Capítulo 6. Mi ángel de la guardia

Llego a casa agotada. El día fue largo, mucho trabajo, pero es lo que necesito, estar ocupada. Después de un baño, me preparo algo de cenar y me echo una copa de vino. Es el peor momento del día, cada vez llego más tarde a mi casa, estoy sola y los recuerdos se agolpan en mi cabeza.

Mañana vienen mis hermanos, su avión aterriza a primera hora. Este día, siempre lo pasan conmigo. Han sido un gran apoyo y mis cuñadas merecen un monumento, por aguantarme.

El día que le pedí a Carlo desaparecer…lo hice, no iba a dejar que nadie mangonease mi vida, orgullosa estoy de todo lo que conseguí en este tiempo, pero triste por todo lo pasado.

Durante unos días, me quedé en el apartamento de mi hermano, escondida. Cuando Giovanni dejó de ser un incordio y mis padres dejaron mi búsqueda, consiguieron sacarme de Italia. Me vine a parar a Londres. Nueva ciudad, nueva vida, nueva Erika.

Vivo en Notting Hill, una de las zonas más caras de esta ciudad, mis hermanos como mis padres, unos derrochadores, les dije que una zona normalita, pero ellos a lo suyo. Dicen que así estoy cerca de los hoteles y de las oficinas centrales. Salvatore, me ha conseguido un puesto de ayudante de dirección en uno de ellos. Así pude terminar los estudios y realizar las prácticas. No tengo problemas por estar aquí, a mis padres no les gusta Londres, por lo que nunca vienen. Tienen gente de confianza y mis hermanos, suelen viajar de vez en cuando a echar un ojo.

Al poco de instalarme, me entró un virus, me tuvo en cama dos semanas. Mi hermano Enzo, vino a pasar conmigo unos días, hasta que estuviera mejor. Me acompañaba al médico, y fue el que mejor se tomó la noticia. Mi virus en realidad, se convertiría en una preciosa niña al cabo de seis meses. 

Mi pequeña nació débil, estuvo en incubadora un mes, hasta que cogió su peso ideal y me la pude llevar a casa. Giovanna Ricci De Luca, mi luchadora. Nos enseñó, una pequeña lección de vida, quería vivir y salió. Con seis meses, tuve que llevarla al hospital, algo le pasaba. Nadie sabía que decirme. Los mejores hospitales, los mejores médicos y ningún resultado de lo que tenía. Pasamos por todos, hasta que dieron con lo que tenía, una enfermedad en su pequeño corazón, no iba a dejarla vivir mucho tiempo. 

No me daban muchas esperanzas, no hay operación para esta enfermedad, tampoco hay medicación, ni siquiera saben mucho de ella. Sólo nos quedaba rezar y hacerle la vida más feliz, mientras llega el desenlace. Quise llamar tantas veces a Vanni, pero colgaba el teléfono. No tengo derecho, él se casó, tiene su propia familia. No pregunto por él, es más, les tengo prohibido que me hablen de él.

Giovanna es igual a su padre. Morena, ojos negros. Y esa sonrisa, que también me vuelve loca. Cumplió un año, un milagro decían los médicos. Mis hermanos le prepararon una fiesta, por todo lo grande, como no, si era un juguete para los seis. Les decía que tuvieran los suyos, que esta era mía. En esa fiesta, es cuando Salvatore y su mujer, estaban embarazados. Tengo miles de fotos, diría que millones, pero no quiero parecer una madre psicópata. Grabé videos de todos los momentos. Por si algún día, pudiera enseñarlos. La enfermedad siguió su evolución, cada vez las recaídas eran más continuas. Yo le enseñaba fotos de sus abuelos, de sus tíos y de su padre. Sabía quién era cada uno. 

