Capítulo 1 Parte II

Candem, centro de la ciudad. 3 de octubre. 3:00 pm 

—Si, mamá lo sé. —Acomoda su celular, de manera que su hombro lo ayude a sostenerlo—. De verdad estoy bien, anoche salí de campamento con algunos amigos. Hoy entré a la escuela y empezaron los proyectos pesados… Lo prometo mamá, cualquier cosa yo te aviso y estaremos al pendiente. Te llamo después… te quiero, besos mamá. Avísame cualquier cosa que sepas de mi hermana. 

Mete su celular con fastidio a su pantalón. 

Lleva un buen rato buscando las llaves dentro de su mochila, pero sólo movía libros, libros, basura, libros y más libros, y más basura. 

Su cara ya mostraba la frustración total, hasta que sintió el frío metal de estas. Con aires de grandeza y desespero, abrió la puerta de su departamento. No era muy grande, sólo lo necesario para estar cómoda. Tiene un aire rústico y un olor a vainilla inundó sus fosas nasales, fue una excelente idea comprar aquellas velas aromáticas en el supermercado con la chica loca de los vestidos raros. 

Sacó nuevamente su celular y lo dejó en la mesa que se ubicaba en la entrada junto a su mochila y llaves. Cerró tras de sí y dos felinos esponjosos ronronean en sus piernas. Hace un poco más de dos años tenían esos gatos viviendo con ella, los consideraba parte de la familia y en algunas ocasiones le hacía pequeñas bromas a su madre sobre que eran sus nietos. 

Evidentemente detestaba eso. Su madre odiaba a cualquier clase de gatos.

Camino hasta sus pocillos revisando si todavía tenían algo de comer y por supuesto, cambiar su agua. A cada paso que daba puede sentir los bigotes del pequeño Motas sobre sus pies. Necesitaba ser cargado y llenado de mimo por parte de su dueña. En la puerta sigue Copo de nieve, un gato apático y con cara de pocos amigos. En cuanto Alexia, llego al estante de comida, sacó un pequeño sobre de carne para vaciarlo en aquellos pocillos. Unos cuantos mimos y ya estaban más que relajados y satisfechos, pero Copo de nieve sigue pegado a la puerta principal, se mueve de un lado a otro olfateando algún olor entrante del otro lado de la puerta.

Los gatos son raros. ¿Que nos podemos esperar?

—Ven aquí, pequeño —le habla Alexia con una voz aguda—. Ven a comer, bonito gordito.

Camina hasta el para tratar de alzarlo y llevarlo a que coma. Pero el sonido de llamada que replica en su celular causa que se levante de golpe. Con el ceño fruncido y algo desconcertada ante la llamada, desvía su camino hasta la mesita donde este vibra. Lo toma entre sus manos sin siquiera ver quien era la persona que llamaba. 

—¿Hola? —contesta, dudosa—. ¿Quién habla? 

Nadie contesta al otro lado de la línea. 

La poca paciencia que Alexia arrastraba como un pesado sudario estaba a punto de deshilacharse, dejando escapar un torrente de impaciencia y frustración. Unos segundos más, solo unos insoportables segundos, la separaban de colgar el celular, de desconectarse de esa tortuosa llamada.

Y entonces, justo cuando su determinación flaqueaba, justo cuando el abismo del silencio amenazaba con tragarla, lo escuchó: esa tétrica voz. Una voz que no provenía del otro lado del auricular, sino que parecía brotar de las profundidades de su propia mente, un susurro helado que erizó su vellosidad y paralizó su corazón.

—Sigues igual de hermosa cómo siempre. No sabes cuándo anhele escucharte.

—¿Quién eres?

La voz de aquella persona le está causando mucho escalofrío y miedo a la vez. No puede soltar su celular, está totalmente estática y aferrada al celular.

—Esto me pone tan triste —finge en un susurro aún más aterrador—. Dime M. Me encanta ese apodo 

—Scott, sabes que detesto este tipo de bromas. —Trata de reír, pero los nervios se acumulan en su garganta—. Basta con eso.

