Capítulo 4

Loredana alzó la mirada cuando alguien abrió la puerta de su oficina de un momento a otro.

—Señor, le dije que ella está ocupada en este momento.

Angélica, su secretaria y mejor amiga, estaba parada detrás de Aurelio. Ella lucía irritada, pero al recién llegado parecía no importarle.

Se abstuvo de soltar un resoplido. No estaba con ánimos de hablar con Aurelio, no cuando tenía cosas más importantes en las que preocuparse… Quizás si era fría después de todo.

—Tranquila Angélica, yo me encargo —intervino antes de que su amiga decidiera clavarle un lapicero a Aurelio por detrás.  

Sería divertido y quizás se lo merecía por ser un completo idiota, pero no quería que Angélica se metiera en problemas.

Ella la miró insegura.

—Cualquier cosa te llamaré.

—Está bien —dijo Angélica por fin.

Aurelio ni siquiera esperó que la mujer se marchara antes de cerrarle la puerta en el rostro.

—Cariño…

—Vuelve a tratar a mi personal así y te aseguro que me encargaré de que sea lo último que hagas en esta empresa —dijo con frialdad—. Eres bueno, pero no imprescindible.

Aurelio la miró como si estuviera viendo a una completa desconocida.

—¿Qué es lo que querías? —preguntó cuándo el no dijo nada—. Angélica no mintió. Estoy ocupada.  

Sus palabras parecieron despertarlo de su trance.

—¿Cómo que es lo que quiero? Terminaste conmigo por una llamada sin darme una explicación. 

—Eso hice. No creí que fuera necesario. Desde que comenzamos esto no iba a ningún lugar. No te amo y tu solo me estás utilizando.

Él cerró la distancia que los separaba y se acuclilló delante de ella.

Miró al hombre con el que había pasado casi un año de su vida. ¿Cómo es que había soportado tanto tiempo a su lado? Y lo más importante ¿Por qué se había conformado con tan poco?

Merecía más.

Alguien que la amará por ella misma y no por lo que podía obtener de ella.

—Eso no es cierto. Te amo.

Las mentiras parecían no ser gran cosa para Aurelio. Decirle a todo el mundo que estaba con la hija del jefe no era nada comparado con profesarle un amor inexistente. 

—Dana…

Levantó una mano para callarlo. No quería escucharlo llamarla así. Solo las personas más cercanas a ella le decían de aquella manera y Aurelio no tenía ese derecho. 

—No gastes saliva tratando de convencerme. Te escuché hablando con uno de tus amigos sobre lo fácil que sería llegar a obtener el puesto de director una vez te casaras conmigo. —Sonrió con ironía—. Como si alguna vez te fuera a dejar que eso pasara. Esta es la empresa de mi familia, jamás dejaría que alguien como tú le ponga las manos encima.

Durante un momento fugaz vio brillar sus ojos con ira, pero él era bastante bueno actuando y sus facciones se llenaron de dolor.

—No sé lo que crees que escuchaste, pero no es cierto.

—Como sea —dijo poniéndose de pie—. Esto iba a suceder tarde o temprano. Sabes que intenté decírtelo más de una vez, pero no me hiciste caso.

Aurelio se levantó y se acercó a ella. La tomó del rostro e intentó besarla.

Incluso antes de que la traicionara, nunca había sentido ni un mínimo de pasión ante su cercanía.

Se hizo hacia atrás e intentó poner distancia entre ellos, pero Aurelio la detuvo por la muñeca con dureza. 

—No puedes estar hablando en serio. Dana, por favor… —Aunque estaba suplicando, no pudo cubrir por completo el rastro de molestia en su voz. 

Miró su mano y luego a su rostro.

—Creíste que podías manejarme para lograr tus aspiraciones, pero ¿adivina qué? No tienes lo que se necesita, ni para estar a mi lado, ni para dirigir este lugar.  

El agarre de Aurelio se hizo aún más fuerte, pero no le mostró rastro de dolor.

—Si no te importa será mejor que te marches, tengo cosas que hacer.

Se zafó de su agarre con un tirón, caminó hasta la puerta y la abrió.

—Esto no ha terminado —dijo él al pasar por su costado.

No dijo nada, su expresión debía de ser suficiente.

Después de cerrar la puerta, soltó un suspiro, por un instante había creído que el seguiría insistiendo.

Se miró la muñeca y vio la marca roja que había dejado la mano de Aurelio.

—Maldito —musitó.

Fue a sentarse de nuevo en su lugar.

—¿Está todo bien? —preguntó su secretaria cuando entró unos segundos después. Ella se veía preocupada.

Angélica era una mujer muy agradable, la había conocido cuando asumió el puesto de vicedirectora unos años atrás. Desde entonces ambas se habían vuelto amigas.

Sonrió para tranquilizarla.

