Capítulo 3: William Becket: ¿Qué yo hice qué? …

William Becket:

¿Qué yo hice qué?

Capítulo 3:

Un ruido lejano intenta arrastrarme de mi sueño profundo, pero es imposible, aunque lo intente, no puedo (ni quiero) abrir los ojos. Estoy incómodo, pero me da igual. Estoy muy cansado, solo deseo dormir. Alejo todo pensamiento y comienzo a nadar de nuevo entre las olas de Morfeo, cuando un fuerte ruido me hace abrir los ojos de golpe y lo siguiente que siento son trozos de cristal bañando mi brazo izquierdo.  

¿Qué sucede? 

Una chica de cabello rojo abre la puerta del auto y me examina con cuidado de no haberme hecho daño. Está hablando y haciendo preguntas, pero no consigo responderle. Estoy aturdido, no sé dónde estoy ni qué hago aquí. Llevo mis manos a la cabeza para de alguna forma aliviar un poco el dolor de la zona.

Me incorporo en el asiento y siento como todo el cuerpo me duele, como si hubiera recibido una gran paliza. Miro alrededor y nada de lo que observo me parece conocido. Mi camisa ha desaparecido y mi brazo ahora tiene pequeñas cortaduras de cristal.

Quito el cinturón de seguridad de mi cuerpo y salgo del auto, apoyándome en él para evitar caer al suelo debido al mareo que me invade. 

  - ¿Se encanta bien? - pregunta la chica. - Siento haberle roto la ventanilla, pero es que parecía que estaba muerto justo ahí sentado, y en este barrio eso no sería tan sorprendente. Tendría que llamar a la policía y entonces esos abdominales que llevas estarían en problemas y...

  - ¿Hola? - pregunta otra chica interrumpiéndola y saliendo del edificio. Creo que la conozco, pero no sé de dónde. - ¿Señor? – pregunta arrugando su frente.

  - ¿Nos conocemos? - pregunto mirándola con atención. Lleva puesto un pantalón de tela azul, junto a un suéter gris y zapatillas. A pesar de la sencillez de su atuendo, se puede apreciar lo atractiva que es.

  - ¿No se acuerda? Anoche su novia provocó mi despido. 

Sí. Lo recuerdo perfectamente. Selina es un poco arpía en ocasiones. En mi memoria solo hay imágenes aisladas de lo que ocurrió la noche anterior. Lo último que recuerdo es que me ofrecí a traer a esta chica a casa.

- ¿Qué pasó después de traerte? ¿Qué hago aquí? – le pregunto.

- Me dejaste aquí y luego te marchaste - responde encogiéndose de hombros. – No sé qué sucedió después.

  - Yo me lo he encontrado casi inconsciente en el auto - interviene la chica de cabello rojo - Al principio pensé que estaba muerto, pero resulta que es de esos caballeros que tienen sueños profundos. Si fueras mi novio, no te dejaría dormir. No lo dejes escapar, niña - se acerca a la otra chica y le susurra al oído sin apartar la mirada de mí, aunque habla suficientemente alto para que yo también la escuche - Tiene un cuerpo de infarto. Si no quieres a ese Dios Griego, transfiérelo a mi planta. 

 Me guiña un ojo y luego se marcha. 

  - Eso fue algo raro. ¿Sabes qué hora es?

La chica de pantalón azul revisa su móvil antes de contestar.

  - Casi las 9: 30 am.

  - ¡Joder! ¡Llego tarde! - me quejo, buscando dentro del coche mi ropa y al no encontrarla suelto otro improperio.

  - ¿Qué ocurre? – escucho su voz a mi espalda.

  - Tengo una reunión importante a la que llego tarde. No me da tiempo pasar por casa y no puedo presentarme así - le digo señalándome. Michael Becket me mataría si aparezco semidesnudo en su impoluta oficina. - ¿Dónde demonios está mi camisa?

  - Vivo justo aquí - dice ella señalando el edificio. - Quizás encuentre algo que pueda servirle.

Miro su cuerpo menudo, luego el mío y suelto una sonora carcajada. 

  - ¿Me lo dices en serio? - le pregunto. 

