Capítulo 4

MEGAN

Para cuando logro llegar al trabajo, ya nada puede ir peor, o al menos eso es lo que pienso, ya que cuando entro, el ambiente hostil me aturde, el gerente levanta la mirada con el sonido de la campana sobre la puerta y frunce el ceño.  

Se cruza de brazos, sus ojos me lanzan dagas de fuego. 

—Dejaste el lugar solo —asevera—. Pudieron habernos robado. 

—Lo siento —susurro.

El agua de la lluvia corre por mi frente y tomo una bocanada de aire.

—No volverá a ocurrir —le prometo. 

—Claro que no —dice—. Porque estás despedida. 

Abro los ojos como platos. 

—No, por favor, fue un error, es mi primer día, lo siento —balbuceo con el corazón acelerado—. No puedo perder este trabajo, por favor, trabajaré horas extras de ser necesario. 

—No, estás despedida, no quiero verte de nuevo por aquí —espeta con firmeza, aplastando mis esperanzas. 

Las manos se me congelan, las manos me tiemblan y siento que el aire se comprime en mis pulmones. 

—Por favor —suplico de nuevo—. Mi madre está enferma y necesito este trabajo, este dinero… 

De pronto, da un azote con la palma de su mano, sobre la superficie plana del recibidor. 

—Tus problemas no son de mi incumbencia, vete y no vuelvas —finaliza.

Sello mis labios, no hay nada más que yo pueda hacer, y por ello, tomo mis cosas, le dejo la identificación del local, las llaves, y me voy. Para cuando salgo, el cielo sigue nublado, pero la lluvia ha cesado, no puedo seguir llorando, necesito encontrar una solución rápida. 

Meto las manos a mis bolsillos y encuentro la tarjeta de Brandon Lewis, llena de rabia, la rompo en mil pedazos, la tiro al suelo y dejando todo atrás, sigo mi camino. 

BRANDON

La cabeza me duele, no he dejado de pensar en los datos que me han arrojado las estadísticas que me mandó el detective, no sé cuánto tiempo ha pasado, pero estando en casa, a solas, a excepción de los empleados, hace que piense en mi niñez. 

Mi abuelo, quien sigue gravemente enfermo en el hospital, me ha pedido seguir con su investigación, así que ahora me encuentro en su despacho, revisando lo que él ha obtenido durante años. 

Es una promesa qué pienso cumplir, no quiero que muera con esa carga, el no conocer a su nieta perdida. Me doy un respiro de cinco minutos y sigo con lo mío, hago un par de llamadas hasta que no encuentro nada que me pueda servir de algo. 

Llega un momento en el que tengo que descansar, ir a mi propia casa no parece ser buena idea al ver que son más de las diez de la noche. Por lo que decido quedarme en casa del abuelo, donde mismo vive Lena, quien al morir nuestro padre, se quedó al cuidado del abuelo. 

Subo las escaleras, me dirijo a la que es mi habitación, ya que cada miembro de la familia tiene una, pero antes de entrar, algo me detiene, una corazonada, volteo y camino en dirección, esta vez a la habitación de la del abuelo. 

Tomo la perilla e intento abrir, pero está cerrada, así que busco al ama de llaves. 

—La puerta de mi abuelo está cerrada —le digo—. ¿Puedo saber por qué? 

La mujer me mira con su gesto gélido. 

—La señora Lena Lewis lo ha solicitado así, desde que su abuelo se internó en el hospital —confiesa.

Frunzo el ceño, mamá, no me dijo eso, tampoco Gabriel. 

—Ábrala —demando—. Por favor. 

—Como ordene, solo le pido de favor que le diga a su madre que fue usted quien dio el aviso —arguye.

—No se preocupe. 

Abre la puerta del abuelo, me da la llave y me pide que la cierre de vuelta cuando haya terminado. 

Al entrar, al olor a su loción costosa, pica mi nariz, no he entrado aquí desde que era un niño, y ahora es como visitar un museo, enciendo las luces, todo permanece tal cual, como lo dejó, todo en su lugar. 

Camino por el sitio, veo algunos de sus retratos de jóvenes con la abuela, otros de sus dos hijos cuando nacieron, de nosotros siendo niños. Me siento en una de las orillas de la cama, justo cuando mi móvil suena de nuevo. 

Se trata de mi hermano mayor. 

—¿Y ahora qué? 

—Nada, ¿acaso necesito de una razón para hablarle a mi hermano menor? 

—No, pero nunca lo haces a esta hora. 

—Vale, me has atrapado, solo es para avisarte que mamá quiere que vengas a cenar mañana, dice que te extraña, pero ambos sabemos que es para regañarte por no asistir a la junta de hoy —me comenta. 

Observo una vez la hora en el reloj, es demasiado tarde. 

—Vale, pasa buena noche. 

—Lo mismo, hermanito. 

Cuelgo y estoy a nada de salir, cuando por alguna extraña razón, alcanzo a ver una caja plateada debajo de la cama, frunzo el ceño y me inclino, la saco para colocarla sobre la cama, al abrirla, me encuentro con una enorme sorpresa, al parecer el abuelo no me ha mantenido al tanto de toda la investigación sobre mi prima, ya que adentro, hay muchos documentos que pienso leer con más calma en mi casa. 

Saco todo, es información desde hace años atrás, incluso algunas hojas se ven amarillentas, meto todo de vuelta, pero algo se me cae al suelo, son varias fotografías de sus hijos, las recojo, he visto fotos de mi tía, pero en todas ellas aparece de perfil, o con la cabeza gacha, mirando hacia atrás, escondiendo de alguna manera su rostro o parte de él. 

Pero la que sostengo en mi mano, pese a los bordes amarillos que son prueba del paso de los años, ella ve de frente, es hermosa, rubia, de ojos grises, ojalá eso fuera lo que llame mi atención, pero no, su rostro me parece familiar, como si ya la hubiera conocido antes. 

Detallo cada rasgo con ojo crítico hasta que… 

—Joder —bramo.

Porque la mujer que estoy viendo en el retrato, se parece a la misma rubia que me acusó de ladrón. 

—No puede ser. Se parece a Megan Evans.

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