La sádica risa de M, cómo se hacía llamar, suena brusca, complacida, despavorida y divertida. El corazón de Alexia está por salir de su cuerpo, los dedos empiezan a sudarle, sus los labios están blancos y temblorosos. El cometido de M estaba rindiendo frutos. 

—No estoy haciendo ningún juego. No soy Scott, no soy Evelyn, no soy Edgar… Mucho menos Alfredo… O bueno, él sí es capaz de hacer estas cosas —vuelve a reír.

—¿Qué quieres? 

Hacer preguntas es lo único razonable que su cabeza emite para evadir las sensaciones que comienzan a nacer desde su pecho. 

—Tú tienes algo que quiero y yo algo que tú quieres. Me encanta el drama. —Cambia repentinamente la voz a una más divertida.

Desde la cocina, Alexia apenas distinguía la silueta del gato que merodeaba sin prisa, ajeno a la tensión que se cernía sobre la casa. Un escalofrío recorrió su espalda al notar que otro par de ojos, llenos de rencor, la observaban desde el umbral de la puerta.

Engullida por la pantalla de su celular, ignoraba por completo la presencia que se agazapada en la penumbra, entre la cocina y la puerta de lavado. Un intruso oculto que observaba en silencio, esperando el momento oportuno para actuar.

Las palabras de M resonaron en su mente: “La mejor manera de esconder algo es poniéndolo a vista de todo mundo”. Una frase que ahora cobraba un nuevo significado, un escalofriante recordatorio de que el peligro puede acechar en los lugares más inesperados.

Un silencio opresor se había apoderado de la casa, roto solo por el murmullo del viento que se colaba por las rendijas. Alexia, presa del pánico, apretó el teléfono contra su pecho, sintiendo como la inquietud se apoderaba de ella.

—¿Qué quieres? —pregunta nuevamente Alexia.

—¿Es que no escuchas bien?¿Tienes un problema auditivo? —contesta con ironía—. Lo que tengas que saber de mí, lo sabrás a su debido tiempo. Ahora, quiero que guardes este número y mantengas tu boquita cerrada. Sólo la abrirás cuando yo diga y contestaras el celular en cuanto yo te llame.

—¿Qué te hace pensar que te haré caso?

Trata de retarlo en una falsa esperanza de que cuelgue o que le diga que es un mal chiste. Sin embargo, lo único que sonó fue la llegada de múltiples fotos a su celular. Eran más de treinta fotos consecutivas; algunas muestran fotos de Alexia en toalla cuando recién se salía de bañar, otras son de ella durmiendo. Parece que aquella persona que le estaba sacando fotos no lo hizo desde su ventana, si no desde el borde de la cama. Las últimas fotos, quizá las más escalofriantes para Alexia, son las que muestran a su madre yendo al super, Edgar y Evelyn hablando en el bosque, y otra de Scott saliendo del cine con alguna chica rubia. 

—En ellos caerán las consecuencias de tus actos —demanda—. Sé que eso no te gustara, te conozco demasiado bien.

—¿Cómo confiare en tus palabras? —pregunta ya resignada. 

Si, así de fácil. No tenía que hacerse la dura ante algo que no estaba en sus manos. 

—Alexia Jacques, 23 años. Estudias la carrera de Administración pública. Tu padre era un amado psiquiatra que murió hace apenas 2 meses. Tu madre se ha dedicado a ser sirvienta a pesar de su buena estabilidad económica. Pero siempre dice que quiere ayudar. Tu hermana apenas tiene quince años y sigue tus pasos —responde sin más.

—¿De dónde… sabes eso? —titubea Alexia, a la vez que se pone más fría que un hielo.

—Si de verdad quisiera hacerte algún daño, ya te hubiera matado desde hace meses —explica M, tan simple—. Cómo dije, yo tengo algo que tú quieres.

