Capítulo 1:

 Marcos llegó más temprano a la empresa de lo que estaba acostumbrado. Su perfil presentaba una expresión demasiado seria. Sin embargo su cuerpo de dios griego, sus bellos ojos azules y su sedoso cabello negro en conjunto con el uno con ochenta y cinco de su estatura, hacia que las miradas de ambos sexos se giraran a su paso. 

Todos los hombres querían ser como él. El segundo al mando de la mejor empresa transportista del mundo. La más segura. La más confiable. La que mayor cantidad de beneficios aportaba a sus bolsillos ya los bolsillos de los accionistas. No importaba el transporte que fuera, avión, barco o autobuses, Montenegro Co. era el número uno en ranking y según estudios estadísticos.

 Todas las mujeres querían un encuentro amoroso con ese bombón. Pues si su aspecto y el poder que ostentaba no hubo motivo exclusivo y razón más que suficiente, las malas lenguas y las buenas también, decían que era un animal en la cama. Que sabía cómo quitarle la ropa a una mujer, solo con una mirada. 

 Sin embargo, lo que nadie sabía, salvo su hermano Benjamín y su mejor amigo Andrew, era la cantidad de secretos que se escondían bajo esa preciosa superficie. Que no importaba la calma que mostrara el exterior cuando por dentro habia un volcan a punto de erupcionar. Una furia que incluso destruiría todo a su paso, a él mismo, si soltaba su correa.

 Ya en su despacho Marcos se puso a ver detalladamente los contratos y cápsulas de todas las empresas, grandes y pequeñas, que querían poder obtener, aunque fuera un porciento mínimo de una unión con Montenegro Co. Trabajaba más de ocho horas diarias, nunca había sido de los que esperaban que las cosas cayeran del cielo pero esa era la cuestión que le había permitido llegar tan lejos. Ser el vicepresidente de una corporación que manejó millas de millas de dólares diarios, era el sueño de cualquiera que había pasado su infancia entre latones de basura. 

 Porque aunque en su casa siempre hubo amor, no se pudo negar que el barrio bajo de las afueras de San Francisco era de lo peor de la ciudad. Sin embargo todo no fueron risas y abrazos. Hubo una época y multitud de momentos que Marcos preferiría olvidar. Mantener escondidos en lo profundo de su mente. 

 No recordar la promesa que él y Benjamín habían hecho, frente a una lápida en un cementerio sombrío y lleno de charcos que te hundían hasta los tobillos si no tenías cuidado. No recuerde que estaba trabajando para un hombre que era el que había matado a su padre, porque Eduardo Montenegro puede ser que no apretó el gatillo, pero sin dudas había sido el que le había dado el arma. 

 El sonido de un teléfono hizo que Marcos frunciera el ceño. El ventanal frente a él que mostraba una vista espléndida de la bahía de San Francisco y que hacía que la sección de oficinas donde se encontrara pareciera un mundo separado de la Tierra, hizo que su mente dejara de pensar en cosas del pasado y regresara de golpe a su cuerpo.

 Un fuerte toque en la puerta hizo que Marcos sonriera. Benjamín había regresado del viaje relámpago del día anterior. Viaje al que había tenido que asistir Eduardo pero se había negado a ir, alegando que él estaba mayor para esos tropelajes. Conocía esos toques como a sí mismo. Tanto como la expresión juguetona que entró por la puerta y le mostró un rostro casi idéntico al suyo. 

 Quien no los conocía podía equivocarse fácilmente y decir que eran gemelos. Pero no lo eran. Marcos era diez meses mayor que su hermano. Y los caracteres eran completamente opuestos. Donde Benjamín era fuego, él era hielo. Donde uno era la alegría personificada, el otro era la seriedad hecha carne. Donde uno era un mar en calma, el otro era una tormenta con rayos y todo. Lo único en que coincidían todos aquellos que conocían a los hermanos Lockheart era en el profundo amor y sincera camaradería que había entre ellos.

— ¿Qué tal el viaje? Pensé que te vería en la tarde —fueron las palabras que salieron de la boca de Marcos en cuanto su hermano se acomodó en el sillón de cuero negro que tenía en su oficina para atender a las personas y subía las piernas encima de su escritorio— . Baja las piernas joder. Te lo dijo muchísimas veces. Es tu lugar de trabajo, no un sitio de ocio.

 Benjamín solo le dio una mirada conocedora y una sonrisa descarada. Marcos conocía ese gesto. Su hermano iba a soltar una bomba.

