01 - ╬ Olvidar ╬

╬ Olvidar ╬

Margret

—¡BUENOS DÍAS, ALUMNOS! —tapo mis oídos. Estamos en el salón de arte que mide aproximadamente ocho metros cuadrados. Es el aula más pequeña de toda la Universidad Nacional de Seattle, pero sin importar lo pequeña que sea el profesor Weber tiene que gritar cada vez que entra y eso solo hace que mi humor empeore—. Tenemos malas caras hoy, ¿qué tal sus vacaciones de invierno?

—Increíbles. —algún idiota responde desde atrás, en las últimas filas.

—Me alegro por eso, es bueno llegar a su clase de arte con buenas vibras eso los ayudará con su inspiración y tam...

Dejo de oírlo. Tengo dos años y medio en clases de arte, amo la pintura y no me arrepiento, pero solo deseo que el profesor Weber sea más educativo menos motivacional.

—¿Estás escuchando, Margret? —la voz del profesor me hace salir de mi viaje espiritual.

—¿Disculpe?

—Tan distraída como siempre. —Se acerca a mi lugar y sonríe con nostalgia—. Este semestre, seremos más intensos. Tendremos competencias de arte con las universidades de Washington y quería saber si quieres participar.

—Puede ser. —es lo único que respondo.

El profesor se encoge de hombros, restándole importancia a mi respuesta. Hace un año participe en algo así, pero no me quedaron ganas de asistir de nuevo.

Es la cuestión de estar con beca en universidades prestigiosas cómo está, tienes que dar el 101% de ti para ser merecedor de dicha beca.

Es el primer día de mi último semestre del tercer año. Con eso me quedaría año y medio para graduarme. Estoy rezando en todos los idiomas que sé para que esté año pase más rápido que los anteriores.

Salgo de mi última clase, con dirección a mi "hogar". Tengo que ir lo más rápido posible porque voy atrasada al trabajo y tengo que regresar dentro de seis horas para mí otra extracurricular: matemática avanzada.

Tengo cuatro extracurriculares, son: arte, idiomas, educación física y matemática.

Y estudio literatura.

Tengo tipo como un don que me hace ser buena en muchas cosas a la vez. Trabajo seis horas por día, estudio, tengo extracurriculares y leo un libro diferente cada dos días.

Si ella estuviera cerca, seguramente diría algo como: «Dentro de diez años estarás sin esposo ni hijos, con quince gatos imaginarios y en una casa para enfermos mentales».

Cómo me gustaría oírlo de su boca.

♡♡♡

—¡Estoy muerta! —Daisy dice lo mismo todos los días—. Me buscaré un novio CEO como el de los libros que me prestas. Uno que me dé todo y que no me deje trabajar así se lo pida.

—Dices eso todos los días. —Le digo mientras nos dirigimos al estacionamiento. Acabamos de salir de otro día en el trabajo—. ¿Me darás un aventón a la universidad?

—Claro, —me mira fijamente—, doy gracias señor, —mira al cielo—, porque Margret le queda un año. ¡Gracias!

Daisy es mi mejor amiga, mi compañera de piso y también compañera de trabajo. La conozco desde que puedo recordar. Ella es la mejor, mejor amiga que puede existir; más que eso, es como una hermana para mí. Dejó su vida en California para seguirme, tampoco es que su vida allá era excepcional, sé que aquí está mejor, mil veces mejor.

—No exageres. Amo estudiar.

—No exagero. —Abre la puerta de su auto—. Una cosa es amar estudiar y otra muy distinta es perder tu vida en los estudios. —Intenta peinar su cabello, pero lo que logra es que el auto patine en el carril contrario. No me preocupo, normalmente es peor—. Tú simplemente vives para no tener tiempo de salir conmigo, estamos juntas porque vivimos en el mismo edificio y trabajamos en el mismo local, porque ni en la universidad te veo casi, solo para el almuerzo. Es triste, ¿sabías?

Me encojo de hombros restándole importancia y solo observó la calle. No tengo nada que decir, tiene razón en lo que dice, no puedo discutir contra la verdad.

El resto del viaje a la universidad lo hacemos en silencio. Ya está oscureciendo y sé que Daisy irá directo a dormir, fue un lunes un poco largo.

—Gracias por traerme, girasol. —Le doy un beso en la frente—. Te veo al rato.

—Te amo.

—Y yo a ti.

La veo alejarse del estacionamiento y luego me giro para ir a mi tan esperada clase.