Era una voz que solo ella podía escuchar, una voz que la conocía, que la llamaba por su nombre, que le prometía cosas horribles. La voz resonaba en su cráneo, retorciéndose en su interior como un gusano repugnante.

Alexia, petrificada por el terror, apretó el teléfono contra su oreja, incapaz de gritar, incapaz de moverse. La voz continuaba, susurrando palabras incomprensibles, llenas de malicia y oscuridad.

¿Qué secretos le susurraba la voz? ¿Qué terrores le prometía? Alexia no lo sabía, pero una cosa era segura: su vida nunca volvería a ser la misma.

(…)

Parque central, área de ejercicio. 7:00 pm

—¿Saben cuánto amo el clima así? —pregunta Evelyn, dejando de trotar—. Amo los días nublados, pero sin frío.

—¿Cómo… puedes hablar? —contesta en pregunta Scott, mientras bafea—. Ya no puedo…

—No siento mis piernas… —Alexia da una bocanada de aire—. Ya no quiero hacer ejercicio.

Se deja caer en el pasto de la cancha de Futbol.

—Aun nos faltan tres vueltas. Vamos, no es nada.

Alienta Eddy, quien está tan fresco al igual que Evelyn. Scott y Alexia refunfuñaron ante las palabras de Eddy. 

Llevan un máximo de una vuelta y sienten que el alma les abandona el cuerpo en ese momento. En total, tenían que correr cuatro veces dos canchas de fútbol, para después seguir con los demás ejercicios. Evelyn y Edgar son unos fanáticos del ejercicio, así que no sienten la pesadez de correr. Para ellos no es un calentamiento digno, quieren más. Después de unos cortos minutos de tomar aire. Los cuatro hacen un trato sobre trotar todos al mismo ritmo y hacer lo posible por no cansarse tan rápido. 

A la cabeza iban los gemelos, mientras que los otros dos les seguían el ritmo desde atrás. Con el entusiasmo a todo lo que da, lograron dar su segunda vuelta sin ni siquiera detenerse a tomar aire. Era una gran ventaja. 

En toda la hora de ejercicio, Scott no pudo dejar de sentir incomodidad. Revisa su ropa al momento de correr o se la acomoda para ver si tiene algo pegado o sucio, pero nada. Sin embargo, cuando terminaron de correr se sentó sobre el pasto y miró hacia las gradas. Hay una persona parada detrás de estas. Lo único que logra visualizar son unos ojos azul cielo, su ropa es color negro totalmente. Pero el poco sol que le da directamente en los ojos a Scott, no le permite ver bien. 

—Vamos al Gym —dice Eddy—. Scott y yo debemos cumplir con ciertas horas. Ahí pueden descansar las chicas.

—Yo necesito aventarme de un precipicio —prosigue Alexia—. No puedo cargar ni con mi alma.

—No fue para tanto —se burla Evelyn—. Si apenas estamos calentando. Yo quiero hacer un rato de abdominales para completar mis ejercicios. 

—Yo no, ni me miren. Yo sólo quiero aventarme al suelo si es posible —interrumpe Alexia, con algo de fastidio. 

Detesta hacer ejercicio, de verdad que lo detesta. 

—Entonces vamos. —Truena los dedos en la cara de Scott, quien sigue aún perdido en sus pensamientos—. Scott… ¿Pasa algo?

Scott aun con el ceño fruncido trata de enfocar a la persona que están en esas gradas. En un sólo movimiento, aquella sombra baja la capucha de su sudadera dejando ver su melena rubia. 

Scott dio una bocanada de aire y asintió a la nada. Pudo haber sido aquella chica con la que salio hace unas noches. Ella era un poco rara.

Y por decir poco, es mucho. 

O tal vez alguien mas, conocido de Scott se supone.

—Todo está perfecto, sólo que me dio hambre. Vamos a terminar esto y de paso compramos unas cuantas hamburguesas. 

—Apoyo a la causa de las hamburguesas —dice Alexia con diversión.

