Damas en desgracia.

La madre de Anastasia esperaba con ansias la invitación que le daría acceso a la fiesta del duque. Todavía contaba con ser vizcondesa, sabe que por ese hecho debe llegarle la notificación, ya que algo que nadie pasa por alto es el respeto a los títulos nobiliarios, aunque sus dueños hayan caído en desgracia.

Sacó de los baúles sus mejores trajes, envió a su criada de confianza a empolvar algunas pelucas debido a que esta noche debía de estar a la altura de su nombramiento. 

Salió emocionada a comprar adornos para Anastasia, por desgracia, en esta ocasión los ornamentos están demasiado caros para su presupuesto, así que la su idea es que su hija vaya simple pero elegante.

«Ojalá hoy pueda encontrar a alguien que no la crea presuntuosa», pensó con tristeza, tras no poder pagar por aquel collar de esmeraldas.

******

Por otro lado, el duque es informado por su hombre de encargo que no deben invitar a las hermanas Santamaría porque están en completa desgracia y son el hazmerreír de la sociedad. 

—Y nosotros también, somos la burla de la aristocracia. Si no caso a Andrés, lo seguiremos siendo. Debido a su comportamiento impropio de un verdadero varón, solo mujeres en desgracia como las Santamaría pueden aceptar una propuesta de mi parte para él —dijo sacudiendo la cabeza con tristeza.

Tenía algo mejor destinado para su hermano. Una mujer de alta alcurnia, con un mejor título, pero eso solamente era un absurdo deseo fallido, ya que con su reputación ninguna dama aceptaría ser su esposa. 

No obstante, pese a pasarse las horas del domingo preparando cada exasperante detalle de dicha fiesta; el duque se fue a saciar su necesidad en lugar prohibido, buscando nuevamente los brazos de su favorita, Carmen. 

******

La vizcondesa después de hacerse cargo de lo necesario, escuchó la puerta ser tocada…

—Deja, yo recibiré al invitado —dijo ella a su vasallo. 

—Señora, el duque desea verla mañana en el castillo —dijo el mensajero y contuvo un grito que se formó en su garganta.

Manteniendo la postura le dio al enviado por las gracias siendo bastante educada, pero cuando cerró la puerta dejó salir su emoción al saber que su intuición no había fallado, el duque aún reconoce el valor de los títulos. 

—¡Que le den mantenimiento a la calesa y alimenten bien a los caballos! —Ordenó, debido a que la región del duque queda retirada. 

Anastasia salió a dar un paseo por el jardín pensando que tal vez ya no podría volver a disfrutar de la vista tan hermosa de la pradera que este le deja tener. Se volvió y vio que el jardinero del vicario sujetaba al malhumorado caballo que el mozo de cuadras había enganchado a la calesa. 

Con los labios apretados reconoció que su madre verdaderamente necesita una ayuda económica que la ayude a llevar las riendas de los negocios y hasta de ese deteriorado castillo. Mañana, aunque sea en contra de su voluntad, hará lo posible por atraer a un esposo. 

—Espero que pueda volver prometida mi lady Anastasia —le dijo una de las criadas al verla. 

Al día siguiente mientras se sube en el carruaje el cochero pone el caballo en marcha. Poco faltó para que se cayera de bruces y un improperio salió de sus labios haciendo que su madre le recriminase. Se sentía vacía por tener que ir a lucirse junto con sus hermanas y progenitora a esa fiesta.

Con la mente llena de sombríos pensamientos, cruzaron el pueblo y cuando dejaban atrás las últimas casas, advirtió la pesadez del aire. «Algo no está bien», pensó nerviosa y un tanto asustada. Es la primera vez que pone de su parte para conseguir un prometido y eso la agobia en demasía. 

Alzó la vista y vio que se acercaban al castillo. Se puso tensa y respiro con dificultad, miró hacia adelante, estaban a punto de llegar. Al cabo de tres millas serían la comidilla de las mujeres estiradas que se creen perfectas, pero que para Anastasia son más que mujeres inútiles que solo saben chismear. 

