2-Un hecho del pasado

Cómo podría vivir aquella loba a la que Kira había intentado ayudar,soportando el ojo crítico de su propia manada, las habladurías sobre su persona, la aislarian, estaba destinada a no volver a su hogar.

El Rey brujo llegó pronto para auxiliar a su hija, la escena que encontró iba a demandar varias explicaciones para con el rey de los licántropos, un lobo muerto en Apur,tierra de brujos, significaba mucho peligro, la relación era tirante,pero con este suceso las cosas se pondrían por demás complicadas.

Kira se recordaba a sí misma, que no hubiese podido permitir la muerte de un ser vivo inocente a manos de un asesino sin remordimientos, así los sucesos no podían hacerla lamentarse tanto.

Se preguntaba cómo un hombre era capaz de lastimar así a quien decía amar, tal vez la forma salvaje de ellos los hacía perder la razón, por unos minutos cerró los ojos pidiendo jamás tener que cruzarse con un lobo, aunque sabía que eso era imposible.

Desde su hogar la princesa temía, porque todo lo ocurrido había sido informado al Rey Alfa, con lujos y detalles, pera la verdadera pregunta era, si creía lo que le habían contado, que no era nada más ni nada menos que la verdad.

Era inminente la llegada al gran salón del palacio del rey, de la delegación enviada desde Lycaria, el beta de allí lideraba el grupo, venía a corroborar los datos que de antemano le habían relatado, pero era obvio que dudaban.

La loba Diana ansiosa, miraba un reloj antiguo que movía las agujas delatando que el tiempo si pasaba, porque por un momento juró que del susto que tenía todo se había quedado como estático.

-Todo saldrá bién...-le comentó en un tono muy bajo Kira, con una voz que parecía tranquilizarla- tú no tienes culpa de nada, tomaré la responsabilidad—

Aquellas palabras de la princesa instalaron un dolor en el pecho de la mujer que la miraba conteniendo grandes lagrimones, sintiéndose horrible por lo ocurrido, porque en realidad nadie había tenido la culpa, excepto su mate, pero ¿Cómo convencerlos?

El beta ingresó al salón siendo guiado por el Guardia, con el rostro desencajado y una mirada cazadora, presentaba una notable alteración en su ser, aquello podía resultar terrible.

Se acercó haciendo una reverencia al Rey de los brujos, y mientras se dirigia a la Princesa Kira, su rostro palideció, y un color amarillo lleno sus ojos de deseo y fuego tomando la mano de la loba Diana , besándola con devoción.

-Eres mía - susurro en su oído a la vista de todos-te he esperado tanto.

Un suspiro salió del cuerpo de la princesa, como si una carga muy pesada la abandonará súbitamente, la Diosa había tenido piedad, para con una de sus hijas como lo era Diana e incluso para con ella.

Si esto era verdad, él la marcaría, Diana relataria los sucesos transcurridos y él siendo su alma destinada corroboraria que era verdad, a él no podía mentirle.

Era una luz brillante entre tanta tormenta de dudas.

Esa misma noche la delegación partió con la suficiente información como para ser trasladada al Rey Alfa Bastian, que la esperaba para dictaminar si debía declararle la guerra a los brujos, si aquello había sido un asesinato cometido a uno de los suyos, o la historia contada por la carta del rey de los brujos era cierta.

Diana partió con ellos, volvería a sus tierras y no tenía dudas que sería bien recibida, su pareja sabía que no mentía, y aquel que alguna vez fue su pareja la había lastimado mucho, si algo era realmente cierto, era que el pueblo de Keva la acogió en su peor momento, Kira la defendió de todo, incluso poniendo su vida en riesgo, le debía a ella borrar las dudas que inquietaban al alfa, y ponían en cuerda floja las relaciones entre ambos reinos.

Hacía el sureste , Apur se encontraba con uno de los límites más amigables que tenía, el territorio de Caliza que era territorio de los vampiros, allí residía el Rey Primus cuyo trono sería dejado a su hijo Patrick, quien desde pequeño había entablado una amistad con Kira, ayudándola cuando vampiros rebeldes se pasaban de la raya.

Kira era una de las guerreras encargada de mantener el orden en las fronteras de su región, no era propio de una princesa, su padre odiaba esa decisión, pero había que reconocer que nadie era mejor que ella para proteger su lugar, era territorial, justa y gracias a su don de canalizar energía de animales guardianes mitológicos salía ilesa siempre de cualquier pelea, por lo menos hasta ahora. Su entrenamiento había sido duro, pero el manejo de la lanza que había pertenecido a su madre era magnífico, aquella arma era de un metal muy duro y plateado, y hasta ahora de un metal que no coincidía con ninguno de los metales descubiertos hasta la actualidad.

Generalmente cuando se alertaba de intrusos eso no significaba que hubiese un enfrentamiento, se intentaba llegar a un acuerdo pacífico, hasta ese momento eso era siempre lo que sucedía

Hacía el noreste los demonios se habían hecho de unas tierras que llamaron Devitas, eran bastantes desobedientes en cuanto a no cruzar a otras regiones sin permiso, almas bastantes libres y diabólicas.

Al suroeste la región de Niaria era de las más pacíficas, allí residía los seres elementales, elfos, duendes, hadas, ninfas, que de ninguna manera querían ser molestados y detestaban a los forasteros.

El problema surgiria hacía el noroeste, la región de Inri, cuna de lobos y lobas que aunque decían tener su lugar y respetar al resto, solían tener noches de salvajismo pasando hacía otras zonas, no respetando las autoridades.

Allí residía un alfa que no admitía la situación, se debía completamente a su manada, aquel no era el Rey Alfa, esa solo era una de las manadas. Más al norte, muy alejados , el verdadero Rey de los Lobos formaba guerreros despiadados, en las tierras de Lycaria.

Una vez al año se celebraban "las cruzadas", torneos sangrientos entre licántropos, los ganadores eran recompensados con oro, pero sobre todo, Honor.

El ganador de todas las rondas tendría el honor de enfrentarse al Rey Alfa, razón que daba la oportunidad de reafirmar su lugar como líder de todas las manadas.

Hasta ahora nadie lo había vencido, y es que su reputación no era solo de salvaje, sino realmente despiadado, para con los suyos inclusive.

La debilidad no era bien vista por él, se rumoreaba que carecía de corazón y por eso era invencible, su único sentimiento era el puro instinto, convirtiéndose en alguien sin debilidades, porque tampoco había encontrado a su mate, así que la soledad era algo a lo que estaba acostumbrado desde aproximadamente 700 años de su existencia.

Era de madrugada cuando el Rey de los Lobos, el rey Bastian despertó inquieto, se levantó en dirección al ventanal de su habitación que daba a los grandes jardines de Lycaria, se movía de manera silenciosa pues no quería despertar a cierta mujer que yacía plácidamente dormida a su lado totalmente desnuda.

Miró por la ventana pero no pudo ver la luna, era una noche por demás cálida, volvió a fijar sus ojos en el cuerpo de aquella mujer que le había rogado el puesto de Luna, como todas las noches.

Después de todo 700 años sin Luna para una manada era casi un signo de maldición por parte de los Dioses, era necesario callar rumores que se sucitaban en un pueblo herido que solo conocía la batalla, la violencia, necesitaban una contrafigura, una voz tierna que los guiara a la esperanza de mejores alianzas y que los hiciera sentir importantes para sus líderes, cosas que Bastian no podia demostrar y su lobo interno Zeus, menos.

Eran salvajes y la soledad les había arrancado la posibilidad de ser más humanos, la bestia había salido de su jaula y era menos indulgente que nunca, en el pueblo todo era acatado o la muerte era la única opción antes que otro tipo de castigo, todo era en una línea recta por demás tajante, la paciencia no era una cualidad de los hijos de la luna, y les iba a ser muy difícil aprenderla.

El hueco en su alma, era doloroso, no le daría a su manada cualquier Luna, eso sería obseno, le daría la que los Dioses eligieron para él, pero si esperaba más tiempo perdería la cordura de tanto buscarla y soñarla.

Pasó su mano por su pecho desnudo y se la imaginó, sus labios, su tacto, su marca latiendo en su cuello, recordándole que era solo suya y de nadie más, pero era un sueño, porque no estaba allí, todavía no la había encontrado, pero si tan solo pudiera ser cierto, esa sensación de cercanía con lo anhelado lo hizo apretar sus labios saboreando por un minuto el deseo puro.

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