—Casi no llego. Las vistas en el aeropuerto me entretuvieron. Dos mujeres. Con unas piernas kilométricas y más curvas que una carretera de fórmula uno. La bofetada y el pisotón que recibió cuando mi mano se acercó demasiado a la parte de la espalda baja de una de ellas. —Ante las cejas levantadas de Marcos, Benjamín soltó una carcajada.

—No pude evitarlo colega. Esos globos redondos me llamaban.

—Entonces se quedaron cortos en los golpes. Mereces más. Tienes las manos demasiado largas —Ante la protesta que iba a salir de los labios de su hermano, Marcos alzó una mano para hacerlo callar— .Así no se conquista a una mujer.

—Es que yo no quiero conquistarlas. Con sumergirme en sus cuerpos tengo. No sé porque me regañas, cuando tú eres igual o peor que yo. Sin este rostro bello claro —después de una pausa agregada— .Los negocios estupendamente bien. Logramos que Cooper firme bajo nuestras condiciones. Lo tenemos en el bote durante los próximos dos años.

—Señores Lockheart, tienen una reunión con los accionistas en los próximos diez minutos. Presencia obligatoria. No pueden escaquearse. Están anunciados. —escucharon la voz de Mildred, la secretaria de Marcos. 

—De acuerdo, guapa. —respondió Benjamín.

—Sin ningún problema bombón. Benjamín debes estar presente. —dijo antes de colgar y dejar la línea desocupada.

 La cara de sorpresa de su hermano era un poema. Benjamín seguía sin comprender como la secretaria de Maros le podía reconocer. Ciertamente Mildred lo tenia calado. Pero Marcos nunca había tratado con tanta frescura. Apreciaba a la mujer de casi cincuenta años y no deseaba una secretaria mejor y más eficiente. Había aprendido a quererla y respetarla, incluso se gastaban sus buenas bromas pero la diferencia con Benjamín era que Marcos sabía hacerlo en el momento adecuado.

 Después de una reunión que primeramente debió durar unos cuarenta y cinco minutos y se lesionó por dos horas y media Marcos no cabía dentro del traje, la corbata gris le apretaba el cuello hasta casi el ahogo y se sintió encerrado. Odiaba las juntas donde no se resolvía nada y debatían lo mismo uno y otra vez. De las que se libraba Eduardo pensó. El presidente de Montenegro Co. nunca había sido feliz dentro de espacios pequeños y cerrados. Sin embargo podia darle un martillo, un serrucho o cualquier instrumento de carpinteria o albañileria y era feliz.

 A Marcos se le fue el habla cuando dobló la esquina que llevaba una presidencia se encontró ante un cuerpo escultural. Su mirada recorrió cada recoveco y curva de esa cintura estrecha, ese cabello rubio que caía en sendos rizos y esas larguísimas piernas debajo de una minifalda inexistente. Por primera vez desde que era un adolescente su cuerpo se descontroló. Un breve vistazo hacia abajo le sobresalió que otras partes de su cuerpo también habían cobrado vida. obviamente tenía que reunirse con Eduardo para ultimar detalles del viaje de Benjamín, sino que se quedaría ahí contemplando las vistas.

— ¿Está con alguien?, a ver niña aparta — preguntó cuándo se acercó al mostrador de Rita, la recepcionista de esa ala, interrumpiendo de paso a la bella rubia. Su perfume lo drogó y esos ojos del color de la miel hicieron que se sintiera hipnotizado cuando ella lo miró rabiosa por dejarla a medias. Pero tenia prisa.

—No ves que yo estaba primero. Respeta el orden. O hubieras llegado antes. —Cuando Marcos la recorrió con la mirada descaradamente le parecía conocido. Realmente conocida. Esos muslos y el pecho debajo de la blusa blanca hicieron que se detuviera segundos de más.

—Mira bombón —le respondió ella mirándolo de la misma forma, enfocándose en cierta parte de su anatomía que de estar medio levantado, terminó por levantarse completamente—, date una ducha bien fría. Se ve que la necesita. Y ten cuidado. No sabes con quien estas hablando. —terminó cerca de su oído.

 Sentir esos labios tan cerca de su oreja hizo que Marcos la agarrara por la cintura. Definitivamente esa no era una niña. Era una mujer en todos los sentidos de la palabra. Y se moría por probar esos carnosos labios que estaban hechos para pecar.

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