Unas carcajadas burlonas las recibieron cuando se desmontaron del rickshaw; las damas que se tapan las bocas con sus grandes abanicos, bordados con hilo de oro y con diseño a la moda de la época, reían quedamente y las miraban por el rabillo del ojo, murmurando entre sí que los trajes de las Santamaría son vestidos repetidos y que sus pelucas ya no tomaban brillo por más que las empolven. 

Todo eso lo escuchaban mientras hacían sus entradas en el castillo que dejaba ver el suyo bastante humilde. Llegaron al gran salón y Anastasia se sentía fuera de lugar, ya que todos las ojeaban con burla; no necesitaba escuchar sus voces, con solo mirarlos sabía cuáles eran sus pensares. 

Estaba en lo cierto, los allí presentes consideraban seguros que ellas estaban perdiendo su tiempo asistiendo a esa fiesta, ya que el duque no elegiría a una mujer tan mal vista para ser la esposa de su querido hermano como lo es Anastasia.

—Madre, estamos perdiendo el tiempo en este lugar —le musitó desanimada a su madre. 

Las otras jóvenes que estaban allí en busca de propuestas eran sacadas por distintos caballeros a bailar, otras eran invitadas a dar un paseo por el hermoso jardín del duque, pero ellas, eran meramente ignoradas por todos.

«Tanto daño le he hecho a mi familia...», pensó con tristeza, a punto del llanto, pero se ordenó no hacerlo porque sus convicciones no deben cambiar por complacer a una sociedad retrógrada que siempre será machista.

Las mujeres sumisas no se dan el valor que realmente se merecen, no luchan por tener libertad y derecho de expresión. Eso le carcomía el alma, y era lo que la había llevado a estar en ese punto de inflexión que dejaba ver solamente su rebeldía, pero no su inteligencia y corazón.

Mientras tanto el duque la observa con detenimiento viendo su mirada apagada pensando que es una chica un tanto rebelde, pero que no deja de ser una dama estirada que ha cometido una falta y que no será más que una esposa de esas que solo le sirven a la sociedad. 

Las señoritas, cometen faltas por intentar comportarse de forma indómita, pero al fin y al cabo son conservadoras. Al duque, ese tipo de mozas no le atraen, por eso se ha mantenido soltero, porque así frecuenta a las mujeres que sí entienden las necesidades de un hombre sin poner límites ni excusas diciendo que un caballero no debe ver a su señora desnuda ni sugerirle hacer perversiones con ella en la intimidad. 

—Mi Señor, el joven aún no aparece —le comunicó el mayordomo del palacio informando que su hermano no ha asistido a lo que debe ser su fiesta de compromiso. 

Estaba precipitando todo para que su ducado no sufriera a causa de su mala fama debido al rumor de que su hermano es un notorio. Esto no podía llegar a oídos del rey, porque tanto su apellido como las riquezas que poseían serían reducidas a cenizas, y su hermano sería llevado a la cárcel o lo que es peor aún, lo encerrarían en un manicomio luego de hacerle una lobotomía. 

Pensó que le convenía pedir en matrimonio a la hija mayor de las Santamaría. En su fuero interno pensaba que era como limpiar sucio con otro sucio, porque así podría usar su mala fama en el caso de que su hermano sí resultase tener preferencias sexuales indebidas. En ese caso, ella tendría que guardar silencio y ser la esposa perfecta para lo que se le educó. 

Esos pensamientos lo irritaron, no podía creer que el hermano que tanto adoraba fuera ciertamente ese tipo de persona con gustos tan desviados y prohibidos. Dejando de lado la molesta cuestión de la sexualidad de su hermano, respiró profundo, se puso de pie y se acercó a la mesa de las Santamaría dejando a todos anonadados.

