Capítulo 3. Falsedad y astucia.

Al cabo de los 6 meses, regresé a la isla, recuerdo haberme aparecido en casa sin previo aviso. Era una de las tardes de otoño más frías de ese año, lo primero que hice antes de ir a casa fue visitar la residencia Bailey para quitarme de una vez la agonía que tenía en mi pecho desde que me enteré que Elena se casaría. Llegué a la residencia, solo había cambiado la pintura de aquel lugar, todo parecía marchar con normalidad, igual que antes, miré a la señora Bailey cortando un par de rosas del jardín, con un sombrero de jardinera que le iba muy bien, el señor Bailey se encontraba en la entrada, con una gran taza de café en una de sus manos y un puro de origen Europeo en la otra, aquella escena me hizo gracia, pero preferí guardármela para otra ocasión, me presenté sin esperar más, con la arrogancia y orgullo que me caracterizaba viendo a todos desde mi hombro, pero intentando ser lo más educado posible.

–Busco a Elena –comenté.

–Joven Olivier, ¿A que debo el honor? –preguntó su madre, ignorando mis primeras palabras.

–He venido a buscar a Elena –comenté nuevamente.

–Por favor pase adelante, acompáñeme a tomar una taza de café.

Antes de poder decir que no, la señora Bailey me había tomado del brazo y caminaba conmigo recorriendo toda la entrada como si fuéramos grandes amigos, era la primera vez que me atrevía a llegar a la residencia y ella parecía conocerme desde antes, comenzó a mencionar que la familia Riviera, había llevado a cabo el proyecto de su vida y que la empresa Olivier había perdido una licitación muy importante debido a mi ausencia, me sentí tan intrigado en su forma de relatar los hechos que habían ocurrido mientras yo estuve de viaje, que poco a poco le seguí el juego sin darme cuenta. Cuando pude reaccionar de aquel cuento que la señora Bailey se dispuso a contar con tanta emoción, me encontraba en la sala de la residencia y la señora Bailey me ofrecía una taza de café que tomaba a dos manos. Tomé la taza y la dejé en una pequeña mesa que se visualizaba a unos centímetros del sillón donde yo me encontraba.

–¿Dónde está Elena?

La mujer se quedó viéndome fijamente como si mi pregunta fuera una estupidez, a los pocos segundos se echó a llorar, su llanto era desconsolante, yo no sabía qué hacer, me quedé quieto sin entender lo que realmente pasaba, ¿Acaso le había pasado algo a Elena? Miré a Francisco Bailey entrar y quedarme viendo fijamente un par de segundos.

–La ingrata de Elena se marchó hace un par de meses, dejó a la familia en ridículo y al novio esperando en el altar –comentó francisco.

–¿Sabe a dónde se fue?

–No tengo ni la más mínima idea y aún si la tuviera, verla es lo que menos quiero. Por mi puede morirse.

–No digas tales cosas Francisco, aunque sea una estúpida es mi hija, ten un poco de compasión por mí. –comentaba la señora Bailey, limpiando sus lágrimas.

–Lamento haberlos interrumpido de tal manera, debo marcharme enseguida. –comenté.

Me levanté del sillón y emprendí mi camino hacia la salida.

–Tú eres el culpable de que ella se haya ido, no tengo pruebas al respecto, pero estoy seguro de eso. –comentó Francisco.

–De ser así ¿Hay algún problema con eso? –pregunté.

Francisco solo me miró, deseando matarme, pero no dijo ni una sola palabra ante mi inconsciente y arrogante respuesta. Me marché del lugar directo a casa, si esperaba salir con el corazón destrozado al escuchar las noticias del prospero casamiento de Elena, lo conseguí, no porque se haya casado, ya que tal cosa jamás se concretó para mi alivio, sin embargo, mi corazón ahora estaba más destrozado que cuando esperaba la noticia de que el casamiento de Elena se había llevado a cabo.

