XXIII: NO DEJES DE MIRARME

Bajo las escaleras, desperezándome, buscándola mientras me llevo la mano al cuello y destenso los músculos.

¡M1erda! Hace tiempo no dormía tanto, se siente jodidamente genial.

Camino descalzo y sigo la música de la radio y el ajetreo que se escucha.

Está tras la encimera, frente a los fogones. Se le resbala algo de las manos que resuena en el ambiente, ella maldice por lo bajo y ladea su cabeza, mientras se empecina en revolver algo con esmero. Me acerco despacio y en silencio, estiro el cuello para espiar lo que hace. Su pequeño cuerpo se agita, mientras sigue con su tarea. Pasa el dorso de su mano por su mejilla, alejando los mechones de su cabello. Algo chisporrotea cuando ella deja caer masa en la sartén y se sobresalta, dando un pequeño brinquito sobre sus pies. Contengo la risa.

Huele ligeramente a quemado, pero también a huevo, tocino y azúcar. La cocina es un caos de instrumentos utilizados, restos de harina, cáscaras de huevo, un poco de leche y cereal volcados y también al
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