No me busques
No me busques
Por: Siggy
𝓔𝓵 𝓬𝓸𝓶𝓲𝓮𝓷𝔃𝓸

No era fácil tener la mente clara en esos momentos. De verdad estaba arrancando y, aunque estaba a solo unas horas de alejarme de todo, tenía miedo. Miedo de que, mi exnovio, me encontrara y se enterara de que en mis planes, no estaba la idea de regresar con él.

Durante mucho tiempo soporté sus amenazas, sus gritos y sus golpes, pensando que algún día cambiaría y que volveríamos a ser felices como lo fuimos en el comienzo de nuestra relación, pero me equivoqué. Nada cambió de su parte.

Me encontraba en el aeropuerto de Santiago, Chile, pidiendo a Dios que la fila del counter se apresurara, ya que quería ingresar pronto a la salida internacional para no ser encontrada.

Desde que mis padres fallecieron en un accidente automovilístico cuando solo tenía dieciocho años, me las he arreglado sola. Si bien es cierto, mi vida no era la más acomodada, pero era feliz y estaba consciente de que mi padre y madre, siempre trataron de darme lo mejor en cuanto a educación. En casa no nos sobraba, aunque con mucho esfuerzo y trabajo, siempre me dieron todo lo que podían y yo necesitaba.

En esos momentos estaba arrancando, pero no lo hacía solo por mí, sino también por ellos, que habrían odiado ver a su pequeña con más heridas en el corazón que en el cuerpo.

Tenía muchos amigos, pero en momentos difíciles fueron desapareciendo poco a poco. Estaba sola. Sin familia ni nadie a quién acudir.

Luego de una larga espera llegó mi turno, entregué la documentación que me pidió la mujer que estaba encargada de hacer mi ingreso como pasajera, quien amablemente me ofreció adelantar mi vuelo una hora.

Sin duda, acepté. Llené los papeles para el ingreso a EE. UU. Entregué mis maletas y, muy nerviosa le consulté por dónde tenía que ir. Era mi primer viaje al extranjero. Nunca había viajado en avión. A lo que ella me respondió:

—Señorita, Emilia Smith, tiene que salir del counter y dirigirse por la derecha hasta el fondo. —Indicó el camino con la mano.

—Muchas gracias.

—Que tenga un muy buen viaje. —Sonrió.

Miré a toda la gente que caminaba a mi alrededor, me sentía perseguida. Con cuidado y observando hacia todos los lados, me dirigí al lugar anteriormente mencionado. Era como una niña que estaba haciendo algo malo y sentí miedo de que me pillaran en mi travesura.

Pasé por migraciones e hice todos los trámites para salir del país, me senté en el primer lugar que encontré cerca de la puerta de mi vuelo para poder respirar y analizar lo que estaba haciendo.

Habría deseado encontrar a un genio para pedir solo un deseo. Olvidar todo.

Miré hacia el gran ventanal del aeropuerto, el avión ya estaba listo para ser embarcado y mi cabeza se inundó de recuerdos.

—Maldito destino —dije en voz baja, sintiendo como una lágrima caía por mi mejilla.

Todo, desde un comienzo se me vino a la cabeza, y mientras cerraba mis ojos recordé a la dulce e inocente jóven de tan solo dieciocho años que dejó los pies en la calle buscando trabajo.

En muchos lugares me dijeron que era muy pequeña y que no tenía experiencia ni siquiera para trabajar limpiando mesas, hasta que llegué a un restaurante francés llamado L'amore de la cuisine. Era mi última opción y, de verdad, necesitaba que resultara. Los ahorros que mis padres me habían dejado se estaban agotando y tenía cuentas que pagar.

Antes de entrar busqué un espejo en mi bolso, me miré en él, me solté el cabello y, encrespé mis largas pestañas. Los ojos se me veían aún más verdes de lo que los tenía.

Me prometí a mí misma que después de recorrer muchos lugares, ese sería el que me abriría las puertas.

