La mudanza

Suspiro con desgana mientras observo cómo el cierre de mi valija se rompe debido a la carga de ropa que le metí, o quizás porque ya estaba demasiado vieja. 

—No te preocupes —dice Alex, haciéndome saltar del susto, no me había dado cuenta de que estaba detrás de mí—. Voy a buscar cajas y guardamos tus cosas ahí.

—Está bien, gracias.

—Dame cinco minutos, ya regreso.

Asiento con la cabeza y él desaparece por la puerta. Me golpeo la cabeza contra la pared repetidas veces, tratando de contener el impulso tan estúpido de volver a besarlo. 

Anoche, cuando salimos de esa antigua habitación con la respiración agitada y desalineados, terminamos de convencer a su familia de nuestro romance, aunque su madre sí nos miraba con los ojos un poco entrecerrados. De todos modos, eso era lo que menos me importaba, si no que, de repente, le empecé a prestar un poco más de atención a Alex, tratando de descubrir qué era lo que tenía que tanto me hechizaba. Supuse que eran sus ojos azules tan atrayentes o esa mirada cargada de complicidad que me dedicaba, pero también descubrí algunas otras cosas que lo hacían aún más encantador, como la manera en la que succionaba su labio inferior con suavidad cuando se ponía pensativo, o cómo rascaba la punta de su ceja cuando estaba diciendo alguna mentira sobre nosotros o esa sonrisa pícara de la cual solo yo era capaz de entender. Y todo eso lo descubrí solo en una noche, ¿con qué más me podría encontrar en dos meses? 

—Volví —avisa entrando con cuatro cajas gigantes que probablemente eran de electrodomésticos—. Pongámonos manos a la obra, hay muchas cosas por guardar… —agrega tomando con dos dedos una fina tanga blanca de encaje que hay sobre mi mesa de luz, y arquea una ceja de manera divertida.

—¡Hey, no toques eso! —exclamo sonrojándome y se la saco con rapidez. Él suelta una carcajada y me mira de arriba abajo, pero no dice nada. 

Suspiro y comienzo a guardar prendas en una de las cajas, mientras él envuelve objetos frágiles con periódicos y los embala con concentración. No puedo evitar mirarlo de reojo y se me escapa una sonrisa. Incluso hoy, un día normal y corriente, haciendo cosas en casa, está vestido con su traje gris e impecable. ¿Cómo hace para verse tan bien? A mí me da vergüenza andar tan mundana, en jogging y polera de lana delante de él, aunque parece no importarle. 

—¿Qué pasa, Maia? —inquiere devolviéndome la mirada, esbozando una sonrisa torcida. 

—Nada, ¿por qué? —Me encojo de hombros con desinterés y vuelvo a mirar al frente. 

—Me pica la nuca, sé que me estás mirando —replica sin dejar de sonreír. 

Me río y me siento en el borde de la cama con un bufido, sopesando la idea de decirle lo que estoy pensando o no. 

—Me da vergüenza —digo. 

—Eso me interesa aún más… —comenta acercándose a mí con paso sigiloso. Su cercanía comienza a erizarme la piel, y me remuevo en el lugar con incomodidad cuando se sienta a mi lado, observándome con curiosidad.

—No es nada, solo estaba pensando… ¿por qué me elegiste a mí cuando podrías tener a quien quisieras? ¿No tuviste un amor de la infancia con quien hubieras querido casarte o alguna chica que te gustara? —quiero saber, y comienza a hacer ese gesto pensativo, mordiéndose el labio inferior de una manera tan sensual que no puedo quitarle la vista de encima.

—Bueno, la verdad es que no, no tengo ninguna mujer con quien me pueda involucrar de manera sentimental, ni me interesa, y no quiero casarme con nadie, por eso elegí a alguien a último momento. ¡Y menos mal que aceptaste!

—¿Qué hubieras hecho si no aceptaba?