Sin embargo, Eddy y Evelyn lo miran con desconcierto. Scott es muy fácil de leer, así que es más que obvio que los gemelos saben que mentía. La primera en hacer algo fue Evelyn quien le tendió la mano para ayudarlo a levantarse, y en ese gesto apretó su mano. El ojiverde solamente se limitó a asentir nuevamente con la cabeza, a la par que apretaba él la mano de su amiga. Eddy lo captó en el momento que afirmaron sus sospechas. 

Todos menos Alexia saben lo que ese signo dice. 

En el fondo sienten una gran presión por tener que esconder cosas a Alexia. 

Pero otra parte de ellos les interesa más su bienestar así que prefieren callar. 

De nuevo ese vacío entre ellos, de nuevo esa sensación de querer decirlo todo, pero nadie habla. Alexia sólo se limitó a sonreírles de lado y seguir el camino al Gym. Ella ha notado un cambio desde varios meses atrás. Pero dando un dato preciso, cambiaron desde que Alexia se juntó con Fredy. 

Ella lo sabe, ella se sentía a veces… culpable de eso. Pero está tan enfocada en su futuro con esa relación que la única frase que suplanta esa sensación es: “si son mis amigos, me deben de apoyar”. 

Por otra parte, lo que ellos menos quieren es hacerla sentir mal. Ellos no la culpan por andar con él, ellos jamás la han juzgado por alguna acción. Pero los repentinos cambios de humor van más allá de un nombre, de una persona ególatra e idiota, es un secreto de amigos del cual tiene que estar excluida ella. 

Alexia sigue a los chicos con la cabeza agachada mirando el celular. Está indagando entre el número de aquel desconocido. Por un momento, se le pasó por la cabeza que el número de M está registrado en alguna red social y poder tumbar su bromita, porque si, ella siente que esto era una bendita broma. Pero entre su búsqueda simplemente no encontró nada, el número no está registrado en ningún lado y era lo suficientemente caro pagarle a alguien quien pueda rastrear el número. Pero… ¿Y si encuentra algo?¿Habrá consecuencias? 

Entran al lugar mientras que Alexia sólo se avienta nuevamente al piso y limitándose a mirar cómo los demás se ejercitan. Ella era vaga y así quería ser casi toda la vida. A no ser que subiera cómo cien kilos, esa será la única manera en la que ella se verá obligada a hacer ejercicio. 

Su celular vibró anunciando un mensaje entrante. 

Por un segundo, Alexia se sintió tensa. Lo único que brotó de ella fueron sus lágrimas. Ella tenía el presentimiento de que algo estaba mal, ni siquiera había abierto el mensaje y ella ya está llorando. 

Madre.

Era el nombre que refleja la pantalla de bloqueo. De pronto sus palabras llegaron a su mente.

—Tu hermana me pidió permiso de ir a dormir a la casa de una amiga este fin de semana. Me dijo que llegaría el domingo por la tarde y no ha llegado a la casa, tampoco me avisó. Llame a su amiga y dijo que ella nunca fue a su casa. Cuando la vea, Lucía me va a escuchar, no se manda sola.

Su madre le había dicho eso en la última llamada. 

También, Lucía había cambiado bastante, ella siempre fue una niña calmada y muy responsable. De un día para otro, cambió totalmente su forma de ser. Pero aquel mensaje estaba rompiendo todo en Alexia.

Fue un mensaje tan frío, tan seco. 

Los chicos asustados la estaban viendo, ya no son lágrimas, es un llanto tan sonoro que Evelyn se hinco frente a ella y le quitó su celular y leyó:

Alexia, te necesito en casa, Lucía ya no está. No puedo reconocer el cuerpo yo sola. Te necesito, hija.

Por la forma y el contexto con el que escribió el mensaje está más que obvio que la señora Jacques estaba desesperada. No quería dar más información, sólo necesitaba de Alexia. Sólo hasta tenerla de frente sabría que pasó con Lucía, su pequeña hermana. 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo