Capítulo 3:

—No me jodas papá. Es una broma ¿no? —El fulgor en las palabras de Alejandra hicieron que Samantha sonriera. Su hermana era una persona de naturaleza completamente pasiva, verla alterada a tal punto eran cosas que ocurrían en contadas ocasiones.

—Niña, esa boca. Tu madre y yo no te enseñamos eso.

—Ojalá tú fueras quien los hubiera educado a ellos. No sabía que la mejor empresa transportista del país se dedicara a alojar patanes.

—Y manos largas. —Samantha se sumió a la conversación entre su padre y su hermana. Increíblemente esos dos guaperas las miraban con una sonrisilla de suficiencia. Es que había que tener descaro fue lo que vino a su mente cuando el tal Marcos la volvió a recorrer con la mirada. Nunca se había arrepentido de usar minifalda. Nunca. Hasta ese momento. Ese tipo la estaba calentando. Y mucho. Era hora de echarle agua fría al cuerpo.

— ¿Miras algo, imbécil? —Samantha vio con satisfacción como el moreno perdía la sonrisa y la habitación se sumía en un profundo y tenso silencio. Vio como esos orbes  azules empezaban a brillar pero no de diversión, sino de furia. Y vio algo más, algo a lo que no quiso poner nombre.

—El buen par de piernas que tienes cariño. Si no quieres que te mire, viste más recatada.

—Marcos —gruñó su padre —.Chicos por favor me dejan a solas con mis niñas, hace casi un año que no las veo y quiero disfrutar el momento. Hablamos luego. —Y ahí estaba la mejor forma de despachar a alguien sin alzar la voz, pero demostrando quien mandaba. Samantha le dio una sonrisa descarada. Montenegro 1 Lockheart 0.

 Cuando Marcos pasó por el lado de Samantha le dijo cerca del oído, bien bajito para que solo ella escuchara “Esas piernas acabarán rodeándome la cintura”. Samantha sintió un escalofrió y por primera vez en su vida un rubor cubrió sus mejillas. No sabía ese giro que habían tomado los acontecimientos pero le parecía que había acabado de perder una batalla importante.

— ¿Me quieren explicar que son esos modales? —dijo su padre sentado en el sillón detrás del escritorio. Verlo así, a Samantha le recordó las incontables veces que su padre se había sentado con ella en sus piernas revisando papeles o solo leyéndole un cuento. Veces que ocurrieron toda una vida atrás. Momentos que tuvieron su razón de ser, cuando su familia, era una familia de verdad y no una mera sombra del pasado. Cuando estaba compuesta por cinco miembros y no por cuatro.

—El tal Benjamín me tocó el trasero cuando estaba despistada en el aeropuerto —dijo Alejandra en un arrebato de ira. Samantha no sabía cómo, pero ambas habían diferenciado a los hermanos a pesar de ser casi idénticos.

 Cuando Marcos la había interrumpido en la recepción ni siquiera había fruncido el ceño. No sabía cómo ni por qué pero había sabido perfectamente que ese no era el tipo que se había llevado dos buenos mamporrazos cuando habían llegado al SFO. Esa aura de poder y ese inmenso magnetismo eran propios del dios griego, no de su hermano. Aunque había que admitir que la vista de ambos juntos era digna para una portada de revista de modelos masculinos.

—Cielo… —dijo su padre después de unos minutos de silencio —.Eres una mujer guapísima. Y Benjamín es así de lanzado. Voy a hablar con él vale, pero no te molestes más con ese asunto. Estoy seguro que se lo devolvisteis. Si no, no fueran mis hijas.

—Supongo —respondió Samantha entusiasmada con la conversación mirando sus uñas —, que la mejilla y el pie derecho deben dolerle bastantes. Nos empleamos a fondo.

 Eduardo soltó una carcajada ante las palabras de su hija menor. Eran únicas y por eso las amaba tanto. Esa había sido la primera enseñanza de EJ a sus hermanas, que nunca se dejaran meter mano sin que la parte contraria sufriera las consecuencias. Su sonrisa decayó un poco al pensar en su hijo mayor, sabía que de estar vivo hubiera sido un hombre de provecho y que Benjamín hubiera salido de esa oficina con un puñetazo en esa cara de niño bonito. De estar vivo, sus hijas no hubieran estado en el aeropuerto, ni hubieran vivido cerca de diez años alejadas de los Estados unidos.

