Capítulo 2: Ellie Jhonson: ¡Qué horror de casa! …

Capítulo 2:

Sin siquiera cambiarme de ropa, salgo del edificio y comienzo a caminar despacio, tomando el rumbo que seguirá el auto de William. Lo he visto hacer el mismo recorrido cada viernes en la noche. 

Apenas he caminado media cuadra cuando veo dos hombres parados en el callejón fumándose un pitillo. Sonrío al verlos, han llegado puntuales. Les he pagado por adelantado así no tendré que volver a verlos después de hoy.

Al verme, ambos enderezan la espalda y asienten con la cabeza en señal de aprobación. Votan el cigarrillo y se me acercan de forma maliciosa. El chico más alto rasga la manga de mi uniforme mientras que el otro me rodea con sus brazos por la espalda.

Un Ferrari se detiene a nuestro lado. Aún no lo he visto, pero sé que es el de William por lo que grito pidiendo ayuda.

- ¡Suéltenla! – grita él golpeando en el rostro a uno de los chicos. 

Inmediatamente, ambos hombres se van corriendo con rapidez, William intenta seguirlos pero lo detengo aguantándolo por el brazo.

- No, por favor… No me deje sola.

Me cubro el rostro con las manos.

- ¿Te han hecho daño? – niego con la cabeza sin levantar la vista - ¿Segura?

- Ya cumpliste tu papel de héroe – dice Selina desde el auto. – Ahora vámonos, William.

- Vamos, te llevaré a casa – dice él inspeccionando mi ropa rasgada. - Es lo menos que puedo hacer por ti.

- ¿Qué? – grita Selina desde el interior, bajando su ventanilla. – Ni lo sueñes, William. 

Ignorando lo que ella dice, él me rodea por los hombros con su brazo y me pregunta la dirección de mi casa.

Selina baja del auto y se cruza de brazos, impidiendo que entre en él.

- Si ella sube, yo me bajo. No pienso ir a ese lado de la ciudad tan marginal donde ella vive.

- Pues entonces date prisa, justo ahí tienes un taxi – le responde él con una sonrisa ladeada y sus ojos fijos en los míos.

Esto es incluso mejor que como lo había planeado.

Selina me fulmina con la mirada. Debe estar rebosante de rabia. Retrocedo unos pasos, luciendo apenada.

- ¡Lárgate ahora mismo! – me grita colérica. 

- Sí. Me iré. Lo siento – asiento con la cabeza.

- No. No te irás – dice William con rotundidad, acercándose a Selina y tomándola del brazo. - ¿Cómo puedes ser tan cruel? Has provocado que despidan a la joven y ahora te reúsas a ayudarla. Creo que es mejor que te vayas a casa. Hablaremos mañana. 

- ¿La eliges a ella antes que a mí? – pregunta ofendida.

- Esto no se trata de a quién yo escoja, se trata de ser justos y tú en estos momentos no lo eres. Ella arruinó uno de los tantos vestidos que tienes. Tú has arruinado su empleo y sabes que no es nada fácil conseguir otro. Tienes dos opciones, me acompañas a llevarla a su casa, o tomas un taxi a la tuya. Tú decides.

- Ni loca estaré encerrada en un auto con esta camarera torpe. 

Me mira una última vez con desprecio, detiene un taxi y luego se marcha. 

- Lo siento. No fue mi intención provocar una pelea con su novia – me excuso cuando nos quedamos solos. 

- No fue tu culpa. Ella es muy injusta en ocasiones y no es mi novia, solo es una amiga – abre la puerta del asiento del acompañante para mí. 

William rodea el auto, sentándose tras el volante.

- Le agradezco su ayuda. La verdad es que vivo un poco lejos.

- No te preocupes.

Luego de explicarle la dirección nuevamente, la coloca en el GPS y el auto se pone en marcha. 

- Gracias por defenderme antes – le digo para romper el silencio unos minutos después. – Y también en el bar.

- Soy abogado. No me gustan las injusticias – explica encogiéndose de hombros.

Mentira. La familia Becket no se caracterizara por la transparencia.

