MEMORIAS AUSENTES

Livy... yo también te amo...

Mi última respiración antes de despertar, fue profunda y nostálgica. Mis parpados pesados se abrieron con esfuerzo, como si fuese la primera vez. Y el sueño que acababa de tener, comenzó a desaparecer de mi mente rápidamente.

Solté un suspiro, y noté cómo una pequeña gota rodaba por mí mejilla. ¿Qué había sido esa sensación? ¿Por qué me era tan familiar?

Al principio, mi visión fue borrosa y difusa, pero conforme parpadeaba, poco a poco todo se volvió cada vez más nítido. Sobre mi cabeza, había un techo blanco y luces pálidas, enceguecedoras.

Con una mueca de dolor me llevé ambas manos a la cabeza. Me sorprendió notar que estaba vendada. Pero más me sorprendió ver la intravenosa conectada a mi mano derecha y la bolsa de suero colgada a un costado de la amplia cama.

—¿Sabes cuál es tu nombre? —preguntó de pronto una voz, sobresaltándome.

A pesar del fuerte dolor, giré la cabeza rápidamente hacia la puerta. Estuve a punto de gritar. Recostado contra el marco con actitud despreocupada, estaba un hombre joven. 

Tragué saliva con fuerza, sintiéndome sumamente nerviosa. Él era apuesto, alto y de complexión delgada, con la apariencia de un corredor. Su cabello era de un suave castaño claro, que combinaba con su piel clara y sus profundos ojos... 

—¿Puedes recordar tu nombre? —insistió con voz demandante, arqueando una ceja.

Ante su extraña petición, mi ceño se hizo más profundo. Aunque, aun así, traté de pensar en mi nombre, pero para mi sorpresa, no vino nada a mi mente. Todo en mi se encontraba en blanco, no pude recordar nada en absoluto.

Solo fui capaz de recordar un trozo del sueño que acababa de tener, dónde alguien que ya no podía recordar me llamaba...

—Creo... que soy Livy... —suspiré haciendo una mueca. De repente notaba que me dolía mucho la cabeza, tanto como para que se me llenaran los ojos de lágrimas.

—Supongo que, por ahora, eso bastara —dijo acercándose despreocupadamente.

Hasta ese punto noté que el color de su mirada era distinto; un ojo era de un suave marrón claro y el otro de un azul muy cercano al gris.

—¿Cómo te sientes? 

Al verme mirarlo con alarma, torció los labios en una sonrisa aliviada y algo divertida.

—Supongo que te sientes desorientada y confundida, es normal.

¿Qué hacía yo allí? ¿Quién era él? Mas importante, ¿por qué no podía recordar nada de mi vida, nada en absoluto?

—Tranquila, el medico dijo que tu memoria volverá con el tiempo —dijo, cómo sí adivinara lo que estaba pensando—. Solo es una secuela temporal del coma al que te indujeron por el traumatismo que sufriste.

Sin dejar de mirarlo con desconfianza, apreté las manos en puños sobre mi estómago. Entonces noté algo extraño. Con cuidado alcé la mano izquierda, y lo que vi en ella me robó el aliento.

En mi dedo anular, había un brillante anillo de compromiso con una gema rosa incrustada; y, por encima de él, un anillo de matrimonio hecho de oro puro, con un grabado de dos iniciales en cursiva E y S.

—Evelyn y Sebastián —explicó deteniéndose a pocos pasos de la cama—. Son nuestras iniciales.

Bajé la mano rápidamente y volví a mirarlo, totalmente conmocionada. Me sentía débil, pero sobretodo, asustada, muy asustada. No era capaz de recordar nada, ni siquiera mi nombre verdadero. Y esos costosos anillos, solo decían que yo y ese guapo chico frente a mí...

Temblando, tragué saliva con fuerza, tenía reseca la garganta.

—¿Tú eres...? —ni siquiera fui capaz de completar la oración. No podía ser, era imposible.

Él no dijo nada, se limitó a sostenerme la mirada. No parecía angustiado o preocupado por mí; solo se veía algo intrigado, cómo si yo fuese una interesante rareza. Por alguna razón dentro de mí, empecé a recelar de él. 

Intenté mantener la calma.

—Cuando desperté, ¿por qué quisiste que te dijera mi nombre?

Él suspiró y con actitud desenfadada miró al techo, balanceándose sobre los talones.

—Bueno, eso es simple. Quería saber cómo te llamabas.

Su fácil respuesta me hizo mirarlo con extrañeza. Nerviosa, jugueteé con los anillos en mi dedo.

—¿Querías saber... mi nombre? —inquirí despacio, con voz suave—. Tú ya lo sabías, no es Livy cómo te dije, sino Evelyn...

—No es así —me cortó en seco, volviendo a mirarme. Su expresión era firme y tranquila, pero carente de emociones—. Yo te puse Evelyn cuando me casé contigo. Yo te bauticé con ese nombre.

Y toda la seguridad y compostura que había ganado durante todo ese tiempo, se evaporó en cuanto escuché esas palabras. Apreté las manos en puños sobre mi estomago para evitar que temblaran, más asustada que nunca.

