CAPÍTULO 5

—No puedo esperar por dos semanas —declaró Samia tras escuchar del mayordomo que ese sería el tiempo aproximado para recibir muebles nuevos para la cocina.

El hombre le miró aterrado. Esa mujer era demasiado difícil de complacer. Tenían cerca de una hora en el tema de la nueva cocina y a todo lo que él sugería, que era lo normal al acondicionar lugares nuevos en un palacio, ella le encontraba un pero.

Aunque era claro que la nueva reina sabía perfectamente bien lo que quería, y aun más lo que era lo mejor en cada situación.

Aún así, ya era demasiado denigrante que ella pidiera muebles ya hechos para acondicionar la nueva cocina; en esos casos, lo ideal, por la dignidad del título que esa mujer portaba, era que todo se hiciera a la medida y de nuevo diseño, pero ella se conformaba con muebles ya hechos para acortar el tiempo de espera de algunos meses a solo semanas; y ni así parecía estar satisfecha.

» Traslada la cocina del palacio Anémonas aquí —solicitó la reina y el mayordomo sintió que la sangre se le fue al piso—. Escuché que el palacio sería demolido, así que no debería haber ningún problema con rescatar el mobiliario.  

—Su majestad —habló un hombre mayor a punto de volverse loco—, la cocina del palacio Anémonas es mucho más grande que esta habitación, no cabría en este lugar; además, desmantelar el lugar sería...

—Pues entonces solo trae lo indispensable —sugirió la azabache de ojos azules—: estufas, horno, neveras, mesas y uno o dos estantes. Para completar la bodega de alimentos puedes usar la habitación de al lado.

» Tienen tres días para hacerlo —añadió y, sin darle tiempo al hombre de replicar de nuevo, comenzó a caminar fuera de ese lugar.

El mayordomo cerró los ojos con fuerza, la intransigencia de esa mujer le estaba desquiciando, y, para ser franco, ya no la odiaba por ser de Lutenia, la odiaba por tan irracionalmente demandante.

—Esto va a ser una pesadilla —murmuró el hombre presionando el puente de su nariz, entonces se dispuso a obtener el permiso del emperador para hacer lo que la reina solicitaba y quien, sorprendentemente, accedió a la ridícula petición que ella había hecho.

Los rumores de que la reina había hechizado al emperador no se hicieron esperar, aunque, al ser descubiertos por el mayordomo y por el futuro duque de Elliot, el personal debió guardárselos para sí mismos, amenazados con perder la lengua si ese tipo de comentarios traspasaban los muros del palacio.

La tarde al fin comenzaba a caer y la hora de la merienda estaba cerca. Samia, ya en su habitación, se negó a recibir la cena y solicitó a esa mujer, que al siguiente día ya no sería su doncella principal, que llamara a Dorothea Noris, su nana y próxima doncella.

La jefa de mucamas asintió y se giró para dirigirse a la salida de la habitación obligándose a tragarse esa duda que tenía toda la mañana y la tarde carcomiéndole.

Y es que, de muchas maneras, a esa mujer le molestaba haber sido relegada de sus obligaciones cuando ni siquiera se le había dado una oportunidad de realizarlas.

Ariztia Zorenco, hermana de uno de los marqueses de renombre en el imperio, antes de cerrar la puerta de la habitación del emperador y la ahora primera reina giró el rostro para ver si en esa mujer se reflejaba aunque fuera una apertura para hablar con ella, pero, al ver su rostro, evidentemente cansado, y esa lágrima, que ella no debió ver, recorriendo su rostro, hizo como que no vio nada y siguió su camino.

Minutos después Dorothea llegó a la habitación donde su princesa se quedaría, a pesar de ser los aposentos del emperador, pues él había especificado que compartirían habitación hasta que diera una nueva orden.

—¿Cómo te sientes? —preguntó la nana de la azabache tras haber sido anunciada por el guardia que custodiaba la puerta de la habitación y recibido el pase de parte de Samia—, ¿te duele algo?

Samia negó con la cabeza.

Sí le dolía algo, pero no podía explicarlo, porque no hay manera de explicar el dolor del alma, sobre todo cuando ni ella misma entendía qué era todo eso que por su mente pasaba.

—No, sabes qué, sí —dijo la joven, enderezándose, pues luego de que Ariztia había dejado la habitación ella había relajado su postura en el sillón—. Me duele la cabeza, y mucho. ¿Me puedes conseguir un té de boldo?

Dorothea asintió y salió a conseguir el té que le habían solicitado.

Samia solía padecer migrañas cuando la presión la tenía estresada, y seguramente el día había sido agotador, teniendo en cuenta todo lo que había logrado.