Cuando jugábamos al juego de quien era, lo grababa. No estoy segura si para ellos o simplemente, para poder revivirla en un futuro. Su segundo cumpleaños, fue el más duro. Lo celebramos en el hospital, ya caminaba, cuando podía que eran pocos momentos, con el oxígeno a todas partes. Nos dieron permiso para decorar la habitación como ella quisiera, nos pidió mariposas. Los niños de la planta, las enfermeras, ayudaron a decorarlo. Fue una fiesta por todo lo alto, triste por ser en ese sitio, pero increíble, por lo que significó para las dos. 

Días más tarde, los médicos quisieron hablar conmigo. La niña no iba a salir del hospital, la enfermedad está muy avanzada, era cuestión de días, el final estaba a la vuelta de la esquina. Debía de preparar todo y sobre todo, prepararme a mí misma. Llamé a mis hermanos, les conté las novedades. Dejaron a la niña con mis padres, y esperaron conmigo el fin de esa agonía. 

Cuatro días más tarde, sus ojitos se cerraban para siempre. Me aferré a ella, la abracé fuerte contra mí y la besé por última vez. No me quedaban lágrimas para derramar, pero sí tenía un dolor muy grande en el pecho. Al separarme de Giovanna, el médico me dijo algo, que siempre recordaré “tienes una hija muy valiente, no le dábamos ni cuatro meses de vida y se ha cogido un años más, para darnos una lección a todos. Tenía unas gana de vivir enorme, disfrutó hasta su último aliento”. Mi pequeña luchadora.

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Mañana hubiera cumplido cinco años. Este día, sus tíos vienen a acompañarme al cementerio, a ponerle flores, digamos que vienen a distraerme un poco. Yo me encargo todas las semanas, los domingos, más exactamente de mantener limpia su pequeña lápida y sus flores. Le llevo fotos de los primos, para que vean que grandes están. La hablo como si de verdad, ella pudiera entenderme y escucharme.

El sonido del teléfono, me saca de mis pensamientos. 

-Buenas noches, Enzo. Como va todo?

-Erika…escucha…es papá –dice medio llorando –le dio un infarto, necesitan operarlo pero se niega.

-Se niega? Que hombre más cabezón.

-Yo tengo una hermana, igual de cabezona, que coincidencia –oigo cómo se ríe -dice que no entra en quirófano, hasta que hable contigo.

Me quedo en silencio un momento, pongo en una balanza los pros y los contras. Creo que ya es hora de solventar algunas diferencias.

-Está bien, busco el primer vuelo y te digo. No comentes nada, hasta que llegue. Quiero causar buena impresión.

Después de hablar con él, enciendo el ordenador y me pongo a buscar el primer vuelo que sale hacia Italia. Tengo un asiento disponible dentro de cuatro horas, lo reservo. Aviso a Enzo del vuelo y la hora de llegada. Voy a prepararme una maleta pequeña, no creo que esté mucho tiempo.

Mientras estoy en el avión, pienso en como me porté con él, en mi boda. Necesito llegar a tiempo, para poder pedirle perdón. Después de lo mi ángel, he pensado mucho en la no relación con mis padres. Aunque no seamos los mismos, pedirles perdón no me matará, a ellos sí, son muy orgullosos. Enzo diría, que como yo. 

Ya estamos aterrizando, voy preparando mi bolso, es lo bueno de viajar ligera de equipaje. En la zona de llegadas, me espera Enzo con su mujer. Les saludo con un abrazo. Acaricio la barriga de Tina, nos trae un varón, va a ser el juguete de su prima Alana, la niña de Salvatore. Con lo que le gusta mandar a los demás, salió a su abuela De Luca. Se ríen del comentario, pero saben que digo la verdad… Vamos directamente al hospital, la conversación gira en torno a la salud de mi padre. Mientras aparca el coche, voy respirando hondo. Caminamos a la entrada del hospital, Enzo frena y me coge de los hombros.

-Escucha, llevas fuera mucho tiempo, no nos dejas ponerte al día de las cosas. Ahí arriba, están los Ricci, y cuando digo están, son todos. A pesar de tu divorcio, la amistad ha seguido y no se han separado de mamá en ningún momento.

