Capítulo 1

Volví a soñar con Jake, se sintió tan real que pensé que lo era, pero él no está, se ha ido. Han pasado dos años desde que lo perdí y aún no acepto su ausencia. Me duele el corazón cada vez que lo pienso, cada vez que despierto y no lo veo a mi lado. Es difícil estar aquí, donde vivimos tantas cosas juntos, sin embargo, este es el único lugar en el que me siento cerca de él.

Viví en casa de mi hermano Simon y su esposa America mientras me recuperaba del accidente, y luego regresé aquí, al lugar que convertimos en un hogar. Fue doloroso volver sin él, no podía dormir imaginando que entraría a la habitación y se acostaría junto a mí en la cama, abrazándome por la espalda y besando mi cuello con calidez como solía hacer. Me sentaba en la sala y fantaseaba con verlo a mi lado, acariciándome de manera furtiva hasta que nuestra pasión se encendía y todo lo demás quedaba en el olvido. Algo tan simple como hacer la cama, doblar la ropa, o sentarme a comer en el desayunador me hacía romper en llanto. Eran cosas que compartíamos juntos. Hubo un tiempo en el que llegué a escuchar su voz y corría a su encuentro y lloraba cuando me daba cuenta de que solo era mi imaginación.

Todavía lloro, no tanto como antes, aunque sigo llorando antes de dormir. Llevo mucho tiempo queriendo lo que nunca voy a tener, soñando con los ojos abiertos y el corazón en pedazos. Necesito hallar el modo de salir adelante. Una de las decisiones que debo tomar es buscar una nueva residencia, renunciar a este lugar, que tantos recuerdos me traen de Jake, pero para eso aún no estoy lista. Iré un paso a la vez, sin prisa.

Comenzaré por lo más sencillo, que es… que es… No estoy segura. ¿Dejar de dormir con su camiseta? ¡No! Tampoco estoy lista para eso.

¿Cómo se supone que salga adelante si no estoy dispuesta a dejarlo ir?

Me levanto de la cama y hago lo primero que se me viene a la mente, no puedo pensarlo mucho o cambiaré de decisión. Abro el armario, comienzo a descolgar sus camisetas y las hago un montón en el suelo. Sigo con sus pantalones y sus zapatos, pongo todo junto y cierro los ojos. Respiro profundo, porque no es fácil para mí hacer esto, es como volver a decirle adiós, como sepultarlo una vez más. Mas sé que es lo correcto. No puedo seguir esperándolo, él no vendrá, él murió, igual que nuestro hijo. Aferrarme a Jake me está hiriendo, me lastima, me ahoga... Lo amo, lo amaré siempre, sin embargo, no puedo seguir atada a su recuerdo.

Busco una bolsa en la cocina para guardarlo todo, regreso a la habitación y me siento en el suelo estirando mi pierna izquierda. Pasé por un montón de terapia física para volver a caminar por mis propios medios, pero mi pierna sigue doliendo y tengo que usar analgésicos. El médico dice que debo hacerme una cirugía para corregirlo, pero no quiero operarme, odio los hospitales, me traen terribles recuerdos. Además, Jake perdió la vida, yo puedo convivir con un poco de dolor.

Alcanzo una camiseta gris, la que me dio la noche que lo conocí, y mi estómago se hace un nudo.

No puedo deshacerme de esto.

La doblo con cuidado y la pongo a mi derecha. Tomo una segunda pieza y resulta ser una camiseta de Abgrund, otra de la que no puedo deshacerme. ¿Será así con todo? Pero es que esta prenda es especial, no puedo salir de ella así nada más, por eso decido ponerla junto con a la camiseta que aparté antes. Y como sé que si sigo tomando pieza por pieza todo quedará a mi lado derecho, busco una sábana, envuelvo lo que queda en el suelo con ella y la meto en la bolsa. Todavía no estoy segura de lo que haré con las cosas; puedo donarlas o dárselas a sus padres para que ellos lo decidan. No he hablado mucho con ellos desde que él murió, no sabría qué decir ni cómo actuar, es muy doloroso.

Guardo la bolsa en el armario conteniendo las lágrimas, ya pensaré en algo después. Y, antes de que la duda y el arrepentimiento me invadan, cierro la puerta.

