Capitulo 2

Pervertido

—Buen día, señorita Ángela —dijo la señora Rotermaller deslumbrándome al abrir las cortinas, me queje con molestia poniendo mis ojos en blanco para taparme con la sabana. —Ya es casi medio día, hoy tiene clases de piano a la 1. Su madre la ha apuntado a clases de spinning. También me aviso que no quiere que vuelva a faltar al desayuno —indico jalando mi cobija para sacarme de la cama, me revolví con enojo levantándome, era una batalla que no iba a ganar.

—Voy al baño, bajaré en 30 minutos. —indique con pesadez mientras arrastraba mis pies.

—Como usted ordene, señorita.

¿En serio? Clases de pilates, no me estaba muriendo en una máquina corredora por hipertensión desde hace más de un año, para ella era tan fácil como ahora decidir algo nuevo para mí con tan solo el chasquido de sus dedos sin siquiera preguntarme si eso era lo que quería hacer, ya no sabía cuántas veces había seguido los deseos de mi madre solo por buscar su aceptación, cuando llegue al salón kara estaba sentada en la mesa leyendo un libro mientras el olor a té embargo mis sentidos, la ignore sentándome con pesadez frente a mi plato ya servido.

—Si madre te viera vestida así te mandaría de nuevo a que te cambies —alce mis ojos de mi plato hacia ella, mire mi chándal gris con zapatillas de deporte y respondí con disgusto.

—No tengo que vestir y actuar en base a lo que ordene mamá, como otras personas que solo hacen lo que ella quiere —soltó una risilla y me miro por fin sacando sus ojos de su libro.

—Estás segura de que soy yo la que ha estado intentando todos estos años ganarse el amor de mamá, ¿crees realmente que me importa mamá o su tonto apellido? Eres tan ingenua como para no tener elección propia, eres su perro y ahora te has dado cuenta.

—¿Y tú ahora no eres lo mismo que yo?

—¿Yo? Yo tengo mis propios planes, y no son los de mamá. Te daré un consejo hermanita…. Empieza a decidir por ti, porque da mucha lástima tu estúpida cara. —Se levantó de la mesa para salir con aquella fría expresión. No podía negar que ella tenía razón, mi madre había decidido hasta el más pequeño detalle de mi vida, y ahora no sabía qué hacer sin ella, había decidido a mi esposo, mi boda, como vestirme, como actuar, que estudiar y donde trabajaría en el futuro. Y lo odio… odio en lo que me he convertido, un perro faldero. Lance la cuchara con rabia en el plato, me levante y salí de aquella casa que presionaban mi garganta.

Camine por las calles del pueblo sintiendo que no había ningún lugar para mí, me había dado cuenta de que tampoco tenía ni un solo amigo real, los que mamá me presentaba en sociedad siempre me rechazaron, y las personas que conocía en el pueblo me trataban como si fuera su patrona, nadie se atrevería a hablar con Haket, temían ofenderlo.

—¿Angela Haket, eres tú verdad? — giré mi mirada deteniendo mis pasos frente a una repostería donde una mujer mayor me observaba. ¿Cómo había caminado tanto? Ni siquiera sabía dónde estaba.

—Ay, si eres tú, te vi en el periódico esta mañana que honor encontramos con la una de las Haket el día de hoy, se lo contaré a mi familia. —Sonreí con fingida amabilidad, sin saber qué decirle, me miro de pies a cabeza e indico con rapidez.

—Vas al gimnasio, ¿verdad? ¿Podrías hacerme un favor cariño? Entrégale esto a Matt, hoy no paso por ellas el holgazán ese —sorprendida miré mis pintas y no podía negar que parecía dispuesta a ir aun gim. La mujer volvió entregándome una bolsa de periódico, con una sonrisa volvió a decir.

—Puse una magdalena adicional para ti, espero que vuelvas para comprarme —Dijo con cariño dando unas palmaditas en mi mejilla.