-Lo entiendo. Sólo he venido a ver a papá, no hacer amigos. Iré con la cabeza bien alta, nunca más harán que la baje.

-Esa es mi cuñada –me dice mientras me abraza –Giovanna hizo un gran trabajo contigo, nena.

Se abren las puertas del ascensor, me guían por los pasillos. Llevo puestas todavía mis gafas de sol, no quiero que mis ojos me delaten. El primero en verme es Salvatore, viene a saludarme, lo que hace que todos se giren.

Ahí está, mi chico del traje impecable. Sigue tan guapo como siempre. Me mira, hace amago de venir a saludarme, pero su mujer lo impide, le agarra del brazo, pero se nota que a él no le hace ninguna gracia.

-Erika, querida. Estás preciosa –me dice Emma. Le doy las gracias. Saludo a Vincenzo –te veo…muy cambiada.

-Han pasado años y muchas cosas, Emma. La gente cambia, los golpes de la vida te hacen cambiar –me acerco a mi madre, la abrazo –hola madre –la doy un beso en la mejilla, llora como una niña pequeña.

-Cariño, tu padre es un cabezón, ya lo conoces y no quiere operarse, hasta hablar contigo. Dice que no quiere irse, con la conciencia sucia –traga saliva –sé que te hicimos daño, hemos sido malos padres contigo, pero perdónale, sólo a él, para que recapacite. Quiero a ese viejo testarudo en mi vida, para seguir atormentándolo.

Hablo con el médico, me dice la gravedad del asunto. Necesita operarse, para seguir con vida, si no, no hay vuelta atrás. Lo que hubiera dado, porque me dijeran eso, cuando mi pequeña guerrera estaba malita. Salgo de la consulta limpiándome las lágrimas. Me acerco a la habitación de mi padre, en ese momento se abre la puerta.

-Sólo quiero que entre mi hija. Todo el mundo fuera de aquí, parece que no entendéis mi idioma. El que entre, se va a tumba conmigo –los gritos de mi padre, se oyen desde el pasillo.

Me río, miro a todos y hacen lo mismo. De reojo veo a Giovanni sonriendo. Su sola presencia, me sigue poniendo nerviosa. Creo que una palabra de él, y me tiro a sus brazos. Se me van los ojos hacia él y a él le pasa lo mismo. Su mujer lo nota.

-Vanni, cariño. Tenemos que irnos a casa. Yo estoy cansada, llevamos toda la noche aquí. Y quiero estar en la casa, cuando nuestro hijo se levante –ni se mueve, seguimos mirándonos, me echa una sonrisa, la misma que me ponía nuestra hija –soy tu esposa, es a mí, a quien tienes que mirar.

-Anna, coge un taxi o vete andando. De aquí no me muevo. Los De Luca, son mi familia también.

-Erika, papá quiere que entres y cierres la puerta. Nos acaba de echar a todos –me dice Carlo señalando a mi madre. Asiento. Sé que no debo hacerlo, pero me gusta enfadar a esa rubia. Me vuelvo a Giovanni y le sonrío. Le digo que me gustó verlo. Entro a la habitación y hago lo que quiere mi padre.

-Hola, padre, estarás enfermo, pero sigues teniendo malas pulgas –me acerco y le doy un beso en su blanca mejilla. Me señala su cama, donde quiere que me siente –no puedes dejar de dar órdenes, ni estando en una cama de hospital.

-Pensé que no ibas a venir, mi niña. Estás echa toda una señora ejecutiva. Londres te ha tratado bien –le miro asombrada, ninguno de mis hermanos le dijo donde estaba –pensabas que mi hija desaparece y  que me iba a quedar de brazos cruzados? –niega con la cabeza –te escapas, tus hermanos empiezan a viajar a Londres más a menudo, de repente una nueva incorporación, que justamente trabaja como la familia quiere, eso sin conocernos. Fueron muchas cosas…

-Yo les pedí…-no me deja seguir.