¿Quién era él realmente?

—¿Qué... quieres decir?

No me contestó de inmediato, primero se acercó a la cama y se sentó al borde. Yo traté de ocultarle mi inquietud lo mejor posible.

—Lo que quiero decir, es que me casé contigo sin saber nada de ti —explicó a la ligera, como si no fuese gran cosa—. No sé de dónde vienes o quién eres. Sé de ti tanto como tú, solo tu nombre, Livy.

Sentí mi alma desplomarse a mis pies. Y al mismo tiempo, sentí como mis emociones se reflejaban en mi expresión. Sí él no sabía quién era yo, ¿por qué se había casado conmigo?

Y de nuevo, pareció tener la habilidad de leerme la mente. Me miró con algo de diversión y curiosidad, a la vez que decía:

—Todo lo que sé de ti, es que tienes 18 años y un lindo nombre de 4 letras. Pero, aun así, me casé contigo hace 2 semanas.

Sentí mis ojos humedecerse, al tiempo que el labio inferior comenzaba a temblar.  Quería alejarme de él, aunque era incapaz de moverme.

—Livy, yo estoy tan ansioso por saber quién eres y de dónde saliste, que mientras permanecías en un profundo coma, te he puesto un nuevo nombre y un anillo de matrimonio.

Lágrimas de angustia comenzaron a rodar por mis mejillas. Estaba asustada.

—Por favor... —musité con voz aguda.

Él acercó cuidadosamente una mano a mi rostro, entrecerré los ojos y reprimí un escalofrío. Pero solo ajustó la venda en mi cabeza para que no me cubriera los ojos.

—Livy, no me malinterpretes, no me molesta este matrimonio, eres una chica atractiva y me intriga la vida de casado, pero me hubiese gustado conocer a mi esposa antes de poner un anillo en su dedo.

Con mucho tiento limpió la humedad en mis ojos. Su mirada de dos colores no era precisamente amable, pero tampoco cruel.

—¿A qué... te refieres? —pregunté, temiendo lo que diría.

Sebastián se levantó de la cama y se acercó a la bolsa de suero. La inspeccionó con cuidado; sus manos eran grandes, de dedos delgados y largos, con las venas y tendones marcados en la clara piel.

—Me he estado preparando para esta conversación desde que mi medico particular te revisó —comentó con tranquilidad, arrodillándose al lado de la cama, frente al buro. De un cajón sacó una bolsa de suero nueva—. Dijo que posiblemente despertarías sin siquiera recordar tu nombre, y que sería algo normal, dado tu delicado estado de salud.

Con cuidado cambió el suero, también el delgado tubo trasparente que me conectaba a él; incluso me cambió la aguja de la intravenosa. Luego volvió a sentarse a mi lado, aunque no tan cerca, y yo se lo agradecí por dentro. Me sentía muy confundida y asustada. 

Aun me costaba creer que ese apuesto chico fuese mi marido, ¿cómo había ocurrido algo así? ¿Cómo es que no podía recordarlo?

 —Por favor, te lo ruego, sí sabes algo, dímelo...

Él exhaló profundo, y por primera vez, se mostró serio.

—¿Quién eres, Livy? Eso me he preguntado desde hace 2 semanas, cuando te encontré sangrando en esa casa.

Inhalé con fuerza. ¿Dos semanas? ¿Encontrarme sangrando?

—Da la casualidad que fui a un viaje de negocios, pero cuando llegué a la reunión que tendría con mi cliente en su casa... —volvió a exhalar y alejó la mirada hacia la bolsa de suero—Bueno, te encontré en su jardín, tirada sobre un charco de sangre, con una herida de bala en el costado y una profunda herida en la cabeza.

Todo en mi se volvió hielo, no fui capaz de expresar nada. Estaba atónita ante esa realidad que describía.

—No eras la única herida en ese lugar, había un gran enfrentamiento a tu alrededor. Soldados del Ejército y miembros de la mafia llenaban el lugar de disparos y cadáveres.

Hizo una pausa para sacar algo más de la cómoda, era una bolsa. La puso sobre la cama, muy cerca de mí. Con mucho esfuerzo me senté, y precaución tomé la bolsa y comencé a abrirla. 

—¿Qué hacías en medio de un enfrentamiento como ese? —preguntó para sí, sonando intrigado—. Era un campo de batalla, pero tú estabas allí, vistiendo demasiado provocativa y misteriosa...

Dentro de la bolsa había un delicado y muy corto vestido de lentejuelas dorado, con una espalda y un escote demasiado reveladores; unos tacones altos de una marca que se veía muy costosa; y lo que más me sorprendió, un glamuroso antifaz de mariposa tipo carnaval, junto a un collar de diamantes rojos y un anillo con una piedra de rubí.

—¿Qué hacía allí alguien cómo tú, una chica de 18 años con un rostro tan inocente y dulce?

Tragué con fuerza, temblando por dentro. Todas esas prendas y joyas juntas, sin duda resultaban en un atuendo que nadie decente usaría a la luz del día.

¿Quién había sido yo semanas atrás? ¿Por qué estaba en un lugar tan peligroso, vistiendo como una prostituta?

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