  - ¿Acaso me ves riendo? - responde arrogante. - ¿Tienes una mejor opción? El tiempo corre - me recuerda.   

Tiene razón. Al menos lavaré mi cara con agua, debo estar algo presentable en la reunión. Asiento con la cabeza y ella me pide que la siga.

  - ¿No tienes ascensor? - mi pregunta parece molestarle por la mirada de odio que me regala a modo de respuesta. 

El edificio está en ruinas, las paredes son de color ladrillo y el suelo tiene pequeñas grietas. Llegamos al segundo piso, ella abre la puerta y me invita a entrar.

Lo primero que captan mis ojos es un gran agujero en el techo de la pequeña estancia, del que gotea agua. Huele raro, como a humedad. Este lugar es un desastre. Reina la pobreza por donde quiera que mire y no tengo idea de qué hago yo aquí. Las puertas y ventanas son de madera y las paredes carecen de pintura, pero aun así, todo luce limpio y ordenado. 

  - Espere aquí, veré qué encuentro - dice antes de perderse en otra habitación.  

La duda me invade, camino por la estancia examinando todo. Al llegar a la cocina me percato que la nevera solo tiene una botella de agua y un sándwich que parece caducado. ¿Acaso esta chica no se alimenta? 

Vierto un poco de agua en un vaso y como algunas palomitas de maíz que encuentro en un tazón sobre la pequeña encimera.

  - ¿Disfrutando de mi cena? 

Me volteo al escucharla.

- ¿Tu cena? 

- Palomitas de maíz – responde ella asintiendo.

- ¿Cenas palomitas de maíz? – le pregunto alarmado.

- A veces – dice encogiéndose de hombros, como si fuera algo natural. 

- Eso no es comida – comento en voz baja. No tengo derecho a juzgarla, aunque me sienta mal que algunas personas no tengan dinero suficiente para alimentarse como es debido. 

- Encontré esto. Espero que le sirva – dice extendiendo ante mis ojos un abrigo largo de lana, de color rosado, con corazones y flores. La miro horrorizado.

- Ni hablar. No pienso usar eso – niego cruzando mis brazos a la altura del pecho.

- Sabía que dirías eso, por eso le traje este otro – dice con la sonrisa ladeada abriendo otro abrigo. Este es un poco más pequeño, acolchado y de plumas, también de color rosado, pero con letras llamativas de KISS ME, BOY. 

- Estás de broma, ¿No?

- Es lo que tengo. Con un poco de suerte, alguno de los dos pueda cubrir sus musculitos – se encoje de hombros nuevamente. 

¿Se está burlando de mí?

- ¿Puedo entrar al baño? – No tengo tiempo para esto, necesito llegar a la reunión. Usaré lo que sea.

- Se encuentra justo ahí – me señala con el dedo hacia otra de las puertas. Le arrebato el abrigo de corazones y flores de las manos y me pierdo con rapidez tras la puerta antes señalada.

¡Joder! ¿Qué es esto? 

Desde luego esto que ven mis ojos no puede considerarse un baño. Solo hay un pequeño váter, justo al lado de la ducha y un lavabo. Las paredes son un desastre. Aquí dentro siento un poco de claustrofobia. La puerta hace un ruido chirriante al cerrarla. Levanto la tapa del váter y vacío mi vejiga, mientras apoyo mi espalda en la pared de fondo, al ser demasiado pequeño el local. 

Lavo mis manos y mi cara para luego colocarme el abrigo. Me veo ridículo con él, pero al menos no voy desnudo de la cintura para arriba. Solo hay un cepillo de dientes que supongo que sea suyo. Luego de utilizarlo, meto mis manos en el bolsillo de mi pantalón, saco mi móvil y casi grito al ver la hora. M****a.

- Tengo que irme, llego tarde a mi reunión. ¿Te llevo a alguna parte? – le digo al regresar al salón.

- No. Gracias. Tomaré el bus – me responde ocultando la sonrisa que le provoca mi atuendo, pero la ignoro.

- ¿Puedo saber a dónde vas? Podría llevarte si se me hace camino.

- Voy al centro, debo encontrar trabajo.

