Bondadoso Heredero Millonario
Bondadoso Heredero Millonario
Por: Ravette Bennett
Epígrafe

MEGAN

El gélido halo que brota de mi interior y se desliza entre mis labios, hace que trague grueso, siento que el aire me comprime los pulmones, es de noche, hace frío y el cielo anuncia la llegada de una nueva tormenta, por lo que debo darme prisa. 

El sonido amortiguado de la música de fondo, frente al club nocturno que está delante de mí, hace que las piernas me flaqueen cuando intento dar el primer paso para cruzar la avenida, lo hago con esfuerzo, en cuanto llego, uno de los hombres de seguridad que resguardan la entrada, me mira con desdén. 

—Vete, este no es lugar para niñas —espeta con voz dura. 

Un escalofrío recorre mi espina dorsal y creo que voy a morir, los dedos de mi mano están congelados, empujo las palabras de mi garganta como si de verdad quisieran salir. 

—Vine a ver al Sr. Bonjovi —logro articular. 

El mismo tipo cruza una mirada con su compañero. 

—Otra más que cae —niega con la cabeza el compañero—. Ven, sígueme. 

Me dan acceso al club nocturno, sigo al tipo que camina entre la gente como si él fuera un Dios griego, saluda a un par de personas y luego sonríe, intento no mirar, pero me resulta imposible cuando diviso a chicas sin ropa, bailando sobre plataformas con luz neón. 

—Aquí está. 

La voz del hombre que ahora me abre la puerta que da a una oficina, hace que el estómago se me encoja y que salga de mi ensimismamiento. Quiero salir corriendo, pero no puedo, la vida de la persona que más amo, está en juego. 

—Gracias… 

—No hay de qué, preciosa —sonríe de oreja a oreja. 

Entro a la oficina y lo primero que me recibe, es una cortina de humo, huele a marihuana, a alcohol y a loción masculina, levanto la mirada y mis ojos se encuentran con un hombre rubio, de ojos azules, no muy mayor, tal vez ronda los treinta años. Él fuma un cigarrillo y me detalla de pies a cabeza. 

Detrás de él están dos hombres que me muestran con poca sutileza sus armas. 

—¿Qué trae a una dulce muñeca a un lugar tan peligroso como este? —rompe el silencio que nos envuelve. 

Tomo una bocanada de aire. 

—Escuché de usted… 

—No —me detiene y se inclina hacia adelante—. Modales, por favor, siéntate. 

Me indica el asiento delante de él, estoy temblando, aquí me pueden hacer cualquier cosa y nadie se enteraría, porque nadie es tan tonto como para meterse con este hombre. 

—No quiero escuchar lo que has oído de mí —agrega sin dejar de mirarme con ojos viperinos—. Quiero saber lo que quieres. 

Me tenso. Nunca he sido una cobarde, pero él tiene un aura pesada. 

—Mi madre está enferma, tiene cáncer y quisiera que me prestara dinero, por favor, prometo pagarlo —mi voz suena desesperante. 

Esto es tan humillante, que quiero soltar a llorar. Un nuevo silencio se ancla entre nosotros, quiero decir más, pero sus ojos absorben mi energía. 

—Yo cobro con intereses —por fin dice—. Y si no me pagan, los mato, no una muerte rápida, una lenta, violenta y sádica, aunque cuando se trata de mujeres, suelo ser más sutil, cómo convertirte en alguna zorra. 

Cierro los puños debajo de la mesa. Quiero irme, pero la imagen de mamá hace que me quede en mi lugar. 

—Haré lo que sea —suelto.

—¿Estás segura? —enarca una ceja con incredulidad—. Esas son palabras mayores para alguien tan delicada como tú. 

—No cuando la vida de tu madre está en juego —digo con firmeza. 

Esta vez su rostro cambia, asiente. 

—¿Cuánto es lo que necesitas? 

Y con ello le doy la cantidad que me dieron en el hospital, 10,000 euros y sumando, me reitera lo de los intereses, me da el dinero en efectivo luego de ordenarle a uno de sus hombres que me lo dé, me suelta una fecha límite para pagarle todo con intereses y luego me asegura que me estarán vigilando.  

—Muchas gracias… 

Me levanto, estoy a nada de irme, cuando él me rodea la garganta, la obstrucción del aire hace que suelte el bolso y caiga al suelo. 

—No bromeo, niña, no me pagas y te irás con tu madre al otro lado —amenaza.

Intento hablar, o defenderme, por un momento creo que me va a matar, pero me suelta y enseguida me da un puñetazo en el estómago, uno que me hace doblar el cuerpo. 

—Advertida estás. 

Viajé mucho por esto, tomo el bolso y salgo, sabiendo que me espera un largo camino por recorrer, y que con suerte, llegaré a tiempo en la mañana al hospital, para pagar el tratamiento de mi madre. 

Camino con las amenazas a cuestas y con las dudas, sintiendo que alguien me observa. Solo espero que no sea demasiado tarde para mamá. 

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