Mi vampiro favorito
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Por: Kassandra
I parte. Capítulo 1- Adams

Adams amaneció con un regusto amargo en la boca. Se levantó en piloto automático rumbo a la cocina como cada día. Se detuvo en medio de la habitación para lanzarle una mirada a Nadia que dormía volteada hacia la balconera, cubierta casi hasta la cabeza.

Insertó una capsula de Nespresso en la cafetera mientras se saboreaba una vez más, intentando recordar. Se relamió tratando de arrascar con los dientes la estela de sabor que quedaba impregnada en los labios. Terminó haciéndose sangre. Y le gustó.

Descubrió que esa sensación de desasosiego se debía a un sueño, bueno en realidad una pesadilla. Quería recordar.

—Adams, cari… —le llamó Nadia.

Tomó las dos tazas de café y volvió a la habitación. Nadia aguardaba recostada al respaldo capitoneado con el pelo reposando sobre ambos hombros. Era la rutina de cada día: él llevaba el café a la cama antes de que ella se preparara para irse al trabajo. Adams no trabajaba, no de forma tradicional.  

—Tuve una pesadilla —le alcanzó el café y luego se sentó a su lado.

—¿Sí? —dijo ella—. ¿Y qué pasaba? Ahora que lo mencionas…, estuviste inquieto anoche. Cuéntame qué pasaba.

—No lo sé. No lo recuerdo.

—¿Pero algo debes recordar? ¿Cómo sabes entonces que tuviste una pesadilla?

—Por la sensación con la que desperté. Sé que soñé. Quiero recordarlo, pero no puedo.

En la pesadilla Adams había entrado a un caserón antiguo. El simple hecho de poder entrar ya era importante. La chica que salió de la nada no le tomó por sorpresa porque quedó hipnotizado con su belleza, con esa sensualidad inocente. La chica le guio hasta un comedor, y una mesa, y unos invitados tan desconocidos como distinguidos. Todos vestidos de trajes negros y las mujeres con impresionantes vestidos de gala. La chica le colocó en la cabecera de la mesa y luego desapareció.

Los modales de Adams eran torpes comparados con los del resto de extraños. No se movía con naturalidad, así que se limitó a observar. Observó la mesa decorada con copas cristal bohemia, cubiertos de plata, platos de porcelana, todos relucientes y vacíos. Una imponente lámpara de araña de cristal invitaba a contemplar los techos bóvedas, a perderte en sus decorados. Cuando volvió a mirar la mesa los platos vacíos habían sido sustituidos por campanas con plato plateados. En la agarradera de la cúpula había un decorado que no lograba recordar. De seguro porque los comensales fueron destapando sus bandejas y descubriendo en ellos partes de cuerpos humanos: dedos con la manicura hecha, antebrazos con pulseras y hasta un hombro con un coqueto lunar. Él también descubrió el suyo. El suyo contenía una persona entera. Una persona diminuta de unos quince centímetros, pero enterita y viva. Una preciosidad anacrónica vestida con vaqueros y top. La tomó en la palma de la mano. La chica crecía rápido, pero continuaba siendo ligera como un espejismo. En cambio, la majestuosidad de la que gozaba fue desapareciendo a medida que tomó las proporciones de una persona corriente. Adams notó que ella tenía las orejas puntiagudas como una gárgola, los ojos demasiado pequeños, algo disparejos. Furioso, con deseos de deshacer lo ocurrido se abalanzó sobre el cuello de la chica que ya alcanzaba el metro con sesenta.

Los dientes de Adams crecieron, supo que era un vampiro y se manejó con habilidad. Penetró los tensos músculos del cuello de la chica que no emitió ni un grito, solo se dejó hacer.  

Según Nadia, en ocasiones cuando tenía pesadillas se retorcía en la cama, incluso a veces hablaba o gritaba. Pero no recordaba sus sueños. ¿Por qué no lograba recordarlos? Teniendo en cuenta el más reciente, no es que pasaran desapercibidos, sobre todo por la pesada sensación que lo acompañaba. 