Regresé a casa, desolado e intentando imaginar un lugar en el que pudiera encontrar a Elena, en medio del camino a casa, recordé el lugar al que solíamos ir, di un giro indebido en medio de la carretera y me dirigí a aquel lugar con todas las esperanzas de encontrarla, el lugar estaba totalmente diferente, lo que había sido un lugar hermoso y cálido ahora se encontraba lleno de juegos mecánicos que no dejaban apreciar el atardecer lleno de tranquilidad que le prometía a cualquier observador, cien años de vida más. Los gritos de los niños y la multitud de personas en aquel lugar solo me provocaron desesperación, salí de ahí casi enseguida, sin buscar a Elena en ningún otro lugar y me dirigí finalmente a casa, donde posiblemente mis padres me esperaban para proceder a realizar el cuestionario, con respecto a la última vez que los miré. Durante el camino a casa, comencé a ver anuncios con el rostro de Clara en ellos, jamás creí eso posible, Clara tiene un rostro angelical y podría ser la mejor modelo nunca antes vista, pero su falta de visión hacía que mi padre ni siquiera la dejara salir de casa por ningún motivo. Verla en esos anuncios llamaba mucho mi atención, no sabía que había pasado durante el tiempo que estuve fuera, pero posiblemente todo haya cambiado en mi ausencia.

Me detuve en frente de la entrada a casa, quise apreciarla, pero la casa al igual que otras cosas en la ciudad lucía diferente, habían cambiado el jardín del frente, una cascada con una figura de ángel adornaba el centro de aquel hermoso jardín lleno de rosas y césped recién podado. Por unos segundos pensé que me había confundido de dirección, pero la placa en el centro del portón confirmaba que me encontraba en el lugar correcto.

Entré finalmente, me había llenado de valor y de coraje para decirle a todos sobre mi relación secreta con Elena, a quien, de solo imaginar sola y asustada en cualquier parte de la ciudad, se me hacía un hueco en el corazón.

Todos los trabajadores me saludaban con una hermosa sonrisa, los reconocía a todos. Al menos, no los habían cambiado a ellos. El interior de la casa se veía más moderno, el color blanco me hacía sentir lleno de paz y aunque el aura que emanaba ahora la casa no era del todo agradable, me sentía feliz de estar nuevamente en aquel lugar.

–Teo –dijo Clara, abrazándome fuertemente.

Su abrazo me sorprendió un poco, no la miré llegar, aunque estoy seguro que ella conoce muy bien la casa, siempre se toma su tiempo para llegar a algún lugar porque no sabe que se encontrará en el camino.

–Clara, no sabes lo mucho que me alegra verte –comenté mientras su abrazo me llenaba de alegría.

La escuché llorar casi en silencio, levanté su rostro.

–¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?

–No sabes la alegría que me da verte por primera vez –comentó ella.

Me quedé pensando en sus palabras, era como si mi cerebro no lograra procesarlas, las escuché, pero no pude reaccionar a ellas.

–¿Teo?

–Dices que puedes ver –comenté aún incrédulo de lo que decía.

–Sí hermanito, puedo ver, decidí hacerme la operación cuando te marchaste, quise ir a buscarte, pero me habías dejado sola, sin decir nada, me bastaron 5 días de tu ausencia para aceptar el todo o nada en la operación y mírame, todo salió perfecto, ahora finalmente te veo. Lo primero que hice después de la recuperación fue ir a buscarte, aunque no conocía nada de la ciudad me aventuré a buscar alguna pista en todo el lugar, pero no logré encontrar nada.

Un par de lágrimas brotaron de mis ojos a voluntad, eran de emoción, eso no lo podía negar, me dejé caer al suelo, llorando casi como un niño, eso era lo que había soñado muchas veces para Clara, que ella pudiera admirar lo hermoso que es el mundo, ella me abrazó mientras me encontraba en el suelo. No sabía si solo era la noticia de Clara lo que me había hecho desplomarme como un niño, o si la noticia de Elena había interferido de alguna manera. No quería aceptarlo, pero realmente me preocupaba no saber nada de ella.

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