Entré con la personalidad que siempre me caracterizó. La decoración del lugar era muy elegante y la música de fondo, hacía que me sintiera en Francia. Aprovechando la simpatía de quien tenía el nombre escrito de Paulina en su uniforme de trabajo, pedí hablar con el gerente.

En esos momentos nunca habría imaginado la importancia que tendría esa mujer en mi futuro. Era baja, un poco rellena, nariz respingada, labios delgados, ojos cafés y movía su coleta color negro con cada paso que daba.

Ella se transformó en un pilar fundamental en la toma de decisiones de mi futuro y una gran amiga mientras estuve trabajando en ese lugar.

—Espérame un momento, iré a por él enseguida. ¿Quién lo busca? —preguntó con una amable sonrisa.

—Mi nombre es Emilia Smith —respondí nerviosa y un poco ansiosa.

—Okey, voy a por él. —Se alejó por el pasillo y a los dos minutos regresó—. Toma asiento, Andrés no tarda. Soy Paulina, cualquier cosa no dudes en preguntar.

—Muchas gracias.

Posterior a eso la vi alejarse nuevamente, servía las mesas del restaurante.

De un salto me levanté cuando vi a un hombre de unos treinta años, muy guapo, con una sonrisa de ensueño. Su cabello castaño estaba perfectamente desordenado y su nariz recta y definida hacía conjunto con todas sus facciones.

Tenía unos grandes ojos de color turquesa, era perfecto, realmente difícil de describir. En mi vida nunca había visto un hombre así.

«Dejé de ser inocente cuando al conocerlo quise desnudarlo», pensé, mientras soltaba una sonrisa y regresaba a los recuerdos.

—Andrés Schneider. Dime, ¿en qué puedo ayudarte? —Sonrió amablemente.

«Guau, si yo tuviera diez años más, de verdad me enamoro», pensé.

Traté de quitarle la vista a sus bellos ojos y con la mejor de mis caras le contesté:

—Emilia Smith. Quería entregar mi currículum y saber si hay algún puesto de trabajo. —Le entregué la carpeta que llevaba en las manos.

—Estoy sorprendido, ¿no eres muy joven para trabajar? ¿Eres siquiera mayor de edad? —respondió mirando por un largo rato los papeles que le había entregado. Intuí que algo había ocurrido.

—Sí, tengo dieciocho años.

—Okey, Emilia, veamos qué podemos hacer —dijo. Frunció el ceño y endureció su voz.

Con la mirada algo confusa me invitó a pasar a su oficina.

Poco a poco me fui relajando. ¿En verdad ese hombre guapo y tan tranquilo podría ser el jefe?, ni yo me lo creía.

—Mira, Emilia, la verdad es que por el momento no tengo vacantes para camareras, pero mi secretaria sale con prenatal en una semana. Dado que el restaurante está prácticamente lleno todo el día y que estamos abriendo tres sucursales más, no he tenido tiempo para pensar en la búsqueda de un reemplazo. El trabajo consiste, básicamente, en ordenar mi agenda y llevar el orden de los documentos, no es algo muy complicado, creo que lo llevaras bien, siempre y cuando, seas metódica y manejes bien el computador. —Se acomodó en su asiento.

Me explicó un poco sobre el trabajo, las condiciones, el horario a seguir y cuánto sueldo obtendría mensual, en verdad, le habría dicho que sí hasta por la mitad de lo que me ofrecía.

—Bien, Emilia, entonces te espero mañana, para que Irma te vaya enseñando. Tienes una semana para ponerte al día. —Señaló a la secretaria.

Me levanté de la silla para irme, le estiré la mano y con una sonrisa le di las gracias por su tiempo.

Terminada la entrevista, me fui a la pieza que estaba rentando, me sentía feliz, necesitaba ver qué ponerme para mi primer día y preparar mis cosas. No dudé ni un segundo en dejar todo listo para levantarme muy temprano y llegar antes de la hora acordada.

Era mi primer día, nunca me imaginé que me arrepentiría por el resto de mi vida de haber pisado ese lugar. De haber sabido todo lo que venía habría preferido morirme de hambre.

Los días pasaban y mi jefe estaba casi todo el día al teléfono y hablando con distribuidores, mientras tanto, yo seguía aprendiendo de quien me dejaba con su trabajo por algunos meses.

