3. Tragandome el orgullo

Judith López

Cuando llegamos a casa lo primero que hice fue poner en una olla el agua para bañar a mi hijo. Encendí la pequeña estufa eléctrica de dos puestos. Mientras mi bebé jugaba en el suelo con sus juguetes no pude evitar mirar a nuestro alrededor y suspirar. Una lagrima escapo de mis ojos. Era uno de esos días en los que me sentía fatal. Lo intenté muchas veces, en verdad lo intenté, días enteros salía a buscar un trabajo, pero no me daban por que o tenía un hijo pequeño o no tenía ni siquiera mi certificado de educación básica. A veces me maldecía por haberme entregado a Adrián sin tener en cuenta las consecuencias que podrían haberme causado, gracias a que fui muy tonta ahora mi bebé pagaba las consecuencias de tener una madre tan inservible como yo. Qué apenas y podía comprar lo básico para él. Mi estomago hizo ruidos de hambre, cerré los ojos tratando de ignorarlo. Lleve el agua a una tina improvisada donde bañaba a mi pequeño. Lo cargué en mis brazos y mi instinto de madre se activo en cuánto mi mejilla se pego a su frente, mi bebé estaba ardiendo en fiebre. Todo mi cuerpo se tenso de preocupación era la primera vez que mi bebé enfermaba. Trate de respirar para pensar en algo. ¿Debía bañarlo o no? Lo abracé muy fuerte. Lo dejé de nuevo en la cama. Él estaba quietecito, saqué mi cajita con lo poco que tenía ahorrado, ni si quiera sabía si eso me alcanzaba para ver a un doctor. Yo no sabía que hacer y la sola idea de que mi bebé estuviera enfermo me aterraba. Antes de que pasará más tiempo lo tomé en brazos. Aún alcanzaba el autobús colectivo al hospital más cercano. Gracias al cielo llegamos rápido. Pedí una consulta de urgencias y me dieron el precio, traía lo justo para pagarla, pero me quedaría sin dinero para pagar los medicamentos. Tomé la consulta. El médico me dijo que mi bebé tenía una infección de estómago que era normal a su edad por que todo se metía a la boca. Me dejo unos jarabes para darle, ahora el problema es que no tenía dinero para comprárselos, aunque ya me sentía más aliviada de saber que no era algo grave.

Llegué a casa. Busqué la tarjeta que la madre de Adrián me dio en el centro comercial. No tenía otra alternativa. Debía comprar el medicamento para mi bebé y aunque no quisiera hacerlo, ellos eran su familia, tenían el dinero para ayudarme. Fui a la tienda de la esquina y le pedí por favor a la señora que atiende que me dejara realizar una llamada, como ella ya me conocía muy amable acepto.

—Hola —dije cuando escuche una voz que me contesto.

—Casa de la familia Ramírez Rivera…

—Disculpé esta la señora Graciela —pedí con algo de nervios.

—¿De parte de quién?

—Judith López, la madre de su nieto.

—Permítame tantito —se escuchó una pausa.

Espere varios minutos hasta que tomo mi llamada.

—Señora Graciela, le llamo por que mi bebé tiene fiebre, he ido al doctor dice que es una infección común a su edad, pero me he quedado sin dinero para comprarle el medicamento a mi hijo al pagar la consulta, ¿por favor? —mi voz se quebró —podría ayudarme a comprarlo.

Escuche un silencio. Luego respondió —dame la dirección y el nombre de los medicamentos los llevo en media hora.

Le mencione la lista de medicamentos que mi bebé necesitaba y quedo de pasar a casa.

Casi una hora después escucho que alguien toca a la puerta, yo me encontraba con mi bebé sentada en la cama cuidando que la fiebre no subiera con compresas de gasa con agua como recordaba lo hacía mi madre cuando me enfermaba de pequeña. Dejé a mi bebé en la cama, estaba dormidito y caminé hasta la puerta. Cuando abrí vi a los padres de Adrián frente a mí.

—¿Dónde esta mi nieto? —exigió con voz seca.

—Aquí… pasen —les dije haciéndome a un lado.

Ambos entraron a la habitación ancha que yo llamaba hogar, aquella casita humilde que era de la ancianita que se apiado de mi un día, antes de morir. Al poner un pie dentro, miraron alrededor inspeccionando cada rincón con la vista.

—¿Dónde están tus padres? —pregunto aquel hombre vestido de traje, tenía facciones similares a las de su hijo.

—Vivo sola —respondí.

—¡Qué! ¿Tú cuidas sola a mi nieto? —pregunto alarmada la señora Graciela.

Asentí.

—Mis padres me corrieron de casa cuando se enteraron de que estaba embarazada, he trabajado para poder darle sustento a mi bebé ya que no cuento con ningún apoyo de nadie.

Ella apretó los dientes dirigiendo una mirada a su esposo que no comprendí.

La señora Graciela se acercó cargando a mi bebé en sus brazos, se lo mostró a su abuelo.

—Mira él es nuestro nieto —le digo ella con una sonrisa, al menos parecía importarles.

El padre de Adrián le hizo algunos cariñitos.

—No me parece tan buena idea que una niña como tú se haga cargo de un bebé, mira a tu alrededor en las precariedades en las que vives, no es el ambiente para que crezca un niño.

Ahí iba de nuevo, el reclamo en mi mente.

—Yo no… cometí un error sí, haber estado con su hijo, pero he hecho todo lo posible por darle lo mejor a mi bebé, en ningún lugar me dan trabajo por que no tengo alguien que me lo cuide mientras no estoy, aunque quisiera no puedo —las lagrimas comienzan a correr por mis ojos.

—Quiero llevar a mi nieto a un médico para que revise su salud general, deja que pase el día de hoy en nuestra casa, ahí estaremos al pendiente de él, le compraré ropa y lo que necesite, ¿estás de acuerdo?

Mis ojos se abrieron con sorpresa.

—¿Dejar que se lo lleven? —pienso en voz alta.

—También tenemos derechos sobre nuestro nieto, y queremos lo mejor para él, si te niegas estarás negándole a él la oportunidad de poder tener una vida mejor, por que nosotros nos encargaremos que no le falte nada de ahora en adelante.

Nunca me había separado de mi hijo, siempre fuimos él y yo. Pero no podía negarle la oportunidad de negarle conocer a su familia, cuando yo no tuve la oportunidad de conocer a la de mi padre. Tampoco lo conocí a él.

—Está bien, pero prométame que lo cuidará.

Ella ríe con ironía.

 —Es mi nieto y claro que lo cuidare bien, incluso hasta mejor que tú, lo primero que haremos después de llevarlo al doctor será comprarle una buena leche por que el pobrecito esta muy desnutrido.

Ese comentario me dolió hasta el pecho.

—Mañana a primera hora iré por él —digo.

—No hace falta nosotros lo traeremos —me responde el padre de Adrián.

Asiento. Me acercó a mi bebé que esta en brazos de su abuela, le digo que lo amo y le doy un besito en la mejilla.

Veo como suben al auto y se marchan. Me quedo sola en esta pequeña casa sintiéndome impotente por haber tenido que hablarles a ellos. Por no haber sido capaz de arreglar los problemas por mi propia cuenta. Aproveche la noche hasta ya pasadas las doce para terminar de lavar y planchar la ropa que tenia pendiente, por la mañana la entregaría. Estaba decidida a encontrar un trabajo que me pudiera dar, aunque fuera los servicios médicos gratuitos, no podía seguir así, conseguiría un trabajo así fuera que tuviera que recorrer la ciudad de negocio en negocio, de tienda en tienda o de oficina en oficina…

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