-Les puse vigilancia, así di contigo. Tus hermanos, han hecho un trabajo excepcional. Siempre te han cuidado, nunca lo dejarán de hacer. Cuando supe que estabas bien, deje de vigilarte. Tiempo después, sus viajes se alargaban, incluso iban con sus mujeres. Algo pasaba, te puse otra vez vigilancia. Tenías una pinta malísima, te veía entrar en el hospital y no salías por días. Deduje que estabas enferma, y que ellos te estaban dando su apoyo. Sabía que si algo iba mal, ellos vendrían a mi. Tiempo después, ya dejaron de viajar tanto. Volví a la vigilancia, te veías mejor, pero esos ojos de tristeza…no podías ocultarlos –me coge de la mano – me he perdido tantas cosas por ser un idiota. Sé que has estudiado, con unas notas buenísimas. Y supongo, que esa gerente tan buena, eres tú? –asiento –pedí informes, son sensacionales. Te has convertido en una mujer de negocios, tan buena como tus hermanos. Estoy muy orgulloso de ti.

-Gracias papá. No sabes lo que significa para mí. Me vas a despedir? -pregunto riéndome.

-No, por Dios. A ninguno le gusta Londres, ya sabes lo que te toca en el testamento.

Los dos nos reimos. Me acaricia la cara.

-Sigues teniendo esos ojos tristes. Son por Giovanni? -niego.

-No quiero que nadie sepa donde estoy. Solo vosotros. No estoy preparada, para enfrentarme a nadie.

-Te iba a decir, que soy una tumba, pero estoy con un pie en ella…

-Tengo algo que contarte. Primero, quiero que me perdones, por como os trate el día de la boda. No quería decir todas esas cosas, estaba enfadada y...

-Eso está olvidado, mi niña. Pero que es lo que tienes que contarme.

-Cuando me fui, al poco tiempo descubrí que estaba embarazada –me iba a decir algo, pero le dije que me dejara terminar –sólo estuve con Giovanni y fue la noche que me enteré que Anna estaba embarazada, eso me hizo huir.

-Tengo una nieta –niego. Rebusco en mi bolso y saco mi móvil. Le cuento la enfermedad de la pequeña. Lloramos juntos –mis hermanos estuvieron en todo momento, durante la enfermedad y cuando le quedaban horas de vida. Me acompañaron en el entierro y unos días después, hasta que me fui reponiendo del golpe.

-Mi niña, te hemos echado de menos. Has pasado por eso tú sola, sin nosotros. Nadie tendría que pasar por semejante situación. Perdóname cariño, perdóname para irme tranquilo. No me quiero operar, ahora tu niña, me necesita ahí arriba.

-Te perdono, mi viejo gruñón, pero a cambio de un favor –me mira –cuando llegues ahí arriba, busca a mi pequeña. Ella sabrá quien eres, le he enseñado fotos de todos. Dile que la quiero mucho, que la echo de menos y dale un abrazo de oso, ella lo entenderá. Hazme sitio en la cama, te voy a enseñar fotos de Giovanna Ricci.

Le enseño fotos, videos y más fotos. Se emociona, al ver, que los reconoce en las fotos.

-Hoy hubiera cumplido cinco años.

-Entonces estoy listo –para que, le pregunto –para irme a su fiesta de cumpleaños. Antes de irme, tengo algo que decirte. Lo descubrirás, pero te voy a dar un consejo. Habla con Giovanni, cuéntale lo de vuestra hija, cuando se le pase el enfado, que se enfadará…hablar y que no quede en el tintero. Lucha por él. Esa Anna no es trigo limpio. Hay algo que me dice, que es mala y trae algo entre manos. Solo confiar el uno en el otro.

Me acerco a darle un beso y le veo partir con una sonrisa en su boca.

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