Capítulo 2:

—Será para el próximo corazón. No tengo idilios cuando estoy trabajando —dijo Marcos encendido una leve caricia. Ante el jadeo que salió de esos labios, se apartó rápidamente. La tentación era demasiado grande. Y antes de sucumbir y romper la regla número uno que tenía en su área laboral se encaminó hacia los pasillos de presidencia.

—Aunque te puedo ver esta noche y hacerte gozar. —le dijo suavemente en el oído cuando volvió sobre sus pasos, de tal forma que solo ella pudiera escucharlo.

 Samantha no sabía que se había creído la gente en Estados Unidos pues en Inglaterra trataron con algo más de seriedad a los desconocidos. Era cierto que el tipo estaba como un queso pero ella tenia reglas tambien. Y los maleducados y groseros no entran en su lista. A ella le gustaron las conquistas de los tiempos de antes. Esos en los que regalabas flores antes de meterse en la cama de alguien. Ella no era ninguna facilona. Había tenido un solo novio serio en sus veinticuatro años de vida aunque ligues habían sido unos cuantos, pero de primera base nunca habían pasado. El papacito la podía esperar sentado, descontando que nunca accedería a una propuesta similar, esa noche tenía planes.

 Planes que no eran otros que una cena familiar con sus progenitores, su hermana y su sobrino de cinco años. Planes que pudieron haber sido el día anterior pero debido a un cúmulo gigantesco de errores se habían tenido que atrasar. Planes que eran para celebrar el cumpleaños cincuenta y cinco de su padre.

 Samantha sabía que su padre estaba triste pues ninguna de sus hijas lo había llamado el día anterior. Ambas habían apagado los celulares para darle una sorpresa, supuestamente. La sorpresa se la llevaron cuando un vuelo que tenía que llegar a las seis de la tarde, llegó a las dos mañana. 

 Después de eso, por una letra mal puesta en el pasaporte de Thomas quien era puramente inglés y nunca había salido de la ciudad londinense se agregaron dos horas más. Incluido un degenerado que había manoseado a su hermana como si tuviera derecho, de más estaba decir que se había llevado sus buenos golpestazos. 

 Entre trámites y papeles habían llegado a la mansión familiar a las seis y tantas de la mañana. El cansancio pesaba sobre los hombros de ambas hermanas cuando tocan a la puerta de roble, después de bajar de un taxi todas sus pertenencias. Solo para enterarse que su padre no habia dormido en casa, sino que habia pasado la noche de su cumpleaños en el trabajo. 

 Alejandra había suspirado duro y Samantha había inclinado más sus hombros. Sin embargo la alegría de su madre al verlas había borrado un poco la pesadez de sus cuerpos y la culpa que empezaba a anidar sus corazones. Culpa por que le habían fallado a alguien que siempre había hecho hasta lo imposible por ellas. Alguien para quienes eran las niñas de sus ojos. Sobre todo Samantha que era la más pequeña.

 Por ese mismo motivo, Samantha apenas había descansado en su casa. Solo había tomado una larga ducha de agua caliente que le había revitalizado hasta el alma y se había encaminado hacia el lugar en el que no ponía un pie desde hace más de diez años.

 Alejandra le había dicho que la acompañaría pero tenía que acostar a Thomas, además del simple y obvio hecho de que su hermana era un mar de lentitud. Sam no entendió como podía ser así para todo. Ni el evento más importante pudo hacer que su hermana se apurara. Ni siquiera cuando se habia casado. También era cierto que las novias llegaban un poco tarde, no la hora y cuarenta y cinco minutos que Alex se había demorado. El pobre Arthur estaba despeinado de pasarse tanto las manos por el cabello y su corbata estaba toda estrujada de quitársela del cuello y volvérsela a poner un centenar de veces.

 Cuando Sam llevaba más de media hora esperando en el recibidor de la empresa, tuvo que subir a presidencia. Solo para encontrarme con un bombón de ojos azules que había hecho que su corazón se acelerara para después caer a la tierra cuando este había abierto la boca. La falta de educación le hubiera divertido si no fuera porque la había hecho a un lado para atender sus propios asuntos. Como si fuera el rey y todo el mundo debería postrarse a sus pies. Lo que él no sabía es que ella era la reina con corona, trono y todo.

