Capítulo 3 | Sé mi pareja esta noche.

Cuando sus compañeras de trabajo comenzaron a llegar, Thalía seguía estando tan nerviosa que no podía evitar sentir que temblaba entera. Pasó nerviosamente sus dedos por el escritorio, tratando de dejarlo limpio.

El ascensor se abrió, y su compañera Della salió con una cajita de plástico en la mano, llegó sonriendo hasta el escritorio de su amiga y coloco cuidadosamente el contenedor ahí, con una sonrisa dulce.

—Sabía que no comerías nada, así que te traje algo. Come, ¿de acuerdo?

La castaña se mordió los labios, con el corazón lleno de agradecimiento. No en todos los trabajos podías contar con una amiga como ella, es más, difícilmente podrías encontrar una amiga en cualquier sitio, sin envidias ni rivalidades, el género femenino podía ser complicado si se lo proponían.

Sonrió.

—Gracias —susurró, al ver que se acercaba la jefa de piso. Guardo la cajita en sus piernas, y comenzó a revisar en su ordenador los nuevos diseños que habían creado el día anterior para la colección de otoño-invierno, con colores cálidos, fuertes pero lindos, agradables. Hasta ahí estaba bien, los colores eran perfectos, desde el ocre hasta el añil, sutiles y pasionales al mismo tiempo.

Pero las telas eran otro mundo.

Sus ojos se abrieron como dos enormes monedas. No se podía creer que el diseñador estuviera hablando en serio con los precios. Los diseños eran increíbles, no lo podía negar jamás, él tenía un talento innato, y su asistente de vestuario también tenían buen ojo en cuanto a las modelos que iban a contratar.

Giselle Benavontte. Kailani Hiddleston. Amira Fallú.

Dios santo, los millones de dólares que iba a costar todo esto. Pedía telas como el damasco, cashmere, seda, lanilla, de los mejores proveedores. ¿Es que ese tipo quería dejarlos en bancarrota?

Apoyó la cabeza contra el escritorio.

—No puedo dejar el trabajo cuando hay tanto que hacer —susurró.

Estaba por levantarse para ir al baño a echarse algo de agua en el rostro para despejar sus ideas, porque se sentía sofocada. Pero entonces, escuchó la voz de su jefe.

—Thalía, ven a mi oficina.

Levantó la cabeza súbitamente, asustada como nunca lo había estado. ¿Se habría dado cuenta tan rápido? Pero eso era imposible, ella ni siquiera lo había visto entrar.

Tragó saliva al encontrarse con sus ojos aguamar, los cuales la miraban sin titubear.

—¿Sucede algo, jefe?

Él negó con la cabeza al principio, pero luego asintió.

—Te espero en mi oficina.

Ella lo vio ir, mientras se quedaba en su asiento guardando los documentos confidenciales sobre la colección. Eran sagrados, pocos tenían acceso a ellos, nunca se sabía en manos de qué personas podían caer, el espionaje corporativo era muy posible en esas fechas.

Su teléfono sonó. Lo busco entre el montón de carpetas, y contestó sin ver el número.

—¿Diga? —Apoyó el aparato contra su oreja y el hombro, para poderse acomodar la ropa.

—Aquí Lizzie, hablo para recordarte que vendrá el técnico hoy al edificio y tu internet sigue malo, ¿te parece bien si dejo trabajar al chico?

Suspiró.

—Pues sí, necesito trabajar en la noche y los datos son pésimos. Muchas gracias, deséame suerte.

—No hay porqué, Lía, ¿Sucede algo hoy? —La voz de su amiga denotaba un poco de preocupación.

Ella se apretó contra la pared de su cubículo, y susurró:

—Le he dejado una carta confesando todo, todo. Prácticamente mi corazón está ahí. 

Se oyó una exclamación del otro lado de la línea.

—Te deseo mucha suerte, querida, Vas a necesitarla con ese machote.

Thalía sonrió.

—No es un machote. En fin, he de irme porque mi jefe me está esperando. —Se despidió.

Antes de colgar, la escuchó decir:

—Y como no te mueres por ir…

Entonces se dirigió a la oficina de presidencia, las manos le temblaban. Al pasar por el lugar de Sam, esta le mando una mirada cargada de odio. Jamás le dejaría pasar que por su culpa no es la secretaria de Alessandro.

—Mañana dicen que lloverá, por si gustas revolcarte en el barro —se burló de su cuerpo—, oink, oinklia.

Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no meterle un puñetazo en la garganta. En su lugar, le dedicó una sonrisa dulce bastante falsa.

—Pues ten cuidado mamita, no vaya siendo que el clima te reviente las chichis —escupió.

No le dio tiempo a responder porque apresuró el paso para llegar a la oficina de su jefe, pero el recuerdo de su cara roja le serviría por días para reír en sus ratos libres.

Al estar parada frente a la puerta de cristal, se vio así misma. Cabello castaño en un moño apretado, gafas negras con unos ojos miel detrás, labios finos sin pintar, al lado un pequeño lunar le hacía juego. Estaba usando un vestido color vino que enmarcaba su figura de corazón, y unos zapatos de plataforma que había usado por dos años seguidos. El gafete estaba prendado justo arriba de su pecho izquierdo.

