5. DESCUBIERTOS

Capítulo cinco: Descubiertos

*Narra Bruce Collins*

Lo que me faltaba. Christine Collins tiene la habilidad de aparecer cuando menos se le necesita.

—No es asunto tuyo —la despacho con rapidez con mí tono más cortante antes de pasar de largo. Maia se ha perdido por el pasillo...

—Solo espero que de todas las mujeres a las que puedes tirarte, no lo hagas precisamente con esta.

«Maldit@ intuición femenina»

Mi esposa me reclama porque sabe, o debe haber visto en mi expresión, que la chica de ojos violetas me ha descolocado los chacras... por ponerle un poco de humor a una situación que para nada me da risa. Más bien, da miedo.

—Solo estaba perdida —miento con descaro.

—Oh, Bruce, te conozco tanto —se mantiene defendiendo su teoría...

—Eso es lo que tú crees —murmuro hacia la nada mientras bajo las escaleras.

Bajamos a la reunión, dejando el tema zanjado... al menos por el momento.

Paso el resto de la noche ignorando el deseo irremediable de mirarla. No soy capaz de suprimirlo, pero haciendo un gran esfuerzo, consigo no conectar mis ojos con los suyos.

En ese mismo instante determino que es la esposa de uno de mis hombres claves más importantes. Además, de que estoy casado, tengo un objetivo claro en mi vida y esa mujer no significó nada para mí.

«Se casó...»

«Le dio a otro algo que era solo para mí»

Tiene que quedar donde lo dejamos en su momento... en una aventura por despecho. Nada más.

El amanecer del día siguiente me toma despierto, con la vista enfocada en la ventana de la habitación.

Mi cerebro se debate entre lo que podría pasar y en lo que no puedo permitirme.

En fin... un lío.

Bebo un sorbo de mi café y la puerta de mi despacho se abre, dejando entrar al principal motivo de mi desvelo.

Ahora más que nunca soy consciente de que me saldrá hasta en la sopa.

—Buenos días, señor Collins —saluda fingiendo diplomacia.

—Buenos días, señora Fox —respondo con indiferencia y paso la página del documento que tengo en frente.

Estudio el discurso que debo dar esta misma mañana para convencer a Kentucky de apoyar mi candidatura.

—Prefiero señorita Miller —la miro por encima de mi tasa y decido hacer como que no la he oído—. He hecho unos pequeños ajustes para hoy...

No le doy importancia y le hago un gesto para que se siente en una silla al frente de mi mesa.

—Estará de acuerdo en que cambiarme el discurso a última hora, no es una desición muy acertada, ¿cierto?—propongo con inquina.

—Estoy segura de que su capacidad dialéctica es suficientemente fuerte como para que no sea un problema, señor—alza una ceja retadora, para afianzar bien su sarcasmo en la frase.

Esta chica y yo vamos a tener muchas discusiones. No tengo dudas.

En cambio de quien no me puedo fiar es de mi capacidad para ignorar la salida de su generoso busto en el escote de su camisa.

«¡Joder con mi obsesión por esa parte de su cuerpo!»

Juraría que solían ser más... discretos.

Se ha puesto una blusa blanca de seda, con los primeros botones abiertos para torturarme y un pantalón de sastre a rayas diplomáticas, combinados con unos tacones aguja negros que la hacen ver tan esbelta como hermosa con el pelo en una profesional coleta y aquellos ojos violetas que me observan detrás de sus gafas de poca graduación. Es un complemento explosivo para poner a prueba mi resistencia.

—¡Gracias! —finjo una sonrisa y continúo en mi labor mientras le ofrezco un documento que necesita su firma.

Anoche hice que mi abogado y amigo, Albert Grims, lo preparara con urgencia para ella. Necesito protegerme de esta arpía advenediza. Ya la veo venir y me tengo que proteger de todos los daños posibles.

Por encima de mi discurso estudio su rostro perplejo y la miro tanto que logro ver cómo cambia de semblante antes de hablar conmigo. Ella sabe muy bien lo que se hacer.

—¡Disculpe, señor...! —esa palabra me empieza a resultar distinta al salir de sus labios.

—Le escucho..., "señorita" —pronuncio con un tono extraño—, puede hablar. No hace falta que la mire.

—No necesito firmar esto, señor —y ahí está otra vez la m*****a palabrita.

Es un contrato de confidencialidad que la obliga a no mencionar jamás a nadie, lo que pasó aquella noche entre nosotros. Su negativa a firmarlo me hace saber lo acertada de mi decisión al mandarlo a redactar.

—¿Y eso sería porque...?

—Estas... exigencias —se atraganta un poco y tose la siguiente frase—, ya vienen implícitas en el contrato de trabajo que ya firmé. Además de que no recuerdo haberle conocido de antes, señor. No necesito firmar nada.

¡Así que esas tenemos...!

Ella sigue plantada en la postura de fingir ignorancia sobre la noche de Año Nuevo. Su conducta de ayer dejó claro todo lo contrario y es que yo, yo no tengo dudas. Ella tampoco. Estoy tan seguro como de que me llamo Bruce Collins.

—¡He dicho que lo firme, señora Fox!

—Y yo le he pedido que me llame, señorita Miller, señor.

Nos sostenemos la mirada unos segundos y cuando sus ojos bajan a mis labios, barro mi lengua por ellos. La veo tragar duro...

—Usted firme y yo le llamaré como guste —susurro— Me parece algo justo.

Baja la vista otra vez al documento para tomar un bolígrafo del receptáculo para ellos en la esquina de mi escritorio y sin dejar de mirar la hoja, se lo lleva a la boca. Muerde su punta, con la lengua empuja para sacar la punta y me pone a cien en ese gesto hecho a drede.

«Maldit@»

—Firmaremos los dos, señor. Si usted no quiere que hable de algo de lo cual ni siquiera me acuerdo y que está comprobado que usted sí —maldit@ sea esta seductora señorita—, yo tampoco quiero que pueda hacerlo. También me parece lo justo.

Su lengua da vueltas en el mismo sitio sobre el boli, yo le miro extasiado...

La puerta de mi despacho vuelve abrirse, dando paso a su marido. Fox se posiciona detrás de ella y se agacha a leer el documento mientras ella me mira asustada, sabiéndose descubierta a manos de mi jefe de campaña.

«Mierd@»

Esto se nos ha salido de las manos.

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