- Entiendo – le digo y la culpa me invade nuevamente. Tendré que hablar con Selina seriamente. – Yo te llevaré.

Asiente. Bajamos las escaleras hacia la planta inferior en silencio. Cuando salimos del edificio, el alma se me cae a los pies. ¿Qué más puede salir mal el día de hoy?

Alguien me ha pinchado las gomas del auto. Las cuatro. Miro los alrededores. Este lado de la ciudad no lo conocía y ya veo el por qué. 

- ¿Por aquí pasan taxis? – le pregunto frustrado.

- No, pero puede compartir conmigo el autobús. Debe pasar en media hora, solo debemos caminar cuadro calles más abajo hacia donde se encuentra la parada.

- ¿Qué? Ni hablar – le digo. No pienso tomar transporte público. No tengo nada en contra, pero tampoco a favor.

Saco el móvil del bolsillo y pido un taxi, pasándoselo a ella para que le explique la dirección al taxista. Alrededor de veinte minutos después, llega nuestro auto. Me siento en el asiento trasero, pero ella no me imita. 

- ¿Qué haces? Sube. No tengo tiempo que perder. 

Luego de pensárselo unos segundos, finalmente se sienta a mi lado. 

- Me llamo William Becket. Dame tu móvil – le pido. Ella arruga su frente y luego me lo entrega. En él anoto mi número telefónico y luego me timbro para tener el de ella. – ¿Tu nombre?

- Ellie – susurra. - Ellie Jhonson.

- Te llamaré más tarde para recoger mi auto. Por favor, no permitas que me rompan más ningún cristal, le tengo mucho cariño – le explico devolviéndole el teléfono.

No volvemos a hablar hasta que llegamos al bufete. El auto se detiene, y me giro hacia ella.

- Fue un placer conocerte. Mucha suerte encontrando trabajo – le digo, abriendo la puerta del auto. 

- Mucha suerte en la reunión con el inversor – me dice y me detengo.

- No te he dicho con quién me reúno – le digo, achicando mis ojos.

- Sí me lo dijiste. Anoche – puntualiza. – Dijiste que debías reunirte con un inversor porque es importante para la compañía, pero que te sentías inútil al no haberlo encontrado tú. 

¿Eso dije? Ese pensamiento se ha repetido en mi mente cientos de veces, pero jamás le había dado voz a ello. Quizás es cierto eso que dicen por ahí, de que es más fácil contar los problemas a un desconocido, que a un amigo.

- Olvida lo que dije – me despido de ella y le pago al taxista una buena suma de dinero para que la lleve a ella a donde desee. - Nos vemos. Recuerda cuidar mi auto hasta que lo recoja.

Ellie asiente, dedicándome una mirada profunda desde el interior del auto.

Doy media vuelta, subiendo las cortas escaleras hacia recepción.

- Dime que ni mi padre ni el señor Jhong han llegado – le pido a la recepcionista de la entrada.

- Lo siento, señor, pero su padre llegó hace más de dos horas y el señor Jhong también. Si me permite que se lo diga, ninguno de los dos traía buena cara.

- Ellos siempre tienen mala cara, Milla – le digo en forma de burla y ella se ríe – Michael Becket es un ogro y el señor Jhong es chino. 

Ambos reímos por mi chiste malo, hasta que la voz de Selina nos interrumpe.

- ¡William! ¿Se puede saber dónde coño te has metido?

Me volteo para enfrentarla. Selina es una mujer muy hermosa. La conozco desde hace más de doce años y puedo asegurar que nunca la he visto sin maquillaje. Su perfecto cabello es rubio y rizado, y sus ojos son azules. Viste siempre elegante y con vestido, y sus zapatos de tacón alto le proporcionan la estatura que siempre ha deseado.

- ¿Qué es ese espanto que llevas puesto? – pregunta haciendo una mueca de disgusto.

- No me des sermones. ¿La reunión ya comenzó?

- ¿Cuál reunión? ¿Esa que cancelaste anoche? – pregunta ella cruzando sus brazos a la altura de su pecho y mirándome con decepción.

- ¿Qué yo hice qué? 

¡Maldición!

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