CAPÍTULO 3

Tomo asiento frente al escritorio y enciendo el computador, para enviarle unas cuantas verdades a la editorial, pero las notificaciones de mi blog saltan a la vista, una tras otra. No paran. Temiendo lo peor, abro la ventana del navegador y pongo los ojos casi como platos al ver insultos, horribles y dolorosos insultos.

Así que ya se enteraron...

Me tomo la cabeza entre las manos y desordeno mi cabello con frustración, el cual ahora cae sobre mi frente. El sonido de cosas golpear el vidrio de las ventanas me hace levantar la mirada: hay huevos, tomates y más tomates deslizándose sobre el cristal.

¿Cómo es que supieron dónde vivo?

Ahora me he quedado sin el pan y sin el queso... Me pregunto qué hará Mark, quien parece odiarme ahora. Y yo que pensaba invitarlo a tomar un café algún día no muy lejano...

Mi teléfono suena insistentemente, así que respondo al llamado de mi molesto ex jefe, Roberto.

—¡Vega, tiene que venir y solucionar esto!

Tengo que apartar el móvil de mi oreja debido a sus gritos.

—¿Y ahora, qué pasó? —Dejo salir el aire retenido.

—¡Sus benditos fanáticos están lanzado huevos y tomates hacia la editorial! Muy mal Vega... ¿Lo ve? A veces es mejor ser un empleado más y tener una vida simple...

Gruño molesta y lanzo el teléfono sobre la cama. ¡¿Y a él que le importa?!

Tarde por la noche, cuando ya esas personas revoltosas se han calmado, salgo del edificio y observo las ventanas de mi departamento totalmente sucias. Siento mucha tristeza y ansiedad, así que decido ir a caminar hacia donde me lleven los pies. Camino frente a bonitos restaurantes, el delicioso olor a comida que emana de ellos me atrae. Pero solo traigo en mis bolsillos un dólar y eso solo alcanza para un bollo de canela. Me he olvidado de traer la billetera... Entro en una de las cafeterías y pido uno de los bollos que lucen deliciosos, la señora lo empaca y me tiende la pequeña bolsa, pero hago una mueca al buscar en mis bolsillos y no encontrar el dichoso dólar que juraba estaba ahí.

¿Se habrá salido de mi pantalón?

Me agacho para buscar en el suelo, pero no hay nada. Un leve toque en la cabeza me hace levantar de un salto y enviar al suelo una de las estanterías de revistas por accidente.

—Perdón, perdón... —Me disculpo con la vendedora de edad mayor que me observa con mala cara.

Recojo las revistas lo más rápido que puedo y las dejo en su lugar. Siento una fuerte mirada sobre mí, así que volteo a ver hacia todos lados, pero me encuentro con la intimidante mirada de Mark. 

—Eres como un huracán... —Se acerca a mí, caminando con tanta desenvoltura.

Salgo de mi ensimismamiento y acepto su ayuda, después suelto su mano suave mientras me pierdo en su mirada y observo su gran estatura, cabello, anchos hombros, fuertes brazos; y esa sonrisa arrolladora, esa que me eclipsa... Tiene una cazadora de cuero que le da un toque de rockero rebelde y a la vez vintage.

—G-gracias. —Le agradezco su ayuda.

—Te imaginaba encerrada en tu departamento. De verdad lo siento mucho, tomaron esa decisión sin razón alguna, o bueno, una que no quisieron revelar.

Lo miro de reojo y asiento.

—Yo lo siento también, ahora te has quedado sin empleo por mi culpa.

Avanzamos hacia la salida, pero la voz de la mujer nos detiene.

—Ya empaqué el bollo. Debe pagarlo...

Hago una mueca y me rasco la cabeza, algo incómoda.

—Disculpe, pero no tengo dinero. No sé a dónde se fue mi billete... —susurro algo apenada, porque ya estoy acostumbrada a que me sucedan cosas como esta.

—Yo pago, no se preocupe. —Mark saca un dólar de su billetera y se lo entrega a la señora que le tiende la bolsa, muy sonriente.

¡Qué vergüenza! Ahora pensará que ya llegué al punto de mendigar... Camino en silencio junto a él, sin saber muy bien qué decir, me siento demasiado incómoda y avergonzada.

—Hmm, creo que mejor me voy a mi casa, siento haberte incomodado...

—No te vayas, no me incómodas. —Me mira con su recurrente expresión neutral—. ¿Por qué siento que siempre tratas de huir de mí?

¿Siempre? Mis ojos se abren casi como platos debido a sus confusas palabras.

—Pero si tú te fuiste esta mañana y... ¿Cómo sabías que era yo la que estaba en el pequeño restaurante?

—¿Será porque eres inolvidable?—Atrapa mi mirada en la suya y se detiene frente a mí, guardando una distancia prudente.

Oh, Dios...

Mi corazón parece rebelarse en mi contra e iniciar una danza descontrolada sin mi permiso. Jamás he experimentado una sensación similar y me asusta, me aterra.

—Yo... Discúlpame, tengo que irme...

Muevo la cabeza en señal de disculpa y me alejo a paso rápido. No soy capaz de voltear a verlo, por más que me muera por seguir hablando con él.

«¡Bravo Camila! Por eso es que estás sola!», la voz de mi conciencia me acusa.

Exhalo y camino de vuelta al edificio, solo deseando meterme bajo las sábanas y pensar en lo que haré desde mañana.

Quisiera tener una vida emocionante y dramáticamente perfecta, como en las novelas famosas, pero esas cosas no suceden... susurro nostálgica mientras veo al cielo y hago una mueca pesimista. De repente, una estrella fugaz surca el cielo oscuro, al cual lo adornan unas cuantas estrellas pequeñitas y brillantes. Recuerdo que mi abuela Macarena me decía que ellas cumplen los deseos más fuertes de tu corazón, dependiendo que se trate del deseo correcto... 

El sonido escandaloso del tono de llamada del celular me despierta. Froto mis ojos y me levanto de un salto como siempre, sin embargo, tropiezo con una de las estanterías y caigo de bruces sobre la alfombra que amortigua el golpe.

—Un momento...

Me detengo en medio de la habitación. Hace un par de semanas estaba organizada al igual que ahora, y lo más extraño es que el número de teléfono de mi ex jefe sigue apareciendo constantemente en la pantalla del móvil, lo tomo sin pensarlo de nuevo.

—¿Hola? Buenos días... —respondo un tanto dudosa.

Me pregunto qué querrá ahora ese hombre.

—¡Querrás decir tardes, Vega! ¿A qué hora vendrás a la editorial? Recuerda que hoy tenemos una reunión con el periódico. ¿Ya solucionaste el asunto por el que te di las dos primeras dos horas de la mañana libres?

¡¿Pero qué es lo que ocurre aquí?!

—Pero esa reunión ya la tuvimos la semana pasada y fue todo un éxito... —Arrugo el entrecejo al escuchar la carcajada del hombre.

—Muy graciosa, Vega...

No, no, no. Debo estar soñando...

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