CAPITULO 2

LETICIA ROIG

Los días siguientes fueron una tortura con el acoso sutil de Alessandro Ferrari, quien resultó ser nada más y nada menos, el dueño de la cadena de Hoteles cinco estrellas Ferrari.

Mis padres estaban encantados y Luis estaba de viaje por lo que no me quedaba más remedio que tolerar su presencia en casa todas las veces que se le antojaba.

A diario llegaban flores a casa y cada ramo iba acompañado de una tarjeta en la que simplemente aparecía la inicial A. hubieron invitaciones a cenar que por supuesto rechacé.

Sin embargo, al tener a mi madre de cómplice, no pude evitar compartir unas cuantas comidas con él, en el restaurante de su hotel.

A medida que pasaban los días, era como si Alessandro ya hubiera ensamblado su entrada a mi familia y a mi vida con una espectacular eficiencia y velocidad. Mi padre era dueño de pequeños hoteles situados en Madrid, Barcelona y otros puntos turísticos del país, pero estaba atravesando una crisis financiera fuerte y la desesperación de a poco lo atosigaba. No obstante, Alessandro se ganó su total confianza diciéndole que le conseguiría los contactos necesarios para sacar a flote  su empresa. Lo que mi padre no había pensado bien al aceptar aquellas muestras de ayuda, era el precio que le podía ese maldito griego – italiano a su ayuda.

Cuando intenté persuadirlo de que ese hombre solo buscaba su propio beneficio, mis padres de enfadaron conmigo y no pude evitar que Alessandro se convirtiera en socio comercial de mi padre.

La idea de que tuviera el poder de hacer y deshacer en la empresa familiar, me horrorizaba por completo, por lo que uno de esos días que llegaba sin aviso a visitarme, lo encaré furiosa.

—¿Qué es lo que estás tratando de hacer? —lo increpé—. No me fío de tu supuesta buena voluntad sin recibir un beneficio a cambio. Te lo advirtió; no quieras aprovecharte de la desesperación de mi padre.

—Yo puedo ayudar a tu padre y es lo que estoy tratando de hacer —dijo con voz sedosa—. Quítate ese anillo de compromiso y podrás comprobar lo generoso que soy.

—¡No estoy en venta! —respondí furiosa—. Y mi compromiso no es algo con lo que piense negociar.

Él solo sonrió y se acercó peligrosamente a mí. Me quedé obnubilada con sus ojos aguamarina y ni siquiera pude moverme. Su aroma me embriagaba, me obnubilaba a más no poder. Sin poder detenerlo… ni querer hacerlo, sentí sus manos alrededor de mi cintura y me atrajo con fuerza a su cuerpo. Mi pecho comenzó a subir y bajar con violencia. Los pálpitos de mi corazón aumentaron y tenía la garganta seca.

—¿En verdad? —me taladró con sus mirada que se oscureció de pronto—. ¿Acaso no sabes cuánto te deseo? —inquirió furioso.

—¡Solo me deseas porque no puedes tenerme! —repliqué, luchando por liberarme de la inquietante proximidad de su esbelto y fuerte cuerpo—. Ese es el único motivo por el que dices que me deseas, ¿verdad? ¡Tu ego no puede soportar que no me muestre interesada por ti o por tu dinero!

—¡Pero sí tú, querida Leticia, estás interesada! —dijo divertido y entorné los ojos—. ¿De verdad crees que no sé cuándo le gusto a una mujer?

—¡El único que me gusta es Luis!

—Ese niño te trata como si fueras su hermanita... cualquier idiota se da cuenta de que lo gustas como mujer.

—Eso no es cierto...

—Entonces dime, ¿cuándo te besó así por última vez? —y antes de que pudiera impedirlo, Alessandro Ferrari presionó sus labios contra los míos, haciéndome sentir como si me hubiera golpeado un rayo.

***

Habían pasado dos semanas desde aquel beso infernal que me había dado con Alessandro y estaba aún furiosa porque me había gustado más de lo que quería admitir, por lo que decidí esconderme de él.

Desde ese momento prácticamente me instalé en la casa de Sara y solo faltaba una semana para la boda. Luis regresaría en dos días de su viaje y yo solo esperaba que pasaran velozmente los días para casarme y olvidar a ese cruel italiano que había logrado tambalear a mi alma en mi convicción de casarme. Sin embargo, cuando regresé a casa jamás esperé que mi padre me diera la noticia de que Alessandro compró su pequeña cadena de hoteles.

Estaba muy furiosa con mi padre y con ese maldito.

—¡¿Pero por qué lo hiciste, papá?! —le recriminé.

—Sin la financiación que iban a darme sus socios, la empresa iba a hundirse por lo que no tuve elección —expliqué y no podía creerlo. Alessandro lo ilusionó y luego lo dejó a la deriva—. Es mejor tener dinero en el banco que estar en la absoluta ruina y supongo que tu madre se alegrará.