Si, de todas las clases que tengo esta es la más esperada por dos razones:

Amo los números.

Mi amor platónico siempre está en las extracurriculares de matemáticas.

Sí, mi amor platónico.

Tengo un enamoramiento por este chico desde que lo vi en matemática básica.

El misterioso Niklass Rhett.

Digo misterioso, porque solo lo he visto en mis clases de matemáticas, nunca fuera de la universidad o incluso en la cafetería, ni en el campus, nada, solo aquí.

Tengo muchos intentos fallidos por hacerme notar, pero él no ve más allá de su cuaderno de apuntes, nunca tiene alguna pregunta para el profesor y cuando termina la clase, se pierde inmediatamente.

Tuve ganas de seguirlo, pero no soy tan segura como alguna de mis heroínas, ellas se arriesgarían por el chico que les gusta, pero yo simplemente no tengo el autoestima para eso, —o simplemente sé distinguir entre la ficción y la realidad y entiendo el hecho de que si lo sigo sería muy extraño—.

Entro en el salón semivacío, llegando unos minutos antes.

Me siento en la parte trasera de la habitación. Coloco mi mochila en la mesa y saco mi última inversión en libros. Uno de romance en la mafia. Estoy obsesionada con los libros de ese tipo, pero está saga en particular me tiene atrapada.

—Pensé que ya con veinte años habías superado los libros eróticos.

Me siento erguida en mi silla, miro hacia la voz, tiene una sonrisa idiota en su cara de idiota. Por alguna razón siempre tengo la misma reacción cuando él está cerca de mí: escalofríos y asco.

—Cristóbal.

—Margret. —Asiente con arrogancia en su gesto. Su cabello castaño, como siempre peinado tan perfectamente, y su ropa tan pulcra, que a veces da vértigo pensar en él con una camiseta con arrugas—. ¿Qué tal tus vacaciones de invierno?

—Estupendas. —No quería hacer conversación con este estúpido estirado—. ¿Y las tuyas?

Pero, tengo muy buena educación y aunque no me importa saber qué tal fueron sus vacaciones, la cortesía me obliga a preguntar.

—Excelentes. Fuimos a Hawái por las vacaciones de invierno, es hermoso ahí, deberías ir algún día. —Me mira con diversión. Sus ojos negros desbordando entusiasmo con la idea de humillarme—. ¡Ups! Cierto que no te alcanza el sueldo de mesera para unas vacaciones en la playa.

Sonrió de mala gana. Este es Cristóbal Parker, el idiota con dinero de la universidad. Bueno, no es sólo él, pero es el único que me habla.

Y desearía que no lo hiciera.

—Deberías tomar asiento, —hago una pausa para observar la hora en su Rolex dorado—. Solo treinta segundos para que la clase comience.

Se gira con intenciones de ir a tomar asiento, pero se voltea a medio camino.

—¡Por cierto! —Levantó la voz, más de lo que debería—. ¡Mi padre te manda a decir, que saques tus cosas del apartamento!

Me congeló.

No, no, no, no.

—¡Te estaremos desalojando dentro de una semana exactamente!

Me mira tan frívolamente, —pero con la misma emoción de antes en su iris oscura—, que no puedo creer que aún en el siglo XXI donde la tecnología está bastante avanzada y los estereotipos de clases sociales pasaron de moda hace mucho, sigan existiendo personas como Cristóbal. Con m****a en la mente.

Sé que el señor Parker no me desalojaría sin ninguna razón en concreto. Tengo los pagos a tiempo y no soy ruidosa. Ningún vecino se ha quejado de nosotros nunca. Pero, quizás Cristóbal tiene más que ver en esto de lo que aparenta.

Hago una nota mental de llamar al señor Parker por la mañana, con él me entenderé mejor.

Salgo de mis pensamientos cuando la profesora Jiménez entra a la habitación.

—Buenos noches, estudiantes, —sonríe tan dulcemente que me hace sentir cálida.

La profesora Jiménez siempre me ha hecho sentir cómoda en su presencia, tiene un aura accesible y es cómodo hablar con ella de cualquier cosa. La conozco del semestre pasado, vi la primera parte de matemática avanzada con ella y de inmediato conectamos. Ella decía que yo me parecía a ella cuando tenía mi edad y era muy interesante hablar sobre su época. Aunque en realidad apenas y tiene cuarenta años.

