5. La nueva inquilina

Heleanor buscó con su brazo, tratando de encontrar al atractivo muchacho, cono el que había compartido su cama, pero no lo halló por ningún lado. Así estaba bien, era mejor que tener que echarlo de su departamento para que se fuera. Después de todo, solo había sido una aventura de una noche y lo había disfrutado, como para terminar en malos términos. Se cubrió con la sabana y su celular timbró, el ruido resultaba fastidioso. Un pequeño dolor de cabeza la hacía ver con dificultad.

—Buenos días, señora Heleanor —dijo una voz femenina al otro lado del móvil. Era su secretaria y la que llegaría al país en los próximos días.

—¿Qué sucede, Lara? —preguntó ella, aún indispuesta.

—Ya todo está listo para que ocupe el puesto de directora de la corporación Heard en la sede de esa ciudad.

Heleanor tenía varias empresas, pero su patrimonio más valorado, era la corporación Heard. Había varios edificios en distintos países y ahora se haría cargo de la que estaba en esta nación.

—Me tomaré libre esta semana. Quiero descansar un poco antes de colocarme a la cabeza.

—Como usted ordene, señora Heleanor —dijo Lara, titubeando y Heleanor lo notó. Conocía a su secretaria como la palma de su mano.

—¿Qué sucede, Lara? ¿Algo más que debas decirme?

—Es que su prometido la ha estado llamando y me preguntó dónde estaba porque necesitaba hablar con usted.

El semblante de Heleanor cambió enseguida, la noche había sido muy relajante como para echarla a perder tan temprano.

—No le digas donde estoy y solo recuérdale, que yo he muerto para él.

Heleanor se levantó de cama con las sábanas cubriéndola y cuando llegó al baño, agarró una toalla. Se miró en el espejo y sus parpados se abrieron en sorpresa. En el cuello tenía pequeña figuras moradas. Entonces extendió la toalla para verse el cuerpo completo, estaba llena de chupetones por los senos y por el abdomen. Al parecer, él quería que lo recordara. Pero tendría que colocarse ropa que la cubrieran esas marcas. Entró en la ducha y se sumió en el agua, que la renovaba. Al salir, vio en la mesita de noche el papel con un número que no conocía. La sostuvo en sus manos, dispuesta a romperla, pero desistió de la idea y la guardó en su bolso con una gratificante y maliciosa sonrisa. Quizás una vez más y todo se acabaría.

Hedrick salió del baño con jaqueca. Se puso una pantaloneta deportiva negra y un suéter azul. Bajó las escaleras y se sentó en el sofá. Era ya más de medio día y apenas se reponía de la noche pasada.

—Hedrick, mi amiga ya está por llegar. Necesitaré que la ayudes con las maletas.

—Está bien. Creí que ya estaba aquí.

Aún no llegaba la señora amargada. Quizás todavía cabía la posibilidad de que ella desistiera de la idea. No, eso era imposible. El timbre de la casa resonó en sus oídos y su mamá saltó dichosa, de seguro era ella. Hedrick caminó perezoso y bostezando, detrás de Hanna. Su madre abrió la puerta y sus ojos fueron cegados por un destello amarillo de luz intensa. Quedó boca abierta cuando vio a la abuela fea regañona, que se manifestaba ante él y que se reflejaba en sus pupilas dilatadas como si fueran un espejo. Esa mirada celeste como el cielo, ese ondulado cabello azabache y ese semblante de mujer adulta, esa figura de reloj de arena y esos atributos tan voluminosos, que lo atraían como un poderoso imán y que los arrastraban sin consideración hacia ella. Era inconfundible, esa mujer era con quien había tenido su primera vez. Las marcas de su encuentro aún estaban pintadas en su piel. Ambos quedaron absortos, viéndose fijo, como si hubieran sido hipnotizados. Hanna hablaba con felicidad, pero ninguno lograba escuchar las palabras que ella decía. Sus mundos se quedaron en silencio y fueron transportados al mismo bar donde se habían conocido; solo ellos, sin nadie más, mirándose atónitos y quietos como una estatua, hasta que un fuerte y desagradable pitido en sus cabezas los hizo regresar de su estado de trance.

—Hedrick, ella es Heleanor, mi mejor amiga, tu madrina y nuestra nueva inquilina —dijo Hanna, sin tener la mínima sospecha, de lo que en realidad pasaba entre ellos—. Heleanor, él es mi hijo. ¿Te acuerdas de él? Aunque lo viste hace años.  Salúdala, Hedrick.

La piel del rostro de Heleanor y Hedrick, comenzó a partirse como cerámica, al escuchar sus nombres y el vínculo que tenían, era como si les hubieran quitado las máscaras que protegían su identidad. No eran familia, ni estaban relacionados por sangre, así que no habían hecho nada tabú, inmoral o incestuoso. Lo único que, lo volvía prohibido, era la amistad que ella tenía con su madre y eso era suficiente, para crear un muro entre ellos. Muchos años atrás, cuando Hanna tenía veintidós años y cursaba su último año como estudiante universitaria, la directora solicitó su servicio para que fuera la tutora personal en la materia de matemáticas para su hija, Heleanor Heard, que en ese entonces tenía trece años, pero cuando nació Hedrick, ya había cumplido los catorce. Fue así como Hanna se volvió cercana a Heleanor y durante las semanas que fueron maestra y alumna, construyeron una gran amistad, en la que la misma Heleanor solicitó ser la madrina del bebé, luego de que le confesara la noticia. Pero luego sus padres se la llevaron a otro país y no le permitieron seguir en contacto con Hanna. 

Hedrick caminó tan lento como pudo, sus piernas le pesaban y tragó saliva al extender su brazo hacia ella.

—Hedrick —dijo él, obedeciendo a su mamá.

—Heleanor —dijo ella, alzando su mano, mientras temblaba con ligereza.

El tacto de suave de sus palmas, los hizo revivir los pasionales recuerdos, de cuando se habían entregado sin recelo y sin decoro el uno al otro. ¿Solo una noche? Patrañas, ahora deberían verse todos los días y convivir bajo el mismo techo. ¿El universo conspiraba en su contra o a su favor? Ninguno de los dos lo sabía, pero ya no podían cambiar el pasado y las caricias que se habían dado, estaban grabadas en su piel, sin posibilidad de borrarlas. Solo una noche entre ellos, y ambos quedaron marcados para siempre.

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