8. Descubiertos infraganti

Hanna Diehl había regresado caminando despacio y vio a Hedrick acostado en el sofá con su celular y a Heleanor en la silla del comedor. Había silencio y se notaba la distancia entre ellos. Por suerte les había avisado para lograrse separar a tiempo oportuno y no le pareció extraño, pues no los había visto cruzar palabra, ni una sola vez, después de que se presentaron con sus nombres.

—Hanna —dijo Heleanor, tratando de recuperar el aliento—. ¿Qué ha sucedido?

—Se me ha olvidado la cartera —respondió Hanna. Pero ella notó las mejillas que aún estaban rosadas—. ¿Qué tienes, Heleanor? Estás toda roja. —Hedrick miró por el rabillo del ojo hacia donde estaba ellas. ¿Debía preocuparse? —. Ten cuidado, podrías resfriarte. —No, su madre no había encontrado nada inusual.

—Lo haré, Hanna. Tendré más cuidado con el resfriado —dijo ella con astucia, mirando a Hedrick.

—Ya vuelvo —dijo Hanna. Agarró su bolso y volvió a irse.

Hedrick esperó varios segundos. Luego tomó su mochila y caminó hasta donde
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