—¿Todo bien cari…? —preguntó ella buscando sus ojos—. ¿Seguro que no recuerdas nada de tu pesadilla?

Su insistencia le hizo sospechar. Prefirió reservarse sus recuerdos y terminarse el café con indiferencia.

# # # # #

Nadia llegó vociferando —algo nada habitual en ella— le hizo salir del butacón de la habitación donde llevaba dos horas recostado sin hacer ni pensar en nada para sentarse en la isla y celebrar. A Adams le daba pereza hasta celebrar, de hecho se había arrepentido de haberla llamado para contarle la noticia de que la Calvin Klein le había propuesto ser agente de la marca.

—Estamos despegando, cari —dijo Nadia paseándose entusiasmada delante de la isla de la cocina donde estaba sentado Adams como el niño que se aburre mientras la madre está radiante porque le aceptaron en la universidad deseada por ella—. La Calvin Klein. Es clásico. Casi no pude controlar el grito cuando me contaste la noticia. ¡Ves que había que insistir! Te lo dije. ¿Ya les contestaste?

Adams negó.

—Hay que contestar enseguida, imagino que la programación para la sección de fotos será pronto. La moda es tan volátil. Estoy tan contenta. Hemos trabajado mucho para tener estos patrocinadores. ¡La Calvin Klein!

Adams prefería no ponerse reflexivo con su vida: ¿cómo había llegado allí?, ¿a dónde iba? Mucho menos le gustaban las respuestas. Pero cuando ya no podía huir de sus reflexiones internas siempre terminaba cuestionándose su suerte. Le había tocado la lotería a la inversa. Xeroderma pigmentoso: una de cada doscientas cincuenta mil personas sufría esta enfermedad. ¿Compensaban su excelente físico, su cómoda posición económica, sus miles de seguidores en I*******m esta situación?

También tenía a Nadia, claro está. No sabía por qué últimamente le había dado por saber el momento preciso en qué se enamoró de ella. Distinguir el comienzo.

Por una parte, Adams sabía que amaba a Nadia, sabía que mataría por ella, y que también daría su vida por la de ella. Pero no sabía exactamente por qué la amaba. ¿Cuál fue el detonador? Recordaba la noche que se conocieron en un bar. Recordaba las primeras citas, pero era como ver una serie donde no empatizas con los personajes, dónde no te preocupas si Michael Scofield logrará fugarse de la cárcel allá por la primera temporada, donde no te dejas llevar por la ficción y le gritas a la chica que huye del asesino que no entre a la habitación porque él está detrás de la puerta. Él evocaba esos recuerdos desde la antipatía.

Por supuesto, reconocía sus virtudes, por supuesto. Y sin dudas no era su belleza. Ella no sería su primera opción en una noche de caza. Nadia ni tan siquiera sería la tercera opción. Ella era más bien lo que dejas de plan H, para bien entrada la madrugada, la que te llevas para no irte solo. Pero Adams sabía también que la belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora.

Y el sexo. El sexo con ella era muy bueno. De ahí si tenía recuerdos escalofriantes.

—¿Me estás escuchando? —le preguntó Nadia empujándole del pecho con la tablet.  

—¿Y si hacemos una fiesta? Una de esas que se desmadran. Imagínate que publique la invitación en mi página. Una fiesta de disfraces. Alquilaríamos un local, por supuesto, porque la casa quedaría hecha un asco. Con un DJ pichando solo para nosotros. Y…

—De acuerdo, vas a dejar de la Calvin Klein para habar de tu fiesta. Perdona que sea yo quien te diga lo obvio, pero, Adams eres un ermitaño, solo te gusta la gente desde atrás del teléfono. Además, ¿te haces una idea de cuánto puede costar una fiesta así?

—Hoy no me siento muy ermitaño. Puedo pedir donaciones. Estoy seguro de que en dos semanas tendríamos suficiente para hacer tremendo fiestón.

—Contéstale al agente de la Calvin Klein —le ordenó Nadia apuntándole con el dedo.

¿Podría decirse que esto que sentía era odio? ¿Podría él odiar a Nadia?

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