Algo demencial

Regina despertó lentamente, el molesto repique de su despertador la sacó de su confortable sueño. Decidida a ignorarlo, suspiró y se acurrucó más al cálido cuerpo sostenía fuertemente, no queriendo despertar aún. El gruñido irritado de Giovanni retumbó a través de ella, tranquilizándola, mientras él se estiraba sobre ella para aplastar el reloj, el cual, chillando moribundamente fue azotado contra la mesita. La mujer pelinegra sonrió perezosamente, feliz de que Giovanni se encargara del problema tan fácilmente por ella y se preparó para quedarse dormida de nuevo.

Por supuesto, aquello no era mas que un sueño, y, tenia que admitirlo, era uno bastante agradable.

La mano de Giovanni empezó a formar círculos en su espalda lentamente, ronroneando y manteniéndola despierta pero relajada. Su pierna se deslizó de donde él, cruzada sobre su cadera, para tumbarla de espalda al colchón. Sus labios rápidamente encontraron la piel de su cuello. Regina se arqueó ligeramente hacia él aún medio dormida, pero a cada segundo que pasaba ponía cada vez más atención a los movimientos de Giovanni, como su lengua que se deslizó justo por encima de su pulso.

Él deslizó un brazo detrás de la cabeza de ella para que apoyara su cuello en él, y la otra se puso a trabajar, levanta y explorando su estómago. La mujer pelinegra lentamente abrió sus ojos para encontrarse con Giovanni observándola fijamente, anotando cada expresión que pasaba por su cara. Sus ojos verdes en los de ella, y él deslizó su mano tranquilamente por encima de su estómago. Las puntas de sus dedos jugaban con el cierre delantero de su sostén.

Bip, bip, bip. Regina frunció sus cejas, fastidiada por el débil ruido que provenía de algún lugar de la casa. Parpadeó. El cuarto de Ennio. Debería de ser su alarma. Alarma... Las garras de Giovanni quitaron el primer cierre, distrayéndola. Espera... Había algo que debía recordar... Alarma... ¡El TRABAJO! Soltó un gritito ahogado y sacudió su cabeza viendo los tristes restos de su reloj despertador.

Se había despertado, y sobre su cama, semidesnudo junto a ella, tocando su cuerpo sin recato, estaba ese hombre, el dueño de la empresa para la que trabajaba, ¡No era un sueño!

Pedazos rotos de cables y plástico desordenados en la mesita. Gritó, el recuerdo de la noche anterior regresó a su cabeza como un torbellino. Giovanni... ¡Ese hombre! Se autocorrigió ferozmente, era...

—¡Idiota! — Gritó, luchando. — ¡¿Cómo te atreves?! Él gruñó, alcanzándola. Ella pateó su muñeca y bajó ruidosamente de la cama, cayéndose al suelo dolorosamente.

—No te oí quejarte antes— ladró molesto. Regina se levantó, bajando su playera para cubrir su estómago, jadeando levemente.

—Anoche me estaba quejando cuando tú me atacaste sin explicarme nada, haciéndome dormir a tu lado — Espetó, enojada, tratando de controlar sus agotados nervios.

Él roló los ojos. —Tú eres mi compañera, ¿Qué hay que explicar? — Preguntó con desdén.

Regina lo miró con el ceño fruncido. —¡Mucho! ¿Qué tontería es esa? Oye, sé que eres un hombre millonario y muy importante, pero eso no te da derecho a declararme como tu propiedad y tampoco de estar en mi casa, en mi alcoba, a las que entraste sin permiso, sé que no lograre denunciándote porque eres poderoso, pero largo de aquí ahora mismo, no me gusta que nadie invada mi espacio — gruñó ella de vuelta, mirando la puerta. Él entrecerró sus ojos.

—Ni siquiera lo pienses — él suspiró, y se tiró de nuevo a la cama, apoyando sus manos detrás de su cabeza, con una sonrisa de satisfacción, mientras ella se sonroja visión completa de él. — Es muy simple cariño. Tu...— La apuntó. — Me sacaste de la soledad en la que he estado aprisionado por... ¿qué año es este? —2022— Le informó Regina tensamente. — Entonces por 500 años, más o menos. Por tanto, el que allá sentido tu aroma justo ahora te hace... — hizo una pausa para dar un efecto dramático. — Mía —

Regina cruzó sus brazos en su pecho. —Bonita historia, pero me perdí después de los 500 años ¿Por qué estás aquí realmente? —

Él, arrogante, alzó una ceja con una sonrisa cubriendo su cara.

—¿Mi linda compañera no me cree? — Regina soltó un grito ahogado, aquello era una completa locura, no negaba que el tipo era ardiente y apuesto, pero estaba más loco que una cabra.

— ¿Como esperas a que crea semejante locura? Ósea, ¿Tienes más de 500 años vivo? Eso es imposible, sin duda y como decía mi abuelo, los millonarios son extravagantes y dementes — respondió mientras buscaba su ropa de trabajo.

Él, perezosamente, pasó su mano por su cuello, y las rodillas de Regina se debilitaron cuando ella sintió el mismo toque en su propio cuerpo. Él la miró, su sonrisa se ensanchó mientras su mano iba más abajo.

—Estamos conectados, tú y yo — Su mano jugueteó en su clavícula, obligándola a ella a agarrar su mesita de noche para apoyarse. ¿Acaso puedes negarlo? Susurró él en su cabeza. — Lo sientes también, ¿No? — Él le preguntó, haciéndola estremecer cuando provocó ligeramente la parte de arriba de su pecho.

—Esto es... una locura. Ni siquiera sé tu nombre — Respondió ella entrecortadamente, escuchando un extraño rugido en sus oídos. Su dedo se deslizaba a lo largo de su pecho, y su pezón se tensó. Nada se había sentido tan bien, y él apenas la estaba tocando.

—¿No lo sabes, cariño? — Le preguntó él. Sabes quién soy yo compañera, tal y como yo sé quién eres... Regina. La joven ahogó un gemido, sus dedos estaban condenadamente cerca. —¿Quién soy? — Le preguntó él, con una extraña mirada en sus ojos y jadeando ligeramente, el sudor relucía en su pecho.

Por lo menos ella no era la única que lo sentía. Dime compañera, dilo. ¡Giovanni! Gritó su alma en respuesta. ¡Giovanni! ¡Giovanni! ¡Giovanni! Su boca se secó, su dedo trazaba fogosos círculos sobre su piel. Ella lo necesitaba. Nunca antes se había sentido así. Su cuerpo entero se sentía débil y ardía porque necesitaba... algo.

— ¿Quién soy compañera? ¿Dime quien soy mi mate? — le cuestiono con diversión.

—¡Giovanni! — Gimió. Los dedos masculinos finalmente se deslizaron sobre el mismo. La mano de él se esparció por su propio pecho, dándole a ella una sensación fantasmal de ser sostenida, mientras los dedos de él jugaban con su vientre. Regina tuvo que usar ambas manos para sostenerse en pie, preocupada de no ser capaz de aguantar sólo con sus pies. Giovanni, observándola, tomó su mano libre sobre su rostro, volviéndola loca por la falta de movimiento.

Bip, bip, bip. El ruido la despertó lentamente del aturdimiento en el que ese ser la había arrastrado.

Ella llevó sus manos a su cabeza, sonrojándose. —¡Sal de mi cabeza! — Le ordenó, tratando de bloquearlo. Rip. Ella paró, asegurándose de no sentir más los toques fantasmales, y de que no fuera un truco. Levantó la cabeza para ver a un Giovanni mirándola conmocionado.

—¡Me sacaste! — La acuso sorprendido. Regina volvió a jadear, siendo incapaz de apartar la mirada de la suya. Se lamió los labios, tratando de controlarse. —Tengo que ir a trabajar. Quédate aquí, tienes que decirme quien rayos eres tú y que es lo que tú eres — Le dijo, sus palabras llenaron extrañamente el cuarto en un repentino silencio. Ella no se movió por un momento, aún jadeo silenciosamente antes de forzarse a voltearse. —Y otra cosa, ¡Consigue algo de ropa! —

Y diciendo esto, cerró la puerta detrás de sí y se apoyó contra ella, sus ojos muy abiertos y sin parpadear por la conmoción. Oh mi Dios. ¿En serio acababa de pasar eso? Respiró profundo, tratando de calmarse. No tenía tiempo de encargarse de esto ahora, tenía que levantar a Ennio, empezar a hacer el desayuno y asegurarse de que su hermano estaba listo para la escuela. Se encargaría de ese hombre... de Giovanni después. Preferiblemente con ropa interior larga, bata, chaqueta, cinturón de castidad y un casco de aluminio cubriendo su cabeza para proteger su mente.

Para ser un tipo extraño, raro en extremo... era difícil de resistir. Regina sacudió su cabeza, empujándose para pararse. Regina mala. Tenía que parar antes de que esto la volviera loca. Pero no podía dejarlo merodeando por toda la casa mientras ella no estaba ahí, así que, con una silla, bloqueo la entrada de su alcoba, después de todo, su madre no se daría cuenta por su ebriedad si el había algún ruido dentro.

El había dicho esa locura tambien, que había estado solo, esperándola durante 500 años, probablemente todo aquello no era más que una tontería y su jefe estaba demasiado aburrido de su millonaria vida y decidió molestarla, eso debía ser.

Frunció el ceño en su camino al cuarto de su hermano. cómo pudo Giovanni... ¿vincularse mentalmente con ella? Ya no estaba segura de qué pensar. Si la historia de Giovanni era verdad, su vida cambiaría completamente... de nuevo. Empujó la puerta de su hermano para abrirla, la alarma aún sonaba. La cama estaba vacía, las mantas tendidas de la forma que Regina las dejó. Repiqueteó su dedo, molesta, en el marco de la puerta. Estaría probablemente dormido en frente de su altar, aun esperando al fantasma de su padre que supuestamente bajaría durante el Samhain. Debió haberle insistido para irse a dormir la noche anterior, aunquetodo aquel asunto con su jefe la tenia de muy mal humor. Y ahora la molestaba de cierta manera el no tener idea de la hora a la que el Dr. Saíto se fue, o incluso si ese estúpido psiquiatra llegó a irse.

Cerró la puerta después de apagar la alarma, sonrojándose un poco al recordar que le había pasada a la suya. Debería de comprar una nueva alarma en el camino de regreso a casa después del trabajo, eso y cadenas para las ventanas, de esa manera su demente jefe no entraría de nuevo a su habitación.

La mujer pelinegra ignoró intencionadamente el cuarto de su madre, sabiendo que era poco probable que ella estuviera despierta y continuó bajando las escaleras, escuchando los ronquidos de su hermano en la sala. Despues de encagarse de su hermano, partío al trabajo.

—¿Está todo bien, señorita Martinelli? — La jefa de área paró su monólogo matutino para preguntarle. La mujer pelinegra asintió rápidamente, forzando una sonrisa en su rostro. —Por supuesto. — Dijo efusivamente, ignorando las miradas que le enviaban los otros compañeros que la miraban de manera juiciosa por lo ocurrido con el dueño el dia anterior, ademas, y por supuesto, habpia estado actuando raro.

Sabía que había estado actuando de forma extraña, pero ¿Podía ser culpada? El más caliente hombre que, además, era su jefe, había estado hablando en su cabeza y tocándola todo el día. La única cosa más distractora sería tenerlo a su lado. Y entonces necesitaría ser enviada a un manicomio.

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