—Este es nuestro último semestre en matemática avanzada. Así que aprovechemos cada segundo. Pero antes, quiero que los nuevos se presenten. —Se ajusta los lentes en su lugar—. Por cierto, soy la profesora Devora Jiménez y seré su tutora en esta materia extrac...

Me estremezco en mi asiento cuando la puerta se abre de par en par. No por el hecho de que se esté abriendo cuando estoy tan concentrada en lo que dice la profesora, no, por eso no. La piel se me pone de gallina y siento un escalofrío recorrer mi cuerpo, pero al tiempo un calor tremendo me recorre desde los pies hasta las mejillas, siento mi cara calentarse tan violentamente que me da miedo que todos se den cuenta lo estúpida que soy.

Pero, ¿qué esperaban?

Niklass se abre paso por la puerta, con su sudadera negra y pantalones a juego, su cabello despeinado en la frente y la mirada perdida, dirigiéndose a mi lugar... Bueno, no exactamente a mi dirección, más bien a la parte trasera del salón de clases, pero viendo que solo queda un puesto en la parte trasera del salón y está a mi lado, me resigno a la idea de que se dirige hacia mí.

No puedo apartar la mirada, es como si el propio Ares bajará del Olimpo, y entrará a este salón lleno de mortales.

—Cierra la boca, Margret. —el dolor de culo de Cristóbal me susurra-grita, desde su posición, dos asientos delante de mí.

Lo miro con cara de, «vete a la mierda».

Niklass, por su parte, se voltea y mira en dirección a Cristóbal. Se detiene un momento, y aunque no puedo ver su expresión, siento el tenso momento entre ellos.

Luego de un par de segundos que parecen eternos, sigue su camino y toma asiento en la silla a mi lado.

Siento como todo mi cuerpo hormiguea. Me siento como una adolescente en medio de la pubertad.

—Hey, Margret.

Me tenso en mi lugar, olvidando todo a mi alrededor. Los vellos se me ponen de punta.

¡¿Qué. M****a. Acaba. De. Suceder?! ¿Niklass Rhett acaba de saludarme? «No, seguramente es uno de mis estúpidos sueños despierta», pienso.

Miro hacia el frente, donde la profesora Jiménez ha empezado a escribir nuestro plan de estudio para este nuevo semestre.

—¿No me dirás hola? —susurran a mi lado.

Volteo casi como la de El Exorcismo. Literalmente, mi cuello se gira de esa manera nada natural.

—¿Hablas conmigo? —susurro con las mejillas encendidas.

—No creo que alguien más aquí se llame Margret, ¿o sí?

Automáticamente, niego.

—Bien, —asiente, y mira al frente—, empezaremos de nuevo.

No entiendo nada de lo que dice, así que imitó su acción y miro al frente.

—Hola, Margret. —lo oigo decir de nuevo.

—Hola, Niklass. —como robot, respondo.

No volteó a verlo. Ya estoy lo suficientemente avergonzada.

—¡Waoh! —Su tono es de sorpresa—. ¿Cómo sabías mi nombre?

Me giro con más valor para enfrentarlo.

Sin embargo, el valor cae inmediatamente cuando veo sus hermosos ojos grises.

Trago el nudo en mi garganta. Debo ser un poco valiente.

—¿Cómo sabes tú el mío?

—Touché.

Lo veo medio sonreír. Es solo como un pequeño levantamiento de comisuras, pero es tan sexy que podría derretirme aquí mismo.

Vuelvo mi vista al frente, incapaz de seguir viendo ese hermoso rostro —ni mis novios literarios son tan hermosos como él—. Centro parte de mi atención en la clase, porque la otra parte está en las nubes celebrando que mi crush me habló.

Después de un rato, decido sacar mis lentes, porque aunque quiera evitarlo, mi vista está cada día peor —gracias a las horas de lectura—.

La clase termina dos horas después. Y como siempre, Niklass sale corriendo de la habitación. Yo como siempre me quedo de última recogiendo todo lo que saque de mi bolso.

—¿Qué tal las vacaciones, Margret? —la voz de la profesora me interrumpe. Le sonrió y termino de recoger mis cosas para alcanzarla en su escritorio.

—Muy bien, señora Jiménez. —el semestre pasado le decía Devora, pero no sé si debo seguir llamándola así—. ¿Y el suyo?