Ninguno de los dos dice nada más durante el resto del camino. Giro mi cara con disimulo hacia él y sé que la droga está haciendo efecto. Una capa de sudor cubre su frente, y parpadea varias veces intentando mantenerse despierto.

- Es justo aquí – le digo en cuanto llegamos media hora después, señalando a mi derecha.

El edificio aparenta estar en ruinas. Se encuentra en una de las peores zonas de la ciudad. 

- ¿Vives aquí? – me pregunta y yo asiento con la cabeza. 

Lleva una de sus manos a su frente, y luego restriega sus ojos. Parece que está viendo borroso porque acerca sus manos abiertas frente a sus ojos y luego las aleja. 

- ¿Se encuentra usted bien? ¿Quiere subir y descansar? 

- No, gracias – responde llevando ambas manos a su sien y masajeándola. Luego lleva una de sus manos a su corazón. – Siento mi corazón en mis oídos. Creo que me vendría bien un poco de agua – dice cambiando de opinión e intentando quitarse el cinturón de seguridad con torpeza.

Asiento satisfecha. Bajo del auto y lo ayudo a él a salir. Camina tambaleándose y casi me río cuando choca su frente contra la pared de la entrada.

- ¡Ay! – se queja. – Te juro que esa pared no estaba ahí al frente.

Comienza a subir la escalera, tropieza con un escalón y cae al suelo. Cubro mi boca con una mano para que no escuche mi risa. Lo ayudo a levantarse, coloco su brazo por encima de mi hombro y lo arrastro hasta el segundo piso. 

- Mantente en pie un segundo mientras abro la puerta – le pido. Me concentro en colar la llave en la cerradura, a pesar de la oscuridad, hasta que siento un fuerte golpe a mi espalda. Me giro y lo veo acostado en el sucio suelo de granito.

Se ve bastante ridículo ahí tirado. William Becket es un hombre alto, musculoso y millonario. Verlo en este estado me alegra el día. 

- Esto sólo es el comienzo. Te esperan muchas más caídas, grandulón – me burlo.

Intento levantarlo con todas mis fuerzas, pero es un peso muerto. Me agacho a su lado, lo zarandeo intentando despertarlo, pero no reacciona.

- ¡William! – le grito, golpeando tan fuerte su mejilla que consigo que abra sus ojos de golpe, aunque sé que no aguantará mucho más. - ¡Levanta! – se pone en pie apoyándose en la pared. Camina tambaleante hacia el interior. Se apoya en el marco de la puerta, recorre la vista por el pequeño salón y hace una mueca de disgusto. 

- ¡Joder! ¡Qué horror de casa! – dice antes de perder el equilibrio y dejarse caer en el pequeño sofá que queda al lado de la puerta. Sé que ya no despertará.

William tiene razón. Este piso es un horror. Lo alquilé hace alrededor de tres meses. Lo frecuento de vez en cuando para que mi casero no sospeche que en realidad no viva aquí. Es muy pequeño. Apenas tiene una mini cocina, una habitación, un baño y la sala. Las paredes carecen de pintura y el olor a humedad resulta casi desagradable. Sin embargo, encaja a la perfección en mis planes.

Edward entra en la casa un par de minutos después, examina el cuerpo inconsciente de William antes de llevarme a sus brazos y rodearme con ellos. Descanso mi frente en su pecho y suspiro. Necesitaba este abrazo.

- Lo he conseguido – susurro.

- Sí, peque. Lo has conseguido, aunque por un momento pensé que no lo lograrías.

- Yo también lo pensé.

Me deshago de sus brazos, me arrodillo en el piso y rebusco en los bolsillos del pantalón de William su teléfono móvil. Lo desbloqueo colocando su dedo índice en la huella. Busco entre sus contactos el nombre del inversor con el que se reunirá mañana. 

- ¿Qué vas a escribirle? 

- Señor Jhong – digo en voz alta mientras tecleo el mensaje. – Lamento la hora, pero hemos tenido un imprevisto y no podremos reunirnos con usted mañana. Vamos a rechazar su oferta de inversión porque hemos encontrado otra que satisface más nuestras expectativas. Disculpe las molestias, pero puede irse con ese acento de m****a a otra parte. Vicepresidente de W&M Becket.