—Niña, cuando llegaste. —escuchó decir cerca de ella. Al girarse le costó unos segundos reconocer a uno de los mejores amigos de su padre. A Justin Blake se le notaba en la cara, el paso de los años. Ciertamente se había descuidado y no lucía como el hombre guapo de antaño que Sam grababa. Su barriga sobresalía del traje hecho a medida pero sus ojos mostraban un brillo de felicidad por volver a verla.

—Esta mañana. Volvimos esta mañana. —respondió después de recibir un abrazo que le cortó la respiración. Sam no continúo hablando por que Alejandra apareció y Justin le dedicó las mismas atenciones que a ella. Alejandra solo puso los ojos en blanco ante que los grandes brazos y el gordo cuerpo la ocultaran de la vista de su hermana.

—Vamos a ver a papá. No lo hemos visto. —dijeron a coro ambas hermanas ante que Justin se entusiasmara y volviera a mostrarles su profundo afecto. Dado un momento pasó de ser bueno a algo desagradable.

 Después de encaminarse a la oficina de su padre en total silencio, solo interrumpido por el sonido de sus tacones, pasó por delante de Carol la secretaria principal de su padre, quien abrió sus ojos como platos al verlas.

—Disculpen, no pueden pasar ahí. El señor Montenegro está ocupado. —dijo la voz de una joven de veintitantos años.

—Créeme, si pueden pasar, no importa con quien esté reunido Eduardo —señaló Carol mientras Samantha y Alejandra tocaban la puerta de la oficina de su padre —.Son las dueñas. 

 A Samantha le salió una sonrisa mientras que Carol le explicaba a la nueva quiénes eran ellas o mejor dicho, de quiénes eran hijas. Cuando esa voz que había escuchado desde su nacimiento les pidió amablemente que pasaran, sus ojos se llenaron de lágrimas. Hacía casi un año que no habían visto al ser que las consentía en todo. Un breve vistazo a su hermana le reveló que Alex se encontró en el mismo estado.

—Hacemos un voto de silencio. —dijo en cuanto cruzó la puerta. Su padre le había explicado cuando era niña que esa frase se empleaba para demostrar que uno quería mucho a su familia. Aun cuando años más tarde había descubierto que el significado no tenía absolutamente nada que ver con su explicación, la costumbre se había mantenido.

 Eduardo Montenegro parpadeó un gran número de veces cuando vio a sus hijas cruzar por la puerta de su despacho. La alegría desbordaba su corazón cuando abrazó duro a sus pequeñas. Niñas que se habían convertido en mujeres de las cuales él, estaba muy orgulloso.

—Disculpa papá. La intención era llegar ayer pero el vuelo se atrasó. —explicó Alejandra con la voz agarrotada por las lágrimas.

—Eso no importa ahora. Estan aqui. Y espero que se queden unos cuantos dias.

—No —respondió Samantha. Y antes que la tristeza enturbiara la mirada de su padre y ese momento tan único, muy rápidamente —.Esta vez vinimos para quedarnos para siempre. 

 Samantha no se había dado de cuenta quien estaba reunido con su padre. Hasta que sus ojos del color de la miel chocaron contra dos pares de profundos ojos azules. Ante estaban los sinvergüenzas que habían convertido las últimas cinco horas en agotadoras. Él que la había tildado de mujerzuela y quien había manoseado a su hermana.

Su padre al ver la dirección de su mirada no se demoró en presentarlas.

—Mis amores conocen a Marcos y Benjamín Lockheart. El vicepresidente y director general de esta compañía —dijo señalando a uno y después al otro —.Señores les presento a la música de mi corazón y el orgullo de mi alma. Alejandra y Samantha Montenegro. Mis princesas. Mis hijas.

Su padre no había acabado de hablar cuando el infierno se desató.

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