—Esto no se quedará así… —respondí cabreada, y salí de la casa dispuesta a ir a enfrentarlo.

Cogí un taxi hasta el Hotel Ferrari y ni siquiera pedí que le avisaran al señor que deseaba verlo. Simplemente subí hasta la suite presidencial que sabía ocupaba y golpeé con violencia su puerta.

Estaba rabiosa y él lo notó cuando abrió la puerta él mismo.

—Respira hondo, Leticia —sugirió divertido mientras yo ingresaba como torbellino a la suite—. Supongo que ya lo sabes…

—¿Cómo te atreves a robarle su empresa a mi padre? —preguntó rabiosa.

Él sin embargo, ni siquiera se inmutó. Caminó hasta el minibar y sirvió dos copas de coñac.

—No se la he robado; se la he comprado. Por bastante más precio del que vale dado el actual estado de la empresa —dijo él con calma—. Y no soy un hombre precisamente conocido por su generosidad. Si no fuera por ti, no la habría comprado.

—¿Qué diablos tengo que ver yo con esto?

—Si me hubieras hecho caso cuando te pedí que te quitaras ese anillo de compromiso,  yo habría financiado lo necesario para sacar adelante la empresa y él seguiría siendo dueño de su negocio.

Fruncí el ceño al escuchar sus palabras. Cuando comprendí lo que trató de decir, lo miré asqueada.

Quería llorar, quería gritar y hacer una pataleta de niña porque Alessandro me estaba culpando a mí  por la pérdida de mi padre.

Comencé a respirar con dificultad sin poder creer lo que estaba ocurriendo.

—Aún puedes considerar mi oferta, Leticia —prosiguió y lo miré sin comprender—. Si me hubieras hecho caso, habría ayudado a tu padre, pero como decidiste seguir con tu estúpida boda, en lugar de poner el capital para levantar la empresa, he decidido comprarla. De momento, te queda aún la posibilidad de que tu padre siga administrando los pequeños hoteles de mi nueva compañía.

—¡¿Qué?! —exclamé aturdida y confundida.

—Si aceptas quitarte ese anillo del dedo y ser mía, tu padre seguirá siendo el gerente de la compañía, pero si no lo haces, no sé qué podría suceder mas adelante…

—¡No puedes chantajearme! —dije incrédula.

—Puedo hacer lo que quiera, cara… después de todo, son negocios —se encogió de hombros y una poderosa rabia me invadió.

Me acerqué a él y le propiné una fuerte cachetada.

—¡Eres un maldito, maldito, maldito! —bramé fuera de control mientras le atestaba golpes débiles con  mis manos en su pecho. Estaba tan furiosa, que comencé a intentar arañarlo y fue entonces  cuando Alessandro terminó por perder la paciencia.

Me tomó de las muñecas y a volandas me levantó para dejarme caer de espaldas en el mullido sofá que se encontraba cerca, con él encima de mí.

Nuestras respiraciones eran fuertes y aceleradas. Alessandro fijó su mirada en mi boca y en su garganta noté como tragaba con fuerza. En ese instante, mi rabia se fue transformando en un ardiente calor e incontrolable pasión. Una pasión vergonzosa e incomprensible.

Entreabrí mi boca y gemí dolorosamente, incitándolo a besarme. Él acarició con las yemas de sus dedos mi boca y luego me sometió a una exquisita tortura de besos en la que participé con ardor y plenamente.

A pesar de que renegaba de todo lo que me hacía sentir, él no me obligó a someterme a su boca ni a las caricias de sus manos.

Lo odiaba, pero también lo deseaba y necesitaba más de él en aquel encuentro. Y ser consciente de ello, hacía que me odiara a mí misma porque Alessandro había despertado en mí a una mujer que no reconocía en absoluto.

De pronto, unos golpes en la puerta nos interrumpieron y al cortar el momento, me sentí totalmente desconcertada por lo sucedido.

En cambio, el semblante de ese maldito italiano destellaba de triunfo. Deslizó una mano insolentemente sobre mis senos, en un arrogante gesto de posesión primitiva, para luego decir:

—Dile a tu prometido que todo ha acabado entre ustedes —mis ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Por qué has luchado tanto contra mí? Supe desde el principio que llegaríamos a esto.

Aun así fui incapaz de moverme de allí. Seguía tumbada bajo su cuerpo, escuchando cada una de sus palabras mientras por dentro sentía que moría por lo que había estado a punto de hacer y por lo que ese hombre quería hacer conmigo.

Lo odié con ardiente ferocidad en aquel momento de amarga humillación. Pero… comprender que todo lo que decía era verdad, me hizo entrar en pánico por lo que lo empujé con fuerza y salí huyendo de la habitación.

Alessandro había sido la primera tentación con la que me topaba, y no había sabido hacerle frente. Caí en su trampa sin piedad.

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