UNA MUJER DISTINTA

POV. PRÍNCIPE  EDUARD DE AMBER

HEREDERO AL TRONO DE VARSOVIA.

—¿Pero que Mierd….?— preguntó más que sorprendido. Una mujer de cabellera negra, como una aparición está sentada analizando datos en la pantalla, no me mira ni se sobresalta por mi interrupción. Ni siquiera estoy seguro que haya notado mi presencia.

—¿Que significa esto Camilo?— pronunció sin levantar la voz pero la frase cortó el aire haciendo que la mirada de Camilo se helara por el temor de mi reacción. Aunque incomprensiblemente no estoy molesto, no sé porqué me siento tan  hipnotizado y atraído. La paz y el Aura que rodea a esa mujer es totalmente nueva para mi. Me da una sensación de frescor en mi repugnante rutina.

Pero La Paz no me dura para siempre, tampoco se que me conviene contemplarla como si de una obra de arte se tratara.

Enseguida mi cerebro y mi razón mandan la señal de peligro. Me siento vulnerable y ella ni siquiera se ha fijado en mi.

Los tartamudeos de Camilo llaman su atención y solo entonces ella levanta la vista de “mi” ordenador… ¡ Mío! «¡Si!¡demonios!… Esta tocando algo mío» la mera idea me pone duro, aguanto la respiración e intento pensar en otra cosa. El rostro se me tensa y levanto la barbilla. Las facciones se me endurecen por el esfuerzo. ¿Qué pasa Eduard? Una sola mujer no puede derribar tanto tiempo de autocontrol… ¿o si?

Ella le da una media sonrisa a mi asistente que se limita a soltar el aire y responder resignado.

—Su majestad, ella es…

—¡Una mujer!— respondo con una dureza por demás innecesaria, ella no se espanta por mi actitud, ni por lo poco simpático de mi tono. Lo puedo notar, es una de esas brujas irreverentes e indomables. Tampoco toma una posición de sumisión como todos los que me rodean y saben que soy el futuro rey en la línea de sucesión; solo frunce el ceño y me ignora. «Es que acaso que está mujer no sabe que soy el puto Príncipe Heredero».

—Un placer conocerlo, su majestad. Mi nombre es Ana Lucía Gaitan— se presenta ofreciendo su mano como si yo fuera un colega de cantina, y ciertamente dudo si estrecharla en la mía , pero finalmente la acepto.

Un error… tarde lo entendí .

Ha sido mucho tiempo sin rozar a una mujer, mucho menos a una tan hermosa. Ocurrió lo que temía «Electricidad». La estúpida electricidad de que muchos hablan y acabo de confirmar que si existe.

No es que haya caído a los pies de esta desconocida… No fui nunca un pelele enamoradizo, pero se me oprime el pecho de la frustración, la vida se toma el trabajo de recordarme y ponerme adelante justo lo que no puedo tener.

—Ana Lucía Gaitan. Es la persona de que le hablé para resolver todo el problema de las finanzas— Camilo se mete en mi camino y trata de explicarme este error imperdonable. Hace una pausa, me mira para ver qué terreno está pisando y continúa— La traje su majestad por qué es la única Financista que es capaz de desenredar todo este enrollo.

La miro más atentamente. Talentosa y hermosa, «un peligro andante y con cabellera hermosa».

—Camilo, tengo normas bien estrictas acerca del personal que trabaja conmigo. Con traerla aquí y dejar que haya husmeado en mi ordenador acabas de romper… ¿quien dice romper?… acabas de arrasar con todas mis reglas.  — Alcanzó a gruñir apretando los dientes.

Ella se pone  de pie ofreciendo una vista panorámica de su figura y me acabo de quedar con la boca abierta. Literalmente con la boca abierta. No muestra nada de piel, a excepción de las muñecas y el rostro. Enfundada en una camisa color marfil y unos pantalones ejecutivos negros es un símbolo de belleza exuberante.

Maldigo por lo bajo y ella levanta altanera la barbilla.

—No husmeé— responde orgullosa — y si… Lo qué hay en ese ordenador es un desfalco  y un fraude de magnitudes enormes. No hace falta ser un genio de las finanzas para darse cuenta—. Me regala otra sonrisa ladeada, esa sonrisa en otro tiempo hubiesen provocado que la sedujera y la llevara a la cama — Si le soy sincera… tampoco me interesa trabajar con usted— espeta dejándome sorprendido y picado por su naciente rechazo. —Suerte con sus “Normas estrictas y con su problemita financiero ”— hace comillas en el aire y apunta al ordenador con el mentón.

— Pero su alteza… ella puede ayudarnos— casi suplica Camilo—Si no  le dije antes de quien se trataba por qué estaba seguro de que usted se negaría…

—¡Y me niego!— interrumpo sin apartar mis ojos del cuerpo de Ninfa sexual que avanza hacia  mi.

«Ana Lucía» saboreó su nombre en mi mente. ¡Dios! «¡Necesito que la saquen de este edificio ahora mismo!»

— A riesgo de parecer grosero señorita Gaitan, soy una persona estricta. Camilo Condil sabe cuáles son las especificaciones para trabajar conmigo y usted no las cumple. O no las cumple del todo.

—Usted tampoco cumple las mías— replica sin rastro de molestia. —Te advertí Camilo que esto no iba a funcionar.

La observo acercarse a mi asistente y palmearle la espalda con complicidad. Me lleno de sentimientos extraños. Sentimientos bajos que creo que nunca había sentido.  Siento  envidia de no ser yo a quien toque, o a quien se acerque; siento dolor por no poner tener a una mujer nunca más y siento mil sentimientos que no logro discernir y un poco de … ¿celos?. Si, creo que si. Celos también.

Me enojo conmigo mismo. No puede ser tan perfecta como luce, en algún momento tiene que mostrar algún defecto, alguno que me haga desencantarme de ella, además de esa lengua afilada que verdaderamente no me molesta.

— ¿Yo en la corte real?— susurra a Camilo, peor alcanzó a escucharla; hace una mueca con la boca y  sonríe. — Ni en mil años Camilo. Ahora si me disculpas, volveré a casa. Papá me necesita para la  puesta de sol.

Contonea las caderas caminando hacia el sofá frente a mi y toma una bolsa que hasta ese momento yo no había visto . Posa sus ojos en mi y avanza unos pocos pasos. Me sudan las manos y me siento nervioso. Me tenso y ella solo se detiene a un metro y medio de mi.

— Un placer conocerlo su majestad. Es usted un poco más joven de lo que esperaba…

—¿Acaso nunca me había visto señorita Gaitan?— pregunto exasperado de que esta mujer haya desconocido mi existencia. Una vida jodidamente pública de evento en evento… y esta mujer nunca me había visto.

—No me mal entienda. He visto miles de fotos suyas en los últimos dos años. En cada una de esas  fotos usted aparenta ser mucho mayor que en persona.— Debe ser por su expresión y quizás por su mal caracter— explica francamente dejándome aún más desconcertado. No tenía idea que mi imagen pública era la de un anciano gruñón.

—¿Por que solo en los últimos dos años? ¿Y antes? ¿ Es acaso extranjera y acaba de residirse en el país?

—No, yo solo estudié varios años en el extranjero.

—También fue un placer conocerla señorita Gaitan— anuncio en tono cortante, poniendo fin a cualquier tipo de conversación que pudiera entablar. —Agradezco su tiempo al venir hasta aquí, pero usted no cumple con los requisitos para trabajar a mi lado…

—¿Y esos requisitos son?— me interrumpe.

—Confórmese con saber que no es apta para el cargo— recalcó amargamente  pasándome la mano por el cabello, realmente no podría trabajar con ella aunque lo intentara. Ese carácter irrespetuoso solo sacaría al macho alfa qué hay en mi, y terminaría enredándome en algo de lo que no podría salir… o no querría salir.

—Camilo, ocúpate de acompañar a la señorita a la salida. Que se le pague la jornada que ha perdido por venir aquí, y encárgate también de que firme un contrato de confidencialidad por la información a la que acaba de tener acceso en mi ordenador. Eso es todo por hoy.

—No es necesario que me humille ofreciendo dinero por un par de horas perdidas — protesta ella  mirándome con llamas de fuego en los ojos más verdes que he visto en mi vida. —No necesitó su dinero— concluye.

—Yo Insisto— le hago una seña a Camilo para que la saque de una buena vez de mi vista antes de que pierda mi ya tambaleante control  y me arrepienta de decirle que se marche. Necesito estar tranquilo, y con es mujer cerca no lo lograré. Solo estaré pensando en su piel bronceada, en sus ojos verdes, y en  ese cuerpo lleno de curvas.

No puedo castigarme así, estaría sufriendo por una sonrisa… por lo que fuera que una mujer como ella quisiera regalarme. Sé que me enamoraría como un tonto… de un imposible.

Aunque yo no le soy indiferente a casi ninguna mujer, nos separa un abismo. La muerte es lo que nos separa… la muerte que cargo conmigo.

Camilo la guió para sacarla del despacho, se fue, pero antes me dio una última mirada de fuego.

—Para ser un príncipe es bastante idiota usted— comentó ya a la salida.

— Lo triste es que… lo sé— la frase salió de mis labios, aunque estoy bastante seguro de que ella no alcanzó a escucharla.

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