—Probablemente hubiera buscado a alguien más, aunque iba a ser difícil… Igualmente, te lo propuse porque estaba seguro de que ibas a aceptar. 

—¿Cómo estabas tan seguro? —pregunto con tono irónico, y sonríe con suficiencia.

—Primero deduje que estabas soltera, porque si tuvieras novio no estarías trabajando en un bar de mala muerte en vísperas de año nuevo. Segundo, tu jefe era un idiota y sé que pagan miserias, los clientes ni siquiera dan propinas y, perdón, pero te veías necesitada de dinero, si no, repito, no estarías trabajando en un lugar así y menos el último día del año, y tercero, me pareciste muy linda, te veías humilde y sencilla... Eso es todo lo que necesito en una mujer —contesta con seguridad, aumentando la intensidad de la mirada al decir lo último. Me aclaro la voz.

—Igual, a pesar de todo, no lo hago por el dinero… —Arquea una ceja—. Bueno, en parte sí, no voy a mentir, pero al mismo tiempo siento que no puedo decirte que no a nada. 

—¿A nada? —repite con picardía. Me muerdo la lengua y me río con nerviosismo.

—Me refiero a que eres difícil de rechazar… —Creo que cada vez la embarro más—. Lo que quiero decir es que tienes carisma y una gran seguridad en ti mismo, lo que provoca que seas… convincente. 

—Ah, ya entendí —dice con tono divertido—. Entonces, ya que soy tan convincente, ¿vas a dormir conmigo? 

—Para eso no soy tan fácil de convencer —expreso dándole un pequeño empujón de manera juguetona. 

—¡Vamos! ¿No deseas dormir al lado de alguien que te dé calor en este invierno tan frío? —quiere saber sin dejar de reír, pongo los ojos en blanco, ocultando una sonrisa.

—Paso, me gusta dormir con mil kilos de frazadas y mi gato en mis pies.

—Debo admitir que yo duermo con mis perros cuando hace frío —manifiesta volviendo a ponerse de pie, y continúa guardando cosas. 

—¿Entonces quieres que sea tu perra? 

Se produce un breve silencio, en la que me arrepiento por completo de haber hecho aquella pregunta. Juro que en mi mente no sonaba tan mal… ¿Aunque acaso lo pensé?

—Mejor no respondo —responde soltando una carcajada—. En fin, ya te dije, solo quiero que nos sintamos cómodos con el otro, vamos a pasar juntos dos meses y creo que lo mejor es conocernos bien… puedo poner una almohada entre nosotros para que te sientas tranquila —agrega, mirándome con ojitos de cachorrito triste. 

Resoplo y me trago mis palabras. Es increíble el poder que tiene su mirada.

—Lo voy a pensar —es lo último que digo antes de ponerme en movimiento y seguir guardando cosas. 

Tras unas horas de estar empacando todas mis pertenencias, ya es hora de partir y dejar este pequeño departamento que me vio sufrir y, al mismo tiempo, crecer. 

Tengo que aguantar las lágrimas que se juntan en mis ojos para que Alex, quien estuvo conmigo toda la tarde, no me vea llorar, aunque creo que es tarde. En cuanto sube a su auto y me mira de reojo, frunce el ceño y vuelve a posar sus ojos en mí con mayor interés.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—Claro, solo tengo alergia, mucho polvo… —replico acariciando el regazo de mi gato, quien ronronea y se estira pidiendo más mimos. 

—Vamos a hacer de cuenta que te creo, supongo que tiene que ver con tu “antigua” vida, pero dijimos que hoy empezabas una nueva y este es el primer paso —contesta sonriendo, y pellizca mi mejilla como haría una tía con su pequeño sobrino. 

—Gracias por entenderme —murmuro, hipnotizada con sus ojos azules. Se encoge de hombros y vuelve a mirar al frente.

—No te preocupes, te entiendo mejor que nadie… —Suspira y comienza a manejar con expresión pensativa y en silencio.

Esta vez soy yo la que se queda mirándolo con interés. ¿Acaso él también borró una antigua vida, o acaso también quiere comenzar de nuevo?

Quizás, tener un amigo que me entienda y que no me juzgue me ayudará a sanar las heridas del pasado, pero al mismo tiempo, espero averiguar qué secretos oculta él, porque los míos… creo que con solo observarme puede descubrirlos. 

El poder de su mirada es increíble, y podría dejar al desnudo mi ser, volverme transparente y darse cuenta qué es lo que tanto guardo, voy a tener que hacerme un poco más fuerte para no caer en sus encantos tan fácil. 

Unos treinta minutos después, llegamos a lo que él llama como “hogar, dulce hogar”, y yo abro la boca con sorpresa. 

—¡Me estás jodiendo! —exclamo, abriendo la boca de par en par. Mi gato salta de mis brazos, contento, para jugar con una pequeña flor que se mece con el viento. 

Busco atemorizada a los perros de Alex, con miedo a que se lo coman, pero me tranquiliza diciendo que están en el jardín detrás de su casa.

Observo las columnas, sus ventanales, el césped verdoso, las escaleras de mármol que nos conducen hasta la puerta de entrada y, en el recorrido de unos breves metros, me voy encontrando con pequeñas esculturas que se ven bastante caras. Él suelta una carcajada y abre la puerta con lentitud.

—Esto es increíble, Alex —comento. 

—Eso que no viste la mejor parte —susurra en mi oído, haciéndome estremecer. 

Desliza su mano sobre la mía para dar un pequeño tirón y suelto un gritito cuando, pensando que iba a estrellarme contra el piso, termino cayendo en sus brazos. Se le escapa una carcajada y me mira con atención.

—Voy a bajar tus cosas del auto, mientras, puedes ir viendo la casa e ir poniéndote cómoda, recuerda que ahora vas a vivir acá, así que… 

Siento que quiere decirme otra cosa, pero se queda en silencio y termina dando media vuelta para volver a salir, dejándome sola en medio de un living enorme con una escalera infinita frente a mí.

No puedo creer que tenga una casa tan grande solo para él, y lo que más me llama la atención, es la cantidad de ventanales y columnas blancas que sostienen el hogar, como si fuera la realeza. Comienzo a subir los escalones, ya que no noto nada digno de mencionar en el piso de abajo, y me encuentro con varias puertas cerradas.

Ninguna está abierta, así que bufo y espero a que él llegue mientras camino por el pasillo estrecho. Dijo que él es vicepresidente de una línea de hoteles, y no me sorprende, debo admitir que esto parece un hotel.

Finalmente, vuelve a aparecer, con la respiración un poco agitada y desalineado, algo que me hace pensar un poco más.

—Ya dejé las cajas abajo —comenta—. Vas a tener que ayudarme a subirlas porque son muchísimas.

—No hay problema —digo, evitando sus ojos. ¿Por qué tiene que mirarme con tanta intensidad? Siento que me quema. 

Me dirijo a las escaleras para volver a bajar, pero es más rápido que yo y me toma la cintura antes de que me aleje, volviendo a atraerme a él con una sonrisa torcida.

—Bienvenida —susurra acariciando mi mejilla—. Te prometo que acá la vas a pasar muy bien —continúa, bajando un poco más la voz, casi en un ronroneo que llega hasta lo más profundo de mi ser y me hace fantasear con cosas que no debería. Su aliento me hace cosquillas en la piel y me aclaro la voz para responder, pero no sale nada. 

Suelta una risa silenciosa mientras me deja ir, probablemente notando que estoy más roja que nunca, y me hace un gesto para que lo siga. 

Voy a tener que cambiar esta m*****a timidez, o al menos, tratar de que no se note lo que provoca en mí, ¡no puedo sonrojarme ante el primer movimiento que haga! Suspiro y decido concentrarme en guardar mis pertenencias.

Quizás, con el tiempo, me acostumbre a esa sensualidad que tiene y deje de sentirme tan atraída hacia él. 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo