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La terraza vislumbraba una completa locura, el lobo era muy grande y parecía enfurecido. Su pelaje brillaba con la luz de la luna, el color plata refulgía y contrastaba con él azabache. Estaba a punto de empezar a gritar por auxilio, cuando otra voz se hizo presente en la escena.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Jayden, confundido, al divisar al lobo, ni siquiera se inmutó. —Ah, ya comprendo. Con que se trataba de ti, Iker, has venido a robarme a mi mate. —su voz demostraba una rivalidad entre ambos, podía percibirlo.

El lobo gruñó y comenzó a atacar.

—¿Por qué no buscas tu propia mate? —dijo Jayden, con una mirada desafiante, deteniéndolo con sus manos, no parecía poder resistir mucho. —No vas a robarte a la mía, ni lo sueñes.

No podía creer lo que mis ojos veían, Jayden también se convirtió en un lobo de color crema, defendiéndose del ataque del desconocido. Cuando volví la vista para buscar a Marcus, este había escapado. El lobo oscuro iba tomando la ventaja ante el otro, no entendía nada de lo que estaba sucediendo.

Intenté escapar y corrí escaleras abajo sin volver la vista hacia atrás. Temía voltearme y ver alguno de esos lobos saltando sobre mi para devorarme. Jayden había dicho que yo era su “mate”, no entendía ni una pizca de lo que estaba sucediendo, ambos eran lobos y al parecer se odiaban.  Hui al paso más apresurado que mis doloridos pies me dejaron, llegando a la calle con la ropa y el peinado estropeados por completo. Me alejé hasta llegar a una manzana menos transitada y allí busqué refugio, estaba aterrada, confundida y cansada. Sentí ganas de gritar por todo lo que había tenido que vivir en tanto tiempo. Mi plan de marcharme y vivir una vida tranquila ahora estaba estropeado, era una catástrofe que ya no podía arreglar. Marcus había tirado por la borda mi escape de las deudas y había muchas posibilidades de que mi comprador se hallara muerto.

No escuché sus pasos al llegar, cuando estaba tratando de ocultar el arma en mi abrigo. Tenía frío, el viento helado soplaba inundando la ciudad.

—Hola guapa. —saludó una voz a mis espaldas. No era Jayden, reconocí sus ojos de inmediato, era el lobo que lo atacó, el de color azabache y plateado.

—¿Has matado a…? —quise preguntar, pero él ya me tenía entre sus brazos. Me sujetaba con bastante fuerza, pero cuidando no hacerme daño.

—No he matado a nadie, solo quería verte un rato. —dijo, sonriendo.

Al mirarlo contemplé su apariencia completa humana. Llevaba el cabello oscuro y los ojos grandes azules mezclados con un verde muy interesante, su boca era tan atractiva al igual que su mirada. Era sumamente fuerte y llevaba el cuello tatuado con algunos dibujos bien hechos y trazados a la perfección en su piel. Su rostro era perfecto, parecía una de esas deidades de las películas. Se notaba implacable, como un mafioso, tenía en la mirada esa perversión que develaba y que me hacía querer saber que más había sobre él. Era alto, con un porte fuerte-.

—Suéltame, tengo cosas que hacer. —le dije, sintiendo el calor de sus brazos y su boca pegada a mi oreja. Sus labios rozaban mi piel y eso hacía que mi estomago sintiera un cosquilleo. —Te dispararé si no me dejas ir.

—No puedo hacer eso. —susurró, mientras olfateaba mi cuello sin reparo alguno. Sonreía cada vez que yo lo amenazaba, era como si le gustara que le dijera esas cosas.

—¿Estás loco? ¿Acaso vas a comerme? —pregunté, todavía no caía en la cuenta de que ese hombre tan guapo era en realidad esa bestia despiadada que había contemplado en la terraza.

—Me encantaría hacer eso. Eres una chica atrevida… —dijo, besando delicadamente mi cuello, haciendo que me estremeciera.

—Oye, he tenido muchos problemas, te aconsejo que te vayas ahora y me dejes seguir mi camino. —le advertí, con un coraje sacado de lo profundo de mí, en realidad me aterraba y si se convertía en lobo me quedaría paralizada. Nunca había visto algo así en toda mi vida. El miedo se mezclaba con la duda, no quería morir tan pronto, tenía tantas cosas por hacer.

El soltó una risa y volvió a olfatearme, parecía obsesionado con mi aroma, su nariz hundida en mi piel me proporcionaba un calor nuevo.

—Al parecer te estaban comprando, guapa. —me dijo, guiñándome un ojo, con suspicacia.

Quería odiarlo, pero no podía, su voz era increíblemente seductora y su presencia era muy imponente. Deslizó su mano y rodeó mis caderas. Me esforcé por darle un puntapié, que no le hizo daño alguno, era una bestia disfrazada de hombre.

—No salió bien. —contesté, pensando en Jayden, incluso me sentía culpable, esperaba que no estuviera muerto, había sido amable conmigo, aunque quería comprarme como si fuera un mero objeto, había visto en sus ojos que no quería hacerme daño. —¿Lo has matado?

—Ya te dije que no. —gruñó, haciendo que tuviera mucho miedo de golpe. —¿Acaso te importa tanto?

Los celos se dibujaron en su mirada.

—¿Qué te importa? —pregunté, parecía una mala broma, a penas si nos habíamos conocido hacia unas horas.

Volvió a gruñir, aplacándose solo al olfatearme de nuevo.

—No hables sobre él. —ordenó, acariciando mi cabello con suavidad. —No me gusta que lo hagas.

Sentía su corazón latir muy rápidamente, estaba eufórico por tenerme a su lado. Yo tenía algo que lo hacía volverse loco, me custodiaba como si fuera un tesoro y mi aroma lo embriagaba.

—Jayden te compró y te perdió. —dijo, con los ojos fijos en mí, parecía que me desnudaba con la mirada. —Es porque es débil, no como yo. —me sujetó puso un pañuelo en mi nariz. —Eres mía ahora, Keira, yo soy tu nuevo comprador.

La vista se me nublaba, el debió suministrarme alguna clase de sedante para que quedara inconsciente. El panorama se oscurecía poco a poco y pude ver como me cargaba entre sus brazos, llevándome hacia un auto lujoso y con vidrios polarizados en su totalidad. Me dejó en el asiento de atrás y mi consciencia se apagó, balanceándome hasta quedarme dormida apaciblemente.

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