MATRIMONIO CONVENIENTE

Apenas logré levantarme de esa cama, de dirigí al baño y me miré al espejo. Mi cabello ligeramente rizado de las puntas, era largo y de un llamativo color salmón; mi rostro ovalado era pequeño y de piel cremosa, aunque con algunos moretones amarillentos, indicios de que había sido golpeada.

Y no era una chica alta, pero tampoco demasiado bajita. Mucho menos era una belleza, solo de apariencia delicada y dulce.

Nada en mí insinuaba que hubiese sido una mujer... de ese tipo. Sin embargo, ese vestido y la historia del lugar dónde Sebastián me había encontrado, decían otra cosa.

—Livy, te dejé algo para que te vistas.

No le respondí, pero cuando lo escuché cerrar la puerta de la habitación al salir, yo me apresuré a salir del baño. En la cama había dejado un sinfín de bolsas de compras. De una de ellas saqué un pequeño vestido rosa claro de olanes y unas sandalias blancas; todo al gusto de mi patrocinador, quien parecía ser un perfeccionista y adicto al orden.

Incluso el aspecto de su hogar era completamente pulcro y espacioso; era un excesivamente enorme y lujoso penhouse de dos plantas, de un estilo minimalista, decorado en variados tonos del blanco. Y se encontraba ubicado en el último piso de un gran edifico. 

Al terminar de vestirme, bajé al comedor; era una estancia extensa y llena de empleados silenciosos que iban y venían. Sebastián ya estaba allí; vestía un costoso traje color vino, que resaltaba su cabello castaño y el tono claro de su piel. Desde que desperté, me había quedado claro que él no era un hombre cualquiera, sino alguien con fortuna, y mucha.

Al verme llegar, me lanzó una evaluadora mirada, luego volvió a su plato.

—Pareces sentirte mejor.

Asentí una vez, sentándome en el extremo opuesto de la mesa. El día anterior había sido agotador, y me había dejado más dudas que respuestas.

Especialmente, una.

—¿Por qué decidiste casarte conmigo? Yo estaba inconsciente y no me conocías.

Él dejó los cubiertos y deslizó por encima de la mesa un sobre sellado. Lo tomé con desconfianza.

—Sí el hospital se hubiese enterado que te saqué de ese peligroso conflicto, te hubiesen relacionado con él, y estarías en graves problemas. Por eso al principio dije que eras mi novia y que habías sufrido un asalto.

Del interior del sobre saqué un acta de matrimonio, donde decía que yo era Evelyn Isfel, de 18 años, esposa de Sebastián Isfel, de 25 años de edad.

—Pero cuanto pidieron una parte responsable para poder operarte y extraerte la bala de abdomen, no tuve demasiadas opciones. Tuve que inventarte un nombre y comprarte un anillo.

Con un nudo en la garganta, dejé el acta sobre la mesa y suspiré para calmarme.

—¿Es... legal?

Sebastián ladeó la cabeza y asintió.

—Ya que no recuerdas tu apellido y no sabes con certeza sí Livy es tu verdadero nombre, puedo decir que esta acta es oficial.

Exhalé entre dientes repetidas veces. Estaba realmente casada. Y no sabía qué pensar de ello. En esos momentos, solo quería irme de allí y averiguar quién era yo en realidad.

Pero, ¿a dónde iría? ¿Cómo averiguaría sobre mi cuando ni mi verdadero nombre completo conocía?

—Ayer, dijiste que deseabas averiguar quién era yo, ¿por qué? —le pregunté, mirándolo con recelo.

Sebastián torció los labios en una misteriosa sonrisa divertida. Hasta ese momento noté cuan largas eran sus pestañas, enmarcaban su mirada y la volvían traviesa y atrevida.

También fui consciente de lo deslumbrante que se veía al sonreír. Tenía el aspecto de un hombre adicto al juego, un jugador.

—En realidad, me intriga saber qué hacías en la casa de mi cliente, un hombre robusto demasiado viejo para ti —me guiñó un ojo y yo me puse levemente roja—. Pero, sobretodo, deseo saber qué relación tenías con la mafia que acudió al lugar.

