Aullido de medianoche
Aullido de medianoche
Por: Yubel Writer
Eres mi mate

Regina Martinelli, era una joven en sus veinte que realmente no tenía ánimo para tolerar tonterías de nadie, hacia poco más de seis meses, su padre había muerto en un accidente de tráfico, y desde entonces, su vida se había convertido en algo poco más de un infierno.

Lo primero, tuvo que abandonar la universidad, el seguro de su padre y la miserable pensión que le dejo a su madre, no había sido suficiente para continuar con ello y con las necesidades diarias a la vez, así que, con su carrera trunca, había aceptado un sencillo trabajo como recepcionista en una importante multinacional que llevaba por nombre “La luna Roja”, una farmacéutica importantísima cuya rama principal se especializaba en cosméticos y perfumería, siendo lideres en el sector cosmético a nivel mundial.

La paga no era grandiosa, pero le alcanzaba para alcanzar a llegar a final de mes. Al final, eso era lo importante. Su madre, se había vuelto alcohólica desde la muerte de su padre, y su hermano menor, Ennio, pasaba su tiempo con un médico que era amigo de la familia desde hacia bastante tiempo, aunque, tenia que decirlo, Lombardo tenia algunas ideas bastante locas metidas en la cabeza y le estaba enseñando tonterías a su hermanito sobre brujas, hombres lobo y demás sandeces inimaginables, sin embargo, lo toleraba porque aquel amable y excéntrico hombre, lo ayudaba con su proceso de duelo, y eso, era invaluable.

En aquello pensaba, completamente aburrida, cuando escucho el tremendo alboroto en la entrada del edificio. Claro, lo había olvidado, aquel día los visitaría en esa sucursal, el mismísimo dueño de la compañía, millonario, tremendamente caliente y apuesto según sus compañeras, y quien ocupaba el puesto de CEO en las empresas familiares. Su nombre, no lo conocía, es más, ni siquiera le importaba saberlo, tan solo quería que ese día terminara ya, era Halloween, o Samhain como insistía en llamarlo su hermano, y no tenia animo de ver a niños disfrazados de espectros o de asistir a la fiesta que su trabajo había organizado, tan solo quería llegar a dormir a su casa y olvidarse de que existía el resto de esa larga noche.

El alboroto se había calmado repentinamente, y entonces, Regina cayo en cuenta de que aquel “viril hombre” como era llamado, estaba de pie frente a ella preguntándole algo, y ella, no había reparado en su presencia por estar distraída pensando en tonterías. Con el rostro colorado, Regina se disculpó.

—Lo…lo siento mucho, yo no quería…

—¿Que perfume usas? — aquella pregunta salida de los labios del dueño, su jefe directo, la sorprendió tanto que por un instante no supo que responder.

—Yo no…uso perfume…son…algo costosos — respondió avergonzada mientras algunas mujeres se burlaban no tan discretamente de ella.

Aquel hombre, se introdujo en el pequeño cubículo de la recepción, en donde no había demasiado espacio para ambos, quedando demasiado pegados el uno con el otro. Regina, sintió sus mejillas arder ante tal acción que la privaba de su espacio personal, y entonces, en medio del silencio en que todos en el lugar se habían sumergido, aquel sujeto apuesto, de cabellos rubios platinados y ojos verdes, hizo lo impensable; acerco su rostro hacia el cuello de ella, para aspirar aquel perfume que aseguraba, ella estaba usando. En ese momento, Regina sintió como su rostro pasaba de rojo a ser un tomate, pues aquella cercanía de ese adonis demasiado apuesto, la había puesto en una situación demasiado bochornosa de la que todos sus compañeros estaban siendo testigos.

—Es cierto, no llevas ningún perfume, tu aroma…es natural…y exquisito…me gusta, me gusta demasiado, Regina —

En ese momento, todas las miradas se posaron sobre ella, las de los hombres con asombro, las de las mujeres con envidia, y ella, solo quería que la tierra se la tragara en ese mismo momento.

De regreso a casa, Regina aun sentía sus mejillas ardiendo, aquel hombre se había marchado tan rápido como llego, después de decirle aquella barbaridad frente a todos, y el resto de la tarde, la había pasado soportando las miradas de furia asesina de sus compañeras de trabajo, y alguna que otra indirecta sobre su ropa de mala calidad y mil preguntas sobre el porqué “alguien como el pondría sus ojos en una sucia pobretona como ella”. Oh si, había sido un mal día, y ver a los niños pidiendo dulces aquí y allá, no la hacia sentirse mejor, Halloween, había sido siempre la fecha especial que compartía con su padre, y aquel, era el primero de ellos que pasaba sin él. Entonces, al ir distraída, no reparo en el auto que casi la atropella y que al tratar de esquivar la hizo caer con cierta violencia al suelo, hiriéndose la mano que se había raspado y le había causado una herida algo profunda que solo cubrió con un pañuelo que llevaba en su bolso.

Llegando a casa, vio un tazón de dulces que, supuestamente, serían entregados por su madre a los niños que pasaran con sus alegres disfraces, pero, por las botellas de licor, supo la razón por la cual no habían sido entregados y decidió llevarlos a su recamara para comerlos después, se paró en frente de la puerta cerrada de la habitación de su madre, pero sin tener la energía o la voluntad de lidiar con ella ahora mismo, pasó de lado y continuó hasta su propio cuarto, sabía que Ennio andaría en compañía del Dr. Lombardo, así que no se molestó en preparar algo de cenar. Abrió su puerta con un suspiro agradecido, no había estado tan feliz en su vida de ver su cama. Dobló su mano, viendo que la herida seguía sangrando y la cera cubrirla. Dejó el plato de los dulces en su buró, determinada a dejarlos para después y concentrarse en su mano. La última cosa que necesitaba era una infección. Una risa oscura vibró por toda su habitación, haciéndola parar en su inspección.