—Vizcondesa, es un gran honor tenerla hoy en mi humilde morada —dijo inclinándose con la educación que lo caracterizaba para besar el dorso de la mano de la madre de Anastasia. 

Dejando a la mayor de las hermanas incapaz de imaginar que ese duque estuviera allí para pedir su mano en matrimonio. Pero su asombro fue más grande aún al ver el porte de ese hombre…: estaba vestido de negro, su espalda era ancha, llevaba una melena oscura y salvaje que adornaba una cara con rasgos duros y satánicos. 

Su piel se erizó con tan solo mirarlo a los ojos y como si él supiera los estragos que causaba en ella, no dejaba de observarla de forma penetrante hasta que consiguió que desviara la mirada sintiendo que si no lo hacía, su desbocado corazón se le saldría del pecho. 

La pidió en matrimonio como tanto deseaba su madre, haciendo que Anastasia maldijera al viento por tener que ser la desafortunada que tuviera que librar a su familia de la desventura que les sobrevino cuando falleció su padre. Pero lo que más le molestaba era casarse con un hombre con otros gustos, de nada le había servido leer aquellos libros y fantasear con hacer realidad tantas cosas pecaminosas que su mente perversa imaginó.

«¿Moriré casta?», se pregunta una y otra vez de camino a casa. El cochero tiraba de las riendas del caballo, así como Anastasia maldecía su existencia. 

Habían pasado la entrada de dos senderos que se perdían ondulantes entre unos árboles tan densos que no se veía nada a los pocos metros, y eso le causa terror porque al día siguiente a primera hora volvería a recorrer sola ese tramo para ser entregada a su amanerado esposo que tampoco tuvo el gusto de conocer porque en toda la noche no apareció por la recepción.

El cochero, su camino dobló hacia la izquierda en una curva sin visibilidad. El corcel ladeó la cabeza y siguió adelante aminorando el paso hasta que llegaron a casa las Santamaría. Su madre emocionada se apeó del coche trotando a pasos apresurados, solo le faltaba gritar a los cuatro vientos su alegría. Sin dejar que nadie descansara, envió a las criadas a preparar los baúles en mejor estado para que Anastasia se marchase. 

La doncella se preguntaba: «¿Será que mi madre me está echando? ¿Por qué aceptó la propuesta con las condiciones que le hizo el duque? No entendía por qué todo debía ser tan rápido; además, de que su boda sería fugaz y sin la preparación requerida. Para ella todo eso era una total humillación.

Tenía la esperanza de que se siguiera con los protocolos establecidos o recomendados por la alta sociedad, esos eran que una señorita debía ser sacada de casa de sus padres por su futuro esposo, no que esta vaya en su búsqueda. Aunque su molestia era grande, ya no le quedaba de otra, aceptaba o se quedaba soltera escuchando a su madre culparla por la desgracia de sus hermanas.

—Mi señor, aún su hermano no aparece. Usted sabe que no podemos recibir a lady Anastasia Santamaría sin ser desposada y eso sin contar que devolverla sería una humillación debido a que su pedida de mano fue  pública —le informo el mayordomo del castillo cuidando a su duque de que fuera a cometer una falta. 

Con la cabeza ladeada y apretando sus labios para no decir algo fuera de contexto, el hombre pensó que su amo había actuado con precipitación al pedir a Anastasia en connubio sin el consentimiento del menor de los hermanos. 

Mientras tanto, Philips rogaba al cielo que su hermano apareciese antes de la llegada de la novia, porque un duque no podría retractarse de las palabras dadas, tenía que recibir a la joven dama ya sea como cuñada o como esposa.

******

Anastasia, después de haber descansado muy poco al serle imposible conciliar el sueño, comenzó a prepararse con ayuda de sus damas de compañía para que estuviese arreglada como era debido, ya que su madre tenía todo organizado para su partida a primera hora. 