En ese momento, escucho el timbre del intercomunicador y voy a contestar. Es America, ella acostumbra a hacer visitas improvisadas, mis hermanos igual. Sebastian es el que más se aparece de los dos, está muy pendiente de mí, y no es algo nuevo, ha sido mi apoyo en muchos aspectos de mi vida, estuvo para mí cuando decidí ir en contra de los deseos de mi padre y estudiar arte en lugar de una carrera «real», como dijo en medio de nuestra discusión.

Mi pasión por el arte inició desde que era una niña, me encantaba dibujar y colorear, mi maestra se sorprendía de lo que podía hacer. Fue ella quién me motivó a tomar clases de arte, habló con Elise y ella aceptó inscribirme sin rechistar, todo lo que significara mantenerme ocupada, lejos de ella, era suficiente para decir sí. Tenía siete años entonces y, a pesar de que era pequeña, estaba segura de que quería ser artista cuando creciera. No tenía idea de todo lo que implicaba, pero se convirtió en mi sueño.

Diez años más tarde, inicié mis estudios de artes en la Academia de Bellas Artes de Múnich con el apoyo de Sebastian. Destaqué entre todos los de mi promoción. Uno de mis profesores dijo que mi talento competía con la de pintores destacados como Paul Sandby y Vincent Van Gogh. Me sentí muy halagada y, de algún modo, eso influenció en mi inclinación a emplear la acuarela en la mayoría de mis pinturas. Me sentía en mi elemento empleando esa técnica.

Cuando me gradué, Sebastian me animó a abrir una galería para exponer mis obras y me dio el dinero necesario para lograrlo. Mis pinturas gustaron mucho y pronto fui ganando reconocimiento, haciéndome un lugar importante en el mundo del arte nacional.

Desbloqueo la puerta principal del edificio y Mare entra unos minutos después a mi apartamento quejándose por el ascensor averiado. Resido en la planta tres de un edificio en Schanze, un barrio bohemio y encantador del que me enamoré desde el momento que Jake me trajo. Aunque mis hermanos lo catalogan como «demasiado peligroso».

Son tan Decker a veces…

—Cámbiate, tendremos una tarde de chicas —dice después de terminar de lloriquear.

—¿No se trata de otra emboscada para hablar con Elise? —pregunto a la defensiva. La última «tarde de chicas» no fue más que una excusa para reunirme con ella. Nuestra relación nunca fue la mejor, Elise no sabe cómo ser una buena madre, ni una vez me dijo te amo o me lo demostró. No recuerdo que me diera un abrazo o un beso. En lo que sí es experta es en señalar mis «errores» y en querer imponerse sobre todos. Pero, desde la muerte de Jake, la distancia entre nosotras se hizo más grande. No puedo olvidar lo que dijo cuando me visitó en el hospital: «Es lo mejor que pudo pasarte. Ese muchacho no estaba a tu altura, espero que elijas bien la siguiente vez».

—¡Yo jamás haría algo así! Sabes que fue Simon quien le dijo dónde estaríamos. Pero con el castigo que le impuse, dudo que vuelva a hacer algo semejante.

—Bueno, dame diez minutos y estaré lista. —Voy a la habitación y abro el lado de mi armario, sintiendo un agujero en mi estómago cuando veo con el rabillo del ojo la bolsa con las pertenencias de Jake. Respiro hondo por la nariz y espiro conteniendo las lágrimas, no quiero que Mare sepa que he llorado y me pregunte porqué, no estoy lista para hablar del tema. Ella puede intentar presionarme a que me deshaga de todo y necesito tiempo para procesarlo antes de ser capaz de ir en esa dirección.

Alcanzo un par de jeans, unas sandalias bajas y una camiseta amarilla, con el logo de la paz en color blanco pintado en el centro, y me visto con rapidez. Me recojo el cabello en una coleta alta y regreso con Mare.

—Tienes que ir, Eve —enuncia cuando me acerco. Sostiene algo en su mano.

—¿Ir a dónde? —Junto mis cejas y me acerco a mirar lo que está viendo.

—A la exposición de Samuel Brown, estás invitada. No, mejor dicho, eres una de las diez privilegiadas que podrá asistir a la inauguración de su exposición.

—¡Umm, sí! —murmuro sin darle importancia. La invitación me llegó a la galería hace semanas. Kerstin, mi asistente, me trae la correspondencia los viernes y me pone al día de todo. Es quien ha mantenido a flote mi galería. He estado alejada del mundo del arte desde el accidente, ya no me apasiona, mi inspiración se fue cuando perdí la mitad de mi vida.