—G-gracias… —pude decir por fin, abrumada por tanta amabilidad, no hablaba mucho con los pueblerinos, y con los que había hablado me trataban con frialdad y miedo. Sonreí animada comiendo mi magdalena como una pequeña niña al cual había recibido un dulce gratis, despidiéndome de la mujer, me dirigí al gimnasio a unas calles, no era muy difícil encontrarlo, era un edificio bastante grande. Luego caí en cuenta que tenía que entregarle algo, alguien que no conocía de nada, con la emoción del momento ni me expliqué, ni me negué. Ay, Ángela, eres un caso perdido.

Al llegar a la puerta de cristal del establecimiento, me asomé y me fijé que el lugar estaba mínimamente lleno, chicas esculturales y hombres tallados por el mismísimo Thor se movían en sus máquinas con estilo, agazapé mi mirada recordando las palabras de Daniel. “No despiertas ni el más mínimo deseo” apreté mis puños cerrando mis ojos con fuerza. Una mujer entró mirándome con extrañeza, por supuesto que llamaba la atención, parecía una acosadora. Con rapidez entre llegando a recepción, una chica con cabello morado salió de debajo del mostrador con una enorme sonrisa, abrí mis ojos con sorpresa viendo que llevaba cosas metálicas en la cara, y su oreja… ¿Por qué tenía un hueco? ¿Era delincuente? Su vestimenta tampoco era muy normal.

—¿Qué quieres?

—¿Qué?

—Te estoy hablando desde hace cinco minutos, y no respondes, ¿estás drogada?

—Yo jamás probaría nada de eso en mi vida, pero deberías cuidarte, esa oreja no es muy normal como se ve —con molestia deje la bolsa de magdalenas en la recepción, y ella dijo.

—¿Mi oreja? Es una expansión —soltó una carcajada y agrego sonriente. —Está bien, por hacerme reír te pido disculpas, pero es que no tienes la cara ni las pintas de ser alguien muy normal —La miro de arriba abajo preguntándome si se ha visto aun espejo.

—¿Hablas en serio? No creo que tu estés para criticar —nos quedamos mirando en silencio y dije con rapidez.

—Perdón, creo que fui muy imprudente al hablar, no he sido yo últimamente. Te pido disculpas.

—Pero que dices, me gustan las chicas francas y directas, y creo que lo normal no está en nuestro esquema, otro punto para ti. Entonces… ¿Qué buscas? Una suscripción a nuestro maravilloso gimnasio. —Negué con rapidez y pregunté.

—No, yo… hay alguien que se llame Matt, alguien me pidió que le diera esto. —indique.

—Otra loca admiradora, estoy harta de las mujeres de ese mujeriego tonto. —Miro la bolsa y vio las magdalenas, me miro de nuevo y dijo.

—¡¿Te acostaste con él?! —increpo asustada.

—¿Qué? ¡No! Y-yo no lo conozco —solté casi escupiendo las palabras.

—Entonces parque le haces favores, ¿te quieres acostar con él?

—¿Qué? ¡Pero que pasa contigo, no quiero acostarme con tu novio, solo le hago un favor a una buena mujer! —dije con nerviosismo atorando mis palabras. Soltó una explosión entre carcajadas para decir.

—Líbreme dios de ser novia de ese orangután. No te lo preguntaba para cuestionarte, sino para salvarte de ese gigoló loco. —Reí con amargura negando.

—Yo no me preocuparía con una persona como yo.

—Como tú… a qué te refieres —pregunto estañada, nerviosa.

—N-nada… ya me tengo que ir.

—¡Oye espera! —increpo agarrándome del gorro de mi sudadera, la miré incrédula por su descaro y con una sonrisa amistosa, indico.

—Porque no te quedas un poco más, voy a almorzar y no tengo a nadie con quien hablar —le mire extrañada, y sin dejarme responder toma mi brazo de improvisto guiándome hacia las escaleras.