—Oh, Margret, ya pasamos la parte del formalismo. Deja de tratarme de usted, me siento más vieja. —sonríe ampliamente. En realidad, se ve tan joven que a veces dudo que tenga cuarenta años—. Mis vacaciones estuvieron bien. Trent y yo fuimos a visitar a sus papás en Vancouver, y me congelé hasta los ovarios.

Su carcajada llena toda la habitación. Aunque no fue un buen chiste, también me rio un poco. Soy del tipo que le divierten los chistes malos.

Me cuenta algunas cosas sobre el viaje a Canadá y me dice que debería ir.

«Todos me dicen lo mismo», pienso.

Termino despidiendo me de ella, y prometiendo que la visitaré cuando tenga tiempo.

Salgo del establecimiento rumbo a la parada de autobuses. Aunque no es muy lejos del apartamento, no tengo ánimos de caminar.

Cruzo a la izquierda en un callejón, cuando de pronto escucho una respiración agitada. En consecuencia, me detengo abruptamente.

Yo no soy del tipo que sigue adelante sin importarle nada, yo tengo miedo.

Me escondo detrás de un muro, mientras los jadeos se hacen más presentes.

—¡No hice nada! —una voz débil, ruega—. No me mates por favor.

¿Matar?

—No te mataré —¡Santa m****a!—. Solo, aléjate de mí.

Esa voz, yo conozco esa voz. La conozco aunque la escuché solo un par de veces.

—Ahora necesito que olvides esto.

Por alguna razón, no puedo evitar asomar mi cabeza y ver lo que sucede en ese callejón.

Me quedo fría en mi lugar cuando mis ojos captan la imagen. ¿Qué mier...?

Una vez leí que cuando tienes un ataque de pánico, y te afecta al respirar, es porque tu cuerpo crea un escudo en todos tus órganos, incluyendo los pulmones. Atrapan todo el aire y luego colapsan, lo cual no te permite respirar adecuadamente. Pero, no es por falta de aire, es todo lo contrario. Es porque tienes mucho y tú cuerpo no sabe cómo expulsarlo con calma, en vez de eso, quiere soltarlo todo al mismo tiempo.

Bueno, en este momento, es lo que me sucede.

Intento calmarme, pero mi mirada está fija en la escena frente a mis ojos.

¿Leer afecta tu cordura? Totalmente. Pero, esto va más allá de la cordura o lo que sea que me mantenga sana mentalmente.

Niklass está de espaldas a mí, tiene un chico al que no puedo verle la cara, arrodillado en el concreto. Pero eso no es lo sorprendente. Lo sorprendente de la situación radica en su espalda. Dos, mhm, ¿alas?, con plumas color perla, descansando en su espalda, con la punta hacia abajo. De un momento a otro, las abre tan sorprendentemente grandes que por un instante me preguntó, ¿cómo puede sostenerlas? Pero me regaño, ¿cómo puedo pensar eso en un momento como este? Necesito ayuda.

Camino de espaldas lentamente, intentando irme, pero falló.

Tropiezo y caigo de culo al piso. ¡Mierda! Esto no puede ser peor.

Vuelvo a mirar, y...

—¿Qué haces aquí? —Nicklass está frente a mí, con cara de pocos amigos.

—B-Bueno... —la voz me sale entrecortada por el frío que no sabía que tenía—. Yo solo pasaba por aquí... Lo siento.

—¿Lo sientes? —Busco las alas que hace un instante estaban en su espalda, pero no hay nada—. ¿Qué es exactamente lo que sientes?

Sí, ¿qué es lo que siento?

—Bueno… —Me aclaro la garganta—, estaba espiándote sin querer. Lo siento.

Quería decirle que había visto sus alas, pero, cuando lo pensé de nuevo, parecía una locura.

—Deberías ir a casa, Margret —Nicklass extendió su mano en mi dirección. Dude un momento, pero con un leve temblor la tomé y él me ayudo a ponerme en pie—. Es peligroso andar por la calle sola. Ten más cuidado la próxima vez.

Sentí como su agarre se tensaba en mi mano e inmediatamente me sentí amenazada.

—S-sí —carraspee—, ya debo irme, me dejara el autobús.

Intente soltarme de su agarre en nuestras manos pero él me sostuvo con más fuerza.

—Ten cuidado, Margret —dijo mi nombre con un sonido extrañado, nunca había oído que lo pronunciarán de esa forma. Mi mente se centró en eso y apenas escuché lo que dijo a continuación—: te puedes topar con demonios muy malos, y no creo que sea lo que quieres hacer ahora.

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