4. PERDIENDO LOS PAPELES

Capítulo cuatro: Perdiendo los papeles

*Narra Bruce Collins*

No sé lo que estoy haciendo. Juro que me supera esta escena que estoy protagonizando con ella, como si fuéramos unos tontos colegiales o adolescentes hormonales.

Mis manos censuran las suyas en un fuerte agarre sobre su cabeza, haciendo que las cimas de su bustose junten y me hagan ojitos desde el interior de tan exquisito vestido.

¡Esta mujer es una belleza!

No la recuerdo así, la verdad. Sin embargo lo importante lo reconozco y que Dios me ayude para poder olvidarlo.

¡Y se ha casado!

—Voy a tener que pasar, señor —me vuelve a mentir la muy descarada y lo hace en mi cara, con la suya circunspecta.

—Has venido a joderme la vida, la carrera y el matrimonio, ¿cierto, Maya? —la acuso ignorando sus palabras anteriores, que tan hondo me han clavado una estaca envenenada—. ¿O has venido a restregarme tu anillo de bodas en la cara?

»¿Cuánto ha pasado? —cuestiono—. ¿Año y medio? ¿Tan rápido me has olvidado?

—Yo no...

—¡¿Desde cuándo te metes en la cama de mi Jefe de Campaña?! —no la dejo hablar, poseídos por los... celos. ¡Joder! Viejas emociones encerradas con candado reaparecen y... me vuelve loco—. Dime, ¿has encontrado lo que tanto buscabas?

Sigo apretando sobre sus manos y el escote se agita cada vez más frente a mis ojos. Lucho conmigo mismo para no verlo.

—¡Suéltame, joder!

Saca la fiera que lleva dentro para enfrentarme con valentía. La suelto dejándole creer que se ha liberado ella misma.

—No he venido a nada que no sea trabajar, señor —promete en un bramido poco controlado y me esquiva pasando por mi lado, inundando mis fosas nasales de su delirante aroma.

«Nomeolvides»

Casi quiero reír con la ironía de las circunstancias.

—Es demasiado conveniente todo, como para que no me resulte sospechosa tu presencia en mi vida —expongo—. Justo ahora que estoy en mi mejor momento.

La observo caminar sin rumbo fijo, un tanto desorientada.

—Hay un gran por ciento por conquistar todavía, señor —responde con profesionalismo, pese a que puedo notar cómo su respiración aún no se controla—. No sea tan presuntuoso, poniendo palabras en su boca que usted no sabe utilizar. Entienda que mi trabajo aquí es ganar ese por ciento faltante, además de asegurar el que ya tiene. Deje de imaginar cosas que no son y cíñase a los hechos.

Me regaña de manera verbal, sin saber que yo hago lo mismo en mi mente, con un método muy diferente.

«Basta»

He perdido los papeles por unos segundos y tengo que volver en mí... con urgencia.

No obstante, lo que ha dicho sobre «poner cosas suyas en mi boca», me ha llevado a pensar en cualquier otra cosa menos las palabras... Esas las pueden poner en la suya. Yo preferiría algo más palpable.

¡Joder, Bruce, ubícate!

Luego de carraspear entrando en razón conmigo mismo, asiento, dándole el punto a ella y determino las pautas para poder trabajar juntos de verdad.

—Suponiendo que me creo tu pequeño discurso y has venido para ayudarme a conseguir mi sueño —matizo dándole la importancia que tiene para mí todo esto —, estarás en un período de prueba los siguientes quince días. Es lo que establece la ley y lo justo para los demás aspirantes al cargo que te han adjudicado a dedo.

—Debería sentirme ofendida, pero confío plenamente en mi talento y sé, que incluso puesta a dedo —sisea lo último con rabia contenida. Puede que me haya pasado con esa expresión—, soy la mejor en lo que hago y conseguiré que usted también lo sepa.

«No tengo duda de cuán buena estás... o sea, eres»

«¡Me cago en la leche!»

Estoy mal...

«Tú la odias, Bruce. Recuérdalo»

En un intento por superar la barrera del deseo innecesario con ella en este momento, decido callarme y acatar lo pactado.

Hay que saber cuando callarse. Esa es una de las primeras lecciones de diplomacia.

—Lo siento, no quería decirlo así —no sé por qué me disculpo, pero lo hago.

Ella ya tiene una mano en la puerta, dispuesta a escapar lejos de mí... no obstante, gira sobre sus pies en última instancia.

—No se preocupe, señor. Se necesita más que una mal estructurada parrafada para hacerme sentir mal —reclama con alevosía. Sabe lo que dice y cómo colocar la voz para que suene contundente y lastimero.

—No me lo vas a poner fácil, ¿eh? —cuestiono con sorna.

Meto las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón en un gesto masculino. Mi voz ha bajado unos cuantos decibelios y se ha convertido casi en un susurro. Casi, pues no soy muy de venirme a menos.

—Se equivoca otra vez —refuta combativa y hace un puchero absurdo —. Mi trabajo aquí es facilitar el suyo. Mi presencia en su vida no será para nada contrario a eso.

¡Lo dudo mucho!

Mucho no. Lo dudo muchísimo. Si nada más acaba de reaparecer en ella y ya me supone un cambio en todos los sentidos.

—Supongo que el tiempo dirá quién se equivoca aquí —comento más para mí mismo que para ella.

—Si eso le va ayudar a dormir mejor en la noche, pues que así sea... —la muy temeraria no puede mantener el pico cerrado—. Veremos cómo afronta usted ese tiempo.

Me deja con la palabra en la boca, la duda en la mente y el siguiente conflicto en la puerta...

Cuando abre, mi queridísima esposa está tras ella con cara de circunstancia.

—¿Qué hacéis aquí los dos?

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