CAPÍTULO 4

Que felicidad siento, cuando veo que ya estamos subidos al avión con destino a Hawái.  Sentados cada uno en su asiento, presiento que Lesley está un poco más relajada, ella mira por la pequeña ventanilla tratando de entretenerse un rato.  

La conozco muy bien y sé que piensa que esto no será una buena idea, pero como cuento con el apoyo de su madre no hay vuelta atrás, y se va a tener que aguantar. Llevamos tres largas horas de viaje, y no hemos cruzado ni una sola palabra, supongo que está muy enfadada conmigo por que no ha dejado de mirar su móvil en todo el trayecto que llevamos menos mal que ya llevamos la mitad del viaje.  

Lo sé porque hay dos señoritas repartiendo bebida y comida con unos carritos por mitad del avión, cuando una de ellas llega a nuestra altura, nos pregunta si deseamos tomar algo, aunque sea un aperitivo. 

—No, muchas gracias —responde Lesley, devolviendo la mirada a su teléfono. 

—Dos sándwiches mixtos, y dos botellitas de agua; una normal y la otra con gas, por favor —contesto enseguida, sin dejar que ella diga nada más. 

—¡Qué maravilla! Jamás pensé que fueras tan eficiente —comenta Lesley, irónicamente levantando la mirada del móvil. 

—Gracias cielo, algún día no muy lejano me agradecerás este secuestro exprés —insisto un poquito cabreado, quitándola el móvil, para apagarle seguidamente. 

—¿De verdad? —continúa con su ironía—. No vas a tener vida suficiente para que te perdone está jugarreta —termina de decirme entre dientes, a media sonrisa tratando de recuperar su teléfono. 

—Eso ya lo veremos —respondo desenvolviendo su sándwich—. Es más, querida te recuerdo que tengo la aprobación de tu querida madre —termino de justificarme, con una sonrisilla un poco diabólica. 

—Esa es otra, ya hablaré con ella dentro de tres días. 

Una pequeña gota de sudor me resbala por la frente pensando en la que le esperará a Aurora en cuanto lleguemos de regreso, y... Para el colmo me atraganto con un trozo de sándwich. Comienzo a toser de forma muy persistente, la tos es tan ruda que Lesley me da enseguida unas palmaditas en la espalda, y me ofrece un poco de agua.  

—Coff cof cof —termino de toser—. Heeee... Bueno... Tendrás que llamarla por teléfono —comento, intentando coger un poco de aire. 

—¿Estás bien? —me pregunta cuando ve que ya respiro un poquito mejor. 

—Sí —respondo, rápido y veloz. 

Lesley me mira, y yo también a ella, esa mirada de querer matarme tiene que ser respondida al instante, y ya que estamos dirección a Hawái, todavía tengo más argumentos para responder a su mirada, con una peor que la de ella. Por qué, para salir de aquí necesitaría un paracaídas, y no creo que la de por tirarse del avión en marcha. 

He estado unos días muy atareado, con el viajecito inesperado que he tenido que preparar de última hora. Pero vamos que en realidad me da igual, lo que puede llegar a pensar. Sé que está cabreada conmigo; saboreando un pequeño bocado, la veo pensar demasiado sé que tiene algo en mente y que está planeando como decirlo. 

—Espera, a ver. ¿Me acabas de decir, qué dentro de tres días... voy a tener que hablar con mi madre por teléfono? —inquiere, a la misma vez que su cara comienza a ponerse más roja que una manzana. Sus manos aprietan con fuerza el sándwich, y su ceño se arruga más que un acordeón. 

La miro directo a los ojos, centro su atención y finjo media sonrisa para ella. Creo que me he metido en un buen lio, pero... me armo de valor y respondo como si no me importase lo que ella pueda llegar a pensar: 

—Nuestros quince días de vacaciones... ¡acaban de empezar! 

—¿Qué...? ¿Estarás de coña? Eso no puede ser. Tengo compromisos... Mi agenda está saturada... Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué me haces esto? —Me empieza a saturar con millones de preguntas, que para el colmo de los colmos no tengo una respuesta. 

Cuando el avión aterriza, recogemos nuestro equipaje y pido un taxi. Una vez que ya estamos dentro del coche Lesley estalla, está tan estresada que comienza a discutir sin ningún motivo conmigo.  

