Capítulo 3

Charlize se mira al espejo, le sonríe a su reflejo y se guiña un ojo. Lleva un pantalón de tela que cae desde su cintura, una blusa ancha que se esconde dentro de la pretina, una chaqueta ligera de color negro, y unos zapatos de tacón bajo.

Por maquillaje, ojos delineados y labios con un brillo rosa traslúcido, el cabello suelto, pero se asegura de guardar una goma para el cabello, por cualquier cosa.

Al bajar, su madre la abraza orgullosa, mientras que Gerard la mira de pies a cabeza y mueve la cabeza de manera negativa.

—¿Pasa algo, papá?

—Esa no es manera de vestir para salir, deberías ponerte algo más… cerrado… —pero solo una mirada de Luz lo calla al instante —. Estás hermosa, princesa.

—No le hagas caso, está celoso, porque apenas tienes unas pocas horas y vas a salir, pero él no entiende que esta es tu primera salida de adulta.

—¡Pero no puedes hacer cosas de adulta! —le advierte Gerard —. Recuerda que eres menor para beber y para…

—Papá, solo iré con una amiga a la que no veo hace años a tomar algo, malteada para mí, lo que sea para ella.

—Vuelves temprano, ¿cierto? Es que mañana tengo una audiencia temprano y…

—¡Mamá! Por favor, llévatelo y termina lo que empezaron en su oficina, ¿sí?

Gerard abre la boca y los ojos, pero antes de que diga algo, Luz tira de su corbata para llevárselo y Charlize está en la puerta, lista para salir.

Le envía un mensaje a Ava, avisándole que va en camino al lugar que la citó, el Marquee New York. Un último suspiro y el chofer la lleva hasta el lugar donde ha quedado con su amiga.

Llegan casi al mismo tiempo, se abrazan emocionadas y entran al lugar. Esta es la primera vez que Charlize entra a un lugar de estos, porque las pocas fiestas a las que asistió en la universidad eran en alguna casa.

Se queda impresionada con lo grande del lugar, lo elegante, cómodo y moderno. Ava la guía a la barra, para que no se tarden tanto en servirles y el chico que allí trabaja las mira con el ceño fruncido.

—Identificación —pregunta serio, mirando especialmente a Charlize.

—Yo solo quiero una malteada — le dice ella y el chico mueve la cabeza —.

—Aguafiestas — le dice su amiga al hombre, mientras le muestra su identificación —.

—Bien, querida, cuéntamelo todo… ¿chicos o sigues enamorada de tu oficial?

—Sargento… —la corrige y Ava rueda los ojos —, y no hubo chicos.

Unos minutos después, Charlize bebe de su malteada de chocolate, escuchando de todas las anécdotas de su amiga, que son muchísimo más entretenidas que las suyas.

Se ríen, medio lloran y se vuelven a reír. El ambiente del lugar las ayuda a sentirse más relajadas, hasta que un chico se acerca a ellas, con aire de conquistador y las invita un trago.

—No, gracias, yo paso — le dice Charlize, sin siquiera mirarlo —.

—Vamos —insiste el hombre, pero ella no quiere nada con nadie, como siempre —, es sin compromisos.

—En verdad, a mí no me interesa —ve a Ava que le hace un gesto y sonríe amable —, pero a mi amiga seguro que le encantará.

El hombre sonríe forzadamente, pero le regala un trago a Ava. Finge una llamada y se va de allí, sin que vuelvan a verlo más.

—Tengo ganas de moverme un poco, ¿tú no? —le dice Ava, sin dejar de moverse como si tuviera un bicho entre la ropa, haciendo reír a Charlize, que se pone de pie.

Las dos van a la pista de baile y se mueven como se les da la gana, la idea es pasarlo bien, no hacer una competencia de baile al estilo de ¿Dónde están las rubias?

Tras unos cuantos bailes y refrescos, deciden que es tiempo de irse a casa. Al salir al frescor de la noche, las dos ríen y se abrazan. Esta era otra de las cosas que Charlize sacrificó por sus sueños, pero ahora podría disfrutar de la vida de adulta.

Juntas esperan un taxi para Ava, en cuanto ella se sube al taxi y deja de mover la mano para despedirse, comienza a caminar al estacionamiento, con las manos en la chaqueta, con una sonrisa en el rostro y las ganas de repetir aquello todo cuanto sea posible.

Sin embargo, la sonrisa se le borra cuando la voz de un hombre la llama, se gira y es abordada por el chico al que le rechazó la bebida dentro del local nocturno.

—Disculpa, me tengo que ir — le dice ella, poniendo en alerta todos sus sentidos y caminando más rápido, pero el chico no la escucha y la toma del brazo —.

—No me gusta que me ignoren —le dice muy molesto y con el hálito alcohólico en el rostro de Charlize.

—Ese no es mi problema —lo desafía ella, porque esa es la primera falla de los machitos como ese.

En un movimiento rápido, el chico la deja aprisionada contra la pared, es como si todos se hubiesen perdido a esa hora. Nadie camina por allí, pero lo que más lamenta Charlize es que nadie será testigo de lo que le espera al pobre tarado ese.

El hombre pasa una de sus manos por el rostro de Charlize, mientras la otra baja por el costado de su cuerpo. Y precisamente cuando ella está a punto de aplicar una de sus técnicas de defensa, pero de las que le enseñó su tía Keylen, no el Sabonim, una figura alta y ancha se lo quita de encima, haciéndolo volar al otro lado de la acera y arrancándole un quejido al hombre.

Aquella figura se pone de pie al lado del tipo, para que no se incorpore de nuevo y con una mano lo apunta, en señal de advertencia.

—Creo que la señorita había dicho que no.

Y esa voz, varonil, grave y peligrosa hace que el corazón de Charlize se quiera escapar de su pecho. Esa voz que la hace estremecer como nunca nadie lo consiguió, porque ahora es una mujer y siente como una.

Cuando el hombre se gira para verla, comprueba sus sospechas… es Matías.

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