Con el corazón estrujado se montó en el calesín con ayuda del cochero. No quiso mirar atrás y ver a sus dos hermanas llorar mientras el carro se alejaba de aquel castillo que la vio nacer y crecer, del que nunca salió ni un solo día de su vida y que ahora dejaba para ser la esposa de papel de un hombre que jamás la miraría como ella había deseado que la mirase su futuro esposo. 

Una ráfaga de viento la sacudió silbando burlonamente. Se sobresaltó, los caballos se movieron inquietos cansados de tanto cabalgar y el cochero los obligó a detenerse porque pensó que el hermano del duque no tenía importancia, pero la tormenta que se avecinaba sí.

—¿Qué hace? ¡No se detenga, por favor! —dijo ella sintiendo temor junto a su doncella fiel que la ha acompañado y cuidado desde que tiene uso de razón. 

Se habían alejado serpenteantes entre los campos de rastrojos luego de atravesar un denso bosque que cubría una pequeña elevación. Adelantar el paso era la única posibilidad que tenían de llegar al castillo antes de que empezara la tormenta. El hombre contempló las nubes oscuras que crecían como oleaje celestial y dijo…:

—Sí, Milady —era una persona sumisa y quería cumplir con la disposición que su Lady  le había pedido.

Por eso, se irguió en la calesa, dio un fuerte golpe a las riendas y dirigió a los caballos rumbo a su destino. Ansiosos estaban los animales debido al aguacero que se avecinaba, que se pusieron en marcha llevándolos a todo galope por los campos dorados que se hacían cada vez más oscuros y tenebrosos a medida que las nubes se formaban más densas. 

Con los percherones al trote, los árboles los envolvieron. La lluvia intensa empezó a azotar con furia; los pencos tiraban con bravura mientras el cochero mantenía las riendas firmes vislumbrando al fin la entrada de dos senderos que se perdían. Cuando Anastasia reconoció ese camino se sintió bendecida porque sabía que a escasos metros de allí se encontraba el castillo del duque. 

Al anunciarle a Philips la llegada a destiempo de Lady Anastasia, soltó una maldición. Echó su cabeza hacia atrás luchando con la bestia que lo atormentaba en su interior. Ahora su única solución era desposarla él mismo; su hermano no aparecía por ningún lado por más que lo buscara. Con frustración tocando su rostro llevó la copa de vino a sus labios para calmar su ira.

Después de una serie de imaginativos improperios, salió de su estudio para darle la bienvenida a su futura y desdichada esposa, pero no sin antes mandar a preparar un aposento para que Anastasia lo ocupase. Ella lo miró llegar y vio que el amplio pecho dentro de lo que parece ser una chaqueta de montar oscura no cesaba de expandirse mientras el hombre respiraba profundo. Anastasia arrugó la frente mirando para los lados en busca de quién sería su esposo.

—Su Gracia… —saludó ella haciendo una reverencia.

Se inclinó agarrando su vestido muy conservador según su opinión y claro está, para él también, solo que ella no conoce esos gustos tan secretos del duque. Él hizo un mohín de desagrado por la joven dama a su lado, ella lo miró con disimulo de cerca. 

El efecto que había tenido su rostro en ella no disminuyó ni un ápice, antes bien, la impresión que causaban sus rasgos angulosos se veían realzados. Poseía una nariz decididamente patricia y unos labios largos, no muy finos y provocadoramente móviles. Su cabello era negro como la noche, tan abundante y ondulado que formaba gruesos mechones. 

Sus ojos se clavaron en la dama frente a él, también detallando su perfil. Le pareció hermosa, pero muy inocente para su gusto, porque ese rostro angelical solo le parecía bueno para ser mostrado como un lindo trofeo en fiestas. La menospreció considerándola una muñeca frágil hecha de cristal que se rompería en la primera oportunidad.

—Lady Anastasia Santamaría los planes de bodas han cambiado —¿Fue un temblor lo que Anastasia captó en esa voz sombría? 