Inhaló fuerte, y entró.

—Siéntate, tenemos que hablar. —Su tono era totalmente serio, por lo que se puso en alerta.

—¿De qué quiere que hablemos, señor Belicov?

Juntó sus manos encima de las piernas para estar totalmente inmóvil, para no delatarse.

—Sé mi pareja está noche —soltó sin rodeos.

Ella pestañeo sin entender. ¿Eso significaba que la carta le había conmovido? ¿Le pediría ser su esposa, adoptarían perritos, tendrían cinco hijos y serían felices por siempre?

—Oh, bueno… guao. ¿En verdad? ¿Y su prometida?

Él frunció el ceño.

—¿Por qué la mencionas? —Su tono era de confusión total.

La cara de Thalía se tornó igual o peor de roja que la de Samantha.

—Si, quiero decir… ¿No le molestará? Ya sabe cómo son los titulares.

Entonces sucedió algo extraño: su jefe se rió. Cuánto le encantaba verlo reír, aunque fuera a expensas de su confusión.

«Es tan perfecto», se suspiró así misma mentalmente.

—¡Maldita sea, Thalía! Mi familia prácticamente te siente parte de nosotros, hemos trabajado codo a codo hasta el cansancio. Natasha no será un problema, es que me harás falta porque ahí irá la modelo que quiere nuestro diseñador estrella.

Oh, así que solamente era eso. La decepción la asoló tan fuerte que esperaba no se le notara en el rostro.

Alessandro le dio una palmada a su mano que la puso colorada.

—Y tú, Lia, la vas a convencer de venir a trabajar con nosotros.

—¡¿Yooooo?! —exclamó, asustada.

—Claro, ella necesita una buena propuesta, y no acostumbra a hacer negociaciones con hombres porque suelen haber conflicto de intereses, en su opinión. Confío en ti para esto, Thalía.

Mordió sus labios, indecisa.

—Aunque quisiera no puedo. Verá, a esos eventos se lleva ropa elegante y yo…

Alessandro se levantó de repente, y entonces sus ojos reposaron en la carta. Debido al movimiento de él, se cayó al suelo, pero no se percató de nada.

—Eso tiene una solución bastante rápida, le diré a mi asis…

Thalía contuvo una risa.

—Señor, yo soy su asistente.

Él detuvo su andar a la puerta y regresó con el entrecejo fruncido.

—Cierto. Pues a la segunda asistente, Isabella. ¿Cuál era la línea directa? Es que casi no la llamo. —Se volvió a sentar y tomó el teléfono del escritorio.

Ella se aclaró la garganta.

—Nueve, señor.

Marcó el número, y le dio indicaciones de traer varios de los vestidos que no salieron nunca a la venta, guardados en la bodega. También le indicó que Elrick Donelli la maquillara en su casa. La casa de su jefe. El maquillador de las mujeres de su familia. Un vestido prácticamente inédito jamás puesto en circulación.

¿Qué carajos estaba pasando?

—Listo, ya está todo arreglado: tú y yo, está noche en el Palazzo, haciendo el dúo de los negocios como siempre.

Su corazón latió como idiota, no supo que decir. Las lágrimas amenazaban con caer desbordadas por sus mejillas. Por eso y más, Alessandro Belicov era el amor de su vida.

—De acuerdo, jefe. ¿A qué hora tengo que estar ahí?

Él revisó su reloj.

—Está a una hora de aquí, será mejor que nos vayamos ahora mismo en mi coche tan pronto nos traiga los vestidos Isa, entonces te llevaré a casa para que te ayuden con todo —hizo una mueca—, recuerda que Amira es muy difícil de convencer por su nacionalidad.

Asintió.

—No se preocupe, para eso estoy yo.

No le quiso sonreír como hubiera deseado porque los alineadores se le verían; ya había pasado por los brackets, solamente estaría usando los alineadores unos cinco meses más y el tratamiento terminaba.

—Lo sé, confío en ti. 

Tocaron la puerta fuera, por dentro si se veía, pero por fuera no, era Isa con unas bolsas grandes, donde seguramente tenia los vestidos para ella.

—Pasa —ordenó Alessandro.

Isabella entro cuidadosamente, miró a Thalía y asintió como saludo.

—Tengo lo que me pidió, además de que ya le llamé al maquillador y está en camino a su casa. ¿Puedo ayudarle en algo más? —Su tono era formal. Isabella rozaba los veinte, pero era muy seria en su trabajo.

—Eso es todo, puedes retirarte, gracias.

Isa se inclinó respetuosamente y salió por la puerta con paso rápido.

—Bien, es hora, toma los vestidos y espérame en el estacionamiento. Tengo que hacer una llamada para reservar en el Palazzo, vamos de incognitos hoy. —Le guiño un ojo.

Ella se levantó, tomó los vestidos de sus manos y evito inhalar su aroma, porque él la miraba atentamente.

—Lo veo afuera, jefe. 

Antes de darse la vuelta, le dio un último vistazo a la carta en el piso.

«¿Qué hago ahora?», pensó con preocupación.

Estaba metida hasta el cuello en un problemón y no sabía qué hacer para recuperar esa carta y hacer de cuenta que jamás la escribió.

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