—Pobre compañera. Déjame encargarme de esa cortada — Antes de que pudiera respirar profundo para gritar, una fuerte mano se envolvió en su muñeca y la jaló a un desnudo y cálido pecho.

Miró hacia arriba y vio a ese hombre, su jefe, el mismo que había aspirado su aroma más temprano esa mañana, examinando cuidadosamente su cortada, antes de mostrarle una sonrisa diabólica y pasar su lengua delicadamente contra su herida.

Regina soltó un gritito ahogado, sintiendo como si fueran llamas las que tocaran su piel, pero en vez de sentir dolor, sentía un increíble calor que nunca había sentido. Él sonrió socarronamente ante su cara atemorizada y presionó su palma contra sus labios.

—Listo. ¿No está mejor ahora, cariño? — él ronroneó enigmáticamente, acercándola más a él. Él soltó su mano y retorció sus dedos en su cabello.

Ella solo podía verlo sin hacer nada, insegura de si esto era real, ¿Por qué demonios el dueño de la luna roja estaría metido en su habitación a esas horas de la noche? Genial, lo que le faltaba, se había vuelto completamente loca, sin embargo, al pellizcarse para comprobar que no estaba soñando, supo que era real, y un temor como nunca sintió la invadió por completo, ¿Qué diantres hacia ese hombre allí?

—Vamos, no me mires así Regina, se que esto es raro, pero, hay una importante razón para estar aquí, y la sabrás ahora mismo — dijo aquel hombre cuyo saco y camisa costosas estaban sobre su cama, y ella, deseo gritar con todas sus fuerzas, pero por alguna razón, no pudo hacerlo.

Aquel hombre se acerco hasta ella haciendo que su espalda chocara contra la pared y sus alientos se encontraran. — tu habitación es pequeña y calurosa, así que tuve que quitarme parte de mi ropa — dijo repentinamente logrando únicamente ponerla más nerviosa.

Nunca se había sentido tan débil en su vida entera. O tan deseada. El joven bajó su cabeza, acercándose a ella, su cabello plateado lanzando brillantes destellos por la débil luz.

—He esperado tanto tiempo para esto — Murmuró contra sus labios, antes de cerrar la distancia entre ellos y tomarlos con los propios. Si su boca en su palma había sido caliente, esto era abrasador.

Él gruñó suavemente mientras su lengua jugaba sobre sus labios, y ella abría su boca sin darse cuenta, dejando que él se introdujera en ella, aleteando sobre sus dientes. Pudo haber sido el beso más ardiente de su vida si no fuera de un extraño pendejo que había entrado en su cuarto. Ella sintió los labios de él formar una sonrisa de satisfacción.

—Sabes mejor de lo que yo hubiera esperado — Sus manos vagaron lentamente hacia abajo, instalándose en sus caderas y liberando sus brazos. En respuesta, Regina estrelló el plato de los dulces en su cabeza.

— ¡Joder! — Él maldijo, dejándola ir para agarrar su cabeza mientras los dulces se caían al suelo. Regina saltó hacia su closet, sabiendo que Ennio guardaba ahí su b**e de béisbol, pero antes de que ella pudiera tocar el pomo de la puerta, el joven la agarró y dio un tirón a su espalda. Ella deslizó sus uñas por sus brazos desnudos.

—¡Déjame ir estúpido! ¡Joder, eso duele! — Se quejó el, dejándose caer en su cama, depositándola a ella en su regazo y, tomando las manos de ella con las suyas, forzó sus brazos alrededor de su pecho para que así ella no pudiera herirlo.

Tiró una pierna sobre sus pantorrillas cuando ella forcejeó, inmovilizándola fácilmente.

—Tranquilízate, no voy a hacerte daño — Ella resopló, aun retorciéndose.

—Si, claro, ¿si sabes que puedo y que voy a demandarte por entrar a mi casa y mi habitación como un maldito ladrón? — Espetó enojada. — ¡Déjame ir! — La mujer pelinegra se sonrojó al darse cuenta de que estaba siendo sostenida demasiado cerca de un hombre que tenía el torso desnudo.

Él solo la abrazó acercándola más, descansando su barbilla e el cabello de ella. Respiró hondo.

—Maldita sea, hueles bien — Murmuró, inhalando de nuevo.

—Más vale que lo disfrutes, porque en el momento en que me levante te arrancaré la nariz de la cara — Siseó Regina.

El joven río, su pecho retumbaba contra la espalda de Regina.

—Tengo suerte de tener una compañera sanguinaria — Murmuró. Regina volteó su cuello a un lado y lo mordió salvajemente. —¡AUCH! ¡Deja de hacer eso! — le ordenó, apretando su abrazo en vez de dejarla ir, como ella esperaba que lo hiciera. — Tú eres mi compañera, mi mate, y yo soy tu macho alfa ¡no tienes que herirme! —

—¡No soy tu nada, estúpido! ¿Quién demonios te crees que eres y en que estúpido siglo crees que vivimos? — Gritó ella, frustrada. Él se acercó para olfatear su cuello.

—Oh, cariño, tú sabes perfectamente quién soy — dijo con arrogancia aquel CEO que la acosaba como un demente y hablaba con palabras tan arcaicas que le erizaban la piel.

 ¡Giovanni! Clamó una voz en su cabeza con impaciencia.

—Soy el hombre que liberaste de su soledad, el macho destinado a ser tu compañero — Sus pulgares empezaron a acariciar los dedos de ella, sus labios tan cerca de su oído, poniéndole la carne de gallina por donde su aliento pasaba. — y ahora eres mía Regina, y lo serás por siempre —

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