En vano intenté no dejarle ver mi inquietud, pues él la notó enseguida. Meneó suavemente la cabeza antes de levantarse y acercarse a mí. Me sentía tan nerviosa que no me opuse cuando me tomó del brazo y me hizo ponerme de pie.

Con cuidado acomodó un mechón rebelde de mi cabello detrás de mi oreja.

—Livy, ¿quién eras tú y cuál era tu relación con un grupo tan peligroso? —me susurró al oído, tomándome por la cintura—. ¿Por qué estabas allí ese día? ¿Por qué esa ropa tan provocativa? ¿Por qué te atacaron a ti?

Deslizó la palma de la mano hasta el hueco en mi espalda baja, atrayéndome a él por completo.

—Esas son las incógnitas que quiero resolver.

No pude evitarlo, me estremecí ante la cercanía. Yo aun desconfiaba de él, era un extraño para mí; aunque, también era mi marido, y la única persona que se había detenido a ayudarme. 

Él me había salvado la vida.

—Por favor, Sebastián —alcé la vista hasta toparme con esa intrigante mirada suya, una mirada de dos tonos tan distintos—. Ayúdame a saber de mí. Necesito saber si de verdad soy Livy, o alguien más.

En respuesta a mi desesperada suplica, su mirada se oscureció al tiempo que esbozaba una sonrisa llena de promesas secretas. Tenía la sensación de que para él todo eso era una especie de juego por deporte, un misterio que le resultaba entretenido.

Con delicadeza alejó una mano de mi cintura para llevarla a mi rostro. Me acarició los pómulos, rozó mis labios con las yemas de los dedos, delineó el contorno de mi mandíbula...

Inspiré hondo cuando acercó peligrosamente su boca a la mía.

—Dime Livy, con tal de saber quién eres, ¿soportaras vivir con un hombre al que no conoces, de quién no sabes nada? ¿Podrás sobrevivir en este matrimonio?

Yo permanecí estática un segundo, a un palmo de sus labios. Luego sacudí la cabeza y di varios pasos atrás, estaba completamente ruborizada pero decidida a no dejarme llevar por él. 

—¿Es... necesario quedarme contigo? —le pregunté con voz temblorosa.

Sebastián hizo una mueca pensativa y luego cruzó los brazos sobre el pecho, fijó la vista en el techo.

—¿Aun crees que el hecho que estuvieras allí fue una casualidad? —inquirió volviendo a mirarme—. La mafia es peligrosa, sí saben de ti podría ser riesgoso. Aún no sabemos qué clase de relación tenías con ellos.

De nuevo asustada, lo miré morderse el labio inferior con evidente diversión.

—Está bien, sí estar casada es necesario, lo haré. Solo... solo no me toques, por favor.

Tragué saliva cuando volvió a cortar la distancia, hasta plantarse a un paso de mí. Era al menos 30 centímetros más alto que yo.

—No tocarte... Está bien, mientras sea temporal.

Intenté no huir de él, aunque deseaba hacerlo con todas mis fuerzas.

—¿Mientras... sea temporal? —musité con temor.

Sebastián asintió y. sujetándome del mentón con dos dedos, me obligó a sostenerle la mirada. De repente se había puesto serio, tanto que me pareció intimidante.

—Tú eres mi esposa, Livy, da igual cómo haya pasado. Y aunque no seré un salvaje, en algún punto espero reconsideres el aspecto físico, ¿lo entiendes? Así funciona un matrimonio.

Intenté no quejarme y asentí una vez. Entonces, sin más me liberó. Cuando estiró los brazos sobre la cabeza y se dio la vuelta para volver a su lugar en la mesa, yo aproveché para volver a mi habitación.

Me senté a los pies de la cama, con el antifaz de carnaval en una mano y las joyas costosas en la otra. Me pregunté por qué razón yo había usado accesorios como esos y, sobre todo, me pregunté por qué Sebastián había ido a un lugar tan peligroso.

¿Quién había sido ese cliente suyo que le había llevado hasta allí?

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