Un temblor tan profundo que resonó en todo su interior. Miró al hombre y vio que no demostraba ni una migaja de emoción. No, ese temblor lo había imaginado.

—Me lo imaginé… —balbuceó ella sin una pizca de sorpresa, al menos, ya no será su culpa, su madre no tendrá motivos para amonestarle.

Sonrió satisfecha con la decisión tomada y al levantar la mirada vio que el hombre tenía el entrecejo fruncido. Entonces él alzó sus gruesos párpados y sus ojos se encontraron. Se quedó de nuevo sorprendida por aquellos ojos que parecían omniscientes. Sintió miedo, pero se esforzó por controlar la respiración. Volvió a mirar a su salvador, que no había apartado los ojos de ella. Si lo consideró su salvador por haberla librado de ese matrimonio desastroso.

—Al parecer, le alegra no contraer matrimonio —dijo elevando sus orbes con algo de gracia—. Los planes de matrimonio no han cambiado solo que en el lugar de mi hermano yo seré su esposo.

—Seguro que la mitad de la población femenina de la nobleza espera coger su pañuelo cada vez que usted se suena. ¿No sería una pérdida de tiempo y de prestigio casarse con una dama desacreditada como yo? —contestó Anastasia ocultando la alegría que sentía en su interior, ya que al menos el duque si es un verdadero hombre que puede cumplir a la perfección sus fantasías ocultas.

—La mitad como mínimo —inquirió con sorna.

—Entonces ¿por qué yo? —preguntó ella confundida.

—No se crea especial, lady Anastasia, solo lo hago para cumplir con mi palabra y honor, además así cuido su reputación manchada por un puñado de razones sensatas y socialmente no aceptables —alzó los ojos al cielo como pidiendo fuerzas para tratar con una dama remilgada y rebelde, luego la miró con severidad—. Supongo que prefieres que nos casemos antes de que lo haga, ¿verdad? —concluyó.

—Sí —la expresión de aturdimiento de Anastasia fue como un bálsamo para el alma del duque Philips. 

Sus ojos grises clavados en los de él se ensancharon más y más. Supo lo que veía: la lascivia que ardía en su interior tenía que reflejarse en sus luceros verdes.

«No eso es imposible», pensó ella grogui, quizás el cansancio la hizo ver cosas que no existían. Él dio la vuelta y regresó a su estudio así mismo como salió, dejando a Anastasia asombrada por su actitud fría.

—Haré que lleven sus pertenencias a la habitación de huéspedes, señorita —dijo el mayordomo con una marcada reverencia. 

Así sería su nueva vida pensó con nostalgia. Rígida, Anastasia asintió con la cabeza. El corazón seguía aleteando en su garganta y sentía calor y frío en los lugares más extraños de su piel. No le pasaba por alto la actitud del mayordomo, que no parecía sorprendido de que su amo fuera así de fútil. ¿Era ella la única que encontraba desagradable su forma de ser? 

Contuvo su incredulidad, arrugó un poco más la nariz y miró a su alrededor. La impresión que causaba el palacio desde fuera se mantenía en el interior. El elegante vestíbulo de techos altos estaba iluminado por las claraboyas y ventanas que flanqueaban la puerta principal. Las paredes estaban empapeladas con motivos de flor de lis azul sobre un fondo marfil. 

Los paneles de madera, todos de roble claro, brillaban suavemente y las baldosas del suelo, azules y blancas, creaban en la estancia un ambiente despejado y ligero. De allí partían unas escaleras de roble barnizado, con el balaustre exquisitamente tallado que subían en un largo y empinado trecho para después dividirse en dos brazos que llevaban a la galería superior. 

Aunque ya lo había visto el día de la fiesta, no le prestó atención como ahora. Fue conducida a una elegante habitación donde se lavó y se cambió de ropa preparándose para dormir.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo