EXTRAÑAS COINCIDENCIAS.
—Cómo te atreves a culparme de que puedo causarle mal a Adrián, ¡cuándo lo que hago es amarlo!

—Si tanto lo amas, déjalo que se vaya, porque en esta hacienda ya se están mostrando las señales del mal; él estará mucho mejor con Eva que contigo. Tú estás m*****a, el mal te ha escogido.

—¿De qué hablas Elizabeth? Me estás dejando muy en claro que detrás de tus palabras disfrazadas, algo nefasto se oculta ¡No me mientas, tú acabas de ver a ese demonio que también he visto yo! Tu mirada lo grita, así que no me lo niegues… Y si yo estoy m*****a, tú también lo estás porque al igual que yo, lo has advertido —la reclamé mientras los demás nos miraban mudos y confundidos por no entender el porqué de la discusión.

—¡Cállate y no me tutees! —sacó nuevamente su escudo.

—¿Quién es Nahe? Te oí pronunciar ese nombre extraño, porque me imagino que es un nombre —apenas mencioné aquel nombre, a Elizabeth le cambió la mirada, pero aquella luz en sus ojos se apagó rápidamente y la rabia resurgió.

—¡Voy a a
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