— Yo digo que debes ir, no pierdes nada haciéndolo.

Después que Mare se va, veo la invitación de la exposición de Samuel Brown y decido ir, como ella dijo, no pierdo nada asistiendo.  Además, Brown es un gran artista, es un privilegio ser de las primeras en asistir a una de sus exposiciones. No sé por qué fui elegida, tal vez fue cosa de Mare, ella es capaz de hacer lo que sea para que salga de mi «escondite». Organizó varias citas que fueron un gran desperdicio de tiempo, ninguno de esos hombres tenía alguna oportunidad conmigo, solo fui para establecer un punto y ella pareció entender que no existe nadie para mí fuera de Jake, él fue y será mi único gran amor.

Me pongo un vestido estilo pin up rojo que combino con bailarinas negras. Me aplico un poco de maquillaje y mantengo el pelo suelto. Nunca lo había llevado tan corto. Me toco las puntas con los dedos y me pregunto si a Jake le hubiera gustado, pero aparto rápidamente ese pensamiento y abandono la habitación. Tengo que irme antes de que pierda el deseo de salir.

Viajo en un taxi hasta la galería de arte Ruckblick[1] ubicada en una de las zonas más exclusivas de Hamburgo. No esperaba menos de Brown, él no escatima en costos cuando de exponer su arte se trata. Transito un corto trayecto desde la calle hasta la entrada de la galería sin necesidad de ponerme el abrigo. El otoño ha iniciado y la temperatura ha comenzado a descender, pero el frío aún es soportable, más tarde, quizás la historia sea otra.

En la puerta, se encuentra un portero que viste un esmoquin, me pregunta mi nombre y me da acceso al vestíbulo una vez que comprueba que aparezco en la lista. Al entrar, hago un recorrido visual del salón y me doy cuenta de que soy la primera en llegar. Pensé que estaba sobre la hora. De fondo, se escucha la novena sinfonía de Ludwing Van Beethoven. Una gran elección. Amo su música, me hizo compañía muchas veces mientras pintaba.

Un mesonero, vestido también de etiqueta, se acerca a mí y me ofrece una copa de champán, que acepto de buena gana. No soy muy dada a beber, pero sé apreciar una buena copa de Dom Pérignon cuando la veo. Le robé varias a mi padre de su reserva privada y las bebía con mis amigas de instituto las tantas veces que dormí fuera de casa. A los señores Decker no les importaba dónde pasara la noche, mientras no hiciera ningún escándalo, todo estaba bien.

Estoy disfrutando mi champán con el mayor de los gustos cuando veo a un hombre alto, de cabello castaño claro y porte elegante entrando al vestíbulo. Su mirada se pasea en derredor y se detiene en mí cuando me ve. Me observa con apreciación, de arriba abajo, y luego me sonríe llevando su atractivo al siguiente nivel. Siento un espasmo en el estómago y mi pulso se acelera. Es un hombre guapísimo, mentiría si dijera que no ha llamado mi atención. Pero que lo haga me produce un enorme sentimiento de culpa. Amo a Jake, sentirme atraída por ese desconocido es similar a traicionarlo.

Sin regresarle el gesto, dejo de mirarle y termino el champán en un trago. Desearía beber otro poco, me siento algo abrumada. No había tenido ojos para nadie desde que conocí a Jake y, sin duda, ese hombre ha movido el piso bajo mis pies.

Con el rabillo del ojo, noto que está viniendo en mi dirección y me pongo más nerviosa. No esperaba que se acercara, contaba con que mantuviera la distancia. Me equivoqué.

—Veo que somos los primeros en llegar —pronuncia deteniéndose frente a mí. Mantengo la mirada baja siendo esquiva a propósito. Espero que entienda el mensaje y se aleje. Noto que ha hablado en perfecto alemán, pero tiene un marcado acento italiano—. Soy Nathan Müller, es un placer conocerla. —Extiende la mano hacia mí, esperando que se la estreche como saludo, pero no acostumbro a mantener contacto con desconocidos y solo murmuro mi nombre—. Discúlpeme si la he importunado —dice entendiendo que no tengo interés en hablar con él. Y de la misma forma que vino, se va, dándome oportunidad de recuperar el aliento. No podía respirar teniéndolo tan cerca.

[1] Retrospectiva.

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