía? No, eso no estaba en su cabeza. Cómo si una parte de ella aceptara lo que acababa de recordar. Pero no le gustaba la manera en la que eso apareció en su cabeza.

Yo la mate, Alexia. Yo quiero hacerte daño. Eres todo lo que quiero. Eres mía y sólo mía, entiéndelo.  

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