Hasta el Último Aliento
Hasta el Último Aliento
Por: Carla Mujica
Prólogo

Mis abuelos decían que la casualidad era la manera en que Dios mantenía su anonimato. Pues cuestioné mucho eso, digo, en mi vida empezó una cadena de circunstancias imprevistas e inevitables que me hacían juzgar ese anonimato. ¿Dios estaba detrás de todo lo que me pasaba? ¿Él era el culpable de que me encontrara a personas que me herían? Pues luego entendí que él permite las cosas pero nosotros tenemos parte en eso. Somos libres en tomar decisiones, somos libres en tomar el camino que deseemos, él da la opción y cada uno de ello nos lleva a un destino.

—¿En verdad te vas? —el hombre hacía la pregunta y solo podía sonreír negandome ¿De verdad pensaba que me quedaría? Había escuchado muchas cosas, personas que decían que el mundo se acabaría y eso, pensé que era por el shock de entrar a un nuevo siglo, estábamos viviendo el año dos mil y pues dejar la década de los noventas trastornó a muchos como a mi ex pareja.

—Si, me voy... ¿que pensabas que me quedaría? —vacilé. Hasta su pregunta era ofensiva.

—Si te vas, olvídate de las acciones de la empresa Ferrer —grita él.

—Peter, no es justo, es mi dinero... —se la estaba dando de listo robándome.

—Más mío que tuyo... —provocaba partirle la cabeza con cualquier cosa que pudiera causarle dolor. Sueno una psicópata pero este hombre, justo en este momento, provoca un instinto asesino.

—Ok, el abogado se encargará de eso, ésto —señalo a mi alrededor— no me detendrá.

—¿Te recuerdo que yo soy el abogado? —se ríe. Ahora me pregunto lo ciega que estaba, de verdad cómo podía estar con este estúpido.

—Hablo de mi abogado idiota.

Y tras decir eso cierro con un portazo y salgo con mi maleta, el taxi ha estado esperando por más de cinco minutos.

He decidido regresar.

¡Si... regresar!

¿Por que regresar al lugar del que quise huir?

No es razonable, ¿verdad?

Han pasado cinco años que me vine a estudiar a Stanford.

Sí, vivo en California. San Francisco para ser exactos. 

Mi vida ha estado de mal en peor, pensé que estos últimos años las cosas cambiarían pero me equivoqué. 

Confíe en quien no debí confiar.

Le resumo mi historia.

Yo era muy feliz, mi felicidad no duro mucho, sólo hasta los diez años. Qué trágico ¡¿No?!.

Mis padres fallecieron en un accidente provocado por un hombre ebrio.

Me quedé en San Francisco con mis abuelos, amaba a mis abuelos. 

Mis padres invirtieron en mi futuro, pagaron mis estudios hasta la carrera universitaria, y me crearon una cuenta donde me dejaron millones de dólares.

Pero la avaricia y el amor al dinero pudieron más con mis tíos y pelearon por mi custodia.

Dos años viví con mis abuelos maternos y luego me fui a vivir a Ann Arbor, Michigan.

Fue un infierno ¿han escuchado que el muerto hiede a los tres días?

No pasó ni uno y ya sentía el desprecio de mis queridos tíos —nótese la ironía—

Y sin dejar a colación mi querida prima Grace (que de gracia no tiene nada).

Hasta que cumplí mi mayoría de edad y regresé a San Francisco, regresé con mis abuelos.

Pero como soy Roselyn Mathews, nada me dura para siempre.

¿Como así? Pues mis abuelos fallecieron dos años después.

Y con la mitad de la herencia de mis padres, ya que la otra parte fue sustraída por mis estimados tíos, pude sobrevivir.

Invertí el dinero en varias empresas, una de las cuales junto con mi novio hice la mayor inversión, pero como descubrí que me puso los cuernos y ya nada me resulta igual decido tomar otra ruta. 

¡Regresar a Michigan!... ¡Que emoción! ironía al cien porciento.

Ya terminé mi carrera de negocios, en una de las mejores universidades del país, Stanford.

Y tengo planeado terminar la carrera de leyes en la universidad de Michigan.

Mi mejor amiga y abogada, me ayudará con algunos asuntos de mis inversiones mientras me acomodo en mi nuevo espacio.

Ahora me dirijo al aeropuerto al tomar un vuelo con destino a Michigan. Solo pienso que luego de instalarme arreglar otras cositas cruciales.

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