- Me encanta – aplaude Ed riendo. 

- Gracias, pero esto apenas es el inicio – le extiendo el teléfono. – Jaquéalo como sólo tú sabes hacerlo. No dejes rastro alguno. Revisa si tiene aplicaciones ocultas. Necesito toda la documentación que puedas conseguir. 

- Me tomará un par de horas – dice mientras saca de su portafolio una computadora. Va hacia el cuarto y se sienta en la cama a trabajar.

Mientras tanto, preparo la escena que se encontrará William al despertar. Camino hacia él, quien aún duerme plácidamente.

Me inclino sobre él para colar mis brazos por debajo de su cuerpo y poderlo girar sobre su espalda. Esta cercanía me hace suspirar por varias razones. La primera es que odio a este hombre, lo suficiente como para que me asquee siquiera tener que tocarlo o estar tanto tiempo bajo el mismo techo. La segunda razón es que su lindo y asqueroso rostro me recibe de cerca al voltearlo. Sus largas pestañas descansan sobre sus pómulos y sus labios se encuentran ligeramente entreabiertos. Su respiración es pausada y su olor natural me embriaga.

Olvido lo apuesto que se ve, aun estando dormido, y despacio le quito su camisa por encima de su cabeza, dificultándome el trabajo al ser un peso muerto por la inconsciencia. Su torso desnudo me recibe y hago una mueca de disgusto por lo perfectamente trabajado que se ven sus abdominales. Nunca me han gustado los hombres tan musculosos, aunque era de esperar que William Becket malgastara su tiempo en un gimnasio. Me quedo unos segundos más observándolo. Sus pies sobresalen por fuera del sofá, al ser este demasiado pequeño, por lo que debe estar bastante incómodo. Sería muy fácil ahogarlo con una almohada en estos momentos, pero lo fácil me aburre. Para él tengo otros planes.

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- Esto está terminado – me dice Ed más de una hora después. – Tenemos acceso a todas sus cuentas y la clave de su ordenador. 

- Perfecto – le sonrío. – Ahora sólo falta esperar a que amanezca – le digo y él asiente.

- Creo que es mejor que te vayas. Es tarde y tienes que conducir lejos hacia nuestra casa, pero antes debes ayudarme a bajarlo a su auto.

- Prefiero quedarme, peque. No me gusta que te quedes sola con un hombre merodeando cerca, y menos si ese hombre es él.

- No te preocupes. En estos momentos es inofensivo. Me ha defendido esta noche. No me hará daño. Además, no sabrá cuál es mi piso, y, de ser así, sabes que sé defenderme perfectamente – le sonrío con malicia recordando nuestras clases de defensa personal en las que yo lo machacaba sin piedad.

- No te dejes llevar por cómo se comporte en una noche, Ellie. Ni él ni su familia son de fiar.

- Lo sé – afirmo. 

Lo sé más que nadie.

- Bueno. De acuerdo. Me iré. Me llamas al móvil si necesitas algo y vendré en segundos.   - dice mi mejor amigo, mientras intenta cargar con todas sus fuerzas el cuerpo inerte de William. - Dios,  pesa más de lo que imaginé.

  - Te ayudo - sostengo con fuerza ambos pies de William, mientras Edward lo carga por el torso.  

Lentamente y a trompicones, conseguimos llevar a William hasta su auto, lo sentamos tras el volante y le coloco su cinturón de seguridad para que no caiga hacia el frente. 

 - Cuídate mucho, peque – me dice mi mejor amigo una vez más. 

- Estaré bien. Mañana te cuento – le digo depositando un beso en la punta de su nariz.

Él se despide con un beso en la frente y luego se marcha. 

Regreso a mi departamento y camino hacia mi habitación. Me cambio de ropa, usando un pantalón corto y una blusa a modo de pijama y me acuesto en la cama. Como cada noche, la presión del día acaba apoderándose de mí y lloro en silencio hasta quedarme dormida.

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