Cuando llegamos a una pequeña terraza destechada, nos sentamos en una mesa con sombrilla, ella deja la bolsa en la mesa sacando dos cajitas de comida, me ofrece una y luego me mira, ve la sorpresa de mi rostro y dice sin vergüenza.

—Hago dos almuerzos, uno para mi novia y para mí. —Sorprendida tome la cajita de comida intentando no comentar el hecho de que mi madre siempre me indico que me alejara de esa gente, y ella tenía todas las papeletas para que fuera seriamente rechazada por Carmila, pero esta vez y por primera vez elegia lo que yo quería, una sonrisa se formó en boca cuando la oí decir

—Me llamo Galaxy, tú eres Angela Haket ¿verdad? —alce mi mirada llega de comida en la boca borrando mi buen ánimo.

—Te vi en el periódico con tu madre, solo que no te reconocí por las prendas —triste tragué con dificultad diciendo después.

—Si, soy yo, creo que ya debo irme.

—¿por qué? Te molesta lo que te lo preguntara.

—No, pero estoy seguro que a ti te molestara en unos minutos.

—Y eso lo decides tú o yo, termina la comida y siéntate tonta —sorprendida de que me dijera tonta tan a la ligera me volví a sentar. Parecía que su actitud no había cambiado mucho.

—No sé porque piezas todas esas cosas raras, porque no mejor te quedas y conoces el lugar, tal vez te guste.

—Tal vez eché un vistazo, pero luego me tengo que ir —alzo sus manos con inocencia y dijo.

—No seré yo la que te detenga si quieres irte.

—Gracias…

—¿Y ahora porque me agradeces?

—Por la comida, por no cambiar de actitud conmigo. ¿Tu novia no se molestará por la comida?

—¡Que va! Por esa no te preocupes —me sonrió despampanante provocando que se la devolviera genuinamente.

—Pero... ¿quien dice que el sol no tiene ojos y anda entre nosotros…? —alce mi aburrida mirada observando la tonta sonrisa divertida de Matt entrando.

—Hasta que por fin decidiste dar la cara —mire hacia afuera y ya casi atardecía, era un holgazán. Se inclino sobre el mostrador posando su rostro en su mano con esa sonrisilla de idiota malote.

—Vamos Galaxy, mínimo dame la bienvenida con una sonrisa, no vez que rompes mi corazón —le recriminé con la mirada y solté.

—¿Corazón? Pero si ni tienes —soltó una risilla para decir.

—No lo tendré, pero tengo otras cosas mejores, ¿te gustaría que te las muestre? Sin cobro lo prometo.

—Que bobo eres, ya vi todo lo que tenías que mostrarme y prefiero mil veces una vagina. —Soltó una carcajada explosiva llena de júbilo.

—En eso no te discuto, primor —reí levemente cuando pregunto — ¿qué ha pasado en mi ausencia, ¡Dios que bien huele! —metió la mano dentro de la bolsa de las magdalenas y sorprendido dijo.

—¿La señora Priscila estuvo aquí? Amo a esa mujer.

—No, pero casi —le señale estirando mis morros a una chica luchando con una de las máquinas, mire a Matt buscando un resquicio de que la conociera, pero no pareció saber quién era. Angela no había mentido.

—Es Angela Hackett, tenemos una estrella en nuestro gimnasio —vi la leve diversión relucir en esos ojos de niño travieso, sin decir nada más camino hasta ella.

—¡Matt ni se te ocurra! —le murmure por lo bajo, pero ni siquiera me miro, ese imbécil ya iba de nuevo, no podía ver una mujer.

—Que buenas magdalenas trajiste… —soltó un pequeño grito de sorpresa soltando la pesa de sus manos. Se giró hacia Matt claramente nerviosa por su estúpido comentario, le dio un mordisco a la magdalena mientras la miraba con una sonrisa de medio lado. Ese imbécil…. Siempre tenía que hacerse el interesante.

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