Ni siquiera debió ir a la cocina, lugar en el que la mujer no se sentía bienvenida, así que solo sacó de su equipaje un botecito con la hierva mencionada deshidratada, y luego, en la sala de empleados, calentó algo de agua en una tetera individual que siempre cargaba consigo.

El té llegó a las manos de la reina en una bandeja que no era del palacio, sin un carrito, sin aperitivos, sin miel, azúcar o leche para acompañarlo, solo la tetera humeando y un pequeño vaso vacío.

—¿Necesitas algo más? —preguntó la nana de esa chica que le generaba demasiada compasión, pero la cuestionada negó con la cabeza y la nueva doncella principal se retiró del lugar para dejarla descansar.

Dorotea Noris se fue, recordando todo lo que esa pobre chica había tenido que vivir tan solo por ser parte de la familia real.

Ella era hija de la anterior reina de Lutenia, una que había muerto en sospechosas situaciones luego de que una mujer de poco renombre entrara al palacio tras declarar que su hijo, mayor por tres años que Samia, quien era la legitima princesa heredera, declarara que ese niño era hijo de su majestad, el rey de Lutenia.

En ese entonces, Samia tenía cuatro años de edad, y perdió no solo a su madre, también su lugar como princesa heredera, pues la madre de su medio hermano logró, en cuestión de meses, pasar de una amante cualquiera a concubina y, tras la muerte de la reina, a reina; proclamando por lo bajo al hijo mayor del rey como su legítimo sucesor.

Desde entonces, la vida de la pequeña Samia había sido dura, pues la reina se había encargado de que el padre de la joven no la amara, culpándola de la muerte de su madre, quien había quedado débil y enfermiza tras darla a luz.

De todas formas, una princesa siempre sería una bendición, pues sería un buen apoyo para obtener más apoyo de algún noble con riqueza en búsqueda de un poder que no le darían.

Sin embargo, años después de su llegada al palacio, cuando el joven Salomo Lutze alcanzó la mayoría de edad, el rey le dejó claro a la reina que no tenía intención alguna de delegarle el trono a un bastardo.

Tras sugerirle al rey cosas para la ceremonia de nombramiento como príncipe heredero de Salmo, ella se enteró de que el rey se había casado con ella para mantener la imagen de la familia, y que si no había demostrado amor a su hija había sido solo para protegerla, porque era su legitima hija quien sería su sucesora, y eso le costó la vida al rey Salomé Lutze.

La reina Catarina, madre de un supuesto legitimo príncipe heredero, declaró a su hijo como el nuevo rey tras la repentina muerte del antiguo rey y lo empujó a buscar mucho más poder.

Lutze era una tierra fértil, bendecida con bosques que le aseguraban un buen temporal y, por tanto, con buenas cosechas; además, al colindar una de sus limítrofes con el mar, tenían muchos más y mejores recursos que les daban la posibilidad de salir adelante aún sin el imperio, por eso habían buscado independizarse, solo logrando que Cenzalino los ahogara momentáneamente de manera económica.

Al final, a la reina viuda y su hijo no les quedó más que rendirse y congraciarse con el emperador que los mantendría bajo su yugo, pues no habían finalizado la situación en las mejores condiciones.

Samia se había convertido, entonces, en un símbolo de redención del reino Lutze ante el imperio, un sacrificio necesario, y había sido abandonada por una familia que no le quería y un reino que la veía como una traidora.

Dorothea rezó porque las penurias de su querida princesa al fin se terminaran, pues parecía ser que el emperador tenía buen interés en ella, y ella, aunque aún nadie lo supiera, era una excelente administradora.

La pobre educación de la reina viuda de Lutenia había obligado a la joven princesa a hacerse cargo de los palacios y algunas tierras del reino, pues esa mujer no tenía consideración alguna por sus vasallos y trabajadores, así que, desde la adolescencia, la chica se hizo cargo de los números de su hogar, apoyada por toda esa educación que, gracias a su padre, debió cursar.

Por esa razón, la nueva doncella de la nueva reina, estaba segura de que pronto todos apoyarían y alabarían en talento de su niña Samia, quien había sido creada, criada y educada para convertirse en la mejor reina que Lutenia podría ver, y que ahora ayudaría a dirigir el imperio entero.

Samia, por su parte, se había quedado con el té entre las manos, sintiendo la calidez de la porcelana reconfortarle solo un poco el corazón.

—Lo lamento —dijo la reina, comenzando a llorar, arrepentida por lo que haría, pero segura de que era lo mejor que podía hacer—, lo lamento mucho... por favor... por favor perdóname... perdóname Leonel.

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