—Sí, no te preocupes.

—Te juró que odio a ese sujeto. No entiendo porque salías con él.

Angélica no necesitaba decirle lo que sentía por su ex novio. Ella siempre había sido buena dejándolo claro. Apenas reconocía su presencia cuando estaban en la misma habitación. 

—Yo tampoco lo sé. —Negó con la cabeza ante su propia estupidez—. ¿Es lo que te pedí? —preguntó al ver que su amiga sostenía un archivo.

—Así es.

Su amiga le tendió el archivo con la información que había solicitado sobre Paolo Giordano y empresas Giorsa.

Abrió el archivo y se encontró con una foto de Paolo. 

—Es un tipo atractivo —comentó ella.

Se las arregló para no sonrojarse. No había hablado con su amiga sobre la noche que había pasado con el hombre y no estaba segura de que fuera a hacerlo.

—Angélica —dijo con advertencia.

—¿Qué? Estuve investigando en internet. Su rostro es perfecto y tiene el porte para ser un modelo de revista. No de esas dónde salen los hombres bien cuidados y delicados, sino de aquellas que muestran hombres reales y capaces de hacerte ver estrellas.

—¡Angélica! —gritó escandalizada.

Su secretaria soltó una carcajada y se marchó.

Miró la imagen frente a ella y pensó en las palabras de su amiga. No estaba para nada lejos de la realidad. Paolo no tenía nada que envidiarles a los modelos y en definitiva sabía cómo complacer a la mujer.

—Enfócate —se regañó. 

Los ojos de Paolo parecían mirarla con burla. Aquel hombre y su reacción hacia él se estaba volviendo una molestia. Dejó a un lado la foto y comenzó a leer la primera página del informe.

Necesitaba saber bien a quién se estaba enfrentando. No es que no estuviera al tanto de las proezas de Paolo desde que había asumido el mando de empresas Giorsa. Cuando eres bueno en algo, la gente no tarda en saber tu nombre.

A su padre tampoco le era indiferente y no se había mostrado muy sorprendido cuando le puso al tanto de lo sucedido en la reunión con Renardo.

—Sé que podrás manejarlo —habría dicho él con total seguridad.  

Si tan solo ella se sintiera tan segura.

—¿No estás molesto? —le había preguntado.

—No, casi me lo esperaba. Es una oportunidad increíble y Paolo es un hombre astuto.

—¿Lo conoces?

—Por supuesto, hemos coincidido en algunas reuniones. Es un tipo educado y muy bueno en los negocios.

Se había preguntado si su padre seguiría hablando tan bien de él, si le contara que habían pasado la noche juntos. Por supuesto, no se lo había dicho. Eso habría implicado contarle, en primer lugar, porque había estado en un bar un día de semana cuando apenas salía de su departamento los fines de semana.

Después de terminar de leer el archivo, debió admitir que sentía admiración por Paolo, pero eso no cambiaba nada. Todavía eran competencia y ella no pensaba rendirse, nunca lo hacía. Quizás este reto sería más difícil que muchos otros que había enfrentado antes, pero podría manejarlo.

Su el sonido de su celular la devolvió a la realidad. Colocó el archivo sobre la mesa y tomó su celular. En la pantalla se mostraba un número desconocido. Frunció el ceño y se preguntó de quién podría tratarse.

—Loredana Romano. ¿Quién habla?

—Creí que nunca me dirías tu nombre —dijo una voz burlona del otro lado.

No tardó demasiado en identificar de quién se trataba.

Su primer instinto fue colgar, pero la curiosidad pudo más.

—¿Cómo obtuviste mi número?

—Vamos, Loredana, en nuestro mundo cosas como esas no son difíciles. Si eres tan inteligente como se dice por allí, asumo que tienes un folio con mi nombre sobre tu escritorio.

Su mirada se desvió hacia el archivo.

—¿Qué es lo que quieres?  —Cambió de tema.

—Eso creí. —Paolo sonaba demasiado presumido—. Solo llamaba para hacer mi buena acción del día. Creí que te gustaría recuperar tu pulsera.

Abrió los ojos sorprendida, no tenía que preguntar a qué se refería. No había sido hasta que llego a su compañía que se dio cuenta que había perdido el obsequio de su padre. Había pensado en ir a preguntar al hotel al salir del trabajo.

—Tú lo tienes —afirmó.

—Así es. Nos vemos en el mismo bar de anoche.

Estaba a punto de negarse, pero él imbécil le colgó.

Decidió devolverle la llamada, pero se detuvo justo antes de marcar la tecla de discado. Casi podía verlo sentado detrás de su escritorio esperando que eso pasara.

—Bueno, puede esperar todo lo que quiera. No lo llamaré y tampoco iré a verlo —declaró en voz alta. Se le estaba volviendo una costumbre hablar a solas.

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