 Lamentablemente la vida no era justa muchas veces. Tenía que disfrutar lo que tenía en esos momentos y no vivir anclado en el pasado, aunque su alma continuara sufriendo incluso después de tantos años.

—Mi nieto ¿dónde está? 

—Lo dejamos durmiendo papá. Estaba agotado. Nosotras también vamos a acostarnos un rato, ahora que ya te vimos —dijo Alejandra dándole un beso en la mejilla y un fuerte abrazo —.Nos vamos Sam.

—Sí, parece que me pasó un camión por encima unas cuantas veces. Entre todos los trámites y el jet lag estoy perdiendo fuerzas por minutos. Te quiero mucho papá —señaló Sam enlazando los brazos al cuello de su padre como cuando era pequeña —.Ni se te ocurra llegar después de las seis.

—Como digas, general. —respondió su padre haciendo un saludo militar y dándole un beso en la frente a su princesa. Al orgullo de sus ojos. Los amaba a todos pero su Sam, era la reina de su corazón. La que lo dominaba solo con el dedo meñique. 

 Ambas hermanas se encaminaron hacia la puerta bajo la atenta mirada de su progenitor. Eduardo estaba muy feliz al saber que no tendría que contar los días como todos los años anteriores. Sus hijas habían regresado a los Estados Unidos y esa vez haría todo lo posible para que no volvieran a marcharse.

—Carol —llamó por el teléfono Eduardo. Esperó que su secretaria confirmara y continúo —.Quiero a Marcos y Benjamín en mi despacho en cinco minutos.

—Como usted diga Señor. —Ante sus palabras Eduardo sonrío. Estaba cansado de decirle que no le dijera Señor, que le hacía mirar hacia atrás para ver si era con alguien más, que llevaban muchos años juntos y que había confianza pero era algo completamente inútil. Carol en ese aspecto era en el único que lo desobedecía.

 Cuando tocaron en la puerta el escueto adelante que salió de sus labios daba a entender que estaba molesto. Era hora de poner sus planes en marcha. Los hermanos Lockheart atravesaron el despacho a la par como si lo hubieran ensayado. Sin embargo Benjamín iba de una manera que el presidente de Montenegro Co. nunca había visto: totalmente cabizbajo.

—Levanta esa cabeza chaval, no voy a despedirte ni a echarte un sermón —esas palabras hicieron que Marcos sonriera y Benjamín levantara la cabeza como un resorte —.Yo también fui joven y sabía perfectamente cuando delante de mí caminaba un bombón.

 Las risas y carcajadas inundaron la estancia eliminando consigo el tenso silencio que había en un inicio. Eduardo quería a esos muchachos. Muchachos que él había visto convertirse en unos hombres excelentes. Hombres que quería de yernos y que sabía que ocuparían ese puesto de forma digna. 

 Más ahora, que Eduardo había comprobado que no eran indiferentes ante los encantos de sus princesas. No había perdido de vista como Marcos recorría a Sam y que Benjamín hubiera reaccionado así ante Alejandra era la guinda del pastel. Tenía que tejer la red poco a poco porque sabía perfectamente que los chicos que tenía delante, tenían gran fama de mujeriegos. 

—Solo pido un poco de respeto ahora que mis chicas van a trabajar aquí como siempre debió ser. Nada de toqueteos, caricias, besos. No les puedo prohibir que miren porque a nadie le amarga un dulce. Eso es todo. Y quiero invitarlos a la celebración de esta noche. Estoy seguro que es algo privado pero me gustaría contar con su presencia. 

 Los ojos de ambos hermanos brillaron ante las palabras dichas por Eduardo e hicieron una breve confirmación con la cabeza. Solo que ese brillo no significaba lo que Eduardo quería o estaba pensando. La motivación era otra. Marcos y Benjamín también tenían planes y eran bien distintos a los de su mentor.

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