Para ella no ha sido nada fácil este último mes, y encima entre su madre y yo, hemos decidido lo que tiene que hacer en los próximos quince días. Desde qué se ha enterado que sus vacaciones iban a durar quince días, la angustia se ha apoderado de su cuerpo.  

Después de discutir todo el trayecto que dura el viaje al hotel, al llegar cada uno recogemos la llave de nuestra habitación y, casi sin hablarnos subimos al ascensor. Al llegar a planta, buscamos el número de habitación y Lesley abre la suya al instante, para esconderse en ella. 

—Hasta mañana, amigui —le digo, intentando no tener mucho en cuenta el cabreo que tiene. 

—Hasta mañana —me responde malhumorada—. Espero que tengas malos sueños esta noche y qué tu conciencia no te deje dormir —termina de decirme cerrando de un portazo. 

♥♥♥♥♥♥ 

Lesley, enciende la luz de la habitación y al darse la vuelta, ve una enorme cama. El cabecero es un acuario tan grande y perfecto, que se la cae la baba al mirarle. Esos maravillosos peces de millones de colores, y el ruido que provoca la cascada de dentro del mismo la hacen quedarse; paralizada y boquiabierta. 

Poco a poco va deshaciendo su maleta, y guarda su ropa en el ropero, cuando termina abre el mini bar y se sirve una copa de champán. Con la copa entre sus dedos sale a la terraza, se sienta en una silla, y mira el precioso manto de estrellas que tiene sobre su cabeza, y esa tremenda luna que no para de brillar. 

Muy despacio y con calma da su primer sorbo de ese champán rosado. Al ver que el sabor es tan delicioso y, que lo único que la acompaña es el silencio de la noche; comienza a sentir un poco de cargo de conciencia. 

Después de unos veinte minutos de soledad, y recapacitar sobre su conducta, sale de la habitación, cruza el pasillo, y toca la puerta de su amigo. 

—Tú ganas. Me rindo, siento mucho mi comportamiento exagerado —afirma mirando al suelo, mientras la culpa la corroe por dentro. 

—Yo también te pido perdón, por mi actitud. ¿Quieres tomar algo? —pregunta Abraham, invitándola a pasar. 

Solo unos pocos minutos han bastado para que los dos se pidan perdón, y se fundan en un fuerte abrazo. De esta forma Lesley comienza a disfrutar de sus vacaciones, pasa a la habitación de su amigo y le acepta esa copa.  

Después de una copa, llega la siguiente y la siguiente, y la siguiente; cuando terminan de vaciar el mini bar a las tres de la madrugada, terminan cansados de recordar sus fiestecillas de juventud. 

 Sin más alcohol, y aburridos de tanto hablar no se les ocurre que más hacer; finalmente se tumban en la cama mirando al techo. 

—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Lesley, riendo sin parar. 

—Duérmete y descansa, mañana será un nuevo día —responde Abraham medio dormido, acurrucándose sobre sí mismo. 

Al escuchar los ronquidos de su amigo, cansada de dar vueltas en la cama, se levanta a hurtadillas y sale de la habitación; cierra muy despacio la puerta, intentando no hacer mucho ruido. Cruza el pasillo, y entra en su cuarto dando tras pies de lado a lado.  

El alcohol la corre por las venas, y en muy poco tiempo comienza a ebullir en su sangre, lo que la hace animarse a sí misma aún más. Abre el grifo de la bañera hidromasaje y, deja que el agua se temple. Al poner el tapón en el desagüe para que se llene la bañera, en el ambiente comienza a crearse una cortina de vaho.  

Cuando ya está medio llena, escucha un grupo de chicas dando voces; asomada por una pequeña ventana, ve que se trata de una despedida de solteras. Al recordar la boda de su mejor amiga y lo bien que lo pasaron, cierra el grifo, busca sus manoletinas, se coloca el cabello con los dedos, y sale de la habitación a toda prisa. 

Llegando al hall principal del hotel las ve de entrar. Una de las chicas empieza a marearse y se despide de las demás. Por las fachas que lleva con ese disfraz de Caperucita sexy, Lesley sobre entiende que se trata de la novia. 

Las demás chicas continúan con la fiesta, están tan contentas que no se dan cuenta de que Lesley, les ha perseguido hasta llegar a una pequeña pista de baile que tiene el hotel. 

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