Se me hacía casi imposible concentrarme y no mirarlo, era muy sexi y aunque estaba consciente de que tenía por lo menos diez años más que yo, no podía hacerme la ciega. Mi lugar de trabajo tenía la mejor vista hacia su oficina, ya que era solo de ventanales y nunca bajaba las persianas.

Estaba distraída mirándolo hasta que Irma me interrumpió.

—Emilia, si te desconcentras mirando al jefe todo el día, no avanzarás. —Me dio un codazo.

—Sí, lo siento, es que me impresiona que trabaje día y noche. ¿No tiene familia? —Fruncí el ceño.

—No, es soltero. ¿Te doy un consejo? Aquí todas se derriten por él, no pierdas el tiempo.

—Okey, tranquila, solo pregunto por pura curiosidad.

Irma era muy agradable y se notaba que se daba muchas horas para arreglarse antes de ir al trabajo.

Usaba su largo cabello color castaño claro suelto y su embarazo hacía que sus ojos color marrón brillaran de una forma especial.

La semana pasó, no tuve mayor comunicación con él, solo miradas que se cruzaban, de seguro estaba acostumbrado a eso, porque cada vez que me veía haciéndolo me respondía con una leve sonrisa.

Los sábados el restaurante cerraba un poco más temprano que de costumbre y fui invitada al baby shower de Irma. Era su fiesta de despedida y de bienvenida para el bebé, en ella estaba nuestro jefe y como era de esperar, todas coqueteaban, pero él siempre mantenía distancias.

Estaba conversando con Irma cuando vi a Andrés acercarse hacia nosotras.

—Emilia, ¿cómo estuvo tu primera semana? —preguntó mi jefe, sonriendo.

—Bien, muy bien, todos son muy amables —respondí.

Su sonrisa me ponía nerviosa, cada vez que lo hacía sentía mariposas en mi estómago.

Mientras pensaba en eso, Irma le hablaba maravillas de mí, diciéndole que era rápida aprendiendo y que de seguro no tendría mayores problemas conmigo en un futuro.

Yo seguía en mi nube, cruzando miradas con él y sonriéndole, ya que no sabía qué más decir.

Estaba tan desconcentrada en lo que conversaban, que no sé en qué momento Irma se despidió de mí y de Andrés, dejándonos a ambos frente a frente y sin nadie a nuestro alrededor.

—Me alegra que hayas aprendido rápido, Emilia.

—La verdad es que yo también, en poco tiempo llegaré a ser como Irma —dije tímidamente.

—Yo creo que mejor. —Me guiñó un ojo.

«¿Me estaba coqueteando?», me pregunté a mí misma.

Él, por una extraña razón sabía cómo hacerme sentir bien, cómoda y con ganas de acercarme. Ese hombre podía hacer que cualquier mujer se rindiera a sus pies, porque era inteligente, sabía escuchar y hacía que el mundo se paralizara con un chasquido de dedos.

Mis pensamientos y análisis sobre mi jefe reventaron como una bomba cuando escuché a una de las garzonas interrumpir nuestra conversación.

—Con permiso, Emilia, te robo al jefe un rato. Tengo cosas importantes que hablar con él. —Lo tomó de un brazo y lo llevó hasta un rincón solitario.

Gabriela, la garzona que me había pedido hablar con Andrés, estaba coqueteándole y sonriéndole descaradamente, yo intentaba mirar disimuladamente lo que hacían, pero era imposible. Me sentía celosa sin saber por qué.

Cada vez que escuchaba a mi jefe hablar o reírse, el mundo se me paralizaba, y ver a esa arpía, que no tenía nada de amable hablándole así tan descaradamente, me daba asco.

Paulina, quien ya se había hecho muy cercana a mí, me despertó de mis pensamientos, ella tenía el don para contestar todo lo que estaba pensando.

—Eh, enana, deja de soñar con él, es un hombre muy trabajólico y de verdad no creo que ande en busca de nada serio.

—¿Por qué dices eso?

—Mira cómo se le tira esa víbora encima. Cualquiera de estos trogloditas estaría felices de que Gabriela les coquetee de esa forma, es sexi y bonita, pero él, con suerte, la saluda. —Levantó los hombros a modo de no entender la actitud de la mujer.

Tenía razón, Gabriela parecía sacada del desfile de Victoria's Secret, era alta, rubia, ojos verdes. Solo con mirarla uno sabía que hacía mucho ejercicio y no comía carbohidratos.

—¿Será gay? —Bebí un buen sorbo de mi trago.

—La verdad, no lo sé, lo dudo, él es muy reservado con su vida privada, solo sé que su familia y él vivían en Inglaterra.

Dejé mi copa para regresar a casa, ya había bebido suficiente y la mejor opción era retirarme, si no, al día siguiente despertaría con el mayor arrepentimiento de mi vida y sin poder levantarme.

Me había despedido de todos, hasta que llegué al jefe sexi.

—Emilia, ¿en qué te vas? —preguntó.

Estaba por responderle cuando Diego, el encargado de inventario del restaurante respondió:

—Yo la llevo.

—Gracias, Andrés —respondí.

La verdad es que me habría encantado que él me llevara a casa, pero no podía pasar límites.

​—No quiero molestarte. Diego puede llevarme en un taxi. —Miré a mi compañero.

Salimos a esperar a quien nos recogería para llevarnos a casa, pero este nunca llegaba, así que Diego, me ofreció que camináramos mientras tanto. Al poco, se fue poniendo algo extraño, pero yo solo veía que era la consecuencia de lo mucho que había bebido.

En ningún momento le di alguna señal de que él pudiera interesarme.

—¿Sabes, Emilia?, eres muy linda, me encantaría tener una mujer como tú.

—Diego, basta de boberías, tienes novia.

—Te lo digo de verdad, tengo novia, pero ella no tiene por qué enterarse si algo pasa entre nosotros. —Intentó abrazarme.

—Mejor sigamos caminando y dejemos ese tema para cuando estemos sin alcohol. —Le saqué el brazo de mi espalda.

Seguimos el camino, yo lo evadía, había sido muy simpático durante la semana, pero cómo todos los que trabajaban en el lugar. Jamás podría haber imaginado que quería algo más. Cada vez me hacía sentir más incómoda y con miedo, porque no se me apartaba.

Ya casi llegando a un semáforo sentí que me tomó con ambas manos de la cintura y con toda su fuerza me arrastró a una pared.

—¿Qué estás haciendo? Diego, suéltame, necesito irme a casa. —Traté de empujarlo.

Acercó su cuerpo al mío, él era un moreno muy maceteado y sus ojos color café lograban decir lo que quería su cuerpo, por todos lados decía sexo. Subió una de sus manos a uno de mis pechos, grité, pero era imposible que alguien me escuchara. Tenía mil veces más fuerza que yo. Su cuerpo apretaba el mío, podía sentir su erección.

—¡Cállate! Tienes que mantenerte quieta. —Me apretó aún más contra la pared.

—Diego, por favor, suéltame, no está bien esto. —Traté de alejarlo de mí una vez más.

—¡Cállate, te estoy diciendo!

—Diego, por favor, estás haciendo algo de lo que después te arrepentirás.

Sentí cómo se bajaba la cremallera del pantalón, en ese segundo me entregué a lo que pudiera pasar, no había nadie cerca que pudiera ayudarme y mi boca ya estaba tapada con la suya, solo pedía a Dios que eso terminara pronto.

Pasaron solo unos segundos cuando vi a un hombre dar un empujón tirando a mi colega al suelo, yo no sabía qué hacer, los dedos me temblaban y no podía llamar a la policía, estaba fría y la voz no me salía.

¿Era Andrés quien le estaba pegando? Pero, ¿cómo? ¿Nos siguió? ¿Estaba viendo bien o era mi imaginación? Me encontraba confundida y me costaba lograr mantenerme en pie.

Sentí que caía y dejé de ver todo lo que estaba pasando en mi entorno, porque los ojos se me nublaron.

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